Jue Mar 28, 2024
28 marzo, 2024

Algunas reflexiones sobre el «morenismo»

Por Martín Hernández

Texto publicado originalmente en el Marxismo Vivo especial (2007), dedicado a los 20 años de la muerte de Nahuel Moreno.

Normalmente, dentro de la izquierda, cuando un determinado dirigente adquiere una gran proyección y aporta algo cualitativamente diferente a sus antecesores, sea esto positivo o negativo, sus seguidores, o incluso sus enemigos, identifican a ese movimiento con su nombre. Así se habla de marxismo, de leninismo, de estalinismo o de trotskismo. Ya en vida de Moreno, y mucho más después de su muerte, algunos millares de personas, organizados incluso en corrientes diferentes, nos autodenominamos «morenistas», como forma de identificarnos con las ideas y la labor práctica del dirigente trotskista argentino Nahuel Moreno, muerto hace 20 años.

Ahora cabe preguntarnos: ¿es justa esta denominación? ¿Existe un «morenismo»? ¿Moreno hizo aportes cualitativos que justifiquen hablar de «morenismo»? ¿O esa denominación no es más que la identificación cariñosa con un dirigente trotskista muy respetado?

A propósito de este tema de los nombres que adquieren los movimientos, es necesario observar que estas denominaciones no siempre son justas. El propio Moreno opinaba que era injusto hablar de «marxismo» porque esa denominación identifica una determinada concepción del mundo con el propio Carlos Marx cuando, en realidad, ella era producto del trabajo práctico e intelectual de un equipo formado por él y Federico Engels. De esta forma, esta injusticia histórica, tal vez surgida por limitaciones idiomáticas, condenó a Engels a un papel auxiliar, de colaborador de Marx, cuando era mucho más que eso.

El caso del trotskismo también merece ser analizado. En los primeros años de lucha contra Stalin, ni Trotsky, ni sus seguidores hablaban de «trotskismo» para identificar su movimiento. Ellos se autodenominaban «bolcheviques/leninistas» y tenían razón. No se podía hablar de «trotskismo» porque, si bien Trotsky había jugado un papel brillante en la Revolución de Octubre y al frente del Ejercito Rojo en la Guerra Civil, no había incorporado al marxismo leninismo algo que fuese cualitativo y que, por lo tanto, mereciese identificar su movimiento con su nombre. Quien comenzó a hablar de trotskismo fue Stalin, con el objetivo de contraponer a Trotsky y sus seguidores con Lenín y los bolcheviques. Por eso, tanto Trotsky como sus compañeros, en esos primeros años, cuando hablaban de trotskismo, siempre ponían la palabra entre comillas («trotskismo»).

Sin embargo, con el pasar del tiempo, esa denominación acuñada por Stalin fue siendo incorporada por los discípulos de Trotsky, no para diferenciarlo de Lenín sino de Stalin y, en ese momento, esa denominación del movimiento fue correcta porque Trotsky, en su lucha contra Stalin, hizo un aporte cualitativo al marxismo. Fue la interpretación sobre la degeneración burocrática de la URSS y de la tarea que se desprendía: la revolución política.

Si analizamos con estos criterios al «morenismo», tendríamos que hacer una doble interpretación. Sin duda, Moreno hizo aportes al trotskismo, la mayoría de los cuales están resumidos en su trabajo Actualización del Programa de Transición.

Moreno pudo aportar al marxismo porque siempre buscó un equilibrio entre la acción practica y el estudio, la reflexión y la elaboración teórica. Sin embargo, esos aportes, siendo muy importantes, no fueron cualitativos con relación a las elaboraciones de Marx, Engels, Lenín y Trotsky. En este sentido, no podríamos hablar de la existencia de un «morenismo» como una síntesis superadora del marxismo. Sin embargo, si localizamos a Moreno en el interior del movimiento trotskista, sí podemos hablar de un «morenismo» como una corriente diferenciada, con una personalidad propia en casi todo los terrenos. Diferente y, en muchos aspectos, opuesta al resto de las corrientes que integraron, e integran, el denominado movimiento trotskista.

El movimiento trotskista: varias décadas en la marginalidad

Cuando Trotsky construyó la IV Internacional era conciente que lo hacía «remando contra la corriente». Él pretendía que fuera la continuidad de la III Internacional de la época de Lenín. Sin embargo, el contexto mundial en que se construyeron estas dos internacionales fueron opuestos. La III Internacional fue el subproducto del triunfo de la más grande revolución de la historia: la Revolución de Octubre. La IV Internacional fue el subproducto del más grande proceso contrarrevolucionario: el fascismo, de un lado, y el estalinismo, del otro.

