Capitalismo en decadencia, pequeña burguesía en crisis, fascismo: la actualidad del análisis de Trotsky

Republicamos un artículo –aparecido en nuestra revista teórica Trotskismo hoy en 2018– que resume el análisis de Trotsky sobre el fascismo.
Por: Fabiana Stefanoni
El debate sobre la naturaleza del fascismo es, lamentablemente, un debate de extrema actualidad. Por toda Europa y el mundo se extienden y arraigan cada vez más nuevas organizaciones y grupos fascistas que, aprovechando la crisis económica y la miseria de las masas, fomentan la xenofobia y el odio racial, no dejando de poner en práctica actos de violencia con bandas armadas (1). Más allá de la instrumentación que la prensa y los medios de comunicación hacen de estos fenómenos –a menudo, sobre todo en campaña electoral, los partidos burgueses gritan el «peligro fascista» solo para ganar unos cuantos votos a costa de los partidos populistas–, es un hecho que el contexto de la crisis económica y social actual tiene muchos rasgos en común con el de los años veinte y treinta del siglo XX. La historia nunca se repite igual a sí misma: sería profundamente incorrecto crear analogías históricas mecánicas ignorando las especificidades de los diferentes contextos. Pero, seguramente, releer las caracterizaciones de Trotsky sobre el fascismo del siglo pasado en Italia y Alemania también es útil para comprender los fenómenos de hoy. Nos ayuda, por ejemplo, a no abusar de la palabra fascismo, confundiéndola con otro tipo de régimen (por ejemplo, una dictadura bonapartista). Comprender la especificidad de un fenómeno histórico es la premisa para contrarrestar su resurgimiento. confundiéndolo con otros tipos de régimen (por ejemplo, una dictadura bonapartista). Comprender la especificidad de un fenómeno histórico es la premisa para contrarrestar su resurgimiento.
Un analisis de clase
La afirmación de esa forma particular de régimen burgués conocida como fascismo debe enmarcarse en primer lugar en el contexto del capitalismo en decadencia. Si en la fase de ascenso del capitalismo la burguesía privilegió los métodos revolucionarios (pensemos en las grandes revoluciones de la Edad Moderna), si en la fase de estabilización y consolidación del sistema optó por formas «democráticas, ordenadas, pacíficas, conservadoras democráticas» de dominación, todo cambia cuando, con el surgimiento del imperialismo a finales del siglo XIX, la burguesía comienzó a utilizar métodos de «guerra civil» contra el proletariado para defender su «derecho a la explotación» (2). Es lo que Trotsky llama la fase de la reacción capitalista, que es tanto más violenta cuanto más se han desarrollado, en la fase histórica precedente, las fuerzas productivas.
Es una dinámica bien analizada por Trotsky en varios escritos y que no por casualidad encontramos también en las primeras páginas del Programa de Transición (3). El panorama actual es muy similar al de la década de 1930, con una crisis general del capitalismo que arrastra a grandes masas a una condición de extrema pobreza e indigencia. Si después de la Segunda Guerra Mundial la economía capitalista había experimentado una fase de relativo auge económico, hoy nos encontramos empujados de nuevo a un contexto de putrefacción y estancamiento que, sin una revolución socialista, corre el riesgo de arrastrar a la humanidad a la catástrofe.
¿Por qué, en una fase de decadencia capitalista, la burguesía decide utilizar métodos de guerra abierta contra el proletariado, hasta el punto de jugar ––como veremos- la carta del fascismo? Podemos encontrar la respuesta analizando las relaciones entre las clases. La gran burguesía es una clase poderosa porque posee los medios de producción. Al mismo tiempo, desde el punto de vista numérico, representa una minoría insignificante de la población y, por eso, para estabilizar su dominio, necesita apoyarse en la pequeña burguesía, es decir, el conjunto –grande, heterogéneo y estratificado– de todas aquellas clases que no pertenecen ni a la clase capitalista ni al proletariado. Más precisamente, gracias a los sectores pequeñoburgueses al frente de los partidos y de los sindicatos reformistas, la gran burguesía se asegura el control de las amplias masas proletarias. La «burocracia obrera» es un sector de la pequeña burguesía que arrastra tras de sí a millones de trabajadores. Al mismo tiempo, en las fases en que se abre una crisis social –que son también, dialécticamente, como veremos, las fases en que se abre una situación prerrevolucionaria–, cuando se agudizan las tensiones entre capitalistas y clase obrera, una parte de la gran burguesía comienza a mirar con recelo a la «burocracia obrera», porque no ofrece resultados seguros (no logra controlar la lucha de clases y pierde consenso) y comporta gastos excesivos (acuerdos que implican concesiones económicas parciales al proletariado). Pero la gran burguesía, inicialmente y durante mucho tiempo, también mira con recelo al fascismo, precisamente porque es expresión de otra clase, de la cual, en última instancia, no se fía. ¿Cuándo, entonces, los capitalistas comienzan a optar por «la intervención quirúrgica del fascismo»? (4). Responderemos a esta pregunta más adelante.
