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TEORÍA

Fascismo: ¿de derecha o de izquierda?

febrero 12, 2019

Este debate viene desarrollándose en el Brasil. Pensando bien, no existe debate alguno, solo grupos que de un lado a otro braman y vociferan como locos en una auténtica conversación de sordos. Este modo de encarar la cuestión tiene su razón de ser, como todo, además. De un lado, se acentúa el término “nacional-socialismo” incrustado en nombre del Partido Nazista, su bandera roja, la militancia de Mussolini en el Partido Socialista italiano, etc. Del otro lado del frente, en el marco del fascismo como un movimiento de ultraderecha, es tomado como algo históricamente incuestionable.

Por: Gustavo Machado, editor del blog Teoria e Revolução

Solamente ignorantes pensarían lo contrario, como demostraría el nacionalismo exacerbado de las organizaciones fascistas y su anticomunismo radical. El circo está armado. Veamos un ejemplo de este debate entre sordos.

En artículo publicado por la BBC Brasil, la historiadora Denise Rollemberg dice que todo se trata de una gran confusión. Según ella, “No era que el fascismo fuese de izquierda, […] Lo que el fascismo decía es que ellos querían hacer un tipo de socialismo, pero que fuese nacionalista, para Alemania. Sin la perspectiva de unir revoluciones en el mundo entero, que el marxismo tenía”. Lo curioso es que el argumento usado por Rollemberg es idéntico al de aquellos que dicen ser el fascismo [nazismo] de izquierda. Según ellos, el nazismo no sería una variante del marxismo, pero se encontraría dentro del espectro de la izquierda. Los marxistas serían los socialistas internacionalistas, mientras el fascismo representaría una vertiente socialista nacionalista. La aclaración de Denise, por lo tanto, más que aclarar, solo remite al centro mismo de toda la confusión.

Otro aspecto que turba el esclarecimiento de la cuestión es que la definición del fascismo como siendo un movimiento de extrema derecha, o alguna variante análoga, se encuentra en todos los manuales, libros didácticos, así como en las referencias al fascismo comúnmente presentes en los artículos publicados en los grandes medios. A tal punto que se tornó un lugar común. Y la ruptura con todo lugar común genera extrañeza, perplejidad, perturbación.

A pesar de esa aparente obviedad, el tema es, entre nosotros, muy mal conocido y toscamente estudiado. Y los intelectuales dichos “de izquierda” no son ni de lejos una excepción. Basta acompañar los abundantes ensayos que salieron recientemente sobre el tema. Citan, profusamente, obras escritas por autores con finalidad abierta de combate al fascismo, y obras sociológicas que intentan conceptuar el término. No obstante, en todos esos ensayos, no se ve una referencia que aborde con mayor aliento la historia misma de los movimientos y países involucrados, ninguna mención de las fuentes primarias, ninguna biografía de sus principales agentes. Y tratándose de una polémica es igualmente fundamental conocer la genealogía misma del debate, la fundamentación de los puntos de vista que se contestan. Todo esto está del todo ausente en los artículos sobre el tema publicados por la izquierda brasileña. ¿Es tan evidente la cuestión que ni siquiera merece alguna atención? No creemos. Veamos.

Mintiendo con belleza

Es, sin duda, un gran error analizar un fenómeno político unilateralmente, por los discursos de sus agentes. Sobre todo, en el caso del fascismo que, como muestra Modris Eksteins, basaba sus discursos más en motivos estéticos y subjetivos que racionales y objetivos. En la expresión de ese autor, se trataba de “mentir con belleza”. “La política se tornaría ‘verdadero’ teatro, en oposición a la pose solemne de la era democrática” (EKSTEINS, 1992, p. 395) o, en la expresión de Walter Benjamin, el fascismo fue la “estetización de la política” (BENJAMIN, 1985). Y de hecho, fue así.

Hecha esta ponderación, cabe observar que los adeptos dogmáticos de la tesis el “fascismo fue de extrema derecha”, tesis esta tomada como algo autoevidente y trivial, quedarían perplejos si consultasen los discursos de Mussolini, Hitler, Goebbels, y tantos otros. Allí existe una crítica voraz al comunismo y… al capitalismo, término este identificado por los partidos fascistas como el sistema y los regímenes políticos europeos de la época. Si por un lado parecen conservadores radicales al defender la supremacía nacional pretérita, las glorias de la raza, de sus personajes, sus ciudades históricas, y así sucesivamente, por otro, parecen revolucionarios, pues sus discursos están orientados al futuro, un futuro que no es reedición del pasado glorioso sino la realización de un “nuevo tipo de ser humano”, “un nuevo sistema social” y “un nuevo orden internacional”. Y no pocas veces es en el vocabulario de los movimientos revolucionarios socialistas de la época, hasta incluso en sus referenciales teóricas, que el fascismo va a buscar la fundamentación y la forma de sus discursos.

