¿Cuál es la política correcta para la situación actual de Brasil?
La situación política se acelera en Brasil. Al momento de escribir este artículo, 100.000 personas marchan en Brasilia exigiendo la renuncia del presidente Michel Temer y contra las regresivas reformas de las leyes laborales y de la previsión social que el gobierno presentó al Congreso. Luego de la delación a la justicia de los hermanos Batista (dueños de la mega empresa frigorífica JBS) sobre las coimas entregadas a los principales políticos del país (entre ellos el propio presidente), el gobierno Temer agoniza.
Por: Alejandro Iturbe
Fraccionada y dividida (y con la putrefacción de su régimen político y sus partidos al desnudo), la burguesía brasileña intenta discutir las alternativas posibles para salir de este atolladero y evitar un estallido de los trabajadores y las masas que agudice aún más esta crisis. En el Congreso en Brasilia, los diputados se toman a golpe de puño, mientras afuera los trabajadores intentan avanzar sobre los edificios del poder burgués y enfrentan la represión.
En este marco, la izquierda brasileña (dejemos afuera de ella al PT) está en un momento de unidad acción para parar las reformas y derribar a Temer. Las propias burocracias de las principales centrales sindicales (como la CUT petista y la Força Sindical más derechista) están atrapadas entre su vocación capituladora, por un lado, y los ataques de la burguesía y el gobierno, y la presión de sus bases, por el otro. Por eso, no consiguen “sacarle el cuerpo” a las acciones de lucha. Ambos hechos son positivos porque potencian las acciones de los trabajadores y las masas, como las grandes movilizaciones del 15 de marzo, la exitosa huelga general del 28 de abril y, ahora, la marcha a Brasilia. Por eso, es necesario mantener a fondo esta unidad de acción hasta lograr los objetivos comunes que la generan.
Al mismo tiempo, la propia situación exige desarrollar los imprescindibles debates entre la izquierda en dos aspectos ligados entre sí pero diferentes. El primero es el balance de los análisis, caracterizaciones y políticas que cada corriente tuvo en todo el período anterior. El segundo (en gran medida, el principal ahora) es qué política debe proponerse a los trabajadores y a las masas para avanzar en su lucha.
Este debate se da no solo dentro de la izquierda brasileña sino en toda Latinoamérica, en especial en Argentina. Nos referimos a las polémicas que hemos tenido y tenemos con las dos principales organizaciones trotskistas argentinas (el Partido Obrero – PO y el Partido de los Trabajadores Socialistas – PTS) que dedicaron y dedican gran atención al Brasil a través de sus publicaciones.
Un pronóstico equivocado
Con respecto al balance, no queremos abrumar a nuestros lectores con una montaña de citas, de modo que trabajaremos con los principales conceptos que estuvieron en debate.
En estos años pasados, tanto el PO como el PTS (al igual que la mayoría de la izquierda latinoamericana) caracterizaban que existía en Latinoamérica una “onda reaccionaria”. Es decir, la burguesía y sus expresiones políticas (en especial las de derecha) estaban a la ofensiva y los trabajadores y las masas a la defensiva. Esta definición se basaba centralmente en los resultados de las elecciones: la elección de Mauricio Macri como presidente de Argentina, la dura derrota del gobierno venezolano de Nicolás Maduro en las elecciones parlamentarias, la derrota de Evo Morales en el plebiscito para autorizar una nueva reelección, etc. Surgían así gobiernos burgueses de derecha más fuertes, con mucha mayor capacidad de golpear duramente a los trabajadores a través de despidos, suspensiones, rebajas salariales, deterioro de las condiciones laborales, debilitamiento del sistema de jubilaciones, etc. Si bien contenía elementos parciales verdaderos, este análisis estaba globalmente equivocado y llevaba, como veremos, a políticas también equivocadas.