Justamente, por eso, el tema de construir o no la IV Internacional fue tan polémico entre los revolucionarios. Trotsky insistía en construirla y sus críticos le decían que no había ningún acontecimiento de la lucha de clases que lo justificase. A ellos, Trotsky les respondía que había dos grandes acontecimientos: el estalinismo y el fascismo.

Para Trotsky, si no se construía la IV, el estalinismo y el fascismo acabarían con todo tipo de vestigio de programa y organización revolucionaria. Cuando, en el año 1938, Trotsky construyó la IV no lo hacía con la esperanza de ganar, en ese momento, a las masas para ese programa, sino con el objetivo de poder intervenir en el próximo, e inevitable, ascenso revolucionario con un programa y una organización revolucionaria internacional.

Trotsky sabía perfectamente que la IV Internacional estaba aislada de las grandes masas, pero pensaba que esto sería por un corto espacio de tiempo.

La Segunda Guerra Mundial, en su interpretación, abriría una situación revolucionaria y, al igual que lo que sucedió con los bolcheviques durante la Primera Guerra, esa situación llevaría a que la IV se transformase en una internacional de masas.

Trotsky, en un sentido, acertó. La derrota del fascismo durante la Segunda Guerra Mundial abrió una situación revolucionaria como nunca antes se había visto. Pero, sin embargo, eso no fortaleció a la IV Internacional sino al estalinismo, que usurpó las conquistas de la Revolución de Octubre en su propio provecho, y fue visto por las masas como el abanderado de la lucha contra el fascismo. Esta realidad condenó a la IV Internacional al aislamiento y, más aún, a la marginalidad por varias décadas.

El Movimiento Trotskista fue heroico por haber luchado durante mucho tiempo para mantener vivo el programa de la revolución proletaria contra aparatos tan poderosos como el fascismo y el estalinismo. Pero, tal como señalaba Marx, «la existencia determina la conciencia» y, en el caso del trotskismo, una existencia marginal llevó, en la mayoría de los casos, a todo tipo de procesos degenerativos y al abandono, en la práctica, del programa revolucionario.

Nahuel Moreno comenzó a militar en la Argentina, posiblemente en uno de los lugares donde el trotskismo era más marginal. Fue, tal vez, esa realidad lo que lo llevó durante toda la vida, a pesar de las condiciones objetivas adversas, a luchar duramente, casi con desesperación, por encontrar, en el marco del programa trotskista, el camino de las masas e intentar así romper con la marginalidad.

Moreno, en forma casi permanente, trató de dar una explicación a las causas y consecuencias de la marginalidad del movimiento trotskista de la cual él era parte. No conocemos otro dirigente trotskista que se haya preocupado con este tema. Y esto no es casualidad. Tiene que ver con la propia marginalidad. Como Moreno repitió tantas veces: «hay sectores del movimiento trotskista que son tan marginales que no saben que son marginales».

Al encuentro de las masas

Muchas organizaciones trotskistas se adaptaron a la marginalidad a tal punto que, durante varias décadas, se construyeron centenas de pequeños grupos que tuvieron, y tienen, como práctica central, intentar destruir a otro grupo trotskista, la mayoría de las veces tan pequeño como ellos, para ganar para su «partido» a uno o dos militantes de la otra organización. Para cumplir  ese objetivo normalmente se valen de cualquier expediente, desde maniobrar hasta calumniar. Este sector del «trotskismo», victima de la marginalidad, renunció, en la práctica a la eterna batalla de Trotsky: encontrar, con un programa revolucionario, el camino de las masas.

Como decíamos anteriormente, Nahuel Moreno se negó a adaptarse a la marginalidad. La obsesión de toda su vida fue encontrar el camino hacia las masas y en especial hacia la clase obrera. Moreno estaba obsesionado por encontrar las consignas y las tácticas que pudieran establecer un puente entre los trotskistas y las masas. Pero seríamos injusto con el movimiento trotskista si dijésemos que Moreno fue el único que buscó ese camino. Eso no es verdad. Hubo muchas organizaciones y dirigentes trotskistas que también lo hicieron. Pero, lo que sí es verdad, es que Moreno fue uno de los pocos que luchó por encontrar el camino hacia las masas en el marco del programa trotskista.

