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Hace 50 años, en Bolivia: Las amas de casa hacen historia

junio 30, 2011

Este 2011 las mujeres trabajadoras tienen una fecha muy significativa para conmemorar: hace 50 años surgía en Bolivia el Comité de Amas de Casa de la Mina Siglo XX.



Una experiencia de organización de mujeres que entró en la historia de la clase trabajadora mundial como ejemplo de fuerza y capacidad de lucha de las mujeres, por más oprimidas que estén. Corría el año 1961, el país era obligado a soportar al gobierno de Paz Estenssoro; fue una época difícil, de hambre, miseria y desempleo en Bolivia.



“Las mujeres no podían quedarse tranquilas, viendo todas las luchas del pueblo para mejorar su propia condición”, cuenta Domitila Barrios de Chungara, nacida en los Andes bolivianos, mujer de un trabajador minero, madre de siete hijos y una de las dirigentes del Comité de Amas de Casa de la mina Siglo XX.

 

“Al principio teníamos la mentalidad con la que habíamos sido educadas, de que la mujer está hecha para la casa, para el hogar, para cuidar de los hijos y cocinar, y de que no tenemos la capacidad de asimilar otras cosas de tipo social, sindical o político, por ejemplo. Pero la necesidad nos llevó a organizarnos. Lo hicimos con mucho sufrimiento y ahora podemos decir que los mineros cuentan con un aliado más, un aliado que costó mucho sacrificio, pero que se convirtió en un aliado fuerte; como es el Comité de Amas de Casa, la organización que surgió primero en la Siglo XX y ahora existe en otras minas nacionalizadas”.



La empresa que controlaba la mina Siglo XX comenzó el año 1961 sin pagar los salarios a los mineros. Pasaron tres meses y nada. No había más comida, remedios, ropa para vestir… Y los mineros resolvieron organizarse para hacer una marcha hasta La Paz. “La marcha consistía en ir todos a pie, con sus esposas y sus hijos hasta la capital. Era una marcha muy larga, porque La Paz está bien lejos (335 km). Pero el gobierno se enteró de nuestros planes y nos atacaron antes. Detuvieron a nuestros dirigentes y los llevaron a la prisión en La Paz. Entonces sus compañeras fueron, una a una, a exigir que soltasen a sus esposos. Pero en La Paz las trataron de forma grosera y trataron de presionarlas, de detenerlas, de abusar sexualmente de ellas… Cada una que regresaba, volvía desmoralizada. Se reunieron en el Sindicato y comenzaron a quejarse, contando lo que había ocurrido con ellas. Y ahí surgió la idea: “Se en vez de ir así, cada una por su cuenta, nos unimos todas y vamos en conjunto a reclamar en La Paz, ¿qué ocurrirá? Tal vez podamos cuidarnos mutuamente y conseguir algo”.



Fue lo que hicieron. Se juntaron todas, incluso aquellas cuyo marido no estaba preso, cogieron a sus hijos y tomaron rumbo a la capital. Sin embargo, una vez más en La Paz, no tenían idea de donde ni a quien reclamar. Se enteraron de que en aquellos días se iba a realizar una reunión de ministros y que un representante de los trabajadores iba a participar en ella. Y ellas debían aprovechar esa oportunidad y apoyar el pedido del compañero al grito de “¡Libertad, libertad para nuestros maridos!”.

 

Las “barzolas” entran en acción



Y así fue. Sin embargo, en el mismo momento en que comenzaron a gritar, se llevaron una gran sorpresa. Otras mujeres de la ciudad comenzaron también a gritar, pero contra ellas, y a agredirlas con tomates, amenazando con robarles sus hijos para intimidarlas. Después supieron que eran mujeres que apoyaban al gobierno, conocidas como “barzolas”.



Las “barzolas” constituyen un capítulo triste de la historia de la mujer en Bolivia. Eran mujeres que los militantes del MNR (Movimiento Nacionalista Revolucionario) organizaron y que tomaron el nombre de María Barzola, pero que no cumplieron el papel que ella cumplió cuando pedía un tratamiento justo para los obreros. María Barzola era una mujer del poblado de Llallagua. En 1942 hubo una gran manifestación para pedirles un aumento de los salarios a los antiguos dueños de las minas, y ella se colocó en la línea de frente, con una bandera en las manos. Cuando se aproximaban a Catavi, donde estaba la gerencia de la mina, llegó el ejército y disparó contra la multitud, provocando una terrible masacre. María Barzola fue la primera en ser abatida, y por eso el lugar fue bautizado como “la pampa de María Barzola”.



