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Mujeres

Luchas feministas: balance y perspectivas para el movimiento de mujeres trabajadoras

abril 15, 2025

Por Érika Adreassy

La década de 2010 estuvo marcada por el crecimiento de las movilizaciones feministas a escala global, con un punto culminante en la Huelga Internacional de Mujeres de 2017/2018. Denominada “Primavera Feminista”, esta ola de protestas no fue un fenómeno aislado, sino parte de un escenario de polarización social. Se ha vinculado a diversas luchas por derechos democráticos y a movimientos más amplios de la clase trabajadora y las masas explotadas, en respuesta a los planes de austeridad y contrarreformas impuestas por los gobiernos de diferentes países tras la crisis económica de 2008. En muchos casos, fueron las mujeres y otros grupos oprimidos quienes estuvieron al frente de estas resistencias.

Desde el principio, estaba claro quiénes se verían más afectados por la crisis. El intento de la burguesía de garantizar sus tasas de ganancia significó un aumento brutal de la explotación, el desmantelamiento de los derechos sociales y el ataque a las libertades democráticas. Las consecuencias para la clase trabajadora y los sectores oprimidos fueron devastadoras: empeoramiento de las condiciones de vida, aumento de la violencia, desempleo, pobreza y hambre.

La crisis –y, más tarde, la pandemia– expuso con todos sus colores cómo el capitalismo coloca el peso de su propia supervivencia sobre los más explotados. Disipó la ilusión de que las conquistas políticas y económicas obtenidas bajo la democracia burguesa son permanentes, ya que están siempre subordinadas a los intereses del capital y a la correlación de fuerzas entre las clases. Pero también generó una reacción.

El surgimiento político de las mujeres y los oprimidos reflejó la profundización de la contradicción entre los ideales burgueses de igualdad y libertad –materializados en los avances democráticos– y la realidad concreta de estos grupos bajo el sistema capitalista. Hubo un salto en la conciencia de esta contradicción: el abismo entre la vida real y la promesa que traería la conquista de derechos formales bajo el capitalismo se hizo cada vez más evidente, confirmando que la igualdad ante la ley no significa igualdad ante la vida. La negativa a aceptar esta realidad fue el combustible que impulsó la revuelta.

Las particularidades del proceso: avances y límites

El ascenso feminista de la década de 2010 fue diferente de otros momentos históricos del movimiento de mujeres, ya sea del período inmediatamente anterior, dominado por el feminismo liberal, integrado en los gobiernos y organizaciones burguesas internacionales, o de la primera y segunda ola, marcadas por la influencia del feminismo pequeñoburgués y las corrientes socialistas. A continuación, destacamos sus principales características:

a) Crítica al feminismo liberal y al post-feminismo

Una de las características de este período fue el cuestionamiento del proyecto emancipador del feminismo burgués, que reduce la liberación de las mujeres a la conquista progresiva de derechos, a través de mecanismos institucionales (reformas legales, representación política, cambios en el poder judicial, etc.), puesto en cuestión tanto por la división entre las reivindicaciones de las mujeres burguesas y las de las mujeres trabajadoras pobres y la constatación de que los avances en algunos países se produjeron a costa de la sobreexplotación de la mayoría de las mujeres en el mundo, como por su incapacidad para enfrentar el ascenso de la extrema derecha y el populismo reaccionario.

El surgimiento del Feminismo para el 99% fue una respuesta a la crisis del feminismo liberal. A pesar de ser limitada desde el punto de vista estratégico, tuvo el mérito de plantear la necesidad de construir un feminismo anticapitalista, internacionalista y de base, retomando la huelga como método de lucha. También representó un contrapunto al posfeminismo, que reemplazó la lucha colectiva contra la opresión por una estrategia de “liberación individual”.

Sin embargo, al no avanzar en la defensa de una estrategia revolucionaria, este feminismo “anticapitalista” terminó contribuyendo a la decadencia del movimiento, como analizaremos más adelante.

b) Masividad y radicalización

La segunda característica fue el carácter masivo y radical de las luchas, alimentada por la contradicción entre los logros formales y la realidad concreta de las mujeres trabajadoras. En Brasil, por ejemplo, la Constitución de 1988, la Ley Maria da Penha y la elección de Dilma Rousseff representaron avances democráticos, pero no cambiaron la vida de las mujeres negras y periféricas, sometidas a la precariedad, la violencia y las dobles jornadas. En Estados Unidos, la experiencia de los negros bajo la administración de Obama, décadas después del fin de las leyes de Jim Crow, no impidió el surgimiento de Ferguson ni la explosión de protestas tras el asesinato de George Floyd en 2020.

