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Especial Revolución Rusa

A 100 años de la revolución rusa: ¿Qué significó la revolución rusa para su generación?

septiembre 18, 2017

Agradecer a la Escuela de Historia y al Centro de Investigaciones Históricas, por el evento y por el enfoque de la actividad.

La pregunta que nos convoca es: ¿Qué significó la revolución rusa para su generación? La pregunta es difícil pues obliga a pensar que es una generación, y sobretodo que es una generación política de izquierda, con más precisión. Yo soy militante del Partido de los Trabajadores, es decir trotskista y con esa mirada de militante, es como intentare responder la pregunta.

Me inclino a pensar que en abstracto, mi generación está marcada por dos Acontecimientos, el Combo del ICE en marzo-abril del 2000 hasta la aprobación del Tratado de Libre Comercio en 2007, es la generación que saca sus conclusiones y su educación política de la reflexión sobre los sucedido en estos años. Abstractamente sería un arco de gente nacida entre 1975 y 1985.

¿Qué podría significar la revolución de Octubre y sus ecos para esta generación?

Yo empecé a militar, muy joven en 1996, así que habría visto tres celebraciones decenales de la revolución rusa, la de 1997, en el 2007 no hubo casi nada (porque fue el año del referéndum y pico de la lucha contra el Tratado de Libre Comercio) y la actual. Comparándolas se pueden sacar algunas cosas en limpio.

  1. La primera celebración de la Revolución Rusa, que viví fue muy modesta, un foro con 60 personas en un aula de Ciencias Económicas, no fue una celebración académica, sino militante, un foro de polémica sobre el legado de la revolución rusa, la organizamos entre yo y dos compañeros más, teníamos 15 y 16 años, los asistentes al foro, nos felicitaron, no esperaban que llegara tanta gente. Las organizaciones y referentes que participaron en esa actividad era las principales en ese periodo: José Merino de FD, Vargas Carbonell del PVP, Orlando Barrantes del MTC y David Morera del PRT. Ninguna de esas organizaciones hoy es de las principales organizaciones de izquierda, una desapareció y las otras son pequeños grupos. Hoy las dos principales fuerza de izquierda son otras: una institucional, parlamentaria y que apoya al gobierno: el FA y otra revolucionaria, socialista que lo enfrenta, que sería el Partido de los Trabajadores. ¿Cómo se realizó esta evolución entre el 80 aniversario y el 100 aniversario de la revolución? ¿Qué significaba entonces y que significa hoy, reivindicar la revolución rusa?

El año 97 no era el momento cumbre de la ideología neoliberal y las privatizaciones, de hecho ya había signos que el triunfalismo ideológico con la que la burguesía latinoamericana recibió el desplome de la URSS, no tenía mucho asidero en la realidad.  Sin embargo, todos imaginábamos que vivíamos en el peor de los tiempos para la izquierda política, rápidamente la lucha de clases mostraría la falsedad de esa imaginación y nos platearía nuevos problemas políticos.

Para lo que quedaba de la izquierda política (FD, PVP, el PRT) eran años de nostalgia, el 97 se contrastaba con la celebración de 87[1], donde aún no habían ocurrido las revoluciones democráticas contra el estalinismo, pero ya estaba en curso la Perestroika.

Si algo he aprendido del estudio de la revolución rusa y de la militancia es que hay que distinguir el significado objetivo de los acontecimientos, de cómo son vividos e imaginados por las personas. Esto creo que es muy importante para entender el valor de la revolución rusa para mi generación.

Producto del peso abrumador de la interpretación estalinista de la revolución rusa, que establecía una continuidad entre la revolución rusa y la dictadura burocrática de la casta estalinista, es decir una continuidad entre el leninismo y el estalinismo. La lectura mayoritaria de la izquierda costarricense ha sido invertida en la valoración del significado objetivo de los hechos históricos. La izquierda  estalinista y procastrista aplaudieron la Perestroika, como un intento sincero de democratización y rectificación comunista[2] y denostaron las revoluciones de 1989-1991, considerándolas “el fin del comunismo”[3].