Para citar algunos ejemplos, uno de los principales dirigentes e ideólogo del fascismo francés, Pierre Drieu La Rochelle, decía en uno de sus ensayos (1934) que el verdadero socialismo es el fascismo. Entre sus influencias, menciona a George Sorel, Saint-Simon, Charles Fourier y Proudhon. Sorel, además, considerado por muchos un socialista romántico o un marxista heterodoxo, fue referencia de gran parte de los ideólogos del fascismo italiano, incluso de Mussolini que, como se sabe, fue miembro por muchos años del Partido Socialista. No sin razón, el tono y la terminología de sus discursos mantendría, para siempre, reminiscencias de su fase socialista. Y lo que es peor: no se trata de un caso aislado. Los primeros Fascios son fundados a partir de un grupo que quedó conocido como Sindicalistas Revolucionarios. Este grupo surgió como reacción a la tendencia reformista en el interior del Partido Socialista italiano, y después se consolidaría organizativamente con el apoyo a la entrada de Italia en la Primera Guerra Mundial. Para tener una idea de este proceso, y de la terminología empleada, citamos un pequeño fragmento del Manifiesto Inaugural del Fascio Rivoluzionario d’Azione Internazionalista, organización creada por los Sindicalistas Revolucionarios y embrión del futuro Partido Nacional Fascista:

“creemos que no es posible sobrepasar los límites de las revoluciones nacionales sin pasar primero por la fase de la propia revolución nacional. […] Si cada pueblo no vive en el interior del marco de sus fronteras nacionales, formado por la lengua y por la raza, si la cuestión nacional no estuviera resuelta, no podría existir el clima histórico necesario al desarrollo normal de un movimiento de clase” (STERNHELL, 1994, p. 205).

Pero no es sostenible la tesis de que el fascismo fue una disidencia del partido socialista. El fascismo italiano reunió influencias y grupos diversos, teniendo como uno de los principales ideólogos al nacionalista de derecha Enrico Corradini. Él fundó en 1910 la Asociación Nacionalista Italiana (ANI), que se unificaría oficialmente con el Partido de Mussolini en 1923, luego de algunos años de actuación en común. Lo que nos interesa, todavía, en el presente contexto es la especificidad de la concepción nacionalista de Corradini y penetramos, así, en el centro de toda la confusión. Al contrario de otros líderes nacionalistas, Corradini atribuía un papel progresista a las clases subalternas y procuró hacer que la ideología nacionalista penetrase en las masas trabajadoras. Acuñó, así, la noción de naciones proletarias, dominadas en la arena internacional, como sería el caso de Italia, contrapuesta a las naciones dominantes o las naciones burguesas. Se trataba de sustituir la lucha de clases entre patrones y trabajadores por la lucha entre las naciones por la dominación imperialista mundial. He aquí el primer gran ideólogo del fascismo.

Para poner más ingredientes en la sopa, el fascismo recibe incluso la colaboración de los futuristas, intelectuales fascinados con la industrialización. Entusiastas de la modernidad del siglo XX. La formación del Partido Nacional Socialista en Alemania es todavía más difusa, aunque sin ningún lastre mínimamente consistente en los partidos socialistas o comunistas del país. No retomaremos este proceso aquí.

Derecha e izquierda: el mundo encantado de los conceptos

Lo que nos interesa en esta breve descripción es señalar que la presente cuestión está distante de reducirse a la trivialidad con que los campos dichos de “izquierda” o de “derecha” presentan el problema. No sin razón, lejos de ser una “novedad historiográfica”, este debate es bien antiguo.