La nueva dirección de la IV Internacional después de la muerte de Trotsky (Michel Pablo y Ernst Mandel) no actuó como una secta marginal frente a las masas que, después de la Segunda Guerra Mundial, se agruparon en torno a los partidos comunistas. Por el contrario, intentaron romper con la marginalidad, pero lo hicieron con una orientación contradictoria con el programa trotskista. Llamaron a los trotskistas a entrar en los partidos comunistas para actuar, en la práctica, como consejeros de las direcciones estalinistas.

A tal punto esto fue así que, en el año 1953, cuando los obreros de Alemania Oriental se levantaron contra el gobierno de la burocracia, la dirección de Pablo y Mandel, en un primer momento, se puso del lado del gobierno contra las masas.

En el caso de la Revolución Boliviana de 1952, el trotskismo tampoco fue marginal. Todo lo contrario. En el proceso revolucionario, el Partido Obrero Revolucionario (POR), la sección de la IV Internacional, ganó influencia de masas. Mas aún, ocupó un papel destacado al frente de las milicias armadas que agrupaban a más de 100.000 obreros y campesinos. Pero la dirección de la IV Internacional, Pablo y Mandel, nuevamente pretendió ir al encuentro de las masas por fuera del programa trotskista. Su orientación fue dar apoyo crítico al gobierno burgués del MNR. Fue la primera traición del trotskismo a una revolución.

En esa época, el joven Moreno tuvo una posición opuesta. Él también buscó el camino de las masas, pero no a punto de capitular a la conciencia atrasada de éstas, que apoyaban al gobierno burgués del MNR. Llamó a no tener ninguna confianza en el gobierno del MNR y planteó que el poder lo tomase el organismo que las masas habían construido durante la revolución, la Central Obrera Boliviana (COB). Planteó, en forma coherente con el programa trotskista: ¡Todo el poder a la COB!

En Nicaragua, a fines de la década de 1970, las masas se insurreccionaban contra la dictadura de Somoza. A su frente se colocó el FSLN (Frente Sandinista de Liberación Nacional). La Fracción Bolchevique, dirigida por Moreno, lanzó como consigna: ¡Victoria al FSLN! Frente a este mismo hecho, el SWP de los EE.UU., actuó como una secta marginal. Decía, con razón, que el FSLN era una dirección pequeñoburguesa, pero no tuvo ninguna política o, mejor dicho, su política se limitó a agitar esa caracterización.

Por el contrario, Moreno, además de plantear la consigna ¡Victoria del FSLN!, llamó a formar una Brigada Internacional (la Brigada Simón Bolívar) para intervenir, junto con los sandinistas, en la lucha armada contra Somoza.

La Brigada se formó, entró en Nicaragua y participó de los combates que llevaron a la derrota de la dictadura de Somoza.

El prestigio que ganó la Brigada en Nicaragua fue muy grande y el mismo fue usado, por orientación de Moreno, para organizar después de la victoria varias decenas de sindicatos obreros. Esta política llevó a un enfrentamiento con la dirección sandinista, que acabó expulsando a la Brigada de Nicaragua y entregándola a la policía de Panamá, que apresó y torturó a los brigadistas.

El SWP de los EE.UU., que había actuado como una secta marginal, intentó ir al encuentro de las masas, pero lo hizo de una forma desastrosa.

Paró de agitar que el FSLN era una dirección pequeñoburguesa y pasó a apoyarla en el mismo momento que ella, que había jugado un rol muy progresivo en la lucha contra Somoza, pasaba a jugar un papel regresivo al intentar reorganizar el estado burgués. Pero no se limitó a eso. Cuando los sandinistas expulsaron a la Brigada Simón Bolívar, la dirección del SWP, en conjunto con el resto de la dirección del Secretariado Unificado de la IV Internacional, formó una delegación que se entrevistó con la dirección sandinista para darle su apoyo y para denunciar a los trotskistas de la Brigada como «ultraizquierdistas». Fue una nueva traición.

