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Afganistán | Los generales y Obama en su laberinto [2010]

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PHOTO/DAVID FURST/
agosto 20, 2021

A modo de contribuir con la comprensión del contexto de los últimos hechos en Afganistán y la política del imperialismo, reproducimos este artículo que, originalmente, fue publicado en la revista de la LIT-CI, Correo Internacional – Tercera Época n° 2, de 2010.

La guerra de Afganistán es uno de los elementos más importantes de desprestigio y crisis de la administración Obama y de las FFAA de EEUU.

Recientemente esta crisis explotó en las “alturas”, en el centro del alto comando de las Fuerzas Armadas de EEUU. El punto álgido fue la remoción del comandante de las tropas americanas en Afganistán, el general Stanley McChrystal. El detonante de la crisis fueron las explosivas declaraciones del General a la revista Rolling Stone atacando a varios funcionarios de la administración Obama, inclusive al mismo presidente.
 
Entre otras cosas, McChrystal llamó “payaso” al general Jim Jones asesor de Seguridad Nacional, dijo que Richard Holbrooke, enviado de la Casa Blanca para Afganistán y Pakistán, es como uno “animal herido” por el temor a perder su puesto, rió cuando llamaron al vicepresidente Joe Biden: “Bite Me” (algo como “No molestes”), finalmente afirmo que Obama estaba “incómodo y molesto” la primera vez que se encontraron.
 
Obama no tuvo otra salida que destituir a McChrystal, quien fue sustituido por David Petraeus, ex comandante de las tropas estadounidenses en Irak. Petraeus aseguró que mantendrá en Afganistán, la estrategia norteamericana de contrainsurgencia.
 
Un cambio tan importante en “las alturas” no puede explicarse, si no tiene como telón de fondo la situación de la guerra y el contexto político y social, esto es el de la lucha de clases, en que esta se desarrolla. Y en relación a ello no hay otra conclusión posible: la crisis del mando militar de EEUU, refleja la crisis de una ocupación militar sin salida y la derrota que están sufriendo en la guerra.
 
Por qué los EEUU están perdiendo esta guerra?
 
En julio de 2010, la guerra de Afganistán cumplió 8 años y 9 meses (105 meses en total), así pasa a ser el conflicto armado más largo en que han combatido los Estados Unidos. La guerra de Vietnam, que duró 103 meses, fue sobrepasada. No casualmente, la guerra de Irak es la tercera en duración (87 meses).
 
Obviamente, no es necesario un análisis muy profundo para concluir que, si el más poderoso imperialismo de la historia no consiguió derrotar uno de los países más pobres del mundo, algo va muy mal. Y en una guerra quien no consigue derrotar un enemigo militar y económicamente mucho más débil empieza a sufrir un desgaste inevitable, reflejado en un sin número de pérdidas materiales y humanas.
 
En primer lugar, el imperialismo sufre una correlación de fuerzas mundial desfavorable después del fracaso de la ofensiva guerrera auspiciada por el presidente Bush. El objetivo estratégico de invadir, ocupar militarmente y garantizar la estabilidad política Medio Oriente y Asia Central, para asegurar el acceso a las fuentes estratégicas de petróleo, fracasó totalmente. Fue la resistencia de las masas de Irak, Afganistán, Líbano, Palestina, América Latina y otros países y regiones, quien jugó un rol protagónico en esta derrota.
 
Por esto, los Estados Unidos están obligados a luchar a la vez en las dos guerras más largas de su historia. Y no hay perspectiva de término de estas ocupaciones militares. Esto significa que el país tiene un enorme gasto público para mantener más de 200 mil soldados, con sus armas y municiones, en los dos países, sin contar el desgaste político en las FFAA, los partidos políticos, la burguesía y la creciente impopularidad de la guerra en la opinión pública. Es decir, el imperialismo está metido en dos atolladeros.
 
En segundo lugar, hubo un cambio político en las masas afganas. En 2001 los Estados Unidos ocuparon el país y expulsaron a los talibanes, con sólo una débil resistencia. Hoy, es evidente que si el Talibán está presente en el 97% del país y realiza acciones en un 80%  del territorio, como reconocen las agencias de inteligencia imperialistas, es porque la mayoría del pueblo afgano está contra la ocupación y si no participa directamente de la lucha de resistencia, al menos la apoya políticamente y quiere la expulsión del invasor que le causó tanto sufrimiento en estos años.
 
Por otro lado, en el terreno militar propiamente dicho, Estados Unidos también está perdiendo la guerra. Junio fue el mes con el mayor número de bajas de las tropas de la OTAN (103 soldados muertos a manos de los insurgentes). El Talibán controla el sur y el sureste del país. La ofensiva de las tropas americanas en Marja, en la provincia de Helmand, es una “úlcera sangrante”, según el propio general McChrystal.
Finalmente, pero no menos importante, hay que agregar un elemento: la guerra es cada vez más impopular entre los trabajadores y el pueblo norteamericano e inclusive en sectores de la misma burguesía que no encuentran sentido en la continuación de tamaño esfuerzo económico y militar.
 
