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Alemania nazi: la economía capitalista en la guerra

marzo 17, 2019

Las impresionantes victorias militares de Alemania y, sobre todo, el colapso de Francia generó una serie de teoría improvisadas, que surgieron como setas después de la lluvia. Estas teorías, a pesar de ser diversas, se unen para postular el nacimiento de un nuevo sistema social. El punto de concordancia entre estos innovadores es que el fascismo está moviéndose en dirección a un sistema social que no es más capitalismo. Aunque los cambios en el mapa político de Europa expliquen psicológicamente el surgimiento de nuevas teorías, ellas son, sin embargo, incapaces de presentar una base lógica.

Por: Marc Loris (seudónimo de Jean van Heijenoort) [1]. Publicado en: Cuarta Internacional, diciembre de 1941, pp. 313-316

Una diferencia en la estrategia militar, evidentemente, ofrece poco terreno para inferir una diferencia en los sistemas sociales. En realidad, cada sistema social posee diversas estrategias correspondientes a las diversas etapas de su desarrollo, o, más precisamente, corresponden a la capacidad de los líderes políticos y militares de adaptar la ciencia de la guerra a cada nueva fase de ese desarrollo.

Además de la nueva estrategia, es la economía alemana desde 1936 la que ofrece a los teóricos improvisadores su arsenal de argumentos más fértil. Hitler, según dicen, expropió a los capitalistas, el sistema antiguo está muerto, etc. El método es simple. Consiste en ver la economía alemana actual enteramente separada de la que le antecedió y entonces sus características son tan distorsionadas que parecen “no capitalistas” y finalmente un nombre sonoro como “colectivismo burocrático”, o cualquier otro rótulo que alcance la imaginación, está adherido a la improvisación.

Para resolver un problema de tal magnitud, como la sucesión de dos sistemas sociales, es imperativo evitar un período muy breve de la historia. Es peligroso determinar la forma de una curva simplemente extendiendo un segmento muy corto. Para saber dónde estamos y para dónde vamos, comenzaremos por una breve revisión del pasado. En particular, un examen de la primera gran guerra imperialista nos enseñará exactamente cuáles son las nuevas características de la lucha actual.

Una Breve Reseña Histórica

En 1914, las grandes potencias entraron en la guerra preparadas para un conflicto corto. Las medidas tomadas en la esfera económica difícilmente superaron la adquisición de estoques de botas y municiones. Pero, los primeros meses de guerra trajeron dos grandes sorpresas. Primero, la guerra se negó a terminar rápidamente; en segundo lugar, el consumo de armamentos confundió la imaginación – las municiones que exigieron muchos meses para ser almacenadas se agotaron en pocas horas. Confrontada con una demanda tremendamente aumentada, la industria se vio prontamente en apuros. Toda la organización económica amenazó entrar en colapso. El Estado tuvo que intervenir y emitir comandos rudos para emerger del caos. En todos los principales países beligerantes, el mismo fenómeno se manifestó: en Francia, Inglaterra, Alemania.

Pero el último fue el que asumió la forma más acabada. La razón fundamental para ello era la ubicación geográfica central de Alemania: la dificultad de sus comunicaciones con el mercado mundial en tiempos de guerra, su falta de acceso a fuentes de materias primas en las colonias y, después, el bloqueo británico. El país se tornó una fortaleza sitiada. Además de las materias primas, las necesidades vitales se tornaron escasas con rapidez. Los precios se dispararon. El gobierno fijó precios máximos y luchó contra la especulación y el acúmulo, pero tuvo poco éxito y en poco tiempo fue forzado a solicitar todos los suplementos y a distribuirlos con base en el racionamiento individual. Bajo la iniciativa y el control estatales, se crearon corporaciones para cada producto alimenticio. Estas compraron toda la producción a un precio fijado por el gobierno y dividieron carteles para promover nuevos y después incluso imponer su formación (Zwangs syndisierung). El propio gobierno formó corporaciones para la asignación de ciertos materiales industriales básicos. El comercio exterior se tornó la función de un buró gubernamental; el mercado de cambio fue similarmente controlado. El consumo de naturaleza no militar era rígidamente restringido. Los intermediarios y los comerciantes en general vieron su papel disminuir enormemente. El Reichstag oyó innumerables quejas de liberales amedrentados por esa invasión del Estado, mientras los socialdemócratas, ansiosos por justificar su sumisión al Estado imperialista, saludaron la llegada del “socialismo de Estado”.