El papel de la pequeña burguesía
«Polvo de humanidad»: esta es la feroz expresión con la que Trotsky caracteriza a la pequeña burguesía. Y esta es la base de masas del fascismo. Es una clase muy numerosa y heterogénea, como ya dijimos, que incluye todos los estratos sociales intermedios entre el proletariado y la gran burguesía: pequeños artesanos y comerciantes, empleados, técnicos, intelectuales, pequeños propietarios de tierras (5). Es una clase que, por su carácter extremadamente heterogéneo, no puede tener una política propia e independiente. En sus estratos inferiores se confunde con el proletariado (y con el bajo proletariado), en sus estratos más ricos se acerca al capital financiero (y colabora activamente con él). Al no tener un programa autónomo propio, en las distintas fases históricas oscila entre múltiples posiciones, incluso opuestas entre sí. Es una clase que, por su consistencia numérica tiene un peso importante en las elecciones. Pero las elecciones son siempre un «espejo deformante» [reflejo distorsionado] y no representan las verdaderas relaciones de fuerza en la sociedad: «solo la lucha revolucionaria revela las verdaderas relaciones de fuerza» (6).
Trotsky señala cómo la pequeña burguesía, en el siglo XX, fue al mismo tiempo la base de masas del fascismo y de los SR (Socialistas Revolucionarios) rusos (que de hecho tenían una gran fuerza «electoral» en virtud de la base campesina). No toda la pequeña burguesía es siempre reaccionaria. Por el contrario, es una clase que ejerce un papel decisivo en una fase revolucionaria: «para que una crisis social pueda desembocar en la revolución proletaria es indispensable, entre otras cosas, que las clases pequeñoburguesas se dirijan con decisión hacia el proletariado» (7). Pero esto, como veremos, depende en gran medida del arraigo en la clase y de la política del partido revolucionario. Tratando de actualizar el análisis de Trotsky, podemos decir que la pequeña burguesía ha sido recientemente un factor determinante en las gestas electorales de fenómenos políticos muy diversos: del Podemos del Estado español al Frente Nacional en Francia, de Syriza en Grecia al M5s y la Liga [hoy Fratelli d’ Italia, ndr.] en Italia, de Trump en EE.UU. a Bolsonaro en el Brasil.
Es evidente que la tendencia hoy es hacia un fortalecimiento electoral de los partidos populistas de derecha y de extrema derecha: fenómeno que tiene una explicación muy precisa. La crisis del capitalismo significa «putrefacción social y cultural» (8), su prolongación solo puede traducirse en «pauperización de la pequeña burguesía y una degeneración de capas cada vez más amplias del proletariado en lumpenproletariado» (9). Bajo los golpes de esta crisis que aparece infinita, la pequeña burguesía se orienta no hacia la revolución proletaria (que le parece un objetivo lejano y abstracto) sino hacia la reacción, incluso «hacia la extrema reacción imperialista, arrastrando tras de sí a considerables capas obreras» (10).
Hay una frase de Trotsky que explica eficazmente las victorias electorales de los partidos populistas y de extrema derecha y, sobre todo, el consenso que obtienen en amplios sectores del proletariado ante la ausencia de grandes luchas obreras: «cuando la masa proletaria es animada por la esperanza revolucionaria, arrastra inevitablemente consigo por el camino de la revolución a estratos importantes y siempre más amplios de la pequeña burguesía. Pero precisamente en relación con esto, las elecciones ofrecen una imagen del todo opuesta: la desesperación contrarrevolucionaria se apodera de la masa pequeñoburguesa con tal fuerza que arrastra consigo a capas considerables del proletariado» (11). Bajo ciertas condiciones históricas, como veremos, todo esto puede conducir a la victoria del fascismo. Pero, ¿es inevitable que una crisis económica y social del capitalismo conduzca al fascismo?
Las lecturas lineales y simplistas del desarrollo histórico chocan con el materialismo dialéctico que le debemos a Marx. Cuanto más se han desarrollado las fuerzas productivas de un capitalismo nacional, más profundas convulsiones sociales y políticas genera la crisis económica. En Alemania, a finales de la década de 1920, los antagonismos sociales y políticos habían alcanzado niveles explosivos. Es una situación que, cabe señalar, dadas ciertas condiciones, favorece potencialmente el fortalecimiento del partido revolucionario: la crisis económica, social y política conduce a una situación prerrevolucionaria que, si existe un partido obrero revolucionario sólido y templado en la lucha, puede transformarse en poco tiempo en una situación revolucionaria (12). Al mismo tiempo, estas mismas condiciones pueden, por otro lado, conducir a la reacción más sórdida, a esa “regurgitación mal digerida de la barbarie capitalista” que es el fascismo: la diferencia la hace el proletariado.
El fascismo necesita dos elementos para afirmarse: una fuerte crisis social y la debilidad revolucionaria de la clase obrera. Más allá del espejo deformante de las elecciones, en la arena viva de la lucha no hay comparación entre la pequeña burguesía y el proletariado. La superioridad social y combativa del proletariado es indudable: los obreros «que controlan los medios de producción y de transporte, que, por las condiciones mismas de su trabajo, constituyen el ejército del hierro, del carbón, del ferrocarril, de la electricidad» (13) son infinitamente superiores al «polvo de humanidad» en que se apoyan los fascistas.
El elemento subjetivo, es decir, la situación del partido revolucionario, su política, sus relaciones con la clase, es, como veremos, el factor determinante que puede transformar una situación en revolucionaria; si falta este factor la crisis puede llevar a la reacción imperialista, hasta el punto de la afirmación del régimen fascista.
La esencia del fascismo
Es un hecho probado por la historia que la hora del fascismo tiende a sonar cuando la burguesía ya no es capaz de sacar provecho del régimen parlamentario. Pero desde el punto de vista de clase, un régimen democrático-burgués y un régimen fascista no presentan ninguna diferencia: son dos formas de dominación de la misma clase, la burguesía, es decir, ambos son regímenes expresión del capital monopólico. El fascismo en el poder no cambia el sistema económico y social: preserva el capitalismo y, con él, las ganancias multimillonarias de la gran burguesía. El fascismo puede llegar al poder «cuando los medios militares-policiales «normales» de la dictadura burguesa, con su cobertura parlamentaria, resultan insuficientes para mantener en equilibrio la sociedad» (14) y para garantizar las ganancias de los capitalistas. ¿Cuál es, entonces, la diferencia específica del fascismo respecto de otras formas (quizás autoritarias) de dominación burguesa?
