Correo Internacional
Acuerdo Irán-Estados Unidos
diciembre 7, 2013
Un pacto contra la revolución en el Norte de África y Medio Oriente
El domingo 24 de noviembre fue firmado, en Ginebra, un acuerdo, válido por seis meses, entre Irán y el Grupo 5+1, constituido por los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU (China, Estados Unidos, Francia, Reino Unido y Rusia) más Alemania, sobre el problema nuclear iraní.
Por el Acuerdo, Irán acepta no enriquecer uranio más allá del 5%, un nivel suficiente sólo para su utilización en usinas nucleares de producción de energía –cuando el propio Tratado de No Proliferación Nuclear garantiza el enriquecimiento de uranio hasta 20%–, cuyo stock actual será diluido o convertido en óxido, e Irán no podrá construir nuevas centrífugas (el artefacto utilizado para el enriquecimiento de uranio) o nuevas instalaciones nucleares. Además, el gobierno iraní concuerda en aceptar inspecciones diarias de técnicos de la Agencia Internacional de Energía Atómica, órgano de la ONU, en sus instalaciones, y a congelar la construcción de un reactor de producción de agua pesada utilizado para la extracción de plutonio, en las proximidades de Arak.
En contrapartida, los Estados Unidos concuerdan en liberar US$ 6 a 7 mil millones, de los cuales cerca de US$ 4.000 millones son provenientes de los fondos generados por la venta de petróleo y cautivos en bancos debido a las sanciones económicas aprobadas por la ONU contra Irán. Se trata de una pequeña parte del dinero preso en bancos internacionales, evaluados en US$ 100.000 millones, además de que las sanciones permanecen vigentes.
Las reacciones ante el acuerdo fueron variadas. Los presidentes Obama, de los Estados Unidos, y Hassan Rouhani, de Irán, se dieron las manos. El primero afirmó que fue el más significativo progreso diplomático de su gobierno por garantizar que Irán “no podrá construir un armamento nuclear”, mientras Rouhani decía que ahora el mundo “reconoce los derechos nucleares” del país al permitir la continuidad del enriquecimiento del uranio. El ayatolá Ali Khamenei, Líder Supremo de la nación, bendijo el acuerdo resaltando que este es la base para el futuro progreso y que las plegarias de la población contribuyeron para su éxito.
Por otro lado, el primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, describió el acuerdo como “un error de proporciones históricas” y “extremadamente peligroso”. A su lado se alineaban en un primer momento, Arabia Saudita y los países del Golfo Pérsico, el derrotado presidente francés François Hollande, que dijo ser “siempre un amigo de Israel”, y sectores republicanos y demócratas del congreso norteamericano pertenecientes al “lobby” israelí.
Para la LIT-CI, el telón de fondo que obligó a ese movimiento es el proceso revolucionario que conmueve la región desde inicios de 2011. O sea, el objetivo de ese acuerdo es contrarrevolucionario, pretende estabilizar la región con la derrota de las revoluciones en Medio Oriente y el Norte de África, y es un paso dado por el régimen iraní en el sentido de la capitulación y la pérdida de su soberanía nacional al abandonar uno más de los elementos de su relativa independencia económica, conquistados con la revolución que en 1979 derrocó el régimen pro-imperialista del Sha, Reza Pahlevi.
El imperialismo norteamericano consigue impedir que Irán desarrolle tecnología nuclear propia –un derecho democrático de cualquier país del mundo– para mantener el monopolio de la amenaza nuclear en sus propias manos y en las de aliados serviles como Israel, justamente los países más beligerantes del planeta. Estados Unidos fue el único país que ya utilizó armas nucleares, destruyendo las ciudades de Hiroshima y Nagasaki en la Segunda Guerra Mundial. Es, de lejos, el país que tiene el mayor dispositivo militar y nuclear del mundo, y lo que quiere asegurarse es el monopolio de esas armas para poder seguir imponiendo su dominio, utilizando también la amenaza nuclear contra todos los que se atrevan a cuestionar su dominación.
Queremos hacer esta reflexión con todos los activistas que, debido a la repercusión favorable dada por la gran mayoría de la prensa y de los gobiernos, saludaron el acuerdo pensando que era un paso en dirección a la paz y a la resolución de los conflictos en Medio Oriente.