Con el fin de la guerra, el sistema de control estatal desapareció, tanto en Alemania como en otros países. Eso no significa, sin embargo, que el capitalismo emergió de la guerra exactamente de la misma forma en que había entrado. ¡Al contrario! La intervención del Estado en la economía tomó nuevas formas, sobre las que no necesitamos detenernos aquí. el punto esencial es que la movilización estatal de la economía, que aseguró una producción formidable de armamentos, se mostró incapaz de sobrevivir a la guerra, menos de elevar el nivel de las fuerzas productivas y conducir el capitalismo hacia fuera de su callejón sin salida.

¿Cómo la economía de guerra, que reina hoy en Alemania, difiere de la de 1915-1918? Cuatro diferencias importantes aparecen: primero, la economía fue colocada en pie de guerra a fines de 1936, tres años antes de la declaración formal de guerra; segundo, el aparato estatal alemán está en manos del partido nazi; tercero, el control estatal de la economía es más amplio que en la última guerra; cuarto, el capitalismo está veinte años más viejo. Vamos a examinar atentamente cada una de esas diferencias.

Intervención del Estado en 1936-1939

La introducción de la economía de guerra (Wehrwirtschaft) en tiempo de paz, ya a fines de 1936, es un problema político muy importante. Pero quedó claro desde el inicio, que la guerra era el único objetivo de la Wehrwirtschaft. En la guerra, encontró su continuación lógica y, sin guerra, sería inconcebible.

Consecuentemente, cuando la cuestión envuelve una cuestión tan fundamental como la naturaleza de un sistema social, esa diferencia de la primera Guerra Mundial asume un carácter episódico, especialmente si tenemos en mente el hecho de que la Europa de 1936-1939 estaba en una situación de guerra latente. Consciente o inconscientemente, el evangelio de un “nuevo orden” en Alemania debe mucha de su popularidad a la fuerza del poder estatal, comandado por un partido fascista. Declaraciones anticapitalistas no faltaban a la confusión de la demagogia fascista antes de 1933. ¿La “revolución” de las clases medias, que llevaron a Hitler al poder, no tendría base económica? ¿Y no es esa “revolución”, precisamente, el acto de disciplinar el capital por el Estado del que somos testigos ahora en Alemania? Incluso un examen superficial de la economía alemana de 1933 a 1941 da un golpe irreparable a esa fábula.

La concentración y la centralización del capital avanzaron a pasos largos desde 1933. Las grandes corporaciones crecieron a costa de las pequeñas. El comercio al por menor permanece en condiciones de inanición. El Estado nazi intervino activamente para acelerar la evolución económica, por ejemplo, acelerando la transformación de millares de artesanos en obreros o soldados. Pero, además de tales medidas directas, todo el control estatal de la economía actúa a favor de los grandes contra los pequeños capitalistas. La burocracia nazi actúa de forma mucho más arbitraria e independiente en relación a los pequeños capitalistas (por no citar a los artesanos) y es mucho más “complaciente” en presencia de los grandes. La reglamentación del comercio exterior favoreció enormemente a las grandes empresas y permitió que aplastasen a sus pequeños y medianos competidores en ese campo. La centralización del Estado se combinó con la centralización económica – el mismo fenómeno que se observó durante la primera guerra imperialista. Ese proceso es una refutación directa del “anticapitalismo” nazi, que supuestamente debería enriquecer a las clases medias, que llevaron el partido al poder. Bajo el disfraz de frases demagógicas, la burocracia nazi desempeña el mismo papel que la burocracia tradicional del Estado burgués.