La misma historia, aunque con otros personajes, se repitió en el Brasil. También a fines de la década del 70, Moreno propuso, como forma de ir al encuentro de las masas, llamar a la clase obrera y a los dirigentes sindicales a construir un Partido de los Trabajadores. Esta propuesta fue tomada por los dirigentes sindicales y por los trabajadores y así se construyó el PT. Otra corriente trotskista, el lambertismo, en un primer momento, respondió a esta propuesta como una secta marginal. Denunció, con razón, que al frente del proyecto del PT estaba un sector de la burocracia y que el PT no sería un partido revolucionario. Pero fueron incapaces de ver, en ese momento, que ese partido obrero de masas abriría un importante campo para el trabajo de los revolucionarios. Por eso su política se limitaba a denunciar a Lula y su corriente y a llamar a construir «sindicatos libres», sin la burocracia, los que eran, en la práctica, sindicatos de los militantes y simpatizantes lambertistas. Pero esa posición no duró mucho tiempo.

Cuando el lambertismo «descubrió» el PT creyó haber tocado el «cielo con las manos» y pasó al otro extremo. Confundieron un hecho enormemente progresivo, miles y miles de obreros, campesinos y jóvenes construyendo un partido obrero, independiente de la burguesía, con algo sumamente regresivo: una dirección burocrática, la de Lula y su corriente, queriendo construir un partido independiente para colaborar con la burguesía. A partir de allí se lanzaron, correctamente, a construir el PT, pero lo hicieron capitulando, una y otra vez, a la dirección del lulista. Los resultados están a la vista. Pasados más de 20 años, el lambertismo continúa siendo parte del PT cuando éste, desde el gobierno, no hace otra cosa que administrar los negocios de la burguesía.

Por otra parte, el 80% de sus militantes y dirigentes abandonaron sus filas para integrarse al aparato controlado por Lula, a tal punto que una buen aparte de los ministros y funcionarios de confianza del gobierno Lula provienen de la corriente lambertista.

El trotskismo obrero

Hemos señalado anteriormente cómo la mayoría del Trotskismo, en su afán de romper con la marginalidad, intentó encontrar el camino de las masas rompiendo para eso con el programa trotskista. La marginalidad del trotskismo y el tremendo peso de los aparatos, en especial de las nuevas direcciones (titoísmo, maoísmo, castrismo, PT.…) causaron esta situación. También hemos mostrado cómo Nahuel Moreno, en toda su trayectoria militante, se diferenció de la mayoría del movimiento trotskista. Sin embargo, no es nuestro interés canonizar a Moreno. Si así actuásemos estaríamos siendo antimorenistas.

Moreno también sufrió en carne propia la marginalidad del trotskismo y no fue inmune a la presión de las nuevas direcciones. Así, por ejemplo, no pudo escapar a la influencia de la dirección cubana. Una dirección pequeñoburguesa, sin ninguna relación con la clase obrera, contraria a la democracia obrera, que se puso al frente de una revolución y por eso provocó una ola de simpatía en la vanguardia y en las masas de todo el continente y el mundo.

Moreno llegó a identificar a Fidel Castro y al Che Guevara como su dirección y a considerar que por fuera del castrismo, no existía «… otra corriente revolucionaria en América». Sin embargo, Moreno, a diferencia de la mayoría de las otras corrientes del movimiento trotskista, no llevó estas ideas hasta las últimas consecuencias. Por el contrario, en la medida que los hechos lo iban demostrando, fue desnudando y denunciando el carácter burocrático y pequeño burgués de la dirección castrista y el creciente carácter contrarrevolucionario de su política.

¿Por qué Moreno, a pesar de sus opiniones iniciales, no se transformó, como la mayoría de las corrientes trotskistas, en un vocero del castrismo? ¿Por qué pudo reorientar su posición y la de la corriente que él dirigía? Porque Moreno, a pesar de sus dudas y confusiones momentáneas, siempre se mantuvo fiel a la clase obrera, sus intereses y sus luchas.

La relación de Nahuel Moreno con la clase obrera surgió en sus primeros años de militancia. Fue ganado para el trotskismo en el año 1939 (cuando aún Trotsky estaba vivo). El trotskismo argentino de aquella época no sólo era marginal. Peor que eso, como bien señalaba Moreno, el trotskismo argentino «era una fiesta». Ser trotskista significaba participar en reuniones interminables, de intelectuales pequeñoburgueses, que se reunían en distintos bares de Buenos Aires para conversar sobre los más diversos temas políticos. Por eso no deja de ser curioso que Moreno haya sido ganado para el trotskismo por uno de los pocos obreros que existían en ese movimiento. Un trabajador marítimo llamado Faraldo.