Por detrás de este acuerdo sobre política nuclear hay otra consecuencia directa: que Estados Unidos consigue ganar un nuevo aliado para su política de derrotar el proceso revolucionario en la región –cuyo epicentro hoy es Siria– por la vía de las negociaciones diplomáticas. Desde el episodio de amenaza de intervención después suspendida vía la propuesta de Rusia, los Estados Unidos tratan de conseguir un foro que haga negociar a las distintas partes y dé un fin a la guerra civil. Como “premio” por ceder en la cuestión nuclear y por su disposición a colaborar con esa política, Irán tendrá un asiento –al lado de Rusia– en las negociaciones de enero, organizadas por los Estados Unidos, cuyo objetivo es conseguir un acuerdo que estabilice el país. Para eso, está dispuesto a buscar una solución en la que se mantenga el régimen dictatorial en Siria, aun cuando se hagan algunos cambios, con o sin Assad.
Las sanciones y el apoyo a Assad llevaron a Irán a una grave situación económica
Uno de los puntos centrales del acuerdo fue el alivio de las sanciones económicas impuestas por la ONU a Irán. Estas abarcan el congelamiento de los fondos depositados en bancos extranjeros, obtenidos con la venta del petróleo –el producto es responsable por 80% de las exportaciones de Irán–, la limitación y reducción gradual del límite de exportación, la prohibición de abertura de bancos iraníes en el extranjero, y la compra sólo de bienes humanitarios y de productos no sancionados en los países en los que el dinero está depositado. Entre los productos sancionados están los equipamientos para la industria nuclear, petroquímica y del petróleo, y hasta piezas para aviones.
El resultado de tres años de aplicación de estas medidas, combinada con la crisis económica mundial, es la casi parálisis económica de Irán. El país presentó índices negativos de crecimiento (PIB), según el FMI, en 2012 (-1,9%) –después de una caída de 5,9% en 2010 y de 3% en 2011– y una previsión de más retracción en 2013 (-1,5%).
La exportación de petróleo cayó 45% en el mes de octubre, 715.000 barriles por día, y la producción es la menor desde 1989 cuando el país estaba arrasado luego de la guerra con Irak. La moneda local, el rial, perdió 60% de su valor desde 2010 y la inflación pasó de 12,4% en 2010 a 30,4% en 2012, y más de 40% en el primer semestre de 2013. La inflación sumada al aumento del desempleo (12,2% en 2012 y 13,2% en 2013, según el FMI) generan una gran descontento en la población.
Además, el apoyo material a Assad agrava la situación económica. El financiamiento iraní a la intervención de Hezbollah y de la milicia chiita iraquí, Asaib Ahl al-Haq en Siria, ya habría costado al país cerca de US$ 9.000 millones, además del abastecimiento de armas y de especialistas militares, que succiona otros miles de millones, y préstamos concedidos al gobierno, como la ayuda de US$ 3.000 millones prometida en junio a Assad. Por eso, los costos –políticos y económicos– para apoyar a Assad llevan a algunos analistas a llamar a Siria la Vietnam de Irán.
Las revoluciones en Medio Oriente y el Norte de África amenazan el régimen iraní
Cuando estalló la revolución en el Norte de África, la población iraní ya había protagonizado grandes movilizaciones en 2009, cuando la victoria en el primer turno del candidato presidencial a la reelección, Mahmoud Ahmadinejad, fue contestada por los candidatos Mir-Hussein Mousavi y Mehdi Karroubi con acusaciones de fraude al proceso electoral.
Centenas de miles de manifestantes salieron a las calles, desafiando las órdenes del gobierno y fueron duramente reprimidos por la policía y por las bandas paramilitares del régimen, los Basii. Miles fueron presos y torturados, además de 72 muertos, conforme la denuncia de la oposición. Las protestas se extendieron hasta después de la asunción de Ahmadinejad y fueron una primera señal de alerta al gobierno.
El 14 de febrero de 2011 se iniciaron una serie de manifestaciones directamente influenciadas por las caídas de Ben Ali, el 14 de enero, y de Hosni Mubarak, el 11 de febrero. Estas continuaron en menor grado hasta mediados de abril y sufrieron la misma represión verificada dos años antes, con la prisión de los opositores ligados al propio régimen –como Mousavi y Karraubi–, la destitución de otros que ocupaban puestos en el gobierno, censura a la prensa y más prisiones y muertes de manifestantes.
A pesar de que consiguieron impedir una eclosión inmediata de nueva revolución, el régimen entra en un proceso de crisis y para salvarlo el ayatolá Khamenei retira su apoyo al presidente Ahmadinejad acusándolo de corrupción, pues era cada vez más difícil sustentar su política de represión al movimiento de masas, combinada con la retórica anti Estados Unidos y anti Israel. En verdad, ya desde 2005, Ahmadinejad había intentado un acuerdo con el imperialismo por la cuestión nuclear, pero mantenía un discurso de “defensa de la soberanía”.