Otros teóricos improvisadores describen diferentemente el origen del “nuevo orden”: el partido nazi, financiado y llamado al poder por el gran capital, se libertó de su maestro exactamente como la escoba hizo con el aprendiz de hechicero. El nazismo se comprometió a eliminar la burguesía capitalista a favor de su propio engrandecimiento. Él “controla” su propiedad, lo que significa que, en realidad, dispone de esa propiedad. Aquí, la falla básica en el método de la improvisación se destaca con más claridad. Los improvisadores toman la propiedad privada como se define legalmente, jus utendi et abutendi, el derecho de usar y abusar, ellos oponen la situación actual a esa definición. La divergencia [entre la definición legal y la realidad, ndt] es tan marcante que ellos se apresuran a concluir que la propiedad privada fue abolida. En realidad, toda propiedad tiene carácter social, y la propiedad capitalista más que cualquiera de las formas anteriores. Un capitalista puede “usar y abusar” de su capital no como su capricho dicte, sino de una manera bien definida, si no es pasible de una penalidad inmediata, o sea, la quiebra. Él no puede usar su lucro como quiera. Debe acumular para mejorar sus equipos y expandir su emprendimiento. En caso contrario, pierde no solo su lucro, sino también su capital original. A cierta altura, la competencia lo fuerza a abandonar la propiedad individual de su negocio y a entrar en una corporación y, más tarde, en un cartel. Finalmente, se le obliga a trabar una guerra, a dedicarle a ese propósito una parcela cada vez mayor de sus lucros y a soportar la intervención arrogante de militaristas y burócratas. Todo eso prueba que la propiedad capitalista es un fenómeno contradictorio, de carácter auto devorador. Y eso nosotros lo sabemos desde la época de Marx. En una economía de guerra, las contradicciones de la propiedad capitalista aparecen en su forma más agravada, pero la propiedad capitalista no es abolida de modo alguno: la prueba más clara de ello es la propia guerra.

Llegamos ahora a la tercera diferencia en relación a la primera guerra imperialista. ¿El presente control estatal no constituye tal diferencia de grado, para justificar la conclusión de una diferencia de género? Tal inferencia no tiene ningún fundamento. En la producción de bienes de consumo, especialmente de alimentos, el control estatal en 1918 no era menos riguroso que ahora. En la industria pesada (armamentos y medios de producción), los actuales métodos de control evitan medidas violentas como la requisición [de sus productos, ndt] a partir de la ocupación de ciertas fábricas, que fueron impuestas por el ejército en la primera guerra, en Alemania. Gracias a la experiencia pasada y a la larga preparación, las actividades del Estado ahora penetran en la economía de una forma más orgánica y, en general, más completa que en la última guerra. Finalmente, parece que, en la esfera del crédito, el control estatal tuvo progresos mensurables. Pero, a pesar de que los nazis perfeccionaron la técnica de control, no hicieron grandes innovaciones y es manifiestamente imposible inferir el nacimiento de un nuevo orden social, a menos que alguien esté preparado para reconocer que ese orden ya nació en Alemania en 1915.

Repetición no significa identidad. El capitalismo de 1941 no es más el de 1916. Pasó por la primera guerra, por los choques de la época de posguerra, por la gran depresión. Aquí reside la mayor diferencia entre las dos guerras. Concomitantemente, el presente conflicto impone demandas mucho más profundas sobre la economía. Todos los países, victoriosos y derrotados, saldrán del abate con sus sistemas económicos mucho más debilitados que en 1918. ¿Se puede esperar un aumento apreciable de las fuerzas productivas para acompañar la guerra? Hasta ahora, por lo menos, ninguna indicación nos permite tener tal esperanza. La intervención estatal en la economía alemana está cumpliendo la misma tarea de antes: moviliza todas las fuerzas nacionales durante toda la duración de la lucha, solo para dejar la economía todavía más débil y postrada. Con el agotamiento de toda la sociedad es muy posible que, después de esta guerra, las formas de control estatal abandonas al final de la última guerra sean ahora perpetradas. Pero, está claro que eso puede ser apenas el medio para organizar la miseria en masa. Lo que tenemos delante no es un nuevo sistema capaz de llevar a la humanidad hacia adelante, sino una forma de estancamiento y la decadencia del antiguo sistema capitalista.

¿Cuál es la naturaleza de la economía alemana?

Para determinar la condición real de la economía alemana, debemos hacer más que oponerle el cuadro sereno de una economía de libre comercio perfecta (e irreal). Sobre todo, debemos delinear las formas y el carácter de la intervención del Estado. La economía alemana es una economía de guerra, proyectada para la guerra y comprometida con la guerra. Su palabra de orden central es “Armas en vez de mantequilla”. La reducción del consumo es un rasgo fundamental de la Wehrwirtschaft y, en Alemania, se llevó al extremo. Eso está relacionado directamente a la limitación de nuevas inversiones. El objetivo de esas medidas es desviar todos los recursos de la nación (capital, fuerza de trabajo, materias primas) de producción de bienes de consumo para la producción de artefactos de guerra. El Estado está apto, al mismo tiempo, para movilizar, mediante préstamos, todo el poder de compra que permanece no absorbido por falta de bienes de consumo. La guerra que separó la economía alemana del mercado mundial impuso una restricción adicional. El despotismo, originalmente engendrado por la crisis, se transformó directamente en despotismo militar.
Si examinamos estas medidas, vemos que se parecen a sí mismas y a través de su traducción para el lenguaje de decretos y reglamentos, como restricciones y negaciones, en vez de constructivas y positivas. El Estado le impone ciertos límites a la actividad económica, siendo estos límites dictados por las necesidades de la guerra (o por la preparación para la guerra). Pero, dentro de esos límites, el lucro capitalista todavía es su fuerza motriz.