Hoy 25 años después tenemos suficientes elementos para considerar que lo objetivo, que el veredicto de la historia es al revés: La perestroika en nombre del leninismo, restauro el capitalismo en Rusia, liquidando el estado obrero ruso y lo que quedaban de sus conquistas materiales: (la propiedad nacional de los medios de producción, el monopolio del comercio exterior, la planificación central de la economía) y los acontecimientos de 1989-1991 fueron revoluciones democráticas contra el régimen de partido único, contra el régimen policial-militar y estalinista que había restaurado el capitalismo. Por lo tanto fueron auténticas revoluciones, acontecimientos que dieron apertura a un nuevo mundo, un mundo donde los regímenes estalinistas habían sido finalmente derrotados, liberando la energía y la potencialidad revolucionaria de la clase obrera, del chaleco burocrático en el que estuvo encorsetada por cerca de 70 años.

Pero para llegar a estas conclusiones que expongo, que son las conclusiones que enarbola la internacional y el partido en el que milito, y que en mi entender son las únicas conclusiones que permitirían hacer una verdadera reivindicación a fondo de lo que significó la revolución rusa en la historia y de lo que significa para la actual generación militante, hubo un camino largo de clarificación de las vivencias, de las experiencias y de la política.

Para el año 1997 la pregunta clave era: ¿Qué paso con  la revolución? ¿Es eso posible aún? Entre 1987 y 1997, en Costa Rica vemos fenómenos políticos muy complejos: el proceso de restauración capitalista en la URSS, el Este de Europa, China y Cuba, las revoluciones democráticas contra el estalinismo, los golpes de estado estalinistas contra las movilizaciones (1989 en China y 1991 en Moscú), la derrota/estrangulamiento de la revolución centroamericana a través del mecanismo de reacción democrática: (guerra sucia, chantaje, bloqueo, procesos electorales y de “paz” y aburguesamiento corrupto de las direcciones guerrilleras) .

La casi-desaparición de las dos alas en las que se dividió el estalinismo, el PVP que fuera la principal organización de izquierda y obrera que tuvo el país entre 1931 y 1994, la desaparición de varias de las organizaciones de izquierda que competían por la izquierda con el PVP especialmente el PSC, el MRP y la OST, la ruptura de los trotskistas centroamericanos con la Liga internacional de los Trabajadores ( que era después del Secretariado Unificado de Mandel, la principal organización internacional del movimiento trotskista).

Así mismo el fin del movimiento obrero agrícola (los bananeros), como pilar de la organización sindical y de clase, asimismo el arranque de una modernización autoritaria de la economía que variara parcialmente las formas de división social del trabajo en el país y un proceso creciente de privatizaciones, pérdida de derechos laborales, debilitamiento de la capacidad de lucha sindical (reducida a empleados públicos) y popular, surgimiento de nuevos nudos de riqueza y de desigualdad, con un reforzamiento de los dos partidos tradicionales que era los guardianes de ese orden.

Estos hechos narrados rápidamente obligaban a peguntarse entre 1997 y 2007: ¿Es posible la revolución social? ¿Es deseable la revolución social? Y si es así posible y deseable: ¿Cómo es? Y ¿Cómo se hace? Todas estas preguntas estratégicas se hacían, no con mucha claridad, pero además bajo la imperiosa necesidad de luchar y resistir contra los efectos de la contrarrevolución económica, estas preguntas surgían en medio de las luchas contra el combo del ICE, contra RIteve, contra el “libre comercio” y la “globalización económica”, en defensa de la educación pública, contra la guerra y la militarización de la vida, contra la concentración de tierras en el agronegocio. Las fuimos respondiendo como pudimos.