Pero, siempre queda una duda: ¿la mayor potencia del mundo no podría movilizar sus inmensos recursos económicos y militares y derrotar fácilmente el Talibán y la resistencia afgana? Es decir, ¿los Estados Unidos no podrían ganar esta guerra?
 
La respuesta a estas preguntas no puede ser disociada del contexto geopolítico mundial y el proceso histórico de la lucha de clases en Afganistán. Desde este enfoque, queda claro que el imperialismo enfrenta una situación muy difícil. Geográficamente el territorio está constituido por un 85% de altas montañas. Es un país rural, con una infraestructura destruida después de 30 años de guerras. Las masas campesinas tienen un entrenamiento práctico en tres décadas de lucha guerrillera. Así derrotaron al poderoso ejército soviético, después combatieron en la guerra civil y hace nueve años vienen enfrentando a las tropas de EEUU y de la OTAN. Son combatientes acostumbrados a las batallas en condiciones extremadamente duras.
 
Según los expertos militares de la propia CIA, para ganar los EEUU tendrían que movilizar un millón de soldados, lo que sólo sería posible con el restablecimiento de la conscripción, medida que sufre fuerte resistencia entre la población de EEUU desde la derrota de Vietnam. Sería necesario atacar militarmente con toda fuerza, sin limitaciones, causando un número de bajas civiles similar a los dos millones de vietnamitas muertos durante el conflicto, lo que obviamente causaría una conmoción mundial. Y sería necesario estar dispuesto a aceptar la pérdida inevitable de soldados americanos, en el mismo nivel, por ejemplo, que la guerra de Vietnam (más de 58.000 soldados muertos).  
 
Además, hay que recordar que todas estas medidas fueron aplicadas en Vietnam y aun así los EE UU perdieron la guerra. De todas maneras, en Afganistán estos costos políticos podrían provocar una reacción de masas y un movimiento anti-guerra dentro de EE UU, es decir, una crisis política para el gobierno imperialista, injustificable en la situación actual.
 
Negociación con el Talibán: la única salida para EEUU en la situación actual
 
Si no puede ganar la guerra, pero tampoco puede admitir una derrota cabal que significaría salir de Afganistán y dejar que el Talibán vuelva al poder, sólo resta a EEUU negociar, en las mejores condiciones posibles, un acuerdo con los insurgentes.
 
Por esto, el gobierno de Bush, a partir de 2006, adoptó una nueva táctica, diferente de la que motivó la invasión de Afganistán y de Irak. Esta nueva táctica es la contrainsurgencia (llamada “coin”). Su objetivo sería ganar los “corazones y mentes” de la población afgana (y de otros países donde los EEUU están combatiendo), con acciones políticas y sociales. A la vez, buscan fortalecer y formar un ejército y una policía afganas que puedan controlar el país cuando las tropas imperialistas se retiren.
 
La política de contrainsurgencia no se contradice con un aumento de tropas o de operaciones militares. Sin embargo, estas se encuentran subordinadas a la acción política y a la negociación. Cuando la contrainsurgencia se aplicó en Irak a partir de 2006, con el nombre de “surge”, el imperialismo trató de enviar un contingente de más 30 mil soldados para reforzar su presencia militar. Pero, la acción más importante fue la negociación con un sector de las milicias suníes que pasaron a recibir millones de dólares mensuales para no atacar a las tropas americanas y sí a Al Qaeda.
 
Cuando asumió el gobierno, Obama se dispuso a hacer algo parecido. Nombró al general Stanley McChrystal, que antes era el segundo al mando en Irak, para dirigir las tropas de EE UU en Afganistán. Después, a pedido del general, envió más de 30.000 soldados para combatir el Talibán. El objetivo no era ganar la guerra, tarea imposible en las circustancias que explicamos antes, pero sí imponer derrotas parciales y debilitar el Talibán para imponer una negociación en mejores términos. Junto con eso, presionado por la opinión pública que lo voto, Obama fijó para agosto de 2011 la retirada total de las tropas yanquis del país.
 
Cuando asumió McChrystal pidió 40.000 soldados más para lograr imponer derrotas al talibán y negociar en condición de fuerza. Su demanda fue casi totalmente atendida, Obama mandó 30.000. Pero no funcionó. El problema es que el enemigo no estaba de acuerdo con el esquema imperialista. La feroz ofensiva lanzada en febrero en la ciudad de Marja, se está alargando en combates constantes. El propio ejército de EEUU fue obligado a aplazar para septiembre la ofensiva en la provincia de Kandahar que estaba prevista para este mes de junio.  
 