Basta agarrar uno de los levantamientos económicos oficiales nazis para encontrar innumerables referencias a la iniciativa capitalista. Esto no es una retórica vacía. Si un día Hitler estatiza la industria, o sea, rompe el vínculo llamado propiedad entre los capitalistas y los medios de producción, y pasa a administrar la economía a través de funcionarios del Estado, la cantidad y la calidad de la producción de armamentos entrarían en una decadencia inmediata.

Una característica importante de la economía alemana es su sistema de control de precios. A fines de 1936, los precios fueron “congelados” por el gobierno. Esta medida fue una consecuencia directa de la necesidad de financiar el rearmamento. Sin esto, la inflación estaba a un paso de distancia. En el fondo, representa una nueva manipulación de dinero, en vez de un ataque al carácter capitalista de la economía. Este último, además, no dejó de hacer sentir su presencia. La calidad de la mercancía, particularmente de los bienes de consumo, comenzó a deteriorarse a una tasa que rápidamente equivalía a un aumento de precios de 40% a 50%. Los precios en sí no cesaron de subir lentamente. Pero, aun sin tener en cuenta esas manifestaciones, se puede decir que ese mecanismo regulador no sacudió la estructura del lucro privado. Los sumos sacerdotes responsables por el control de precios repiten frecuentemente que “costo no es precio” (Kosten sind keine Preise). Eso significa que los precios fijados por el Estado no pueden determinarse por el costo de producción, sumado a un porcentaje del lucro. Esa afirmación es interesante porque reconoce, primero, la existencia de lucro y, segundo, la ausencia de cualquier tasa de lucro oficial y automática. Los precios (y lucros) aumentan con el permiso oficial, a medida que la demanda aumenta acentuadamente. Pero, es mucho más importante entender la justificación de ese principio por los comentaristas oficiales. Uno de ellos declara: “Si el emprendedor garantiza sus costos, no será más forzado a introducir métodos más eficientes para reducir los gastos de sus negocios con respecto a salarios y materias primas y no es más forzado a invertir continuamente nuevos capitales para ese fin” (Weltwirtschaftliches Archiv, 1940). Aquí, claramente expuesta, está toda la diferencia en las visiones del emprendedor capitalista y del funcionario del Estado.

Muchos improvisadores invocan el segundo plan de cuatro años de Hitler para descubrir una economía “planeada” en Alemania. Manifiestamente, esto es seguir a los nazis en su abuso del lenguaje. La diferencia entre los planes quincenales soviéticos y el plan de cuatro años de Hitler es clara a simple vista. El plan soviético envuelve (de forma más o menos competente) toda la economía.

El plan de Hitler no es un plan en el sentido preciso del término, sino un programa y, además, muy vago, tanto político como económico. La primera medida fue centralizar el control estatal de la economía en manos de Goering, que promulgó, desde fines de 1936, decretos que son, en general, restrictivos y prohibitivos. Siempre que la situación en ese u otro ramo de la industria se tornaba particularmente grave, el Estado hacía sentir su voz autoritaria. Esta no es la construcción planeada de la economía, sino un tipo de supervisión policial que termina en peleas al primer conflicto que amenace interrumpir el funcionamiento de una máquina, operando en el límite de su capacidad. Todos los reglamentos de Goering no son constructivos y positivos, sino esencialmente negativos en carácter. Esa característica del “plan” nazi es especialmente clara en el campo de las inversiones. El Estado restringe las inversiones en ciertos sectores para que los fondos puedan fluir para otros. El Estado tiene un plan positivo y detallado apenas para financiar algunas industrias nacientes, que representan una fracción despreciable de la economía nacional y esa siempre fue una de las funciones del Estado capitalista.