Fue justamente ese obrero marítimo quien lo conectó por primera vez, en el año 1941, con los obreros de la fábrica textil Alpargatas, una de las más importantes del país. Fue en esa fábrica que conoció a un dirigente obrero boliviano, Fidel Ortiz Saavedra, por quien Moreno sintió una gran admiración. Fidel era semianalfabeto, pero tenía un alto nivel político y era un gran orador. Lo ayudó a Moreno a ganar para el trotskismo a un grupo de jóvenes obreros con los cuales formó el GOM (Grupo Obrero Marxista).

Fueron esas relaciones con Faraldo, con los obreros de la fábrica Alpargatas, con Fidel Ortiz Saavedra, con el dirigente de los obreros de la madera Mateo Fossa (que se entrevistó con Trotsky), con los jóvenes obreros del GOM las que le hicieron sacar a Moreno una conclusión fundamental: no hay trotskismo fuera de la clase obrera.

De tal forma que en el primer documento político que Moreno escribió (en el año 1943), «El Partido», señala: «Lo urgente, lo inmediato, hoy como ayer es: aproximarnos a la vanguardia proletaria y rechazar como oportunista todo intento de desviarnos de esa línea, así se presente como una tarea posible». Consecuente con esta conclusión, en el año 1945 la mayoría de los militantes del GOM, con Moreno a la cabeza, rompieron en forma definitiva con el trotskismo de los bares de Buenos Aires. Se fueron a vivir a Villa Pobladora que era la principal concentración obrera del país la cual se transformó en una «fortaleza trotskista».

Esta orientación de Moreno, en relación con la clase obrera, que mantuvo hasta su muerte, lo diferenció profundamente, no de todos, pero sí de la mayoría de los otros dirigentes trotskistas.

A propósito de esta relación de Moreno con la clase obrera, él señaló en uno de sus últimos trabajos: “A lo largo de mi vida política, después, por ejemplo, de mirar con simpatía al régimen que surgió de la revolución cubana, he llegado a la conclusión de que es necesario continuar con la política revolucionaria de clase, aunque postergue la llegada al poder para nosotros en veinte o treinta años o lo que sea. Nosotros aspiramos que sea la clase obrera la que verdaderamente llegue al poder, por eso queremos dirigirla.”

Moreno y la Internacional

Trotsky le dio tanta importancia a la construcción de la Internacional que el genial dirigente de la Revolución de Octubre, el constructor y dirigente del victorioso Ejército Rojo, consideraba que su aporte más importante a la revolución había sido la construcción de la pequeña y frágil IV Internacional.

Opinaba esto por una razón simple. Porque cuando encabezó la construcción de la IV no había otra persona que pudiera emprender esa tarea y porque consideraba que era imposible construir un partido revolucionario, a nivel nacional, si no era como parte de una internacional. Sin embargo, a pesar de los esfuerzos de Trotsky, hoy la IV Internacional está destruida y esto merece algunas consideraciones.

Siempre hubo muchas organizaciones trotskistas, a nivel nacional, que consideraron que ser internacionalistas, es simplemente apoyar las luchas que se dan en otros países, aunque no sean parte de una organización internacional. También siempre hubo, y hay, importantes organizaciones nacionales, que se autodefinen como trotskistas, pero que consideran que no están dadas las condiciones para la construcción de un partido mundial.

Hay otros grupos trotskistas, que están a favor de la construcción de un partido revolucionario internacional, pero que entienden esta «internacional» como una suma de partidos nacionales subordinados a un partido nacional mayor que sería una especie de «partido madre».

Por fin, en la historia del movimiento trotskista han existido una serie de organizaciones y de dirigentes que, estando a favor teóricamente de la construcción de la Internacional, han tenido una actitud superficial frente a la misma. No han dedicado el grueso de sus esfuerzos a su construcción e incluso no han tenido mayores problemas en romper con ella en función de una diferencia nacional o circunstancial.

Todas estas organizaciones, que constituyen la amplia mayoría del movimiento trotskista, nunca han comprendido, o no han estado de acuerdo, con algo que fue central en el pensamiento de Trotsky y de los bolcheviques: que la revolución tiene un carácter mundial, que por eso se precisa de un partido mundial y que no es posible construir un partido revolucionario nacional, si no hace parte de una Internacional.