Las “barzolas” de 1961 no tenían nada que ver con la Barzola ni con las otras mujeres que lucharon en 1942. En 1961, las “barzolas” del MNR se dedicaban a servir a los intereses de su partido, que estaba en el gobierno, y ayudaban a reprimir al pueblo. Servían como instrumento de represión. Por eso, en Bolivia existe un sentimiento de rencor contra las “barzolas”. Cuenta Domitila que en La Paz, cuando había un sector de la clase trabajadora que reclamaba algo, las “barzolas” los agredían usando navajas, machetes o látigos, y también atacaban a las personas que apoyaban la manifestación. En el Parlamento se quedaban de pie y cuando alguien hablaba en contra del MNR, les tiraban tomates u otros objetos para obligar a la persona a callarse la boca.

 

“Así, en vez de servir para promover a la mujer en Bolivia, ese movimiento servía simplemente como un instrumento de represión. Por eso, cuando alguien se vende al gobierno o hay una mujer-agente, en el poblado se dice: ‘No se meta con ella, es una barzola’. Es una pena que ese personaje histórico de nuestro pueblo haya sido tan desfigurado”, dice Domitila.



Después del enfrentamiento con las “barzolas”, las amas de casa permanecieron en La Paz y se declararon en huelga de hambre. Esa misma noche llegó San Román, el temido jefe de la policía a quien nadie se quería encontrar. Frente a él una de las mujeres se levantó, lo encaró y le dijo: “San Román, usted sabe muy bien que no tenemos armas para defendernos de sus verdugos. Pero si algo nos ocurre, vamos a saltar todos por los aires, en el mismo instante. Nosotras y vosotros vamos a volar, porque aquí solo disponemos de dinamita”. Ella abrió la bolsa y pidió un fósforo. Sin embargo, mientras que las compañeras le buscaban la cerilla, San Román y su grupo salieron corriendo.



El apoyo de los obreros de las fábricas

 

Después de aquella primera victoria, vino la segunda: los obreros de las fábricas cercanas declararon su apoyo a las amas de casa y las llevaron esa misma noche a descansar en la Federación Obrera. Ellas continuaban en huelga de hambre, y escribieron un documento pidiendo la libertad de sus compañeros, el pago de los salarios para los trabajadores, el abastecimiento de las pulperías (almacenes donde los mineros compraban alimentos) y que los hospitales tuviesen medicamentos.

 

“La huelga de hambre –cuenta Domitila- consistía en que las compañeras no podían tomar ningún alimento. Solamente líquidos. Y esto fue lo que hicieron durante diez días. Algunas estaban con sus hijos”. La huelga fue tan fuerte y causó tanta conmoción que llevó a los estudiantes universitarios a unirse a ellas y también a que los mineros de otras minas fueran para La Paz, para solidarizarse con las amas de casa. El gobierno, temeroso, tuvo que ceder: liberó a los mineros presos, la empresa pagó los salarios atrasados y llenó la pulpería de alimentos. Fue una gran victoria.



Nace el Comité de Amas de Casa

 

Las mujeres regresaron a la Siglo XX, pero no se sosegaron, pues llegaron a la conclusión de que era necesario organizarse para continuar luchando junto con sus compañeros. Hicieron propaganda por las calles, se reunieron y fundaron el Comité de Amas de Casa de Siglo XX. Eran sesenta mujeres.

 

“Sin embargo… ¡ustedes tenían que ver las carcajadas que, en ese momento, los hombres soltaron en nuestra cara! Decían: ¡las mujeres se organizaron en un frente! ¡Dejad que lo hagan! ¡Ese frente no va a durar ni 48 horas. Ellas mismas se van a encargar de destruirlo!”, cuenta Domitila. Pero no fue así. Sino todo lo contrario. La organización creció y jugó un papel muy importante, no sólo para las propias mujeres, sino para toda la clase trabajadora.