En primer lugar, partía de considerar como el principal elemento de la realidad los resultados electorales. Es decir, fenómenos superestructurales. E incluso, en ellos, simplificaba los complejos procesos de la conciencia de los trabajadores y las masas que el sistema electoral burgués deforma y distorsiona. Lo central, sin embargo, era que no consideraba que los trabajadores y las masas no habían sido derrotadas en el terreno de la lucha de clases y, por el contrario, mostraban disposición para luchar y luchaban enfrentando los ataques.
Al mismo tiempo, es totalmente cierto que los nuevos gobiernos de derecha surgían para avanzar en los ataques a las masas. Pero dar a entender que estos ataques eran consecuencia solo de la subida de estos gobiernos significaba “embellecer” a los gobiernos burgueses de frente popular o populista en crisis que ya habían comenzado a realizarlos (como el de Cristina Kirchner en Argentina o el de Dilma Rousseff en Brasil). Levantando los ojos al mundo, estaba el ejemplo de Syriza en Grecia. Había duros ataques sí, pero estos eran llevados adelante por todos los gobiernos burgueses fueran del “color” que fueran.
Por nuestra parte, sostuvimos que la dinámica de una situación política nacional se definía en el terreno de la lucha de clases y veíamos que las masas estaban resistiendo y luchando. Claro que estaba planteada la posibilidad de una derrota de las masas. Pero, por un análisis profundo de la realidad, no teníamos razón para ser pesimistas sino que apostábamos a su lucha. Sería en el resultado de esas luchas donde se definiría la dinámica, y no en el de las elecciones. Baste ver la situación de Argentina, con grandes luchas y movilizaciones de masas y un gobierno que difícilmente pueda definirse como “fortalecido”, para verificar uno y otro análisis.
Brasil: se profundizan los errores
La caracterización de estas organizaciones sobre la “onda reaccionaria” tenía en el Brasil una refracción especial: no se expresaba esencialmente en las elecciones sino en las movilizaciones “verde-amarelas” que pedían el impeachment de Dilma. La conclusión era aún más pesimista: la clase media reaccionaria estaba en la calle y ganaba a un sector de los trabajadores, mientras que la mayoría de la clase permanecía pasiva frente al “golpe” que se preparaba en las calles.
La destitución de Dilma y la asunción de Michel Temer finalmente se concretaron. Como estas corrientes no podían hablar de un golpe militar clásico, utilizaron una nueva categoría: el “golpe institucional” (forma diferente pero contenido similar al anterior). La lógica conclusión era que el régimen de dominación de la burguesía se había fortalecido. En realidad, no inventaron nada: se limitaron a tomar el discurso de Dilma, Lula y el PT, que la habían creado para esconder su fracaso y explicar por qué las masas no movían un dedo para defender su gobierno, y agregarlo un poco de “color rojo”.
En numerosos artículos de la LIT y del PSTU brasileño, debatimos con esta visión equivocada. Señalamos que no podía definirse como “golpe” una acción parlamentaria que se encuadraba dentro de la propia Constitución y que no modificaba el régimen democrático burgués vigente.
Lo que ocurría en el Brasil –decíamos– no era un “golpe” sino algo totalmente distinto: la lucha entre dos bloques burgueses (el bloque del gobierno del PT y el de la oposición burguesa de derecha). Una lucha para decidir quién debe gobernar en este momento de crisis y aplicar con mayor eficiencia el ajuste fiscal de los banqueros y la burguesía. Una lucha que se definía dentro del propio régimen. Junto con esto, opinábamos que, lejos de fortalecerse con el impeachment de Dilma y la asunción de Temer, este régimen se fragilizaba aún más, y que el nuevo gobierno era igual o más débil que el de Dilma.
Esta definición de “golpe institucional” no solo disfrazaba la realidad sino que tenía consecuencias políticas muy profundas. En primer lugar, antes del impeachment, significó un “puente” para capitularle al PT y a su gobierno en agonía, porque el eje era “defender la democracia contra el golpe”. Por lo tanto, era un grave error llamar a los trabajadores y las masas a derribar con su lucha el gobierno de Dilma (y también el Congreso corrupto y a toda la oposición burguesa de derecha), como proponían la LIT-CI y el PSTU. Una política por la que fuimos calificados de “ser funcionales a la derecha”.