En la era imperialista, la burguesía, en condiciones similares, no siempre juega las mismas cartas. Sobre todo, no es el fascismo el régimen político favorito de la burguesía. Como bien explica Trotsky con una metáfora bastante conocida, «la gran burguesía recurre al fascismo con la misma alegría con que una persona con la mandíbula enferma se hace arrancar los dientes» (15). Esto se debe a que el fascismo es un movimiento de masas de la pequeña burguesía, una clase que la gran burguesía necesita para mantenerse en el poder, pero de la cual preferiría prescindir. El fascismo, de hecho, pone en movimiento «las masas de la pequeña burguesía enfurecida, las bandas de desclasados, el bajo proletariado desmoralizado, todos esos innumerables seres humanos que el propio capitalismo financiero empuja a la desesperación y la cólera» (16). El fascismo, actuando en nombre de la gran burguesía, utiliza a estas masas como «un ariete» para destruir las organizaciones del movimiento obrero. Al mismo tiempo, el fascismo, al no ser una expresión directa de la gran burguesía (es decir, al no ser un partido burgués) «expropia políticamente» a la burguesía (17).
Aquí nos encontramos con el otro carácter peculiar del fascismo: «la esencia y la función del fascismo consiste en la abolición completa de las organizaciones obreras y en impedir su reconstrucción». La función del fascismo es «contraponer al ataque del proletariado –en el momento de su debilitamiento– el ataque de las masas pequeñoburguesas enfurecidas» (18). No hay fascismo sin este rasgo específico, a saber, la «movilización de la pequeña burguesía contra el proletariado» (19). Es precisamente explotando este ejército, a la vez destartalado y muy feroz, que en las fases de crisis social y política la gran burguesía logra mantener su dominio. Y es por eso que, al llegar al poder apoyándose en la pequeña burguesía, cuando llega al poder el fascismo está lejos de configurarse como un gobierno de la pequeña burguesía: «el fascismo en el poder es cualquier cosa menos un gobierno de la pequeña burguesía. Por el contrario, es la dictadura más despiadada del capital monopolista» (20). Esto deviene, como dijimos, del carácter mismo de la pequeña burguesía, que es una clase demasiado heterogénea para poder llevar a cabo su propia política independiente.
Aquí también encontramos la razón por la cual la burguesía no recurre de buen grado a la opción fascista. La gran burguesía no tiene confianza en la pequeña burguesía ni en un régimen democrático burgués (donde la utiliza para mantener el control sobre el proletariado) ni, mucho menos, en un régimen político, como el fascismo, que se apoya inicialmente en la movilización de las masas pequeñoburguesas. La gran burguesía mira a la pequeña burguesía con la misma desconfianza con que en la corte de los reyes de Francia los aristócratas miraban a la burguesía rampante en busca de un título nobiliario: «la burguesía, incluso valiéndose del apoyo de la pequeña burguesía, no se fía de ella, porque teme justamente que esta tenga siempre la propensión a superar las barreras que le son impuestas desde arriba» (21). Sin embargo, sabe que en las fases de crisis revolucionaria no puede prescindir de esta.
Intentemos explicar el concepto con una imagen. Figurémonos un capitalista rico y bien alimentado [gordo] que, al anochecer, en su lujoso salón hace la cuenta de las multimillonarias ganancias obtenidas durante el día sobre la piel de miles de obreros. Lo que más le gusta es la tranquilidad, el silencio, la posibilidad de seguir pasando anocheceres tranquilos contando dinero. Desprecia a sus obreros, a los que explota hasta la médula, pero desprecia con igual ardor a los tenderos empobrecidos que continuamente le piden préstamos, a las cuadrillas de desocupados que esperan su limosna, a los pequeños empresarios arruinados que lo miran con odio cuando pasa: no confía en esta gente envidiosa, esta clase «explotada y desheredada». Pero lo que más teme es perder sus ganancias. Si en su fábrica son frecuentes las protestas obreras y existe el riesgo de que los trabajadores tomen el control de la producción, no dejará de hacer todo lo necesario para evitar esta perspectiva que es la más funesta para él. Mientras añora los anocheceres tranquilos del pasado, comenzará a financiar bandas de tenderos, empresarios arruinados, desempleados, desposeídos para aplastar en sangre la protesta obrera. ¿Está feliz el burgués rico de tener que financiar, movilizar, armar hasta los dientes a estas bandas que tanto desprecia? Claro que no: no le gustan los alborotos, preferiría los anocheceres serenos y apacibles de otros tiempos, sin ruidos en las calles. Sin embargo, para seguir honrando al dios de las ganancias, se ve obligado a recurrir a los métodos del fascismo, que son métodos de guerra civil.
Si llega al poder, el fascismo podrá perdonarse tantos disturbios no deseados: «destruir las organizaciones obreras, reducir al proletariado a un estado amorfo, crear un sistema de organismos que penetren profundamente en las masas y estén destinados a impedir la organización independiente del proletariado (…) en esto consiste la esencia del régimen fascista» (22). He aquí, pues, la seguridad del burgués rico y bien alimentado: ¡sus ganancias están en buenas manos!