Un episodio reciente retrata más que cualquier análisis el deterioro de la situación político-militar y las dificultades de la estrategia de la contra-insurgencia. Uno de los soldados afganos, destacado en las tropas británicas para formarse participando de las misiones de un regimiento de infantería de los famosos gurkas nepaleses, asesinó un capitán británico, otro oficial de la misma nacionalidad y un soldado gurka, además de herir otros cuatro soldados. Después huyó y se incorporó a la insurgencia, según informó un portavoz talibán.
 
Esta no es la primera vez que las tropas británicas sufren incidentes así. No es difícil entender que los soldados británicos y los instructores pasen a ver sus “alumnos” afganos con desconfianza. De hecho, después de varios incidentes parecidos, el mando británico dio el orden para que sus soldados estuviesen siempre armados en el interior de sus propias bases y que en las patrullas mixtas con soldados afganos siempre hubiese un soldado británico vigilante con su arma automática engatillada. Obviamente es muy difícil que oficiales y soldados de las tropas de ocupación realicen la instrucción militar de los afganos con tranquilidad si ven en sus “alumnos” posibles asesinos que en cualquier momento pueden acabar con sus vidas.
 
La conclusión evidente es que, en la medida que la política de contra-insurgencia no funciona, el propio objetivo de negociar con el Talibán en condiciones de fuerza y permitir que los EEUU retiren la mayoría de sus tropas del país está comprometido.
Crisis, desgaste y encrucijada del gobierno Obama.
 
Los sucesos que culminaron con la destitución del general McChrystal sólo se explican a partir de este fracaso de la estrategia de contra-insurgencia. Pero, por qué McChrystal eligió una forma abierta y pública para externar sus desacuerdos y su insatisfacción con la administración Obama?
 
Es obvio que un general tan experimentado sabía que al dar semejantes declaraciones ciertamente no dejaría otra alternativa a Obama que no fuera destituirlo. Por lo tanto, la explicación más probable es que McChrystal forzó su dimisión para no tener que cargar con toda la responsabilidad del fracaso de la estrategia de contra-insurgencia y, así, con toda la guerra de Afganistán.
 
A la vez, aprovechó para desgastar a la administración Obama. McChrystal, juntamente con el Partido Republicano, defiende una mayor intervención militar en Afganistán y una política militar más agresiva, cosa que Obama evidentemente ya no juzga posible. Tampoco es casual que la única funcionaria de alto rango no citada por el general, la secretaria de Estado Hillary Clinton, también es partidaria de una política más dura.
 
Obama nombró al general Petraeus, que tuvo éxito en Irak como el nuevo comandante de las tropas en Afeganistán. Pero, nada indica que la situación va a sufrir un cambio a favor de EEUU. Así, el plazo de 2011 para la retirada total de las tropas no será posible. Hay una encrucijada: los EEUU no pueden implementar una ofensiva total, pero tampoco pueden retirarse. Ahí está el famoso “atolladero”. Y el “atolladero” incluso está dividiendo a los demócratas. El New York Times informaba el 21 de julio: “En fecha más temprana de este mismo mes 153 demócratas, incluyendo la presidente de la cámara baja, Nancy Pelosi, votaron en favor de una enmienda que hubiese exigido un cronograma preciso para la retirada de las tropas. Solo 98 demócratas se unieron a los republicanos para derrotar esa propuesta”.
 
La situación de la guerra es uno de los elementos importantes, junto a la conducción de la política económica y el derrame de petróleo en el Golfo de México, que contribuye actualmente al desgaste del gobierno Obama. Según una encuesta del Washington Post/ABC News, 54% desaprueba la conducción de la economía del país por el presidente.
 
Este es el peor índice desde que Obama llegó a la presidencia. Todo indica que en las elecciones parlamentarias de mitad de período en noviembre de este año, el Partido Demócrata y Obama van a sufrir una derrota que puede significar la pérdida de la mayoría en la Cámara e inclusive en el Senado.
 
La situación económica, sobre todo el desempleo, y la guerra son elementos que se relacionan directamente y se retroalimentan. La intervención militar aumenta el déficit del presupuesto nacional de EEUU e incide sobre la capacidad del Estado para intervenir sobre la crisis económica. A su vez, la necesidad del Estado de intervenir en la crisis aumentó brutalmente el déficit del presupuesto y limita los gastos militares y consecuentemente la capacidad de intervención de EEUU en la guerra. Los otros elementos que contribuyen a debilitar políticamente al gobierno y las perspectivas de derrota electoral, limitan aún más su margen de maniobra. Para Obama y los generales del Pentágono no hay salida a la vista de este laberinto.

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