Sáb Sep 07, 2024
7 septiembre, 2024

El movimiento israelí contra la guerra crece a pesar de su falta de visión

A finales de junio, grandes protestas se manifestaron por todo Israel, pidiendo el fin de la guerra en Gaza u oponiéndose de otro modo a los esfuerzos militares.

Por Carlos Sapir

Aunque los eslóganes eran en general enfocados en los intereses de los mismos israelíes y expresaban principalmente el descontento con los métodos del gobierno, el liderazgo y los crecientes costes de la guerra, en vez de solidaridad con la resistencia palestina, representan no obstante un obstáculo cada vez mayor a la capacidad del Estado de apartheid para implementar su genocidio en Gaza o ampliar sus operaciones en Cisjordania y Líbano.

Decenas de miles de personas se manifiestan en favor de los rehenes, miles asisten a una conferencia de paz “deformada»

Una peculiaridad del apoyo israelí a la invasión de Gaza ha sido la presencia de un movimiento abierto en torno a las familias de los israelíes capturados en la Inundación de Al Aqsa del 7 de octubre que se ha mantenido independiente del gobierno, a pesar de alinearse a veces con sus objetivos. Incluso desde antes de que comenzara la invasión israelí, se han organizado pequeñas pero constantes concentraciones en el centro de las ciudades para exigir la devolución de los rehenes por todos los medios. Al principio, estas manifestaciones eran en gran medida pro-guerra, mostrando el mismo entusiasmo por el rescate militar de los rehenes o por su liberación mediante negociaciones, y los rehenes han ocupado un lugar destacado en la propaganda pro-guerra difundida en Israel, Estados Unidos y otros países. Sin embargo, a medida que la guerra ha ido avanzando y se ha hecho cada vez más evidente, incluso para el público israelí, que el ejército ha seguido una estrategia de violencia sin paliativos en Gaza a costa de las vidas de los rehenes (incluida la reciente confirmación por Haaretz de la sospecha largamente sostenida de que los soldados israelíes recibieron órdenes de matar a civiles israelíes el 7 de octubre para evitar su captura), el movimiento de rehenes ha dejado de apoyar la continuación de la guerra, desautorizando el objetivo de guerra declarado por el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu de la destrucción completa de Hamás y pidiendo la aceptación de una propuesta de alto el fuego que garantice la liberación de los rehenes restantes. La policía ha respondido a las protestas con violencia, golpeando y deteniendo incluso a políticos electos que participaban en ellas.

Evidentemente, existe un solape significativo entre el movimiento de los rehenes y las protestas contra Netanyahu que se oponen a su reforma judicial de 2023. Organizaciones liberales sionistas de la sociedad civil como Kaplan Force han desempeñado un papel destacado en las recientes movilizaciones. Además de exigir negociaciones sobre los rehenes, los lemas de las protestas se han centrado en acusar a Netanyahu y a su gabinete de extrema derecha de ser el único problema, y han pedido elecciones inmediatas. Las protestas han mantenido una retórica patriótica, pro-sionista y pro-militar: no se oponen a la ocupación perpetua de Palestina, sólo a la actual persecución de una campaña militar por parte de un político del que desconfían.

Dado que las banderas israelíes y los elogios al ejército han sido siempre visibles en las protestas israelíes, no se extraña nada que los palestinos que viven en las fronteras del 48 en gran medida no han participado en ellas. También han sido objeto de una feroz represión y silenciamiento por parte del Estado israelí, enfrentándose a prohibiciones de marchar y a detenciones preventivas de profesores, líderes de la sociedad civil y activistas. A pesar de esta presión, estas comunidades palestinas han conseguido organizar sus propias movilizaciones, en particular para conmemorar el Día de la Tierra en abril y el Día de la Nakba en mayo, aunque incluso entonces las autoridades israelíes han prohibido a los palestinos marchar en las principales ciudades y han limitado sus protestas al interior de las comunidades árabes.