Sus orígenes remiten al debate sobre el concepto de totalitarismo, casi omnipresente en las décadas de ’50 y ’60 del siglo XX. El término fue apropiado por los propios partidos fascistas en el sentido de indicar la presencia del Estado en todos los ámbitos de la vida social: “Todo en el Estado, nada contra el Estado y nada fuera del Estado”, así decía Mussolini. Pero, enseguida, la noción fue contrabandeada en concepto. Autores como Franz Neumann y Hannat Arendt definen el totalitarismo, conceptualmente, como una “oposición radical al Estado liberal” (CHASIN,1977) y, de ese modo, reúnen el fascismo y el estalinismo (y sus variantes, supuestamente identificadas con “el comunismo”) en un único concepto. En tanto un concepto artificial creado por liberales de mediados del siglo pasado, el totalitarismo se presentaba como el revés de la medalla de fase liberal, sobre la cual se juzgaban los regímenes políticos de todo el mundo.

Este es el arte de las ciencias humanas contemporáneas: la fábrica de los conceptos. Los conceptos no procuran más expresar “formas del ser”, “determinaciones de la existencia”, o sea, aspectos de la realidad reunidos según criterios objetivos, sino que ganan autonomía, caminan con piernas propias. Ahora, en el mundo fantástico y encantado de las ciencias humanas, la realidad es juzgada a la luz de los conceptos creados por los experts. Como les gusta sugerir a los profesores académicos en sus orientaciones: en ese caso, use tal concepto, en aquel otro, el concepto tal. La cuestión de si el fascismo es “de izquierda” o “de derecha” es solo la reencarnación de la cuestión del totalitarismo, puesta en forma aún más tosca y poco rigurosa. Al final de cuentas, ¿qué cargas de agua es izquierda y derecha?

Históricamente, tales términos siempre poseyeron un uso relativo, pragmático. Se define izquierda, circunstancial y localmente, en relación con la derecha, y viceversa; teniendo como referencia, usualmente, las dos posiciones dominantes en el espectro político de un país dado. No sin razón, en los Estados Unidos, cuyo espectro político es dominado por la contraposición liberales-conservadores, los primeros son “la izquierda”, los segundos “la derecha”, aunque tales organizaciones sean más heterogéneas internamente que lo que la contraposición liberales versus conservadores hace parecer. El hecho es que los términos “izquierda” y “derecha” no poseen sustancia, no poseen una conceptuación objetiva pasible de ser determinada en sí y por sí mismas, dando margen a todo tipo de maniobras teóricas. Cada autor define izquierda y derecha como le conviene, de forma de alcanzar los objetivos previamente deseados. La cuestión, por lo tanto, de si el fascismo es de izquierda o de derecha es, desde el inicio, una armadilla.

Pero la polémica no es un exotismo brasileño. Ya en 1974, la defensa del fascismo como una corriente típicamente de izquierda es defendida por el conservador austríaco Erik von Kuehnelt-Leddihn en su libro Leftism, From de Sade and Marx to Hitler and Marcuse. Más recientemente, en 2008, la tesis fue levantada nuevamente por Jonah Goldberg en el libro Liberal Fascism: The Secret History of the American Left, From Mussolini to the Politics of Meaning. Este libro llegó a ocupar la primera posición en el ranking de ventas en los Estados Unidos por algunas semanas, considerando solo obras de no ficción. Goldberg va más lejos en el juego de los conceptos: busca identificar, por medio de analogías y comparaciones externas de todos los tipos, el parentesco entre Socialismo, Fascismo y… Liberalismo.

Fascismo y relaciones sociales capitalistas

Los científicos políticos pueden crear los conceptos que les apetezcan. Nosotros no tenemos la intención de agregar a esta fábrica un nuevo producto de nuestra propia labor. Lo que realmente importa aclarar en cuanto a este tema es lo siguiente: el fascismo, en todas sus variantes (italiana, alemana, española, etc.), jamás buscó, ni en el discurso ni en los actos, crear un programa que tradujese los intereses objetivos de la clase trabajadora o incluso de los demás sectores subalternos de la sociedad. Antes que eso, lo que está en cuestión son los intereses de la nación, teniendo en cuenta el expansionismo imperialista. Se trata, por lo tanto, de una disputa intercapitalista entre naciones.

De ese modo, si el fascismo buscó ganar a las masas populares en torno a su proyecto, no buscó en ningún sentido expresar sus intereses particulares en su programa efectivo. Es exactamente esa ausencia de correspondencia entre el programa y la base que se busca movilizar para ejecutarlo, lo que exigió un discurso hipócrita, demagogo, performático y subjetivo. De ahí también el enamoramiento del fascismo con el irracionalismo. De ahí el absoluto descompás entre discurso y realidad. De ahí, una serie de expresiones paradojales usadas por historiadores de diversas ideologías para describir sus discursos: “mentir con belleza”, “estetización de la política”, “estetización de la existencia”, “religión laica”. De ahí la demagogia socialista en sus símbolos y discursos, en un momento histórico en que la Revolución Rusa arrastraba multitudes. De ahí, también su demagogia religiosa.