La economía alemana no puede, de ninguna manera, caracterizarse como economía “planeada”. Los propios nazis emplean con bastante frecuencia la expresión “gesteuerte Wirtschaft” o “economía orientada”. Eso está mucho más próximo de la verdad. El Estado orienta todas las fuerzas nacionales a una única dirección: la lucha militar. Incontestablemente, eso le confiere a la economía ciertas características específicas. Pero la iniciativa privada, canalizada en los diques del control estatal, todavía desempeña un papel demasiado importante para hablar de planeamiento. Finalmente, la idea de planeamiento implica un desarrollo armonioso de las fuerzas productivas, mientras la orientación militar de la economía alemana crea grandes desproporciones.

También es necesario llamar la atención hacia un punto en que los improvisadores frecuentemente pasan en silencio. Esa orientación de la economía se determina a largo plazo no por la forma del poder político, sino por la naturaleza del propio sistema económico. A menos que se acepte la teoría del “hombre malo”, la explicación para la guerra no está en el mal carácter de Hitler, sino en el hecho de que las contradicciones entre las fuerzas productivas desarrolladas y las relaciones de producción anticuadas, en la ausencia de la revolución proletaria, encuentran su única salida en la guerra. El Estado apenas ayuda en el intento de solución de esta tarea, impuesta por fuerzas fuera de su control.

Las fórmulas de los improvisadores

Entre los improvisadores que buscan negar la naturaleza capitalista de la economía alemana, algunos se apresuran a leer Marx, con el propósito de extraer de sus obras alguna definición de capitalismo que no se aplique más al Tercer Reich. En general, su procedimiento se resume a definir la economía capitalista como una “economía de mercado”. Concluyen entonces: Como los precios en Alemania se determinan no por las leyes automáticas del mercado, sino por decretos estatales, la economía no es más capitalista. Seguramente, la intervención del Estado en la esfera de la circulación ofrece ciertos canales suplementares para la manipulación de precios. Pero no hay esencialmente nada de nuevo en eso. Por casi medio siglo, los monopolios y carteles se impusieron precisamente la tarea de convertir el libre comercio en su opuesto. ¿Los monopolios son empresas “no capitalistas”? La fórmula de los improvisadores es falsa porque intentan definir el capitalismo, buscando sus características esenciales en la esfera de la circulación.

El marxismo nos enseña que una definición correcta del capitalismo solo puede establecerse por la búsqueda de las relaciones esenciales en la esfera de producción, que, por su lado, determina las de la esfera de la circulación.

¿Hasta qué punto es correcto hablar de “economía fascista”? Si eso pretende establecer una correspondencia abarcadora entre el fascismo y el tipo de economía existente en Alemania, entonces la expresión es errónea. El fascismo es esencialmente un fenómeno político. Las medidas económicas aplicadas por el fascismo tienen su paralelo en otro lugar. Bajo su caperuza feudal, el Japón de Mikado [emperador, ndt] está mucho más próximo, en su régimen político, de la Rusia de los zares que de la Alemania de Hitler. Sin embargo, Japón se aproxima al tercer Reich más que cualquier otro país en su control estatal de la economía. Al contrario, la España de Franco, fascista en el sentido correcto de la palabra, no sigue en lo absoluto a Alemania en el campo económico. Finalmente, los Estados Unidos “democráticos”, por no mencionar a Gran Bretaña, están construyendo su economía de guerra adaptando los métodos de Hitler a sus propias necesidades. Está claro que la economía de guerra se ajusta más rápidamente al régimen político totalitario que el fascismo ofrece. Por otro lado, la guerra tiende a tornar todos los regímenes totalitarios. Pero, el fascismo continúa siendo un fenómeno político específico. La expresión “economía fascista”, que de hecho identifica la superestructura política con la base económica, puede producir apenas malentendidos y confusión.

Una definición precisa sería la de que una economía de guerra capitalista en la época del imperialismo decadente. Si esa definición parece menos “original” que la de los improvisadores, ella tiene la ventaja inestimable de ser científicamente exacta y ofrecer una guía confiable para nuestra acción.

