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Juventud

La Generación Z y el deseo de libertad: del Nepal al Paraguay, la juventud rebelde desafía a los gobiernos y expone la quiebra del capitalismo

octubre 20, 2025

Por: Renata França

La llamada generación Z, nacida entre 1997 y 2012, en plena época de guerras, catástrofes climáticas, desempleo estructural y frustración con la democracia neoliberal y sus falsas promesas, ha protagonizado levantamientos en diferentes partes del mundo. En Nepal, Kenia, Indonesia, Filipinas, Madagascar, Marruecos, Bangladesh, Perú y Paraguay, cientos de miles de jóvenes han tomado las calles, sacudiendo gobiernos y exponiendo el profundo malestar con un capitalismo en crisis.

Los detonantes de las movilizaciones varían. En algunos países son las políticas de austeridad, como la reforma de las pensiones en Perú o los gastos millonarios del Mundial en Marruecos, mientras hospitales y escuelas están en ruinas. En otros, el gatillo es la represión y las medidas autoritarias, como el bloqueo de 26 redes sociales en Nepal, la Ley de Amnistía en Perú o el asesinato del bloguero Albert Ojwang en Kenia.

Pero detrás de los motivos inmediatos hay un rasgo común en su dinámica: estas revueltas nacen y se articulan en las redes sociales, especialmente en TikTok, X y Discord. Es allí donde una juventud hiperconectada toma conciencia de las injusticias globales, construye un lenguaje propio y convierte la frustración en acción directa, que estalla en protestas con mucha radicalidad.

El paso de las redes a las calles es rápido, y cuando lo hacen, cuestionan no solo medidas puntuales, sino todo un sistema: gobiernos corruptos, élites políticas privilegiadas y una estructura social que condena a millones a la miseria.

Pero, ¿qué es lo que realmente quieren estos jóvenes? ¿Y qué revela esta rebeldía difusa, fragmentada y global sobre nuestro tiempo?

¿Generación del fin del mundo?

La revuelta de la generación Z nace de la frustración con el futuro prometido por el capitalismo. Guiada por el deseo de cuestionar una sociedad corroída por la corrupción, la destrucción ambiental y las guerras, la revuelta que los lleva a las calles expresa el despertar de una juventud que vive la sensación del fin del planeta y de su propio futuro.

¿Pero qué futuro es ese? ¿Qué le queda a una generación que ya no cree en la promesa de progreso y estabilidad, pilares del capitalismo de posguerra?

A diferencia de las generaciones anteriores, que luchaban por derechos sociales y por el Estado de bienestar, los jóvenes de hoy no aspiran a un futuro mejor dentro de este sistema que consideran podrido, y hasta dudan de que haya algún futuro.

Ese sentimiento de desesperanza ya se venía gestando entre los millenials, la generación más escolarizada y, paradójicamente, más precarizada. Pero si para ellos el ascenso social ya parecía un mito lejano, para los más jóvenes esa perspectiva simplemente se derrumbó.

En los países donde han estallado las movilizaciones, la desigualdad es brutal. Madagascar, por ejemplo, tiene el 80% de su población bajo la línea de pobreza y el 42% de sus jóvenes están desempleados. Perú, según la OCDE, es el quinto país del mundo con mayor proporción de jóvenes que no estudian ni trabajan. La mayoría de los países donde explotan las protestas están por debajo del puesto 110 en el IDH mundial.

No sorprende, por tanto, que la desigualdad social y la corrupción sean el combustible de las revueltas. En Filipinas, la exhibición de autos de lujo por contratistas millonarios se viralizó y provocó un levantamiento contra el robo sistemático del dinero público. En Indonesia, el gobierno se vio obligado a recortar privilegios de los políticos. En Marruecos, el grito que resuena en las calles es: “¡Fin a la corrupción!”. En Paraguay, los jóvenes resumieron el espíritu de su lucha con la consigna: “Somos el 99,9%. No queremos corrupción”.

Pero esta rabia colectiva contra los privilegios de una élite corrupta, ¿es solo una rebeldía difusa o también porta la semilla de algo nuevo?

La bandera de One Piece y el deseo de libertad

Entre los símbolos de las manifestaciones, uno destaca: la bandera de One Piece. La calavera con sombrero de paja del anime japonés se ha convertido en un ícono inesperado de las calles.

Luffy, el protagonista, no busca poder, fama ni riqueza. Su “superpoder” —un cuerpo de goma— es trivial. Lo que lo hace fuerte es su “voluntad heredada” de libertad. Quiere ser el Rey de los Piratas porque cree que eso lo convertirá en el hombre más libre del mundo.

En sus viajes, él y su tripulación enfrentan gobiernos tiránicos y ayudan a comunidades a liberarse de la opresión, para luego seguir su camino sin ambición de poder o dominio.

La referencia no es casual. Ante una sociedad que vende “libertad” a través del consumo y el emprendimiento, la generación Z se identifica con quienes rompen las reglas y desafían a los tiranos como forma de conquistar la verdadera libertad.

Así, Luffy parece más auténtico que los líderes políticos tradicionales: representa la voluntad de libertad, amistad y lealtad, valores ausentes en la lógica fría del lucro y el pragmatismo político al que también se ha rendido la izquierda institucional.

Puede parecer curioso que el símbolo de una juventud rebelde contra el capitalismo provenga de un anime, producto de la propia industria cultural. Pero esa contradicción muestra cómo la lucha ideológica también se da en el terreno simbólico, donde los jóvenes reapropian lo que el mercado intenta imponerles.