Tras la semana de protestas de finales de junio, activistas israelíes organizaron una «Conferencia de Paz Israelí-Palestina» en Tel Aviv. A pesar de enfrentarse a un hostil bloqueo mediático, asistieron 6.000 personas a la conferencia, aunque su contenido político fue tibio en el mejor de los casos. Una vez más, este evento se centró principalmente en las dificultades de la condición de los rehenes israelíes por encima de la de los palestinos víctimas de la guerra. +972 Mag señala la particular «disonancia» de presentar bailes en la conferencia en el mismo momento en que la población de Khan Younis estaba siendo obligada a huir de sus hogares para dejar paso a los colonos israelíes. Los oradores hablaron amplia y vagamente de paz, pero no consiguieron articular lo que esa paz significaría políticamente. No obstante, representa un paso adelante para el movimiento contra la guerra en los territorios del 48 en dos sentidos. En primer lugar, aunque sea con presencia minoritaria, los palestinos tuvieron la oportunidad de hablar sobre la opresión a la que ellos y sus familias se han enfrentado, y de llamar la atención a las atrocidades que el ejército israelí está llevando a cabo activamente, a pesar de un clima social y mediático que ha silenciado ferozmente la información sobre el genocidio. En segundo lugar, aunque los oradores fueron vagos en sus propuestas de paz para el futuro y algunos hicieron alusiones a una solución de 2 Estados, la conferencia estableció en líneas generales una esperanza de coexistencia con los palestinos, reconociendo el derecho de los palestinos a existir. Esto sigue muy lejos de una defensa de principios de la liberación palestina contra un proyecto de colonización de pobladores, y no es ideológicamente incompatible con el sionismo liberal, pero sigue siendo un paso adelante respecto a la perspectiva dominante que han planteado los manifestantes israelíes en las calles, según la cual el Estado israelí sólo ha cometido errores en la medida en que ha puesto en peligro a los israelíes.

El continuo apoyo de la clase trabajadora israelí al régimen sionista no es sólo una cuestión de fervor ideológico: tiene una base material en el robo activo de tierras por parte del Estado israelí y el nivel de vida inflado en proporción a los trabajadores israelíes, respaldado directamente por el imperialismo occidental. Además del robo de tierras, inversiones extranjeras militares e infraestructura estatal, el ejército israelí y su persecución de la ocupación de Palestina desempeñan un papel enorme en su economía, tanto en términos de las industrias armamentísticas que aplican directamente su armamento para defender el apartheid, como a través de la central papel que desempeñan las conexiones militares y el entrenamiento en el mercado laboral israelí.

A pesar de su predisposición material a apoyar al Estado, los movimientos de masas israelíes todavía sirven para frenar en cierta medida los designios violentos del gobierno de extrema derecha y limitar el grado en que puede llevar a cabo una guerra total. Si bien esto lamentablemente no ha sido suficiente para detener las tácticas genocidas en Gaza, socava gravemente las amenazas de que Israel pueda expandir la guerra al Líbano sin enfrentar graves repercusiones incluso antes de enfrentarse al arsenal real de Hezbolá.

Los jaredies organizan protestas masivas contra el servicio militar obligatorio

Podría decirse que la retórica antibelicista más militante y las condenas más feroces contra el sionismo en Israel no han procedido del movimiento anti-Netanyahu de izquierda liberal, sino de las comunidades jaredíes ultrarreligiosas cuyos supuestos representantes políticos -Shas y Judaísmo Unido de la Torá (UTJ)- forman parte actualmente del gabinete de guerra de Netanyahu.

La relación de la comunidad jaredí de Palestina con el Estado sionista es distinta de la de su población judía «laica». Los orígenes de esta comunidad son distintos de los del aparato de colonos sionistas que acabaría formando el Estado israelí: una pequeña comunidad de judíos jaredíes askenazíes de Europa del Este emigró a Palestina décadas antes de la formación del movimiento sionista. Aunque su emigración estaba motivada por razones religiosas y, en ese sentido, centrada en los judíos (su objetivo era vivir cerca de los lugares sagrados de Jerusalén), no compartían los objetivos coloniales del posterior movimiento sionista,  el establecimiento de un Estado sectario judío y el desplazamiento de la población indígena por los judíos. El desafío del sionismo se expresó como una hostilidad abierta al movimiento sionista que amenazaba acabar con su modo de vida, tanto en Europa como en Palestina. La hostilidad de esta comunidad al colonialismo sionista se moderó tras la creación del Estado de Israel mediante un pacto entre los dirigentes sionistas y los jaredíes: los jaredíes quedarían exentos del servicio militar obligatorio que el Estado aplica para los judíos, y los hombres jaredi recibirían un estipendio del Estado para poder dedicar su tiempo exclusivamente al estudio religioso en lugar de al trabajo.