Bonapartismo y fascismo
La palabra fascismo también se usa a menudo en la izquierda de manera imprecisa, como sinónimo de «régimen policial» o «bonapartista»: según Trotsky, esta es una definición incorrecta, que puede implicar (y ha implicado) errores tácticos y estratégicos de no poca importancia. A diferencia del uso común de la palabra, el fascismo no es solo un sistema de represión, actos violentos y terror policial. La característica específica del fascismo es la de movilizar a las masas pequeñoburguesas contra las organizaciones del movimiento obrero (reformistas, revolucionarias, mutualistas, etc.) y, una vez que llega al poder, eliminar «todos los elementos de la democracia proletaria en la sociedad burguesa» (23). El fascismo no solo se fija como objetivo destruir, también físicamente, la vanguardia proletaria: quiere «aniquilar todos los puntos de apoyo del proletariado» (24). El movimiento obrero, como sujeto autónomo e independiente, simplemente debe desaparecer. Para lograr este objetivo, «moviliza a las clases que están inmediatamente por encima del proletariado y que temen caer a su nivel, las organiza y las militariza con los medios del capital financiero, al amparo del Estado oficial, y las orienta hacia la destrucción de las organizaciones proletarias, desde las más revolucionarias hasta las más moderadas» (25).
Es fundamental distinguir un régimen de dictadura militar policial de tipo bonapartista y un régimen de dictadura militar policial fascista. En el primer caso, se trata de un gobierno burgués autoritario que aparentemente se eleva por encima de los conflictos (como lo hizo Napoleón III en el golpe de Estado en Francia en 1851, de ahí el nombre de “bonapartismo”): el gobierno se presenta como “independiente” de la sociedad mediante el dominio de una burocracia y del ejército. Más allá de la fachada, en los hechos el gobierno sigue actuando en nombre de las clases dominantes, juega el papel de «empleado de las clases poseedoras» incluso si «el empleado se sienta en la espalda del patrón, lo golpea en la nuca y, si es necesario, no duda en patearle la cara» (26). Por ejemplo, en Alemania, Trotsky considera que los gobiernos inmediatamente anteriores a la victoria de Hitler son gobiernos prebonapartistas (Brüning) y bonapartistas (Von Papen). En un gobierno bonapartista, que pretende controlar por la fuerza las tensiones sociales, los espacios para la democracia se reducen considerablemente, a veces brutalmente: con Von Papen, por ejemplo, los grandes industriales y los banqueros intentaron defender su causa con un uso despiadado de la policía y del ejército. Pero el gobierno duró poco: por lo general, un régimen bonapartista adquiere un carácter de estabilidad solo cuando se cierra una fase revolucionaria (como sucedió con el régimen de Napoleón III, que vino después de la estación revolucionaria de 1848), cuando las energías revolucionarias de las masas proletarias se habían agotado pero las clases poseedoras aún conservaban el terror a nuevos levantamientos. Viceversa, en una fase prerrevolucionaria o revolucionaria, caracterizada por una profunda inestabilidad social, la burguesía puede ser inducida a reemplazar el bonapartismo con el fascismo.
Pero el fascismo es, de hecho, algo diferente del bonapartismo. Incluso si, en última instancia, el fascismo conduce al establecimiento de un régimen de militar policíaco bonapartista, tiene características específicas que no encontramos en un régimen bonapartista simple: el fascismo se basa, como ya dijimos, en la movilización de las masas pequeñoburguesas, abre un período de guerra civil contra el proletariado y sus estructuras, finalmente construye un régimen que destruye sistemáticamente todo elemento de democracia obrera existente en la sociedad. El propio parlamentarismo está completamente abolido, después de haber sido objeto del odio furioso de las bandas pequeñoburguesas movilizadas contra los obreros. A diferencia del bonapartismo, que en una fase de crisis social se presenta como un régimen transitorio en el que la clase obrera puede responder a la represión con la lucha revolucionaria, el fascismo inaugura una fase de reacción a largo plazo, porque aniquila a la clase obrera. Las sedes de los sindicatos y de los partidos de base obrera son cerradas o quemadas, los activistas políticos y sindicales, incluso los huelguistas, son deportados a campos de concentración en lo que finalmente se convierte en «dictadura más despiadada del capital monopolista», «la peor forma de imperialismo». (27). Si en un régimen bonapartista la clase obrera aún tiene alguna base sobre la que apoyarse para llevar a cabo la lucha, en el fascismo, después de ser asesinada a tiros, es abrumada y ahogada en el lodazal de una «regurgitación de barbarie mal digerida» hecha de racismo, misticismo, machismo, homofobia, creencias irracionales, culto a la personalidad, nacionalismo agresivo, intolerancia, estrecha ignorancia elevada a religión de Estado. Pero, ¿cómo es posible lograr todo esto en una fase prerrevolucionaria o revolucionaria, es decir, cuando más grandes son las posibilidades de victoria de la clase obrera?