La rebeldía y la falta de un proyecto político alternativo

La indignación que lleva a millones a las calles por justicia social y contra las élites enfrenta la brutal respuesta de los gobiernos. En Nepal, 74 muertos y más de mil detenidos. En Kenia, 30 asesinados y cientos de heridos. En Indonesia, ocho muertos y 1.200 detenidos. En Madagascar, 22 muertos; en Marruecos, tres.

La violencia policial demuestra el miedo de la burguesía a que la energía difusa y espontánea de esta juventud desborde los límites de la institucionalidad y se transforme en algo más peligroso: una rebelión consciente.

El capitalismo en crisis no deja márgenes para que los gobiernos, mediante medidas paliativas, garanticen mejoras reales para el pueblo. La crisis exige un nivel superior de explotación y saqueo de los países periféricos —en Asia, África y América del Sur—, vitales para los bloques imperialistas en disputa. Por eso, tanto gobiernos de derecha como de “izquierda” recurren a métodos autoritarios para intentar contener las rebeliones, pero estas continúan e incluso derriban a esos mismos gobiernos, agentes del saqueo, aunque la dominación imperialista aparezca bajo la forma de corrupción y autoritarismo.

En Madagascar, el presidente Andry Rajoelina no tuvo otra opción que destituir a todos sus ministros e intentar formar un nuevo gobierno, pero la población siguió en las calles exigiendo “¡Fuera Rajoelina!”. En Nepal, cayó el primer ministro Khadga Prasad Oli tras el incendio de casas de políticos y del parlamento. Se convocaron nuevas elecciones para marzo de 2026. En Perú, fue derrocada la impopular Dina Boluarte, y ahora exigen la renuncia del presidente interino, José Jerí.

Los levantamientos han sacudido los regímenes e incluso derribado gobiernos, pero aún no construyen una alternativa de poder. El dilema es hasta qué punto esta rebeldía espontánea puede llegar a transformarse en lucha anticapitalista.

Las redes sociales, que impulsan y organizan las protestas, son al mismo tiempo una herramienta y un límite: permiten acción rápida, coordinan protestas de un día para otro con cientos de miles de personas, pero no crean estructuras duraderas ni con independencia de clase. Grupos como Gen Z 212, Morocco Youth Voices o Geração Z Madagascar coordinan movilizaciones con enorme agilidad, pero carecen de la organicidad necesaria para transformar la revuelta en programa político.

La estructura horizontal y sin líderes identificables no es nueva, y una vez más se ven en las calles las máscaras de Guy Fawkes, del personaje de V de Venganza, que expresan la negación del sistema y de los métodos políticos tradicionales, pero sin claridad sobre qué construir en su lugar.

Transformar la indignación en conciencia de clase

Es necesario romper con el horizonte inmediato de la moral anticorrupción y comprender que el verdadero enemigo no son solo los políticos corruptos, sino el propio sistema capitalista y la dominación imperialista que sostiene su miseria.

La superación de ese horizonte y la construcción de un programa de clase y de ruptura con el capitalismo se forjarán en la alianza de esta juventud con los trabajadores que padecen el mismo destino impuesto por los planes de austeridad imperialistas y las burguesías locales.

¿Cómo tender un puente entre la juventud rebelde y los trabajadores que enfrentan la misma explotación?

El escenario de pobreza creciente, desempleo, hambre y corrupción que indigna a la generación Z también puede empujarla hacia una ruptura más profunda. En Marruecos, a medida que las manifestaciones se expanden hacia los barrios periféricos, incorporan la lucha por empleo y vivienda. En Perú, las protestas de la generación Z destrabaron un proceso de lucha que se extendió a sectores de la clase trabajadora, culminando en la 12ª huelga de transporte en Lima el 2 de octubre y en el paro del puerto del Callao. La respuesta represiva de Boluarte, que calificó la huelga de “terrorismo urbano”, fue el empujón final hacia su caída.

En los demás países, es necesario construir ese puente. La generación Z es hija de la barbarie neoliberal y heredera de las derrotas impuestas por la izquierda institucional, pero también porta la fuerza de las victorias pasadas y la chispa de la revolución que asoma en las nuevas generaciones. Sus formas de movilización, surgidas en las redes sociales y marcadas por la espontaneidad, deben vincularse con las organizaciones de la clase trabajadora. Aunque estas estén limitadas por burocracias sindicales y proyectos reformistas, cuando son impulsadas por un ascenso de la lucha, pueden cambiar de rumbo rápidamente y convertirse en el motor capaz de paralizar la economía y golpear a los sectores que concentran la riqueza. De esa alianza entre la rebeldía juvenil y el poder productivo de los trabajadores puede nacer una fuerza capaz de poner contra las cuerdas al poder institucional y abrir camino a organismos que expresen el poder real de los de abajo.

La tarea de los revolucionarios es conectar esa rebeldía con un proyecto socialista en cada país y con una perspectiva internacionalista, capaz de transformar la rabia contra las élites en odio de clase y la revuelta en estrategia de poder de la clase oprimida. Esa tarea solo puede ser llevada a cabo plenamente por una organización revolucionaria en cada país, parte de la construcción de una Internacional revolucionaria y socialista, capaz de unir la experiencia de la clase trabajadora con la audacia de las nuevas generaciones.

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