Al principio, no fue fácil. En la primera manifestación que hubo en la Siglo XX después de que ellas volvieran de La Paz, las dirigentes del Comité subieron al palco del Sindicato para hablar. Los hombres no estaban acostumbrados a escuchar a una mujer en sus asambleas. Y comenzaron a gritar: ¡Vuelve a casa! ¡Vete a cocinar!, y silbaban. Sin embargo, ellas estaban tan decididas y tenían tantas ganas de colaborar, que no desistieron. Lloraban de rabia y de impotencia, pero seguían adelante. Agarraron una máquina de escribir y lanzaron comunicados de apoyo a los trabajadores, al mismo tiempo que presionaban para que se leyesen en las emisoras de radio de los mineros, dando sus puntos de vista sobre la situación.



Decían, por ejemplo, que como esposas de los trabajadores, ellas no estaban de acuerdo con el programa económico implantado por el gobierno y hacían un llamamiento a todos los que pensasen lo mismo. Mandaban cartas al presidente y a los ministros, exponiendo sus puntos de vista. Mandaban cartas a la Federación de los Mineros y a la COB (Central Obrera Boliviana). Vigilaban la pulpería para comprobar si se trataba bien a las personas, si estaban los alimentos adecuados; visitaban las escuelas para ver si los niños/as estaban bien atendidos, probaban las meriendas escolares para ver si estaban en buen estado, se pasaban por el hospital para ver como se trataba a los enfermos, si había medicamentos y algodón. Recuerda Domitila:

 

“Ellas trabajaban mucho, eran incansables, pero también sufrían bastante. Una de nuestras compañeras murió en la segunda huelga de hambre, que la hicimos en 1963. Era la compañera Manuela de Sejas. Sus intestinos se secaron mucho; tuvieron que hacerle una cirugía y ella murió, dejando ocho hijos huérfanos. Muchas compañeras tuvieron abortos en huelgas de hambre. Otras tuvieron hijos muy anémicos”.



Varias de ellas se pusieron enfermas por todo lo que sufrieron, pero aún así no abandonaban su puesto. El Comité de Amas de Casa se encargaba de las guardias nocturnas, de cuidar de los bienes del Sindicato, como la sede, la emisora de radio y la biblioteca. “Algunas veces pillaban el micrófono de la radio sindical y nos hacían escuchar su voz, orientándonos”.

 

Represión y machismo

 

Todo esto llamó la atención del gobierno, y con la llegada de Barrientos en 1964, la vigilancia aumentó. En 1965 el dirigente de la COB Juan Lechín Oquendo fue preso y deportado para Paraguay. De inmediato detuvieron a varios dirigentes mineros, incluso los que se encargaban de la emisora de radio y del periódico del Sindicato. Y también atacaron al Comité de Amas de Casa. Identificaron a los mineros que estaban casados con las activistas y los deportaron a Argentina. A estos les decían: “A usted no le estamos deportando por un problema sindical o político, porque usted es un obrero honrado y trabajador, y estamos satisfechos con su trabajo. Sin embargo, no estamos contentos con el hecho de que usted le haya permitido a su esposa servir a intereses extranjeros”. Después de deportar al marido, expulsaban a las mujeres de sus casas, teniendo que mantener a sus familias ellas solas.



Domitila, que se entró en el Comité en 1963, cuenta que en aquella época las mujeres no tenían mucha solidaridad de los demás, ya que los hombres no veían la importancia de la organización de las mujeres, no querían entenderlo, les parecía fuera de lugar. El Comité también sufrió discriminación por parte de otras organizaciones femeninas, sobre todo de las mujeres cristianas. Éstas formaban el Movimiento Familiar Cristiano que odiaba a las Amas de Casa, las llamaban herejes e intentaban desacreditarlas ante la sociedad. Cansada de esto, Domitila fue a hablar con ellas.



“Les pregunté que si ‘¿acaso cuando un gobierno masacra a un pueblo no es justo denunciarlo?’. Y que si ellas estaban de acuerdo con las medidas económicas que el gobierno había adoptado. Al final les pregunté que si es que ante las cristianas el gobierno decía ‘bueno, éstas son cristianas, entonces tenemos que pagarles un salario mayor’, o si las medidas económicas nos afectaban a todos por igual. Y que si por amor al prójimo era justo unirnos y reclamar por derechos de los trabajadores. Entonces, ellas dijeron que sí, que yo tenía razón y decidieron adherirse al Comité”.