Creo que en ese periodo, 1997-2007 se esbozaban ya tres modelos, tres estrategias,  con tres fechas: 1 enero de 1994, la estrategia zapatista (cambiar el mundo sin tomar el poder), el 7 de Octubre de 1997, los treinta años de la caída del Che, es decir el re arme programático del castrismo que llevará al Socialismo del Siglo XXI y la Revolución de Octubre de 1917, usada como lente para leer las revoluciones contra la democracia burguesa que significaron la caída de Bucaram, Lucio Gutiérrez, De la Rúa y Sánchez  de Lozada en Ecuador, Bolivia y Argentina. Es decir la estrategia de insurrección obrera y popular.

Poco conocida, pero retratada en el documental El combo callejero de Pablo Cárdenas, es que la división a lo interno del movimiento social durante el combo del ICE, tenía que ver con una pregunta: ¿Esta lucha es por retirar el proyecto de ley y restablecer el funcionamiento normal de la situación o en la lucha que empezó como una resistencia, se ha planteado la posibilidad de la caída del gobierno y hay que jugarse a esa alternativa? Quienes hoy defiende la estrategia del Socialismo de Siglo XXI y el “socialismo a la tica” es decir el FA, respondieron con la primera opción: retirar el proyecto, restaurar el orden. Trotskistas y anarquistas respondieron con la segunda, había que intentar sacar al gobierno, el cierre y traición abrupta del proceso impuso la salida 1.

Las luchas desde 2007 hasta ahora siguen planteando las tres estrategias: vía electoral e institucional para “acumular fuerzas”, la insurrección obrera y popular o cambiar el mundo sin toma del poder. Ambas estrategias tienen claras resonancias y establecen un diálogo consistente a veces, a veces no tanto, con las corrientes políticas que actuaron durante la revolución rusa: la “estrategia de desgaste” socialdemócrata y menchevique, el leninismo-trotskismo del partido bolchevique y el anarquismo.

Quería detenerme en esto, para una parte de mi generación influenciadas por una cierta lectura del zapatismo, del anarquismo y de autores como Jhon Holloway o Toni Negri. La revolución rusa significa lo que no hay que hacer en el siglo XXI, cito a Holloway:

 “cambiar el mundo por medio del Estado, es el paradigma que ha predominado en el pensamiento revolucionario por más de un siglo (…) El paradigma del Estado, es decir, el supuesto de que ganar el poder es central para el cambio radical, dominó además de la teoría, también la experiencia revolucionaria durante la mayor parte del siglo XX (…) La aparente imposibilidad de la revolución a comienzos del siglo veintiuno refleja, en realidad el fracaso histórico de un concepto particular de revolución, el que la identifica con el control del Estado”

« ¿Qué es lo que ha logrado la lucha por el poder en los últimos cien años? La opresión miserable de la Unión Soviética, la corrupción de los gobiernos socialdemócratas, los millones de cadáveres de los movimientos de liberación nacional. ¿Qué más? La amargura y la desilusión en todo el mundo. Por eso, en todas partes y con los zapatistas como inspiración, la gente está buscando ahora formas de lucha que evitan a propósito las ‘imprescindibles mediaciones políticas’, formas de lucha que son orientadas no a la toma del poder sino a la disolución del poder.»

Hubo entonces dos formas de oponerse a la abdicación a tomar el poder. En este debate convivían conflictivamente la herencia estalinista-castrista[4] y la herencia trotskista[5].

Ambas defendían en apariencia, la teoría marxista del Estado y la vieja consigna leninista: Salvo el podertodo es ilusión Pero esta defensa tenía significados e implicaciones por completo diferentes, que no eran tan claras en 2007, pero sí lo son en 2017.

A partir de 1998/2002  los grupos vinculados a los viejos partidos comunistas y a las guerrillas recicladas, es decir el Foro de Sao Paolo encontraron un modelo a seguir  a partir de 1998, con el ascenso electoral de Hugo Chávez y ese modelo se reforzará sucesivamente en 2002, 2005, 2006, con el ascenso de Lula, Correa y Evo Morales. La estrategia y la teoría llegaran más tarde, siendo más bien una justificación de una práctica de hecho. Será bautizada de muchas formas: socialismo del siglo XXI, socialismo comunitario, sociedad del buen vivir, sociedad de la vida en plenitud (Sumak Kawsay). El Frente Amplio tiene una formulación más a la derecha: democracia más justicia social o propuestas para el bien común.