Después del impeachment y de la asunción de Michel Temer, este debate anterior perdió peso y comenzó un período de unidad de acción en la lucha por derribarlo. Pero el tema de la definición de “gobierno golpista” seguía (y sigue) teniendo consecuencias. Mientras el PSTU y la LIT completan esta propuesta con el Fuera Todos Ellos (intentando expresar con esta consigna la lucha contra el conjunto del régimen, sus partidos y sus políticos corruptos), estas corrientes siguen limitándose al Fuera Temer (¡aún hoy!). Nuevamente actúan en consonancia con la política del PT. Se ubican más a la izquierda en su discurso, pero continúan capitulándole.
Es necesario hacer una precisión. Si bien coinciden en lo esencial de su política, la forma en que la llevan adelante es diferente. El PO es un partido esencialmente nacional-trotskista cuya corriente tiene escasa o nula presencia en el Brasil. Se limita, en muchos casos, a extensos artículos de Jorge Altamira (su principal dirigente) dando “consejos”.
El PTS sí intenta construir una organización internacional (la Fracción Trotskista – FT) que en el Brasil se expresa a través del Movimiento Revolucionario de los Trabajadores – MRT. Por eso, va más a fondo en la aplicación de sus posiciones. Por ejemplo, el año pasado dividieron el acto del FIT en Argentina, el 1º de Mayo, para hacer su propia movilización “contra el golpe en Brasil”. En el proceso de impeachment de Dilma, en el momento en que la bancada de diputados del PSOL pasaba a actuar como “base parlamentaria” del gobierno de Dilma y el PT (sin una sola crítica a este gobierno), el MRT seguía con su política de intentar ingresar al PSOL. Nuevamente, la política se arma como un tren: el PSOL le capitula al PT, el MRT quiere entra al PSOL…
Otro aspecto de la discusión: la CSP-Conlutas y la huelga general
Con la corriente internacional del PTS se dio, además, otra discusión. Años atrás, en Brasil, cambió su nombre LER por el de MRT y definió la política de pedir su ingreso al PSOL (un partido-frente, reformista y electoralista). Más allá de que ese ingreso no se haya concretado por la negativa de la dirección del PSOL, es muy interesante ver los argumentos que fundamentaban esta orientación.
En ese momento, sostenían: “El PSOL es un partido que, por encima de todo, en las últimas elecciones, con la candidatura de Luciana Genro y diversos diputados, apareció como una alternativa a la izquierda del PT para un importante auditorio de masas. Luciana tuvo 1,6 millones de votos como una importante expresión del combate a los sectores más conservadores de la política brasileña”. Por eso, la propuesta del MRT era “luchar con nuestras ideas revolucionarias dentro del PSOL para construir una fuerte alternativa de los trabajadores” (“Manifesto do Movimento Revolucionário de Trabalhadores, em campanha pelo #MRTnoPSOL”, traducción nuestra).
Y agregaban: por el contrario, “el PSTU, a pesar de levantar puntos correctos de programa, viene renunciando a presentarse como verdadera alternativa, cada vez más restricto a un sindicalismo que agita en la propaganda la ‘huelga general’, pero no da una respuesta a la crisis del PT ni a la lucha de clases”. En otro material, el MRT caracterizaba que, por la diferencia en los votos obtenidos por ambos partidos en las elecciones de 2015, “lo que debemos tener claro es que la tendencia es la emergencia política del PSOL frente a la crisis del PT y que el PSTU se consolida como una secta grande sindicalista que desaparece del terreno político”, a pesar de reconocer que “en la CSP-Conlutas están los sindicatos antigobernistas del país”.