El ascenso al poder del fascismo italiano
Se paga inexorablemente «la pena y la expiación de la injusticia» como decía un antiguo filósofo (28). Y no es extraño citarlo cuando se busca la responsabilidad del ascenso del fascismo en Italia en la década de 1920 y en Alemania en la década de 1930. El fascismo es, metafóricamente, un castigo por los pecados del proletariado que no ha sabido luchar por el poder cuando las condiciones de la lucha de clases se lo permitieron. Comentando un libro de Tasca sobre el fascismo italiano, Trotsky señala lo siguiente (vale la pena citar un largo pasaje [en el que se describe al proletariado italiano en 1920-1921]):
Poseía una organización poderosa. Había 160 diputados socialistas en el Parlamento. Más de un tercio de los municipios estaban en sus manos; los sectores más importantes de Italia estaban en manos de los socialistas, hegemónicos entre los obreros. Ningún capitalista podía emplear o despedir a un trabajador, agrario o industrial, sin consentimiento del sindicato. Parecía como si se hubiera conseguido el 49 por 100 de la dictadura del proletariado. Sin embargo, la reacción de la pequeña burguesía y de los oficiales desmovilizados, ante esta situación, fue tremenda. (…) organizaron pequeñas bandas bajo la dirección de algunos oficiales que eran enviados en camiones a cualquier parte en que hicieran falta. En ciudades de diez mil habitantes, bajo control socialista, bastaron treinta hombres organizados para entrar en la ciudad, quemar el ayuntamiento, las casas, fusilar a los líderes, e imponer las condiciones de trabajo de los capitalistas. De allí se iban a otro sitio, haciendo lo mismo, unas tras otras, en cientos y cientos de ciudades. Sembraron el terror y, realizando estos actos sistemáticamente, destruyeron totalmente los sindicatos, haciéndose los amos de Italia a pesar de ser una minoría insignificante (29).
Al final, unos pocos miles de fascistas bien organizados lograron desarticular un poderoso movimiento proletario que se había desarrollado tras la guerra, llegando, en 1920, a la ocupación de todas las principales fábricas del país, el llamado Bienio Rojo (30). Como bien explica Trotsky, en Italia a principios de la década de 1920 la dictadura del proletariado era una posibilidad concreta: se trataba solo de organizarla y llevarla hasta sus últimas consecuencias. El Estado burgués estaba hecho pedazos, la burguesía andaba a tientas en la oscuridad, los trabajadores controlaban las fábricas. Pero el Partido Socialista, el partido que organizaba a las amplias masas proletarias, se asustó y retrocedió. Aquí también vale la pena recordar una larga cita de Trotsky:
… en septiembre de 1920, vivimos el gran movimiento en Italia. Precisamente en ese momento, en el otoño de 1920, el proletariado italiano alcanzó su punto más alto de fermento después de la guerra. Fueron ocupadas por los obreros fábricas, plantas, ferrocarriles, minas. El Estado estaba desorganizado, la burguesía estaba prácticamente postrada, su columna vertebral casi quebrada. Parecía que solo se necesitaba un paso más y la clase obrera italiana conquistaría el poder. Pero en ese momento, su partido, ese mismo Partido Socialista que había surgido de la época anterior, aunque formalmente adherido a la Internacional Comunista, pero con su espíritu y sus raíces aún en la época anterior, es decir, en la Segunda Internacional, ese partido retrocedió a causa del terror frente a la toma del poder, de la guerra civil, dejando al proletariado expuesto. El ala más resuelta de la burguesía en forma de fascismo y desde donde seguía siendo fuerte, en la policía y en el ejército, lanzó un ataque contra el proletariado. El proletariado resultó destrozado (31).
Por eso, el pequeño y gran Mussolini aparece cuando se abre (o se puede abrir) una situación revolucionaria. La burguesía, aterrorizada por la acción del proletariado, pone en movimiento las bandas fascistas, desata la furia de la pequeña burguesía contra las organizaciones de la clase obrera. El fascismo italiano nació directamente de la traición a la revolución proletaria: si el partido socialista –que, recordemos, era entonces una sección de la Tercera Internacional, aunque, como dice Trotsky, todavía imbuido del espíritu de la Segunda Internacional– hubiera traducido en la práctica lo que proclamaba solo de palabra, a saber, la dictadura del proletariado, probablemente nos hubiésemos ahorrado veinte años de fascismo. Se trataba de ser coherente con el programa que la dirección del Partido Socialista decía apoyar: llevar a la clase obrera al poder, expropiar a la gran burguesía, iniciar la construcción de una economía y de un Estado socialistas. Las premisas estaban todas allí: el enorme poder de la clase obrera en lucha ciertamente no habría sido intimidado por una banda de temerarios. Pero los dirigentes socialistas prefirieron esperar y postergar: restringieron con todas sus fuerzas a sus trabajadores de la lucha contra los fascistas, en realidad se plegaron a la legalidad burguesa. ¡Y he aquí veinte años de dictadura fascista servidos en bandeja de plata por temerosos líderes reformistas! Pero los líderes socialistas prefirieron esperar y postergar: retuvieron con todas sus fuerzas a sus trabajadores de la lucha contra los fascistas, se inclinaron de hecho ante la legalidad burguesa. ¡Y he aquí veinte años de dictadura fascista servidos en bandeja de plata por temerosos dirigentes reformistas!
No en vano, el Partido Socialista Italiano pronto sería expulsado de la Tercera Internacional, ya que no aceptará poner en discusión su propio «centrismo», es decir, su tendencia a oscilar entre posiciones revolucionarias (solo proclamadas) y posiciones reformistas (se niega a romper con el ala reformista de Turati a pesar de la petición de la Internacional). El fascismo fue una trágica lección para el proletariado italiano: la falta de un partido de tipo bolchevique se pagó muy cara. Ese partido nació –aunque con muchos límites debido a las posiciones de Bordiga, que lo encabezaba– recién en enero de 1921: el Partido Comunista de Italia. Será de corta duración porque el fascismo en el poder llevará a la dispersión de sus cuadros, condenando a los comunistas a la clandestinidad, el encierro, la prisión, la deportación.