El cambio de política vendría con la victoria en el primer turno de Hassan Rouhani, en las elecciones de julio. Hombre del régimen, Rouhani consiguió capitalizar el sentimiento de cambio, al defender la recuperación económica y la aproximación con las “potencias occidentales”. Una de las frases más emblemáticas de esta política fue: “Es bueno tener las centrífugas operando, pero también es importante que el país funcione y que las ruedas de la industria se muevan”. Luego de la victoria, afirmó que el gobierno iría “a relanzar un entendimiento constructivo con el mundo, asegurar los intereses nacionales y levantar las sanciones injustas”.
Frente a la crisis económica y a la presión del movimiento de masas, que exigen un cambio de política, el régimen opta por el camino de la aproximación y sumisión al principal enemigo de las masas, el imperialismo norteamericano, para salvarse. Es una política preventiva, para evitar que el pueblo iraní se levante contra el régimen dictatorial, como ocurrió en Túnez, Egipto, Libia y Siria.
Un régimen bonapartista, fruto de una revolución interrumpida
Esta afirmación puede parecer contradictoria con la fama antiimperialista adquirida por los ayatolás de Irán, alimentada por sus agresiones verbales a los Estados Unidos y difundida por las corrientes castro-chavistas.
Esta fama viene de un proceso mucho más profundo: la revolución de Irán en 1979. Fue una revolución obrera y popular que tuvo una gran participación de la clase obrera, llegando incluso a la formación de organismos de doble poder (los shoras) y a una huelga general de los petroleros. El régimen asesino del títere del imperialismo, el Sha Reza Pahlevi, fue derrocado; no obstante, la revolución fue dirigida por la alta jerarquía de la iglesia musulmana chiita, debido a la falta de una dirección revolucionaria que pudiese encabezar a la clase obrera y superar la dirección religiosa en ese momento. El inmenso prestigio adquirido por los ayatolás facilitó su tarea de interrumpir la revolución a través de un violento ataque a los trabajadores y sus organizaciones políticas y sindicales, mientras utilizaba una retórica antiimperialista para justificar sus acciones. El “régimen de los ayatolás” fue consolidado por Khomeini (el primer “líder supremo” del país), aprovechándose de la invasión de Irán por Sadam Hussein, de Irak. La guerra –que duró ocho años– sirvió para establecer un estado de sitio permanente y, en nombre de la defensa del país, aprehender y ejecutar a miles de opositores al régimen, mucho de ellos de izquierda.
Pero no se puede confundir la revolución iraní, un proceso objetivamente antiimperialista y socialista, con su dirección contrarrevolucionaria, que construyó un Estado teocrático islámico, con un régimen dictatorial y siempre pronto a negociar con el imperialismo.
Eso ocurrió, por ejemplo, en la llamada “crisis de los rehenes”, en 1979, cuando activistas mantuvieron a 66 funcionarios norteamericanos presos en su embajada. El gobierno capituló vergonzosamente, aceptando liberarlos a cambio de US$ 11.000 millones (en la época) cautivos en instituciones financieras y con un descuento de US$ 5.000 millones para pagar préstamos fraudulentos consumados por Pahlevi.
De la misma forma, impiden el desarrollo del proceso revolucionario en toda la región, y dependiendo de intereses específicos, abandonan cualquier fantasía antiimperialista para beneficiarse de esas acciones. Eso los llevó a ser cómplices de las intervenciones imperialistas, como en la reciente invasión de Irak y Afganistán por los Estados Unidos, y a sustentar el gobierno fantoche de Al Maliki en Irak y, por lo tanto, la ocupación por los Estados Unidos. Al Maliki es extremadamente ligado al gobierno de Irán. Lo mismo puede decirse de los acuerdos en el Líbano, donde los gobiernos iraní y sirio aceptaron la presencia de las “tropas de paz” de las Naciones Unidas.
Este es un fenómeno común a las corrientes nacionalistas burguesas surgidas en todo el mundo árabe en la década de 1950. Inicialmente se rebelaron contra la dominación imperialista de Inglaterra y de Francia en la posguerra. El presidente de Egipto, Nasser, nacionalizó el Canal de Suez y formó con el partido Baath, de Siria, la República Árabe Unida contra los regímenes pro-occidentales. Siempre fueron inconsecuentes como cualquier nacionalismo burgués, pero a partir de los años ’80 fueron rindiéndose y abandonando sus posturas anteriores y transformándose en agentes del imperialismo. La expresión caricaturesca del destino del panarabismo de Nasser es Mubarak y, en el caso de Baath, el dictador al-Assad.
A partir de 1979, el fundamentalismo islámico de los ayatolás ocupó el espacio de la lucha antiimperialista dejado por el panarabismo, pero sufre del mismo “mal” que toda la burguesía nacional. Por temer –con razón– que el avance del movimiento de masas pase por encima de su dirección y destruya la propia burguesía, cuando es necesario se alía al imperialismo para mejor reprimirla en todo el Medio Oriente.