Es decir, para el MRT-PTS, lo importante para tener peso político y “ser alternativa” es obtener muchos votos y diputados. Por el contrario, si se tiene peso de dirección en la central en la que se agrupan los sindicatos más combativos (es decir, peso estructural y organizativo en la clase trabajadora) pero se sacan pocos votos, un partido se convierte en una “secta sindicalista grande”, sin futuro político. De este modo, esta corriente caía en un pequeño olvido: el concepto de Lenin de que los resultados electorales eran muy importantes pero “cien veces más” lo eran las huelgas y las luchas de los trabajadores.
Es bueno, entonces, pasar las propuestas de cada organización por la prueba de la realidad. Lejos de transformarse en “una secta grande sindicalista” el PSTU (esencialmente a través de su acción en la CSP-Conlutas) ha sido uno de los protagonistas (minoritario pero protagonista real) de los recientes hechos de la lucha de clases, como las movilizaciones de marzo, la huelga general de abril, y la marcha a Brasilia. Gran parte de ese protagonismo se debió a la agitación incansable de la necesidad de la huelga general como método de lucha de los trabajadores y como necesidad de la realidad, contra la mayoría de la izquierda que nos calificaba de “locos” (o de “propagandistas”, como el MRT-PTS). Mientras tanto, el MRT-PTS quedó como un “satélite” del PSOL que, a su vez, actúa como un satélite del PT, a través del Frente Povo sem Medo. Lo del PO es aún más triste: se limita a dar “consejos” que, encima, están equivocados.
Hoy, el PTS y el PO han abandonado la definición de “onda reaccionaria” en el Brasil y se ubican en el mayor apoyo a la huelga general. Nos alegramos por ello. Pero un poco de honestidad política (tipo decir “nos equivocamos”) no vendría mal.
Sobre la situación actual
El PO también ha abandonado la palabra “golpe”, mientras que el PTS la mantiene (habla de derribar el “gobierno golpista”). Más allá de esta diferencia literaria, ambos partidos vuelven a coincidir en la propuesta que le hacen a los trabajadores y las masas brasileñas como salida a la crisis después de derribar el gobierno Temer: luchar por una Asamblea Constituyente.
Por un lado, la dirigente del MRT Diana Asunção, en un artículo del 18/5 pasado, reproducido por la página izquierda diario del PTS argentino, luego de analizar una situación de profunda crisis del régimen burgués y de la profundización del ascenso, escribe:
“Necesitamos una fuerte huelga general para tirar a Temer e imponer una Asamblea Constituyente Libre y Soberana, que cuestione profundamente las bases de este podrido régimen político y cambie las reglas del juego, no solo los jugadores. La única forma de poner las grandes cuestiones estructurales del país en manos de los trabajadores y la población es imponer con los métodos de la lucha esta nueva Constituyente, en la que podamos elegir nuestros representantes y anular todas las reformas de Temer, Lula y Fernando Henrique Cardoso, batallar por el fin del pago de la deuda pública, la estatización bajo administración democrática de los trabajadores de todas las grandes empresas estatales del país, la reforma agraria radical y que los jueces y políticos sean elegidos y revocables, recibiendo el mismo salario que un trabajador. Participamos de las movilizaciones por “Fora Temer” con esta perspectiva. Creemos que es un proceso que puede servir para que los trabajadores y jóvenes puedan hacer una experiencia profunda con la democracia de los empresarios y banqueros, como con la que proponemos los revolucionarios: un gobierno de los trabajadores, de ruptura con el capitalismo, una democracia directa basada en organismos de auto-organización de los trabajadores, única forma política capaz de poner a los trabajadores como sujetos que piensen todo el funcionamiento del país…”
Por otro lado, el PO (en el artículo ya citado de Jorge Altamira, del 20/5), con un marco similar de análisis, propone:
“La cuestión del momento, en Brasil, es ganar la calle en permanencia e impulsar una nueva huelga general. En estas condiciones, la convocatoria a una Constituyente libre y soberana se convertirá en un canal superior de movilización política de las masas, y podrá plantear la cuestión del poder: el gobierno de los trabajadores. En Brasil, como en toda América Latina, la solución de la cuestión de la dirección de la clase obrera es la clave para transformar las crisis repetidas en crisis de poder y revolucionarias, y en la posibilidad de un gobierno de trabajadores”.