Los improvisadores implican o declaran categóricamente que el control estatal de la economía de guerra en Alemania representa un cierto progreso, así como los monopolios y carteles de algunas décadas atrás. Ellos son exitosos. La concentración y centralización del capital, que alcanzó su ápice en la forma de carteles monopolios, etc., llevó a un desarrollo colosal de las fuerzas productivas y, literalmente, llevó a la sociedad al umbral del socialismo. El control de Estado no representa nada parecido. En tiempo de guerra, empuja las fuerzas productivas nacionales a su límite extremo, apenas para dejar el país devastado y arruinado al final. ¿La economía de qué país emergerá más fuerte de lo que era antes de esta guerra? ¿Dónde está entonces el “progreso”?Lenin le prestó mucha atención a la intervención del Estado en la economía durante la última guerra. Él denominó esa fase del capitalismo como imperialismo de monopolio estatal. Demostró su continuidad en el desarrollo del imperialismo y subrayó que constituía el agravamiento, en cierto sentido, la culminación de todas las tendencias del último. En 1916, señaló ciertas características progresistas en este fenómeno. La regulación de la economía era de enorme valor educacional para las masas. Preveía, en mayor grado que los monopolios, que la futura organización socialista representaba el ápice de todo el proceso de centralización del capital y era un convite directo al proletariado para tomar en sus propias manos la dirección de la economía.

Pero, no estamos viviendo más en el año 1916. Desde entonces, la sociedad pasó por la revolución rusa, la crisis de la posguerra, la gran depresión de preguerra, la economía planeada soviética y finalmente entró en la Segunda Guerra Mundial. Los métodos de control empleados en Alemania y en otros países no nos enseñan nada de nuevo después de las experiencias de la última guerra y especialmente después del planeamiento soviético. La aplicación de esos métodos, lejos de tener cualquier efecto saludable sobre la economía, lleva directamente a vastas desproporciones y resulta en una asustadora destrucción de las fuerzas productivas. Finalmente, debemos resaltar nuevamente el carácter profundamente degenerado de nuestra época. El capitalismo pasó su apogeo. Las derrotas de la revolución proletaria, debido a las traiciones de la Segunda y Tercera Internacionales, y su consecuente atraso, no abrieron nuevos caminos para el capitalismo, apenas ampliaron su período de decadencia. La sociedad está muy madura para el socialismo y comenzó a pudrirse por el atraso. La intervención del Estado no aparece más como la culminación de la dinámica del desarrollo anterior, sino como la reorganización reaccionaria de una sociedad en decadencia. Es por eso que es imperdonable hablar hoy de su carácter “progresista”.

Ocasionalmente, se afirma que los nazis están construyendo un orden transitorio. El materialismo histórico hace mucho nos enseñó que todos los regímenes son transitorios. Para darle cualquier significado a esta declaración, primero es necesario especificar el punto de partida y el destino de la transición. Lo que los improvisadores realmente quieren decir es que la Alemania actual constituye una transición entre el capitalismo y el socialismo. ¿El fascismo es una transición para el socialismo en el sentido político y social? Solo se puede responder negativamente, a menos que se acepte la ideología nazi. ¿La afirmación tiene más peso en el sentido estrictamente económico? La intervención del Estado en la economía, por sí sola, no es de forma alguna una tendencia socialista. En la marcha hacia el socialismo, la economía debe pasar necesariamente por la estatización. Pero eso no significa, nunca, que toda estatización sea necesariamente de carácter socialista. Todavía se hace necesario responder dos preguntas más: ¿quién realiza la estatización? ¿con qué fin? Además, se debe tener en mente que la economía alemana está lejos de ser estatizada. El control de la economía por el Estado imperialista en sí mismo y sus consecuencias no puede desarrollar las fuerzas productivas, pero puede dejarlas en ruinas. Lejos de ser una transición para el socialismo, representa un retroceso a la barbarie.

Todas las improvisaciones sobre el tema del carácter “no capitalista” de la economía alemana, los aspectos progresistas de la imposición de un régimen nazi, siendo algo “nuevo”, etc., etc., representan apenas, en último instancia, una capitulación a la demagogia nazi. Ellos son uno de los subproductos de nuestro período de reacción, que no solo perjudicó la vida y los valores materiales, sino también la capacidad de los hombres de pensar.

Fuente: Jean van Heijenoort, Capitalist Economy in War,  https://www.marxists.org/history/etol/writers/heijen/works/capitalist.htm

[1] Jean van Heijenoort fue secretario de Trotsky de 1932 a 1939.

Traducción: Marcos Margarido

Traducción del portugués: Davis

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