Un paso adelante del imperialismo, en el marco de las derrotas en Irak y Afganistán
En setiembre de 2011 hacíamos un balance de los diez años del ataque a las “torres gemelas” el 11 de setiembre, donde afirmábamos: “La derrota de Bush abrió una profunda crisis de dirección política en el imperialismo norteamericano. Frente a una realidad negativa (dos guerras –Irak y Afganistán– en situación muy desfavorable, profunda crisis económica), un sector mayoritario de la burguesía apostó en Obama para conseguir un ‘cambio de rostro’ adecuado a nuevas tácticas: conseguir con negociaciones y ‘consenso’ recuperar parte de lo que perdía frente a las luchas de las masas y como consecuencia de la crisis económica”.
Esta nueva táctica, forzada por el llamado “síndrome de Irak”, que impide al imperialismo efectuar nuevas invasiones militares para imponer su política –como se vio recientemente en Siria– consiguió ahora un primer paso, que lo ubica en mejores condiciones para enfrentar la revolución en la región. Porque lleva a la mesa de negociaciones al último país resistente a su política en la región, para ahogar la revolución, no en sangre –como quería Irán– sino con pactos contrarrevolucionarios.
Para eso, Estados Unidos “se despega” de dos aliados tradicionales en la región, Israel y Arabia Saudita, que continúan exigiendo la aplicación de la misma política de la “era Bush”. Israel defendía la guerra frontal con Irán para desbaratar sus instalaciones nucleares y Arabia Saudita, cuyo rey es un vasallo histórico del imperialismo, quiere mantenerse como aliado preferencial de los Estados Unidos en el mundo árabe y ve a Irán como un peligroso adversario.
Los Estados Unidos también reafirman su poder en el mundo imperialista, obligando a Francia a aceptar lo que inicialmente decía ser inaceptable, y muestra que aplican una política global en el Medio Oriente al considerar el proceso revolucionario de conjunto, buscando soluciones abarcadoras para derrotar este proceso.
Un acuerdo contrarrevolucionario que no estabiliza la región
Como afirmamos en el inicio, se trata de un acuerdo contrarrevolucionario de conjunto, donde Irán pasa a ser parte de los interlocutores de Estados Unidos para la región y no ya un “enemigo” incómodo. Eso se da porque ambos tienen la misma estrategia de derrotar la revolución en curso, por más que antes divergiesen en las tácticas.
La pérdida de la soberanía de Irán puede ser el inicio, a su vez, de un proceso de recolonización del país, que será el blanco de “inversiones” de empresas multinacionales de petróleo, ávidas por apoderarse de las enormes reservas iraníes.
Sin embargo, una cosa es hacer acuerdos de cúpula y otro imponérselos a las masas. Estamos frente al proceso revolucionario más importante del mundo actual. Se trata de un área convulsionada, en una de las regiones de mayor desigualdad social del mundo, en medio de una crisis económica mundial donde no hay espacios para concesiones de fondo a la población ni para el establecimiento de regímenes democráticos donde los trabajadores tengan libertad para luchar por sus reivindicaciones. Por el contrario, la política de Estados Unidos es la cambiar la cara de los gobiernos sin cambiar la esencia dictatorial de los regímenes.
En Irán, a pesar de que el nuevo gobierno sale fortalecido, el clima de victoria puede dar confianza a los trabajadores para movilizarse por mejores condiciones de vida y por el derecho de organización sindical y partidaria, además de reivindicaciones democráticas como la libertad de los opositores, libertad de prensa, libertad para las mujeres y otros derechos que se chocan directamente con el régimen dictatorial.
La LIT-CI se opone frontalmente a este acuerdo. Hacemos un llamado a los trabajadores y al pueblo iraní a repudiarlo, a los rebeldes sirios y a todos los pueblos de la región a denunciarlo como un intento contrarrevolucionario más, y a los trabajadores de los Estados Unidos y de todo el mundo a ponerse en contra de este acuerdo, y a exigir el fin de la injerencia norteamericana en el mundo. Hay que terminar con esa lógica de que los Estados Unidos tienen el derecho de dar órdenes y de violar la soberanía de todos los países, que lleva adelante Obama y que no pasa de una continuación de la política de Bush por otros medios. Sólo la extensión y profundización de las revoluciones en curso rumbo al socialismo pueden dar una solución de fondo a los pueblos de la región. Para eso, es necesaria la construcción de una dirección revolucionaria que denuncie las capitulaciones de estas direcciones contrarrevolucionarias y luche efectivamente contra el yugo del imperialismo, tarea en la que la LIT-CI empeña todos sus esfuerzos.
Traducción: Natalia Estrada