En este sentido, la labor internacionalista de Nahuel Moreno aparece como una de las pocas excepciones en el movimiento trotskista. La primera organización creada por Moreno, el GOM de Argentina, desde 1944 hasta 1948, tenía una práctica «internacionalista» similar a la que tuvo y tiene una buena parte del movimiento trotskista. El GOM apoyaba las luchas de los trabajadores de todo el mundo y más aún, reivindicaba la IV Internacional, pero no estaba comprometido con su construcción. Esta realidad cambió a partir del año 1948, cuando Moreno participó como delegado del II Congreso de la IV Internacional.

Desde ese momento, el objetivo central de Moreno no fue sólo construir un partido, o varios partidos nacionales, sino una internacional que los agrupase. Es interesante ver que Moreno, por llevar adelante una lucha consecuente en defensa del programa trotskista, siempre tuvo muchas dificultades en su actuación en el interior de la IV Internacional. Sin embargo, las diferencias, los enfrentamientos, e incluso las tremendas injusticias, nunca lo llevaron a tener una actitud apresurada y mucho menos autoproclamatoria de formar su propia internacional, como lamentablemente muchos dirigentes hicieron.

Moreno no llamó a romper con la Internacional cuando, en el año 1951, el III Congreso Mundial reconoció como sección oficial en la Argentina al grupo dirigido por J. Posadas, un dirigente que, además de capitular abiertamente al peronismo y al estalinismo, desprestigió a toda la IV con sus políticas delirantes (como el llamado a que la URSS lanzase la bomba atómica contra los EE.UU. o la necesidad de formar comités de recepción para los OVNIS).

Cuando, en el año 1953, la Internacional se dividió, y se formó el Comité Internacional, encabezado por el SWP de los EE.UU., que agrupaba a los sectores que se oponían a la capitulación de Pablo al estalinismo, Moreno no llamó a romper con ese Comité, a pesar de que éste, en diez años, no convocó un sólo congreso mundial.

Cuando, en el año 1963, la Internacional se reunificó, Moreno se opuso por la falta de cualquier balance. Pero un año después llamó a entrar para no quedar afuera de ese marco internacional.

En el año 1969 el IX Congreso de la Internacional votó que la sección oficial de Argentina era el PRT (El Combatiente), una organización que estaba rompiendo con el trotskismo (cosa que se concretó un tiempo después).

Moreno no llamó a romper la IV Internacional. Por el contrario, fue un defensor intransigente de ella, luchando en su interior por dotarla de un programa revolucionario.

Moreno sólo llamó a romper con el SU en el año 1979. Es decir, después de casi 30 años de lucha contra las varias direcciones pablistas y neopablistas.

Sólo llamó a romper cuando la lucha de clases nos colocó en bandos opuestos: la dirección del SU se solidarizó con la dirección del FSLN de Nicaragua cuando éste reprimió a la Brigada Simón Bolívar y, a la vez prohibió construir partidos trotskistas en Nicaragua y en varios países de América central.

Pero Moreno no rompió con el SU para abandonar la lucha por la IV Internacional, ni para autoproclamar una nueva Cuarta. Cuando rompió, se aproximó de otras corrientes internacionales (el lambertismo y una corriente que provenía del SU) con las cuales encaró la tarea de construir el Comité Internacional – Cuarta Internacional (CI-CI). Éste tenía como su principal objetivo reconstruir la IV. Fue recién cuando esta experiencia fracasó (a partir de la capitulación de Lambert al Frente Popular en Francia) que Moreno llamó a construir la LIT – CI a partir de su propia corriente.

Moreno quedó al frente de la LIT y, poco tiempo después, también del MAS (la sección argentina de la LIT). Los resultados de esa actividad fueron impresionantes. Cuando Moreno murió, la LIT se había convertido, de lejos, en la corriente internacional más dinámica del trotskismo y el MAS era el mayor partido de la izquierda argentina y el mayor partido trotskista del mundo.

En la historia del movimiento trotskista, en varias oportunidades, también se dieron saltos importantes de una determinada sección o de una corriente internacional. Como esos saltos se daban en el marco de la marginalidad, en la mayoría de los casos, ayudaron a confundir a los dirigentes que estaban al frente de ellos y, de esta forma, esos avances alimentaron proyectos de «partidos madres», a la vez que varias IV Internacionales fueron autoproclamadas. Moreno hizo todo lo contrario.

Moreno, aunque estaba al frente de la corriente más dinámica del trotskismo, no autoproclamó a la LIT como la «IV Internacional reconstruida».