En relación a los hombres, Domitila piensa que cerca del 40% aún se resiste a que sus compañeras participen del movimiento. Algunos por miedo a perder el empleo, otros por miedo a recibir represalias, otros tienen miedo de que se hable mal de sus mujeres.

 

“Porque siempre, a pesar de nuestra conducta, a pesar de que los compañeros que están en la dirección nos respeten, aún hay gente que habla mal de nosotras, principalmente los que no nos comprenden, los que son machistas, la gente que dice que la mujer tiene que estar en casa y vivir solamente para el hogar, sin meterse en política. Esta gente anticuada siempre anda inventando historias. Por ejemplo, decían que éramos amantes de los dirigentes, que nos metimos en el Sindicato porque estábamos teniendo una aventura amorosa. Entonces, por temor a todo esto, muchos compañeros no dejan que sus mujeres participen en las manifestaciones, ni en el Comité, ni en nada, y ni siquiera que frecuenten el Sindicato. Sin embargo, para nosotras, el Sindicato es el local de reunión de la clase trabajadora, es más que un templo, es sagrado. Nos costó mucha sangre construir ese edificio. Y nosotras, en el Sindicato, nos reunimos para discutir problemas de la clase trabajadora y nuestros compañeros nos tienen que tratar como sus compañeras, sus aliadas, en el mismo plano que ellos, y no en un plano diferente”.



Domitila cuenta que algunas mujeres sólo participaban cuando ocurría algo muy especial. Por ejemplo, cuando convocaron la manifestación para exigir aumento de salario en 1973, cerca de cinco mil mujeres participaron. Y cuando regresaron a casa, muchas recibieron palizas de sus maridos, que les decían que ellas eran amas de casa y nada tenían que ver con política. La situación fue tan grave que al final el Comité decidió hablar por la radio:



“Aquellos compañeros que han agredido a sus esposas tienen que ser agentes del gobierno. Sólo así se justifica que estén en contra de que sus compañeras hayan pedido lo que por justicia nos corresponde. ¿Cómo es posible que se hayan irritado con la protesta que hicimos de forma conjunta y de la que todos salimos beneficiados?”.



De esta forma, el Comité fue progresando y conquistando autoridad en el calor de las luchas mineras de Bolivia durante los años 70. En 1973, Domitila y otras dos mujeres fueron elegidas delegadas del Comité de Amas de Casa para participar en el Congreso de Trabajadores de Huanuni, donde se reunieron quinientos mineros. Aunque a última hora las otras dos mujeres no pudieron salir de viaje y Domitila fue sola.



“Estuvimos un grupo alojado en un único cuarto, ya que no teníamos dinero para tener un cuarto cada uno. Nos dieron una sala en una escuela, con camas, y yo quedé en la parte que me correspondía. Todos mis compañeros respetaron mi condición de mujer casada y con hijos. Estábamos doce o trece en el mismo cuarto. Conversamos sobre los problemas de la clase trabajadora, contamos algunas anécdotas graciosas que nos habían ocurrido en congresos anteriores, y nadie me faltó al respeto. Mi compañero sabía que yo iba a estar en esa situación, y no desconfió de mí. Y así pude participar del congreso en nombre del Comité, llevando allí nuestra palabra”.

 

1976 – “Lo que clama mi pueblo”

 

El pueblo boliviano amargaba al gobierno Banzer, que lanzó un paquete de medidas económicas brutal, desvalorizando la moneda, recortando los salarios y aumentando el costo de vida. En el Primero de Mayo se realizó un Congreso en Corocoro con representantes de todos los sindicatos mineros. El Comité de Amas de Casa de la Siglo XX envió a dos representantes, así como el Comité de Amas de Casa de Catavi. En este Congreso se repudiaron las medidas económicas del gobierno y se declaró la solidaridad con los presos políticos y los exiliados. Se exigieron mejores salarios, el pago de indemnizaciones para quienes quedaban enfermos por trabajar en las minas. También se incluyeron las reivindicaciones de las mujeres. Las viudas de los que morían en las minas sólo recibían la pensión por cinco años y, si volvían a casarse, la perdían. La exigencia era que la pensión no se retirase.