La combinación de los estipendios y la exención del servicio militar obligatorio, así como sus prácticas religiosas y sociales sectarias, patriarcales e insulares, han dado a la comunidad jaredí un carácter de clase y una composición social peculiares. Casi la mitad de los jaredíes viven en la pobreza, y una proporción significativa de los hombres son lumpenproletarios que estudian en las yeshivas (escuelas religiosas) y viven del estipendio gubernamental. En cambio, las mujeres son las principales trabajadoras de la sociedad jaredí (aunque su tasa de participación laboral sigue siendo inferior a la del resto de las mujeres judías de Israel). Mientras que en la época del pacto de 1953 que concedía privilegios especiales a los estudiantes de las yeshiva la comunidad era minúscula, con menos de mil personas, hoy la población jaredí representa casi una quinta parte de la población judía de Palestina, debido tanto a las altas tasas de natalidad endógena como a su fusión parcial con comunidades judías ultrarreligiosas que venían del mundo árabe. Décadas de privilegios han suavizado la oposición jaredí al sionismo (y también generó resentimiento entre los judíos no jaredíes), y los representantes políticos de la comunidad en el gobierno han utilizado el Estado sionista para perseguir la imposición de leyes religiosas como parte de coaliciones de derechas. No obstante, su abstención del ejército, pilar central de la socialización y la cultura israelíes (y requisito para muchas formas de empleo), ha mantenido a la comunidad separada del resto de la sociedad israelí.

Ante las presiones de la guerra de Gaza, el gobierno israelí ha decidido quitar la exención del servicio militar obligatorio para los jaredíes, con el apruebo tácito de los líderes de los partidos jaredíes, que forman una parte fundamental del actual gabinete. En respuesta a esta traición, miles de jaredíes salieron a la calle con lemas como “Nunca lucharemos por el ejército enemigo», «Preferimos vivir como judíos que morir como sionistas», «A la cárcel y no al ejército» y «El sionismo utiliza a los judíos como escudos humanos». Mientras que las pancartas que portaban los manifestantes estaban principalmente en inglés y hebreo para enviar un mensaje más amplio a Israel y al mundo, los discursos se pronunciaron predominantemente en yiddish, la lengua tradicional de la población judía asquenazí, conservada hoy casi exclusivamente por las comunidades jaredíes.

Aunque los partidos jaredíes han participado históricamente en la administración del Estado sionista y han suscrito su trato genocida de los palestinos, de estas protestas se desprende que capas significativas de jaredíes se consideran una población indígena de Palestina oprimida por la colonización sionista y la interrupción de su modo de vida tradicional. Una parte significativa de la sociedad jaredí organizada políticamente boicotea conscientemente las elecciones y repudia la política parlamentaria israelí. El servicio militar se denuncia como la secularización forzosa y a la destrucción de sus comunidades. Aunque no parece existir una conciencia mayoritaria de solidaridad con los palestinos entre la comunidad jaredí, el apoyo explícito de los jaredíes a la liberación palestina es más visible que el apoyo a la misma entre la izquierda secular israelí.

Puede ser que los jaredíes no sean capaces de desempeñar un papel significativo en la paralización de la economía de Israel, pero la posición de UTJ y Shas como miembros clave del gobierno de coalición de Netanyahu significa que actualmente tienen la capacidad de colapsar la coalición que lleva a cabo el genocidio contra los palestinos. La maquinaria militar israelí se enfrenta a una aguda contradicción en su política de reclutamiento: si sigue adelante con la medida de reclutar a los jaredíes, se arriesga a una fractura de la coalición. Y lo que sería más catastrófico para su proyecto sionista, un movimiento jaredí contra el reclutamiento con el nivel de militancia con el que amenazan actualmente en sus consignas podría debilitar y desmoralizar gravemente al aparato militar, ya de por sí limitado, creando una situación similar a la que tuvo que afrontar Estados Unidos cuando se vio obligado a retirarse de Vietnam. Por otro lado, si la coalición cede a la presión jaredí y retira la medida, se enfrentará a un mayor descontento no jaredí con la guerra y el gobierno, que ya son impopulares.