El fascismo alemán
El ascenso al poder de Hitler y del nacionalsocialismo alemán también acarrea el peso de una derrota histórica de la clase obrera de la que una vez más es responsable su dirección, en este caso el estalinismo. El proletariado alemán en la prueba de los hechos demostró una «debilidad revolucionaria» que tiene esencialmente dos causas: por un lado, la socialdemocracia alemana y su papel histórico, por el otro, la incapacidad del Partido Comunista Alemán (dirigido por los estalinistas) para unirse los obreros bajo la bandera de la revolución. La socialdemocracia alemana, de orientación reformista, siempre había jugado un papel contrarrevolucionario: era el agente del capitalismo en las filas del movimiento obrero. Por eso Trotsky la define como un «obstáculo objetivo» que necesita ser eliminado (32). Trotsky es implacable al responsabilizar a la socialdemocracia alemana:
“la parte más podrida de la Europa capitalista está constituida por la burocracia socialdemócrata” que “ha renunciado a la revolución en nombre de las reformas”, que ha llegado a apoyar activamente la guerra imperialista, poniéndose como objetivo la salvaguarda de la sociedad burguesa. En pago por eso, acepta hasta renunciar a todas sus conquistas del pasado: “No existe espectáculo histórico más trágico y al mismo tiempo repugnante de la nauseabunda descomposición del reformismo entre los restos de sus conquistas y de todas sus esperanzas” (33).
Cuando el fascismo estaba a las puertas apelaron al aparato estatal, a los jueces, a la policía… de hecho, renunciando a la lucha.
Pero que la socialdemocracia alemana (es decir, el reformismo) actuase de esta manera no sorprende: los agentes de la burguesía son bastante predecibles en sus operaciones para liquidar a la clase. Lo que de ningún modo se daba por sentado era la gran responsabilidad histórica del Partido Comunista Alemán (estalinista) en esta tragedia. El Partido Comunista Alemán no era un pequeño partido: organizó a decenas de miles de militantes e incluso alcanzó altos porcentajes electorales. Pero debido a la responsabilidad de su dirección, bajo las órdenes de Stalin, renunció dehecho a luchar contra el fascismo. Sobre todo, se negó, por una suerte de sectarismo burocrático (alternado con políticas ultraoportunistas) a utilizar la táctica del frente único.
Esta última es una táctica que deriva de la condición objetiva del proletariado, que no es una clase homogénea: sus componentes adquieren conciencia a intervalos diferentes, por lo que se presenta en la mayoría de las fases históricas políticamente dividida en muchos partidos (y sindicatos). El partido revolucionario debe mantener siempre total independencia política y organizativa de los otros partidos de la clase (por ejemplo, los partidos reformistas y centristas) pero, para conquistar la mayoría del proletariado –premisa indispensable de la revolución– nunca debe entrar en conflicto con la exigencia de los obreros de construir una unidad de acción en la lucha contra el capital. Así, debe desafiar constantemente a las direcciones reformistas a construir una lucha unitaria, también para exponer sus reales intenciones a los ojos de los obreros. Esto es tanto más cierto frente a la amenaza del fascismo: negarse, como hizo el Partido Comunista Alemán, a realizar acciones comunes con las organizaciones reformistas contra el peligro fascista significa capitular al fascismo. Solo una política de frente único, basada en acuerdos prácticos limitados a las exigencias de las acciones –manteniendo así total independencia a nivel del programa («marchar separados, golpear unidos»)– permite la movilización en gran escala de la clase y, por lo tanto, crea las condiciones para la derrota de los fascistas y para la maduración política del proletariado (la conciencia obrera se desarrolla más fácilmente en la lucha). Solo gracias a la política de frente único el partido revolucionario podrá ganarse la confianza de las masas obreras que aún tienen como referente el reformismo:
el partido comunista debe demostrar a las masas y sus organizaciones la efectiva voluntad de conducir la lucha junto a ellos también con los objetivos más modestos, si estos objetivos van en el camino del desarrollo histórico del proletariado (34).
Por lo tanto, se debe principalmente al «factor subjetivo», es decir, a la negativa del Partido Comunista Alemán a actuar con una política de frente único, que el proletariado alemán, el proletariado más poderoso de la Europa de la época, «se haya encontrado impotente, desarmado y paralizado en el momento de su mayor prueba histórica» (35). Aunque no tenemos la oportunidad de profundizar este tema en este artículo, vale la pena recordar las oscilaciones criminales del estalinismo alemán en la Alemania en los años veinte e inicios de los treinta: de una política de total oportunismo hacia la socialdemocracia (1926-1928) pasó a la política visionaria del «Tercer Período» (a partir de 1928) para teorizar, en el momento más crítico, el «socialfascismo» (1930-1932), es decir, la presunta identidad entre fascismo y socialdemocracia (de la cual, el rechazo al frente único de lucha con el reformismo).
Los análisis del fascismo que hemos relatado en este artículo demuestran cuánto carece de fundamento la teoría del socialfascismo. Pero, por desgracia, la historia lo ha demostrado aún más. Una vez en el poder, el fascismo italiano y el alemán aniquilaron todas las organizaciones del proletariado: fue sin duda alguna la mayor derrota histórica de la clase obrera (36).