La participación de las mujeres en el Congreso de Corocoro fue muy importante. Domitila en su primera intervención dijo que las mujeres estaban contentas por el hecho de que los obreros pudieran realizar el Congreso, aun habiendo sido prohibido por el gobierno. Y que los hombres tenían que tener en cuenta que no estaban solos en esta lucha, porque en cada casa somos todos explotados por el patrón, porque todo el trabajo que hacemos en la casa no es reconocido y sería un error pensar que solamente el trabajador asalariado es explotado; su familia también lo es. Y apeló a que el Congreso votase un documento que fuese beneficioso para toda la clase trabajadora, tanto para los hombres como para las mujeres.



El discurso de Domitila fue retransmitido por radio y la invitaron a dar una charla en una escuela de la región. Después de la charla los alumnos decidieron que ella debería hablar con sus madres. “Acepté y marcamos día y hora, y cuando llegué allí estaban ellos, con sus madres y sus padres. Fue una reunión muy buena, donde se organizó el Comité de Amas de Casa de Corocoro, cuya presidenta era una cholita”.



En realidad, esa fue una de las propuestas aprobadas en el Congreso: la organización de Comités de Amas de Casa en todas las minas. Sin embargo, de inmediato el gobierno desató una tremenda represión contra los trabajadores, muchos dirigentes fueron presos, y otros deportados. El Comité de Amas de Casa de la Siglo XX fue ocupado por las mujeres nacionalistas (defensoras del gobierno), que lanzaban manifiestos en su nombre y ofrecían ayudas de estudio para los niños, como forma de destruir la lucha. Incluso algunas de las secretarias del Comité colaboraron con esas mujeres, que querían transformarlo en una organización nacionalista para apoyar al gobierno. De esta forma, el Comité de Amas de Casa de la Siglo XX fue destruido. Después de haberse convertido en una forma de organización de las mujeres para luchar, cuando la lucha fue reprimida, la clase trabajadora perdió también el Comité.



Esta experiencia tan rica y que nos deja tantas lecciones a las mujeres trabajadoras está completando medio siglo. Aunque parece que fue ayer, por el vivo relato de Domitila, una de las grandes dirigentes mujeres que la clase trabajadora ya tuvo y que sirve de inspiración para todas las mujeres revolucionarias de hoy. El testimonio completo de Domitila, del cual hemos citado algunos trechos, se encuentra en su autobiografía titulada “Si me permiten hablar”, escrita por Moema Vizzer y editada por primera vez en 1977. Cerramos este artículo de homenaje a Domitila, con las palabras finales de su relato:

 

“Mi pueblo no está luchando por una conquista pequeña, por un poquito de aumento de salario aquí, un pequeño paliativo allí. No. Mi pueblo se está preparando para expulsar para siempre del país al capitalismo y a sus sirvientes internos y externos. Mi pueblo está luchando para llegar al socialismo. Yo afirmo eso. Y no me lo estoy inventando. Fue proclamado en un Congreso de la COB: ‘Bolivia sólo será libre cuando sea un país socialista’. Y cualquiera que dude eso, cuando tenga la oportunidad de venir a Bolivia se convencerá de que es esto lo que clama mi pueblo”.



Hoy con 74 años, Domitila vive en Cochabamba, en una casa simple en un barrio humilde de Hayrakasa, con cuatro de sus siete hijos (los demás ya fallecieron). En 1980, cuando volvía de Dinamarca, donde participó de la Conferencia de Mujeres, se le prohibió la entrada en Bolivia debido al golpe de Estado de García Meza. Pasó todo el tiempo que estuvo en el exilio denunciando el régimen militar de su país y solidarizándose con los trabajadores. Sin tener la menor idea de lo que había pasado con su familia, retornó en 1982, y descubrió que su padre y su hermana habían fallecido.



Domitila, una de las 1000 mujeres que ya fueron propuestas para recibir el premio Nobel de la Paz en 2005, esposa de un trabajador minero y madre de siete hijos, nació el 27 de mayo de 1937 en la mina Siglo XX, en Potosí, Bolivia. Enfrentando el machismo como mujer, la discriminación como indígena y pobre, supo dedicar cada minuto de su vida a la lucha por un mundo mejor para los trabajadores y los pobres. “Con mi lucha quiero dejar para las futuras generaciones la única herencia realmente válida: un país libre y justicia social”. La última información que tuvimos de Domitila era que estaba internada en un hospital de Cochabamba.

 

Traducción: Raul Alberich

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