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Mujeres

La lucha Palestina es también la lucha de las mujeres árabes contra sus propios regímenes opresores

La liberación de Palestina y la emancipación de las mujeres árabes son luchas inseparables contra el imperialismo y la opresión.

Érika Andreassy

noviembre 7, 2025

Mientras millones de mujeres y jóvenes árabes toman las calles en solidaridad con Palestina, sus regímenes reprimen brutalmente cualquier forma de movilización popular. La liberación del pueblo palestino está ligada a la caída de los gobiernos dictatoriales y corruptos que traicionan esta causa desde hace décadas.

A cada nueva ofensiva israelí contra el pueblo palestino, los regímenes árabes se apresuran a posar de aliados “solidarios”, emitiendo declaraciones vacías en defensa de la “causa palestina”. Pero detrás de los discursos inflamados, lo que hay es complicidad y miedo: complicidad con el imperialismo y miedo de sus propios pueblos — especialmente de las mujeres y de la juventud, que más se rebelan contra la opresión y la miseria.

En las últimas semanas, esta contradicción ha vuelto a hacerse evidente. En países como Egipto, Jordania, Marruecos y Túnez, miles salieron a las calles en protestas masivas exigiendo el fin de la complicidad de sus gobiernos con Israel y con los Estados Unidos. En todas estas manifestaciones, las mujeres estuvieron en la primera línea — estudiantes, trabajadoras, madres — y también fueron las primeras en enfrentar la represión policial.

Estos regimes, sostenidos por élites corruptas y fuerzas militares entrenadas y financiadas por el imperialismo, son los mismos que niegan derechos básicos a las mujeres: libertad de expresión, organización sindical, autonomía sobre su propio cuerpo, e incluso el derecho a circular sin control masculino. Cuando las mujeres árabes toman las calles por Palestina, no solo luchan contra la ocupación sionista — luchan contra las mismas fuerzas que las oprimen y explotan en casa.

El caso de la Túnez, donde el gobierno de Kais Saied ha estado reprimiendo organizaciones feministas históricas como la Asociación Tunecina de Mujeres Democráticas (ATFD), es emblemático. En nombre de la “seguridad nacional”, el régimen persigue a las mujeres que se atreven a organizar protestas contra el autoritarismo y el hambre —incluidas aquellas que expresan solidaridad con el pueblo palestino. Ya en el Egipto, el régimen de Sisi mantiene a miles de presos políticos, entre ellos decenas de militantes feministas y defensoras de los derechos humanos, mientras sigue garantizando el bloqueo de Gaza y los acuerdos con Israel.

En las monarquías del Golfo, como Arabia Saudita, Baréin y Emiratos Árabes, la represión es aún más brutal. Al mismo tiempo que estos países exhiben “reformas modernizadoras” —permitiendo a las mujeres conducir, asistir a estadios o trabajar en ciertos sectores—, intensifican la vigilancia, las detenciones arbitrarias y la tortura contra activistas. Estas reformas son concesiones cosméticas destinadas a mejorar su imagen internacional y atraer inversiones. El mensaje es claro: las mujeres pueden ser “modernas”, siempre que no sean revolucionarias.

Estos regímenes temen que la solidaridad con Palestina se transforme en una chispa revolucionaria que unifique la rabia acumulada en toda la región. Y hay razones para temer. El mismo espíritu que mueve a las mujeres de Gaza a resistir bajo bombas es el que mueve a las mujeres árabes a desafiar el autoritarismo, el desempleo y la violencia machista y patriarcal. La primavera árabe de 2011 mostró esto: fue iniciada por jóvenes y trabajadoras que se atrevieron a decir “¡basta!”. El problema es que, sin dirección revolucionaria, estas luchas fueron desviadas, aplastadas o cooptadas.

Por eso, la liberación de Palestina está inseparablemente ligada a la liberación de los pueblos árabes — y, dentro de ella, a la emancipación de las mujeres en la región. No habrá Palestina libre mientras las masas trabajadoras árabes sigan encadenadas por regímenes serviles al imperialismo. Y no habrá revolución victoriosa sin el protagonismo de las mujeres, que llevan en su cuerpo las marcas de la doble opresión de clase y de género.

La tarea de las organizaciones revolucionarias y de las mujeres militantes es transformar la solidaridad en acción política concreta: construir partidos revolucionarios y movimientos clasistas de mujeres que unan la lucha contra el imperialismo y el sionismo a la lucha contra el machismo y las burguesías locales. Porque la bandera de Palestina solo será verdaderamente liberadora cuando ondee en manos de las mujeres y de los trabajadores libres de toda opresión.

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