Estas luchas democráticas muestran una tendencia a adquirir un contenido cada vez más explosivo y anticapitalista, despertando simpatías y canalizando el descontento de miles de trabajadores y jóvenes precarios con los planes de ajuste y las medidas de austeridad que empeoran sus condiciones de vida bajo el capitalismo.

c) La ausencia de una dirección revolucionaria

El tercer aspecto –y el principal límite al ascenso– fue la falta de un liderazgo capaz de llevar estas luchas hasta sus últimas consecuencias. La transformación de las luchas democráticas –por radicales y explosivas que sean– en luchas revolucionarias depende de la capacidad del proletariado, como clase, de asumir la hegemonía sobre estos procesos, articulando estas reivindicaciones con la lucha general contra la explotación. La decadencia del movimiento y el avance de la extrema derecha no son accidentales: son resultado de esta incapacidad.

Aquí no se trata de un dogma marxista sino de una observación. La superación de la opresión está intrínsecamente ligada a la destrucción de su base material: la división de la sociedad en clases y la explotación capitalista. La clase trabajadora, como sujeto central en la producción de riqueza, ocupa una posición estratégica para desmontar este sistema y, por tanto, liberar a los oprimidos.

El marxismo no niega la especificidad de las opresiones de género, raza o sexualidad, pero demuestra cómo el capitalismo las instrumentaliza para reforzar la dominación de clase –dividiendo a los trabajadores, abaratando la mano de obra y transfiriendo el costo de la reproducción social a las mujeres–, vinculando estas luchas a la necesidad de destruir el sistema.

Pero debido a su carácter democrático y multiclasista, surge un dilema político: estos movimientos pueden ser cooptados por la burguesía –transformándolos en reformas que no cuestionen el sistema– o pueden vincularse a un proyecto revolucionario, bajo la dirección del proletariado.

Éste es el límite de las corrientes reformistas –incluido el Feminismo del 99%–: no señalan la necesidad de la lucha revolucionaria y de la toma del poder, se limitan a denunciar el neoliberalismo sin ofrecer una salida estratégica. A falta de una alternativa revolucionaria, la derecha ha retomado la ofensiva.

La lección es clara: sin independencia de clase y un programa socialista, las luchas contra la opresión están condenadas a retroceder o ser absorbidas por el sistema que intentan combatir.

Conclusión

El auge feminista de la década de 2010 reveló tanto el potencial explosivo de las luchas contra la opresión como los límites impuestos por la ausencia de un liderazgo revolucionario. La experiencia demuestra que el reformismo es una trampa, porque los logros democráticos bajo el capitalismo, aunque importantes, no eliminan la base material de la opresión. La verdadera emancipación requiere la destrucción del capitalismo, un sistema que requiere la explotación de clase y todas las formas de opresión para reproducirse.

El sujeto revolucionario de la lucha contra la opresión es la clase obrera, con sus sectores oprimidos al frente, única fuerza capaz de unificar la lucha contra la opresión con la lucha estratégica por el poder político. Las reivindicaciones democráticas deben servir para fortalecer la organización independiente de la clase y la lucha inmediata debe subordinarse a la estrategia socialista.

La mayoría de los movimientos de mujeres, incluso aquellos que se dicen vinculados a los trabajadores, lamentablemente han renunciado a esta estrategia, si no con palabras, al menos en sus acciones concretas, en su vida cotidiana. Con esto ya no pueden liberar a las mujeres trabajadoras de la explotación e incluso de la opresión y, por lo tanto, se han vuelto inútiles. Está en nuestras manos rescatarlo y disputar la dirección de estas luchas, restableciendo el papel de vanguardia de la clase obrera en la lucha por la igualdad y la emancipación de los oprimidos, poniendo este movimiento nuevamente en el camino de la revolución.

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