Lo importante es que en el Foro de Sao Paolo, empezó a producirse un lectura/ideología la cual consistía en un bloque electico, que decía mezclar la herencia de Lenin (pero en clave perestroika), Castro/Guevara y Gramsci (en clave eurocomunista/socialdemócrata).

Se podría reivindicar la revolución rusa (depende de la ocasión y el público y la cercanía de las elecciones), pero como una más de las revoluciones, igualada con la cubana, la nicaragüenses, la de los claveles, etc.  no como modelos estratégicos. En realidad la estrategia es lo que se ha llamado: “revolución bolivariana”, es decir la experiencia del PSUV, a veces ampliada a la experiencia ecuatoriana: “la revolución ciudadana” y la boliviana, la revolución del “socialismo comunitario”

Cito dos referentes Atilio Borón y José Merino:

“imposible soslayar la trascendencia de las contribuciones teóricas de Antonio Gramsci. Éste señaló en múltiples escritos que la creación de un nuevo bloque histórico que desplazara a la burguesía del poder suponía una doble capacidad de las fuerzas contrahegemónicas: éstas debían ser dirigentes y dominantes a la vez. Es más, en realidad las fuerzas insurgentes debían primero ser dirigentes, es decir, ser capaces de ejercer una “dirección intelectual y moral” sobre grandes sectores de la sociedad —esto es, establecer su hegemonía— antes de que pudieran plantearse con alguna posibilidad de éxito la conquista del poder político y la instauración de su dominio.”

Merino: “ Leyendo de nuevo a Gramsci y a otros grandes intelectuales marxistas coetáneos que tratan de comprender lo que pasa en nuestras sociedades capitalistas en crisis, me encontré con esta idea de la dominación sin hegemonía, y me pareció que podía ayudarnos a entender mejor lo que ocurre en Costa Rica. (…) Después de los años cuarenta y hasta finales del siglo pasado se constituyó en nuestro país un bloque de poder, que construyó su dominación con un amplio consenso de la sociedad, por su capacidad de impulsar en la sociedad políticas en una dirección que no sólo servía a sus intereses, sino que también beneficiaba a amplios sectores de las clases subordinadas. A esa capacidad de gobernar siempre con la fuerza que está implícita en la lógica del sistema, pero sin violencia abierta le llamaba Gramsci hegemonía, que no entendía únicamente como superioridad cultural que conduce al consentimiento político, sino también el momento de la dominación social clasista que siempre acompaña a este consentimiento.” En mi opinión, estas opiniones de Merino contienen un embellecimiento del PLN y el PUSC, y un ocultamiento de la lucha obrera del siglo XX.

Eso fue toda una estrategia, los frentes electorales de los partidos del Foro de Sao Paolo, con un sector de la burguesía para ganar las elecciones y llegar al gobierno. Con la llegada al ejecutivo de “gobiernos progresistas” se emprende un proceso de cambios institucionales, pero ya no se trataría del “el transito pacifico al socialismo”, sino mucho menos que eso, estos “gobiernos progresistas” en palabras de Pablo Iglesias, en su conferencia conjunta con Álvaro García Liniera[6] señala como: “un debate más modesto, la construcción de sistemas políticos posneoliberales (…) eso nos pone frente a un desafío menos ilusionante que la construcción de una sociedad diferente más justa y diferente al capitalismo (…) “como se puede trabajar desde el Estado para construir sociedades pos neoliberales”.

Marta Harnecker dice: “Estos gobiernos deben ser capaces de enfrentar el atraso de sus países, sabiendo que las condiciones económicas objetivas en las que están insertos los obligarán a convivir durante no poco tiempo con formas de producción capitalista. Y deben hacerlo a partir de un aparato estatal heredado que es funcional al sistema capitalista, pero no lo es para avanzar hacia el socialismo. “(…) “la historia ha demostrado que el “cielo” no puede ser tomado por asalto, que se requiere un largo período histórico para transitar desde el capitalismo a la nueva sociedad que queremos construir. Algunos hablan de decenas de años (Chávez), otros de centenas (Samir Amin, Álvaro García Linera) y otros, como yo, pensamos que será la meta a la cual debemos irnos aproximando, pero que quizás nunca alcancemos plenamente.”.