No fue por casualidad que su última tarea internacional antes de morir fue viajar a Inglaterra para intentar construir una organización junto con los dirigentes del Workers Revolutionary Party de ese país. Moreno actuaba así porque no veía a la LIT como un objetivo en sí mismo, sino como un instrumento al servicio de la reconstrucción de la IV Internacional. Por otra parte, Moreno, que se apoyó mucho en el MAS argentino para construir la LIT, nunca consideró a esta organización como un «partido madre». Por el contrario, para Moreno, el MAS era sólo parte de una organización internacional, la LIT-CI.

Una y otra vez, insistió que la más poderosa y probada dirección nacional es inferior a la más débil de las direcciones internacionales y esta concepción está plasmada, incluso, en los estatutos de la LIT-CI, que no permiten que un partido nacional, por mayor que sea, tenga más de tres miembros en la dirección internacional. Tampoco permiten que las dos mayores secciones juntas puedan tener más de la mitad de esa misma dirección.

Éstas fueron las últimas lecciones que nos dejó Moreno antes de morir y ellas contrastan notablemente con las que dejaron la mayoría de los dirigentes de su generación

Existe, legítimamente, una corriente morenista

Por todo lo dicho anteriormente estamos haciendo justicia si decimos que Moreno construyó una corriente con un perfil propio, a la que denominamos morenismo. No es diferente del movimiento trotskista de la época de Trotsky, pero fue, y es, muy diferente a la mayoría del movimiento trotskista surgido después de la muerte de Trotsky. Esto es así en casi todos los terrenos: la relación con la teoría, el programa, las masas, la clase obrera, la internacional…

Hay varios dirigentes que se reivindican trotskistas que intentan mostrar la falencia de Moreno y el morenismo. Entre ellos se destacan notablemente el PO (Partido Obrero) y el PTS (Partido de los Trabajadores por el Socialismo), ambos de Argentina.

Estas organizaciones utilizan un método curioso, pero por cierto nada original. La destrucción del MAS, después de la muerte de Moreno, sería la prueba más fehaciente de la falencia de Moreno y el morenismo. Si este tipo de razonamiento fuese verdadero la restauración del capitalismo en el Este europeo sería una prueba categórica de la falencia del marxismo. De la misma manera que la degeneración estalinista de la ex URSS, del Partido Comunista de la Unión Soviética y de la III Internacional serían una prueba de la falencia del bolchevismo.

Pero estas corrientes cometen un error más. Analizan la trayectoria de un dirigente internacional y sólo consideran su actividad nacional sin tomar en cuenta lo que para Moreno era su actividad central: la construcción de la Internacional. Por eso, analizan la destrucción del MAS y no se refieren a la situación de la LIT-CI.

La LIT, al igual que el MAS, pasó por una importante crisis y, para eso, contribuyeron factores subjetivos y objetivos: la muerte del propio Moreno y las confusiones creadas a partir de los procesos del Este europeo. Pero, desde hace un cierto tiempo, la LIT no sólo ha dado un salto cualitativo en la superación de su crisis, sino que hoy en día, es una referencia para un número importante de organizaciones de los más variados países, que ven la necesidad de construir una organización revolucionaria internacional, centralizada democráticamente.

Evidentemente la actual dirección de LIT tiene su mérito en estos logros. Pero, en realidad, nuestro verdadero mérito fue haber seguido tres consejos básicos de Moreno para superar las crisis de las organizaciones trotskistas: ser más marxistas que nunca, ligarnos cada vez más a la clase obrera y ser más internacionalistas que nunca.

Sin duda, en los últimos años, hemos avanzado en la tarea de construir la LIT, pero no podemos ser conformistas. Porque, ni para Moreno ni para nosotros, la construcción de la LIT es un objetivo en sí mismo: construimos la LIT para intentar reconstruir la IV Internacional.

Este es el momento histórico para encarar esa tarea. Porque las masas se insurreccionan y porque las revoluciones del Este hirieron de muerte al estalinismo. No hay así más razones objetivas para nuevas y largas décadas de marginalidad.

Reconstruir la IV Internacional es nuestro objetivo estratégico. Si en el próximo período avanzamos en esta tarea, estaremos haciendo honor al título de morenistas, con el cual sólo queremos decir que somos trotskistas (de Trotsky). Ese será nuestro mejor homenaje, práctico, no sólo a Moreno sino a todos los revolucionarios que dieron lo mejor de sus vidas para que la Internacional viva.

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