Conclusión
Como conclusión de este artículo, habiendo reconocido la verdadera naturaleza del fascismo y las responsabilidades históricas del reformismo y del centrismo en su ascenso al poder en Italia y Alemania, ha llegado el momento de trazar una línea imaginaria que conecta la década de 1920 e inicios de los años 1930 hasta la actualidad. Mientras tanto, el capitalismo, después de haberle dado a la humanidad una nueva guerra mundial y decenas de conflictos bélicos de carácter regional, entró en una nueva crisis general a principios del nuevo siglo. Los efectos de la crisis económica están siendo devastadores para las condiciones de vida de las masas pequeñoburguesas y proletarias: las tensiones sociales están en su punto más alto. Esta situación alimenta la rabia de la pequeña burguesía, que se aleja de los partidos burgueses tradicionales, arremete contra las instituciones parlamentarias y forja partidos populistas (como Fratelli d’Italia y la Liga), que enarbolan las banderas del racismo y del nacionalismo para cabalgar electoralmente el malestar social. En un contexto de este tipo, es probable que, con la apertura de una situación prerrevolucionaria, se creen condiciones favorables para el fortalecimiento de un partido revolucionario. Pero, dialécticamente, también es previsible que, como ya lo hizo en el pasado, el gran capital no dudará en apoyar, cada vez con más frecuencia, las hipótesis bonapartistas y en jugar de nuevo la carta del fascismo, si no puede prescindir de él.
Por lo tanto, es esencial que la clase obrera se prepare para una dura confrontación: en un contexto tan inestable, la lucha de clases puede convertirse en guerra civil. No basta, como hacen algunos exponentes de la izquierda reformista o intelectual, quejarse del peligro fascista desde lo alto de las cátedras universitarias o sentados en los cómodos sillones de las salas de televisión. Estas «quejas» a menudo esconden el único objetivo de reunir votos a favor de los partidos burgueses. Donde haya un peligro fascista real –y no se puede descartar que esto ocurra pronto– se debe organizar la autodefensa obrera; sería necesario, como recuerda Trotsky, construir milicias de autodefensa a partir de los piquetes de huelga, de los barrios de inmigrantes pobres que arriesgan su vida todos los días por los ataques de grupos fascistas y racistas. Lo que debemos hacer de inmediato, sin embargo, es construir ese frente único de acción y de lucha de los trabajadores que Trotsky consideraba fundamental para oponerse a las políticas burguesas, para sentar las bases del poder obrero y evitar, así, que se arraigue el fascismo.
No hay mejores palabras para concluir un artículo sobre el fascismo que las contenidas en el Programa de Transición, es decir, en el manifiesto fundacional de la Cuarta Internacional, escrito en un momento histórico (finales de los años ’30) cuando los regímenes fascistas parecían destinados a durar para siempre:
Los demócratas pequeñoburgueses (…) cuanto más gritan ruidosamente frente al fascismo, más canallescamente capitulan frente a él en los hechos. Solo destacamentos armados de obreros, que sientan detrás de sí el sostén de decenas de millones de trabajadores, pueden derrotar a las bandas fascistas. La lucha contra el fascismo no empieza en las redacciones de los periódicos liberales sino en las fábricas, para acabar en las calles (37).
Notas:
[1] También un compañero de Alternativa Comunista de Bari fue agredido y gravemente herido por una banda de fascistas de Casapound. Se puede leer el artículo en este link: https://www.alternativacomunista.it/content/view/2602/1/.
[2] TROTSKY, León. “La sola via” (1932), in: I problemi della rivoluzione cinese e altri scritti, [“El único camino” (1932), en: Los problemas de la revolución china y otros escritos], Einaudi, 1970, p. 359. En español, ver: “El único camino”, en: Historia de la Revolución Rusa, disponible en: https://www.marxists.org/espanol/trotsky/1932/septiembre/14.htm. En algunos casos, las traducciones en italiano fueron parcialmente revisadas por los autores de este artículo sobre la base de una constatación con las traducciones de este mismo artículo en otros idiomas.
[3] TROTSKY, León. Programma di transizione (1938). Italia:Massari Editore, 2008, pp. 67-71.
[4] TROTSKY, León. “La svolta dell’Internazionale comunista e la situazione in Germania” (1930), in: I problemi della rivoluzione cinese e altri scritti, cit., p. 304. [El giro de la Internacional Comunista y la situación en Alemania” (1930), en: Los problemas de la revolución china y otros escritos]. En español, disponible en: https://www.marxists.org/espanol/trotsky/1930/giro-aleman.htm
[5] TROTSKY, León. “La chiave della situazione è in Germania” (1931), in Scritti 1929-1936. Italia:Einaudi, 1962, p. 289. [“La clave de la situación está en Alemania” (1931), en Escritos 1929-1936]. En español, ver: Alemania, la clave de la situación internacional, disponible en: https://www.marxists.org/espanol/trotsky/1931/noviembre/26.htm
[6] TROTSKY, León. “E ora?” (1932), Ivi, p. 304. [“¿Y ahora? – Problemas vitales del proletariado alemán”, en: La revolución alemana y la burocracia estalinista. Disponible en: https://www.marxists.org/espanol/trotsky/1932/enero/25.htm
[7] TROTSKY, León. “La svolta dell’Internazionale comunista e la situazione in Germania”, cit., p. 305. En español, ver: ídem, op. cit.
[8] TROTSKY, León. “E ora?…”, op. cit., 295. En español, ver: ¿Y ahora? – Problemas vitales del proletariado alemán”, op. cit.
[9] TROTSKY, León. “¿Y ahora? …”, op. cit.
[10] TROTSKY, León. “La svolta dell’Internazionale comunista e la situazione in Germania”, cit., p. 305. En español, ver: ídem, op. cit.
[11] Ibídem, p. 305. En español, ver: ídem, op. cit.