Los efectos de esta estrategia están una en descubierto frente a todo el mundo, por un lado el surgimiento desde el Estado y los militares de una burguesía chavista: la boliburguesía y de una capa de funcionarios y burócratas privilegiados, el fracaso económico de la “economía mixta”, del capitalismo rentista venezolano para ser más preciso y el regreso de las falsificaciones y las amalgamas de la época estalinista para enfrentar las movilizaciones democráticas de las masas tanto en siria, como en Venezuela[7].

Eso explica como Borón pasa de hablar en 2001 de ser capaces de ejercer una “dirección intelectual y moral” sobre grandes sectores de la sociedad, a en el año 2017 decir: “la única actitud sensata y racional que le resta al gobierno del presidente Nicolás Maduro es proceder a la enérgica defensa del orden institucional vigente y movilizar sin dilaciones al conjunto de sus fuerzas armadas para aplastar la contrarrevolución y restaurar la normalidad de la vida social”.

Esta izquierda no es heredera de Octubre del 17, sino de Octubre de 1937, es la heredera de la Gran Purga, de la falsificación histórica, de la defensa a sangre y fuego de los privilegios burocráticos, finalmente  de los campos de concentración, igual que en 1937 se negaba la existencia del Gulag, hoy se niega la monstruosidad de la prisión de Saydnaya, en Siria.

Para quienes militamos en el PT y en la LIT, reivindicar Octubre de 1917, es distanciarse radicalmente de la abdicación de la toma del poder y de la defensa del poder para conquistar privilegios.

Durante este año, hemos discutido que es la herencia de Octubre en nuestro país, lo primero para nosotros es la reivindicación de la centralidad del movimiento obrero, del cual desde hace más de 40 años la izquierda costarricense no habla, la centralidad de la construcción de la identidad de clase. Hemos construido una herramientas para ello una sindical Sitrasep, que ha encabezado huelgas en los obreros de la construcción, piñeras y en plásticos. Queremos construir, también una herramienta política, un partido obrero, no solo en su programa, sino en su composición social. Esto se opone a la estrategia “ciudadanista”/electoral del FA, pero también en el movimientismo autonomista.

Esta reivindicación va a acompaña de una defensa de la tradición marxista, de la lucha ideológica por reivindicar el marxismo como teoría, eso supone una lucha contra la vulgarización estalinista del marxismo, tipo Borón y Harnecker, pero también una lucha teórica contra el “posmarxismo” y el “postmodernismo”, que sostienen el agotamiento del marxismo como teoría, reivindicamos la idea de Rosa Luxemburgo:

“Marx, en su creación científica, nos ha  sacado distancia como partido de luchadores. No es cierto que Marx ya no satisface nuestras necesidades. Por el contrario, nuestras necesidades todavía no se adecúan a la  utilización de las ideas de Marx”

Hoy con las oportunidades revolucionarias abiertas, ser más marxistas que nunca.

Pero Octubre para nosotros significa también, ser internacionalista. Mientras más global y más mundial, es el capitalismo y la sociedad, más nacionales y comunitaristas se vuelve la izquierda.

La idea marxistas que los obreros no tienen patria y que es necesaria un partido mundial de la revolución socialista, que actué de manera centralizada mundialmente, para llevar adelante una estrategia de revolución permanente, hasta vencer al imperialismo y el capitalismo, es una idea que en Costa Rica, reivindica el Partido de los Trabajadores. Es una idea opuesta por el vértice a la idea del “socialismo a la tica” que defiende el Frente Amplio, una idea de un “socialismo excepcional” para un “país excepcional”.