Un ejemplo esclarecedor de esas elucubraciones verbales queda explícito en la propia formulación teórica de Corradini, arriba mencionada: nación proletaria. Ese término no tiene ninguna connotación en el sentido de una nación para el proletariado u otros sectores explotados. El atributo “proletaria” solo confiere a la nación una posición subalterna en el sistema internacional de Estados, planteando la necesidad de avanzar en la disputa imperialista internacional. El término es usado en un sentido claramente metafórico. Por otro lado, la nación es el sujeto absoluto del proceso, tomado como un cuerpo orgánico homogéneo: como un individuo colectivo, “la nación por encima de todos”.

La consecuencia de la aplicación de este concepto, nación proletaria, salta a los ojos: disolver los intereses específicos del proletariado en los intereses dichos nacionales, la disputa imperialista mundial. De ahí la creación del corporativismo sindical, la integración de los sindicatos al Estado y la destrucción completa de su libertad. De ahí, la retórica de la “revolución” que significa nada más que el militarismo paramilitar en la esfera interna, y la guerra en la esfera externa. A pesar del fuerte intervencionismo económico, la propiedad privada no está de modo alguno en cuestión. En los 26 puntos de la Falange española podemos leer: “el Estado reconocerá la propiedad privada como un medio válido de llegar a fines individuales, familiares y sociales, y la protegerá contra los abusos de la Alta Finanza, de los especuladores y usureros”. La “revolución” fascista, por lo tanto, se sostiene en una economía basada en las leyes del mercado (STERNHELL, 1994, p. 7).

En síntesis, es central para el fascismo la idea de orden y armonía interna obtenida por la intervención política directa, sin que para eso sea necesaria una revolución en la forma de organización social. Es, desde ese punto de vista, un movimiento absolutamente conservador. El aspecto “revolucionario” del proyecto fascista se refiere al dominio externo: hacer avanzar por la fuerza la posición de la nación en el interior del sistema internacional de Estados. De ahí la identificación de la revolución con la guerra. De ahí la necesidad de la más absoluta cohesión interna. Aún en los 26 puntos de la Falange podemos leer: “Nosotros declaramos que el cumplimiento histórico de España es el Imperio. Nosotros exigimos que España tenga una posición proeminente en Europa”. De la misma forma, en el programa del Partido Nacional Fascista [PNF] de Italia se lee: “Italia […] debe llenar su función de baluarte de la civilización latina en el Mediterráneo”. E incluso: “El PNF actuará para disciplinar las luchas de intereses desorganizadas entre las categorías y las clases”, sigue el “principio nacional según el cual la nación está por encima de las clases” (PARIS, 1976, pp.98-99, subrayado nuestro).

No fue por casualidad que, a pesar de su pomposa retórica, el fascismo nunca consiguió una adhesión realmente expresiva y consistente en la clase obrera. Varios estudios (L-P FAYE, 1974; WINCKLER, 1979) dan cuenta de que la pequeña burguesía y los estratos medios de la sociedad fueron los blancos realmente efectivos de la propaganda fascista. Sectores con algo que perder y más vulnerables a las crisis estructurales y económicas del capitalismo.

Otro aspecto esclarecedor es el financiamiento de las organizaciones fascistas. En Italia, la mayor parte de los recursos fueron proporcionados por los capitalistas industriales y por los grandes propietarios agrarios, siendo el nazismo financiado también por grandes empresas y corporaciones industriales (SARTI, 1973; LUEBBERT, 1991; MUCHNIK, 2004, GALLEGO, 2001). No obstante, en el período previo a la toma del poder, este financiamiento fue expresivo solo en el período de grandes agitaciones sociales, como en la gran huelga italiana de 1920. O, incluso, luego del colapso económico alemán con la crisis de 1929, cuando el fantasma del bolchevismo sobrevolaba el país por causa de una inflación jamás vista.

Ya después de la toma del poder, tanto en Italia como en Alemania, la asociación entre poder económico nacional y gobierno fascista fue inmediata, pero circunscrita al proyecto de recuperación y expansión económica. Solo en algunos pocos casos hubo entrelazamiento político directo entre los grandes capitalistas y el gobierno. Pero son más raros todavía los casos de abierta y declarada oposición.