Los palestinos son los lideres de la lucha por la liberación de Palestina

Sería insultante y políticamente retrógrado argumentar que la liberación palestina depende de que los israelíes lideren la lucha. Ningún movimiento de liberación nacional ha logrado su independencia principalmente mediante un cambio de opinión o un movimiento anticolonial victorioso dentro del Estado colonial. Desde Argelia hasta Sudáfrica, el factor que condujo a la victoria contra las fuerzas coloniales ha sido la acción masiva, persistente y organizada por la liberación de los oprimidos, que combina acciones laborales, protesta social y lucha armada. Los palestinos hoy están siendo oprimidos, desposeídos y asesinados por el Estado de Israel, y su lucha contra él no puede posponerse hasta un futuro arbitrario en el que los israelíes estén más preparados para abandonar el sionismo. Sin embargo, los movimientos de masas israelíes con consignas parciales pueden ejercer presión contra la maquinaria de guerra y condicionar hasta qué punto el Estado israelí puede llevar a cabo campañas militares, incluso si no anticipamos que romperán con el proyecto sionista en su conjunto.

La relación del movimiento de protesta israelí con los sindicatos es instructiva sobre las primeras etapas de conciencia política en las que se encuentra. Las protestas de junio se concentraron en la sede del Histadrut, el sindicato judío estatal de Israel, para pedir a sus dirigentes que organizaran una huelga general y adoptaran las demandas del movimiento. Normalmente, apelar a un sindicato de esta manera sería una buena táctica: plantea la consigna de métodos de trabajo político de lucha de clases (una huelga general) y obliga a la burocracia sindical a adoptar la demanda de lucha o a exponerse como si hubieran abandonado intereses de los trabajadores. Sin embargo, el problema de apelar ante la Histadrut es que no es una federación sindical ordinaria. Ha sido uno de los agentes clave de la colonización sionista, organizando e implementando planes para importar mano de obra judía y excluir a los trabajadores árabes de la creación del Estado israelí. Está profundamente arraigado en el Estado sionista, y su relación con el Estado también ha significado que haya funcionado en gran medida como un sindicato amarillo también para los trabajadores judíos, sirviendo para disciplinar el trabajo judío al servicio del Estado y su burguesía (y para crear una subclase separada de trabajadores árabes en detrimento de todos los trabajadores), en lugar de organizarlos para luchar por su clase. Si bien hoy se permite a los ciudadanos palestinos de Israel unirse a la Histadrut, históricamente han estado subordinados al liderazgo judío dentro de la organización, y la organización históricamente ha trabajado para romper las huelgas encabezadas por los palestinos, socavar en general la solidaridad laboral con Palestina y fue la única organización importante. federación laboral a nivel internacional para expresar su apoyo a favor del régimen de apartheid en Sudáfrica. Mientras tanto, a los trabajadores palestinos en Cisjordania no se les permite unirse en absoluto (pero a los colonos israelíes que viven al lado sí). A pesar de esta marginación y exclusión, los palestinos deben pagar una cuota del 1% a la Histadrut como parte de un complicado plan de financiación para los territorios de Cisjordania que grava su dinero para perpetrar la ocupación. El movimiento israelí contra la guerra todavía se hace ilusiones sobre el papel de la Histadrut a la hora de facilitar la guerra de Israel contra los palestinos, aun cuando reconoce el papel que los sindicatos podrían desempeñar para desafiar la continuación de la guerra.

Si bien el movimiento de protesta popular se opone estridentemente al gobierno de Netanyahu, no desafía el régimen colonial de colonos en el que han operado su gobierno y todos los gobiernos sionistas anteriores, que es lo que en última instancia impulsa su guerra contra Palestina. Mientras tanto, los jarediesrechazan abiertamente el régimen sionista, pero no han transformado este rechazo en un apoyo masivo a la causa palestina, en parte gracias a los privilegios que reciben del propio régimen sionista. En última instancia, es la lucha liderada por los palestinos la que no sólo traza su propio camino hacia la libertad, sino que también cuestiona otras contradicciones de larga data del Estado sionista que se tensan bajo la presión de una guerra brutal.

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