Creo que el significado de Octubre, para mi generación militante debe ser leído con los anteojos con que León Trotsky se planteaba el problema en 1939:

“Está más allá de toda discusión el hecho de que el viejo Partido Bolchevique se ha desgastado, ha dege­nerado y perimido. Pero la ruina de un partido histórico determinado que durante un período se apoyó en la doctrina marxista en absoluto significa la ruina de esa doctrina. La derrota de un ejército no inválida los preceptos fundamentales de la estrategia. Que un artillero pegue lejos del blanco de ninguna manera inválida la balística, es decir el álgebra de la artillería. Que el ejército del proletariado sufra una derrota o que su partido degenere de ninguna manera inválida el marxismo, que es el álgebra de la revolución”.

La derrota y bancarrota de las generaciones de izquierda anteriores, no invalida el marxismo, el internacionalismo, la necesidad de la revolución obrera y socialista y la imperiosa urgencia de construir un partido con características bolcheviques. Mi invitación para la generación actual y la siguiente es acompañarnos en el estudio del álgebra de la revolución, de las lecciones de Octubre.

Roberto Herrera, del PT de Costa Rica

Notas: 

[1] “en Moscú en 1987, había asistido a la calle Gorky esa fría mañana de noviembre para ver el desfile militar en su camino hacia la Plaza Roja. Una fila de dignatarios soviéticos y extranjeros reunidos presidía mientras los jóvenes soldados rendían tributo en el Mausoleo de Lenin. Este aparentemente impresionante despliegue buscaba mostrar la perdurable energía revolucionaria del comunismo y su alcance internacional. El líder soviético, Mijaíl Gorbachov, habló de un movimiento vigorizado por los valores de 1917 ante una audiencia de líderes de izquierda que incluía a Oliver Tambo del Congreso Nacional Africano y a Yasser Arafat de la Organización para la Liberación de Palestina.Había banderines con la proclamación del poeta Vladimir Mayakovsky: “¡Lenin vivió, Lenin vive, Lenin vivirá para siempre!”. El clamor tenía un dejo de falsedad, pues los problemas económicos de la URSS eran obvios para todos”. Lo que queda del comunismo Por David Priestland 11 de abril de 2017.

[2] Señala Marta Harnecker: “Muchos sentíamos que al fin había llegado la hora de corregir aspectos que considerábamos negativos en esos regímenes socialistas: la ausencia de debate, de construcción colectiva, de protagonismo popular; las diferencias de oportunidades  para los cuadros dirigentes en relación con el simple ciudadano; el exceso de centralismo en la planificación económica, que tornaba la economía inoperante tanto para competir en el área mundial como para satisfacer las propias necesidades de las personas; y quizá lo más grave de todo, el uso de argumentos de estado para perseguir, reprimir y asesinar a cientos de miles de ciudadanos soviéticos, empezando por sus cuadros más destacados.”

[3] “Dada esta nueva correlación de fuerzas a nivel mundial, aparece la tesis del cierre del ciclo de las revoluciones antimperialistas, entendiéndolas como enfrentamiento total, militar y económico con el imperialismo. Esta tesis, que nos desconcertó a muchos  cuando fue planteada por primera vez en 1990 por el comandante Víctor Tirado en el contexto de la derrota electoral sandinista y antes de la debacle soviética” (óp. cit.). 

[4] Por ejemplo aquí la crítica de Atilio Borón a los zapatistas: “no parece haber una clara conciencia de que la democracia es una forma estatal, y que en el capitalismo —más todavía: mientras exista la sociedad de clases— incluso la más evolucionada de las democracias no será otra cosa que la cristalización de un pacto por el cual las clases subalternas abdican de su derecho a la revolución y negocian —en mejores o peores condiciones según la históricamente variable correlación de fuerzas— las condiciones de su propia explotación. La teoría política marxista asegura por eso que la democracia también es su opuesto, es decir, una dictadura clasista.” Las limitaciones de este diagnóstico se tornan aún más clamorosas cuando Holloway incorpora una tesis muy próxima al pensamiento neoliberal que asegura “que los Estados no son los centros de poder que asumían las teorías estadocéntricas de Luxemburgo y Bernstein.” (Holloway, 2001: 174). Este razonamiento culmina proclamando la supuesta desaparición del capital nacional y su reemplazo por un capital global carente de bases estatal-nacionales, operando a partir del sustento que le ofrece la mundialización de las operaciones económicas”.