Como se ve, en cuanto a su base social, el fascismo fue un movimiento que encontró eco directo en los estratos medios de la sociedad. Pero tales sectores medios no tuvieron influencia real en los rumbos de los gobiernos fascistas europeos. El fascismo no es, en cuanto a su programa, un movimiento de la clase media. Al contrario, expresa los intereses del gran capital siempre que no aparezca otra salida viable para estabilizar el sistema.

En ese sentido, a pesar de que la retórica fascista incluye, en igual medida, tanto el anticomunismo como el anticapitalismo [léase liberalismo], sus acciones fueron en otra dirección: dos pesos y dos medidas.

Revestido de carácter militarizado, centralizador y paramilitar, todas las sectas del fascismo fueron siempre apuntadas hacia el movimiento comunista. En Italia, por ejemplo, antes de la llegada al poder, se generalizaron los escuadrones fascistas, expediciones punitivas que intentaban destruir el “imperio socialista”. Ángelo Tasca, en una obra clásica describe minuciosamente esas expediciones:

Se precipitan en dirección a la Bolsa de Trabajo, del sindicato, de la cooperativa, de la Casa del Pueblo; derriban las puertas, arrojan a las calles el mobiliario, libros, mercaderías y derraman galones de combustible: algunos minutos después, todo está pegando fuego. Quien es encontrado en el lugar es golpeado salvajemente o muerto. Las banderas son quemadas o llevadas como trofeos (TASCA, 1969, p. 130).

En España, sin tener apoyo de masas e incapaz de enfrentar directamente a las organizaciones anarquistas, socialistas y comunistas, mucho más numerosas y fuertes, la Falange “resbala” hacia el terrorismo individual. A pesar de ataques contra dirigentes republicanos de distintas ideologías, son las sedes y los activistas del movimiento obrero el principal blanco de las acciones falangistas.

El fascismo y sus alianzas

Por último, para que podamos determinar mejor el camino hasta aquí esbozado, cabe preguntarnos: siendo el fascismo antiliberal contrario a las premisas conservadoras de defensa de las instituciones tradicionales, y anticomunista, ¿cuál de esas oposiciones sobresale?

El fascismo no es, ciertamente, liberal. Se caracteriza por la supresión de todos los derechos democráticos. Además, en tanto propuesta nacional imperialista, opta por ascender internacionalmente por la vía militar. Se trata de regímenes políticos opuestos para la mantención de la misma forma de organización social asentada en la propiedad privada y en el mercado. No sin razón, la crítica de los fascistas a los liberales siempre se centra en la impotencia de las democracias europeas, consideradas desde una perspectiva exclusivamente política y militar.

La comparación entre conservadores y fascistas es, sin duda, más difícil. Esto es así porque el fascismo aparece como negación del conservadorismo en la medida en que orienta su discurso para el futuro y se apoya en un movimiento de masas con un brazo armado no institucional. No obstante, parece conservador en función de su nacionalismo y del culto a la gloria y a los personajes nacionales. El fascismo niega la Razón Ilustrada, el humanismo, el materialismo. En todos esos aspectos, conservadorismo y fascismo se aproximan. Pero se fundan en concepciones bien diferentes: las acepciones conservadoras niegan la Razón Ilustrada y el humanismo en beneficio de una razón metafísica y universal, centrada en la noción suprema de Dios, mientras el fascismo es anti universalista e irracionalista.

Ilustramos arriba el método por medio del cual conceptos como fascismo son comúnmente analizados. Esto es: comparando, externamente, algunos de sus aspectos con los de otros movimientos y concepciones. Aquí se revela la limitación del tratamiento puramente conceptual del problema, del método que solo yuxtapone conceptos, abstrayéndose del proceso histórico y su contenido social. Este abre margen, como se ve, para aproximar o alejar el fascismo de lo que se quiera, basado en un énfasis arbitrario del analista. Por otro lado, si seguimos el proceso social e histórico, la confusión aparente se disipa.

Como vimos en nuestro análisis, la retórica socialista transmutó en pura demagogia oportunista, alejándose completamente de esta en cuanto a la forma de organización social deseada, tanto interna como externamente. La sustitución, incluso, del término internacional por nacional no es, de modo alguno, la alternancia de un atributo entre otros. El carácter internacional del socialismo de base marxista atraviesa transversalmente su programa, concepción y fundamentación. De ahí, un agente social que se caracteriza por la posición que ocupa en la forma de organización social: el proletariado, que, en tanto tal, es universal, independiente de cualquier particularidad nacional.