[12] TROTSKY, León. “La questione tedesca” (1934), in La Terza Internazionale dopo Lenin [“La cuestión alemana” (1934), en: La Tercera Internacional después de Lenin].Schwarz Editore, 1957, pp. 264-265: “Lo smarrimento e la divisione delle classi dominanti; l’indignazione della piccola borghesia, la sua sfiducia nell’ordine esistente; la crescente attività militante della classe operaia; infine una politica corretta da parte del partito rivoluzionario: ecco le immediate condizioni pregiudiziali per una rivoluzione”. [“El desconcierto y la división de las clases dominantes: la indignación de la pequeña burguesía, su desconfianza en el orden existente; la creciente actividad militante de la clase obrera; por fin una política correcta de parte del partido revolucionario: he aquí las inmediatas condiciones perjudiciales para una revolución”].
[13] TROTSKY, León. “La chiave della rivoluzione è in Germania”, op. cit., p. 290. En español, ver: ídem, op. cit.
[14] TROTSKY, León. “E ora?…”, op. cit., p. 308. En español, ver: ídem, op. cit.
[15] TROTSKY, León. “La sola via”, op. cit., p. 362. En español, ver: ídem, op. cit.
[16] TROTSKY, León. “E ora?”, op. cit., p. 308. En español, ver: ídem, op. cit.
[17] “Oggi la borghesia tedesca non governa direttamente; politicamente parlando, essa è completamente sottomessa a Hitler e alle sue squadracce. Tuttavia in Germania la dittatura della borghesia permane inalterata dal momento che tutte le condizioni della sua egemonia sociale sono state mantenute e rafforzate. Espropriando politicamente la borghesia, Hitler l’ha salvata (…) dall’esproprio economico” [“Hoy la burguesía alemana no gobierna directamente: políticamente hablando, está completamente sometida a Hitler y su equipo. Sin embargo, en Alemania la dictadura de la burguesía permanece inalterada desde el momento en que todas las condiciones de su hegemonía social han sido mantenidas y reforzadas. Expropiando políticamente a la burguesía, Hitler la ha salvado (…) de la expropiación económica”], in: L. Trotsky, “La natura di classe dello Stato soviético” (1933), in Opere scelte, vol. 5 [en: “La naturaleza de clase del Estado soviético” (1933), en Obras escogidas, vol. 5.]. Italia: Prospettiva Edizioni, p. 398. En español, ver: https://www.marxists.org/espanol/trotsky/ceip/escritos/libro3/T05V127.htm
[18] TROTSKY, León. “E ora?…”, op. cit., p. 309. En español, op.cit.
[19] TROTSKY, León. “E ora?…”, op. cit. p. 347. En español, op. cit.
[20] TROTSKY, León. “La questione tedesca”, op. cit. 260. En español, op. cit.
[21] TROTSKY, León. “La sola via”, op. cit., p. 360. En español, op. cit.
[22] TROTSKY, León. “E ora?…”, op. cit. p. 308. En español, op. cit.
[23] Ídem, p. 296. En español, op. cit.
[24] Ibídem. En español, op. cit.
[25] Ibídem. En español, op. cit.
[26] TROTSKY, León. “La sola via”, op. cit., p. 355. En español, op. cit.
[27] TROTSKY, León. “Che cos’è il nazionalsocialismo?” (1933), in: La rivoluzione cinese e altri scritti, cit., pp. 422-423. [“¿Qué es el Nacionalsocialismo?” (1933), en: La revolución china y otros escritos]. En español, ver: https://www.marxists.org/espanol/trotsky/1933/junio/10.htm
[28] Anaximandro.
[29] TROTSKY, León. “Completare il programma e metterlo all’opera”, in: appendice al Programma di transizione, op. cit., p.160. En español, “Completar el programa y ponerlo en práctica”, cita tomada de la revista Marxismo Vivo n.° 7, pp. 133-134.
[30] Sobre este tema, véase el artículo de Ruggero Mantovani, “Biennio rosso: la storia di una rivoluzione mancata” [“Bienio rojo: la historia de una revolución fracasada”], en: Trotskismo oggi, n. 9.
[31] TROTSKY, León. “Relazione di bilancio sul quarto congresso dell’Internazionale comunista” (1922), in Scritti sull’Italia. Italia: Massari Editore, 1990, pp. 92-93. En español, cita tomada de https://www.marxists.org/espanol/trotsky/1922/diciembre/28.htm
[32] TROTSKY, León. “La chiave della rivoluzione è in Germania”, op. cit., p. 281. En español, op. cit.
[33] TROTSKY, León. “E ora?…”, op. cit., p. 295. En español, op. cit.
[34] TROTSKY, León. “E ora?…”, op. cit., p. 237. En español, op. cit.
[35] TROTSKY, León. “La tragedia del proletariato tedesco”, in: La terza internazionale dopo Lenin, op. cit., p.243. [“La tragedia del proletariado alemán”, en La Tercera Internacional después de Lenin].
[36] Vale la pena recordar que el estalinismo de allí a poco pasó, de un salto, a una política totalmente opuesta: la del “frente popular”, es decir, la alianza de gobierno con los partidos burgueses (VII Congreso de la Internacional Comunista, 1935). Sucesivamente, el estalinismo llegará hasta firmar un pacto militar y colonial (de separación de Polonia) con Hitler: el pacto Molotov-Ribbentrop (agosto de 1939).
[37] TROTSKY, León. Programma di transizione, op. cit., p. 91.
Artículo original de la revista teórica Trotskismo oggi, 2018, republicado en www.partitodialternativacomunista.org, 21/10/2022.-
Traducción: Natalia Estrada.