[5] Cito la crítica del trotskista español Ángel Luis Parras en su polémica contra Holloway: “Los seguidores de las teorías de Holloway y del antiestatismo en general deberían estudiar las lecciones de la revolución española. No encontrarán en la historia pasada un ejemplo más vivo, rico y heroico para ver a la luz de los hechos las consecuencias de las teorías del anti-poder y la anti-política, de los “archipiélagos de poderes”, la “construcción de autonomías” y la“democracia irrestricta”. «Todos los gobiernos son detestables y nuestra misión es destruirlos», «todos los gobiernos sin excepción son igualmente malos, igualmente despreciables», «todo gobierno es liberticida». repetían los dirigentes anarquistas de la FAI y de la influyente CNT. “Nosotros no necesitamos gobierno ni Estado. Eso lo necesitan los burgueses para que defiendan sus intereses. Nuestros intereses son únicamente el trabajo y éste lo defendemos sin necesidad de Parlamento”. Sin embargo, la revolución desencadenada tras el levantamiento obrero del 19 de julio colocó (como sucede cada vez que se produce ese momento histórico excepcional que es una revolución social) el problema del poder en el centro de la situación. La revolución no es otra cosa, en realidad, que la lucha por el poder.

Los dirigentes anarquistas de entonces, como los anarcoliberales febriles de hoy, al estilo de Holloway, presentan al Estado a la manera hegeliana, como el subproducto de la “idea moral”. El Estado, o su ausencia, sería algo librado sin más a la voluntad colectiva y moldeado con arreglo a nuestras ideas preconcebidas. El marxismo sostuvo, contra estas concepciones idealistas, que “el estado es el producto y la manifestación del antagonismo irreconciliable de las clases (…)que aparece donde y en la medida en que los antagonismos de clase no pueden objetivamente ser conciliados (…) que es un órgano de dominación de clase y (…) que el proletariado no puede derrocar a la burguesía si no empieza por conquistar el Poder político, [transformando] el Estado en el ‘proletariado organizado como clase dominante’Sólo cuando las clases hayan sido definitivamente eliminadas, el Estado se extinguirá y el poder político será sustituido por la simple administración de las cosas. 

[6] Presentación del libro:  “1917. La Revolución rusa cien años después” de los autores Juan Andrade y Fernando Hernández Sánchez (Akal ediciones)y luego la  charla-coloquio, bajo el título “Tiempos salvajes. A cien años de la revolución soviética” moderado por Irene Montero (Portavoz del Grupo Parlamentario Confederal Unidos Podemos-En Comú Podem-En Marea) participan Álvaro García Linera (Vicepresidente del Estado Plurinacional de Bolivia) y Pablo Iglesias (politólogo, secretario general de Podemos y diputado en el Congreso español. https://www.youtube.com/watch?v=hK7OQSRG9sE 

[7] “Al contrario de un verdadero programa socialista, y consecuentemente antiimperialista, la política del chavismo, desde Hugo Chávez hasta Nicolás Maduro, mantuvo la condición de dependencia del país frente al imperialismo, sea por el pago de deuda externa, sea por el favorecimiento a los buitres nacionales, que por medio del aparato del Estado, casi que exclusivamente producto de la renta de petróleo, se transformó en una boliburguesía corrupta, extremadamente autoritaria y que mantiene negocios con los banqueros internacionales y al mismo tiempo actúa como una especie de agente de una submetrópoli en las pequeñas islas caribeñas, las cuales dependen del petróleo venezolano para sobrevivir, razón por el cual el gobierno Maduro mantiene apoyo entre los gobiernos de aquella región”.

 

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