El apoyo del gran capital a las organizaciones fascistas solo en el momento de absoluta inestabilidad económica y de la amenaza comunista inmediata desnuda que el fascismo es, en su significado histórico, la última carta de las clases dominantes nacionales. El fascismo es, para el gran capital, la forma política de mantenimiento de las relaciones sociales capitalistas nacionales cuando todas las demás alternativas fracasaron.

Se trata de la última carta frente al colapso de las instituciones oficiales (fundamento del conservadorismo) y del fracaso de la democracia burguesa (fundamento de los liberales). Todo esto asociado a la existencia de un movimiento revolucionario con alguna posibilidad de victoria. Incluso la meta de elevar la nación en la jerarquía imperialista mundial no difiere de las propuestas conservadoras y liberales; en ese dominio, el fascismo solo sustituye la vía legal, económica e institucional por la vía del combate externo directo.

Tanto es así que, desde el punto de vista nacional, los partidos fascistas siempre se aliaron, directa o indirectamente, con alternativas conservadoras o, incluso, liberal-conservadoras. Aunque Stalin, cuyos métodos se asemejaban en mucho a los de los fascistas, inescrupulosamente haya firmado el Pacto Molotov-Ribbentrop en 1939, así como buscado alianzas en política externa con Hitler, en todos los años desde 1933, como demuestra la documentación más reciente (MARIE, 2011), esos hechos, en sí mismos absolutamente condenables, fueron producto de su miope caracterización de la política externa. Él subestimó el nazismo hasta su llegada al poder y, enseguida, pasó a temerle y, en el fondo, venerarlo. Es verdad que existe una interpretación ya antigua (TOPITSCH, 1987), y actualmente retomada por algunos autores (MAGENHEIMER, 1998), de que el nazismo fue fomentado conscientemente por Stalin, así como la Segunda Guerra Mundial. Esta hipótesis, insostenible, puede ser el centro de un largo debate interpretativo que no vamos a adentrar en este corto artículo[1].

Sea como fuere, es hecho histórico que el 29 de octubre de 1922, Mussolini ascendió al poder convidado por el rey Vítor Emanuel III, que le encargó, después de la escenificación de su “marcha sobre Roma”, formar el nuevo gobierno y, en los años siguientes, lo apoyó plenamente. En Alemania, en 1932, fue el conservador Hindenburg quien convidó a Hitler para la cancillería, abriendo camino para el poder nazista. Además, el proceso se inicia con una alianza entre nazistas y conservadores, que garantizó a los nazistas más de 50% de los ministerios. El caso más contundente, ciertamente fue el de la Falange española. Fue en alianza con la Falange, una fuerza claramente de segundo nivel en el conflicto español, que el general Franco, católico y conservador, asumió el poder y gobernó España por décadas, además de haber contado con el apoyo militar directo del nazismo durante la Guerra Civil Española.

No sin razón, la relación entre conservadores y el fascismo fue siempre, en el freír de los huevos, ambigua. Por ejemplo, el filósofo italiano Benedetto Croce avaló el primer gabinete fascista que, en su acepción, sería la primera solución conservadora seria en el sentido de poner fin al desorden y a la posible actuación de masas que de él sigue. Posteriormente, revisó su posición en función de la instrumentalización de la producción cultural. No obstante, la lista de intelectuales conservadores o liberal-conservadores que adhirieron al fascismo o al nazismo es extensa (SÁNCHEZ, 1995; ALBERTONI, 1992). Por otra parte, luego de la consolidación de los respectivos partidos, el apoyo de intelectuales comunistas o socialistas al fascismo es un episodio de los más raros.

Este es, en sus trazos más generales, el contenido histórico y conceptual del fascismo, que no dejó de tener, evidentemente, variantes de todos los tipos de conformidad con las especificidades nacionales. Comprendiendo esto, poco importa el rótulo predilecto que le sea imputado.

Notas

[1] La biografía sobre Stalin, de Jean Jacques-Marie, que toma en cuenta toda la documentación reciente, oriunda de la abertura de los archivos en Moscú luego del colapso de la URSS, expone con claridad la relación de Stalin con Hitler y los nazistas, así como su actuación en la Segunda Guerra Mundial.

Bibliografía

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Traducción: Natalia Estrada.

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