Los razonamientos son distintos. En el caso del MRT-PTS, una necesidad real (que los trabajadores y jóvenes puedan hacer una experiencia profunda con la democracia de los empresarios y banqueros) se transforma en el argumento para meter de contrabando una especie rara: una Asamblea Constituyente que sería, a la vez, un organismo de la democracia burguesa y un sóviet camuflado que tomaría las tareas propias de un organismo de poder obrero y sería entonces una especie de “transición” hacia este poder. En el caso del PO, el argumento es que esta propuesta sería una palanca para un estadio superior de movilización política de las masas y recién ahí se podrá plantear la cuestión del poder y la posibilidad de un gobierno de trabajadores. Pero ambos están equivocados y, por caminos distintos, conducen a una propuesta política peligrosísima: la lucha por una Asamblea Constituyente como el eje del programa que los revolucionarios deben presentar a las masas.
El llamado a luchar por una Asamblea Constituyente (organismo de la democracia burguesa) puede ser muy útil en dos momentos: cuando se lucha por derribar una dictadura o régimen bonapartista represivo, y en el período inmediato posterior, cuando ese viejo régimen ha sido derribado y las masas tienen profundas ilusiones en la democracia burguesa y en sus instituciones, y quieren una nueva Constitución que reemplace a la anterior. Pero, incluso en esos momentos, en que puede ser una herramienta muy útil, nunca puede ser el eje de un programa revolucionario.
Pero esta situación que analizamos no tiene nada que ver con la realidad actual del Brasil. La dictadura cayó hace tres décadas, su Constitución fue cambiada en 1988, y los trabajadores y las masas vienen rompiendo aceleradamente con el régimen democrático burgués, cuyas instituciones, partidos y dirigentes están cada vez más desprestigiadas y viven una crisis fortísima. Todo eso, en el marco de un ascenso creciente que se radicaliza.
En esta situación, las tareas principales de los revolucionarios son ayudar al desarrollo de la lucha y, en ese marco, como eje de su actividad, impulsar el surgimiento de organismos de auto-organización y doble poder obrero. No se trata de una tarea para el futuro sino para el presente. Y la posibilidad de derribar a Temer con la lucha hace aún más aguda la necesidad de esta tarea.
Es cierto que en la realidad existe una aguda contradicción: Temer puede caer por la lucha y estos organismos aún no existen. Se trata, entonces, de sembrar sus embriones y de buscar en la realidad qué organismos han sido los dirigentes y organizadores de esa lucha para expresar una propuesta de poder obrero que esté ligada a la realidad y sea comprensible para las masas. Es precisamente en el proceso vivo de la lucha que estos organismos pueden surgir. Mientras tanto, tal como decía Lenin, hay que “explicar pacientemente” la salida de fondo (la toma del poder por los trabajadores y las masas).
La consigna de Asamblea Constituyente, por el contrario, mete nuevamente este proceso de lucha en el “corral” y en la trampa de la democracia burguesa (el voto universal). Derribamos al gobierno Temer con la lucha, también el corrupto Congreso y, en ese momento, les decimos a los trabajadores que no tienen que tomar el poder con sus organismos (y tiene el derecho de hacerlo) sino que se trata de convocar a una Asamblea Constituyente para… votar un organismo burgués. Es decir, volver para atrás lo que los trabajadores avanzaron con su lucha. Por eso, la propuesta de Asamblea Constituyente como eje de un programa revolucionario, en este marco acaba siendo una trampa mortal para la lucha y una nueva capitulación de estas corrientes a la democracia burguesa.
Y esa crítica es válida tanto para el PTS (que pretende hacerle trampa a la vida y al proceso real de experiencia y radicalización de las masas por la vía del artificio de querer camuflar un organismo soviético dentro de uno burgués) como para el PO, que nos dice que todavía no podemos llamar a los trabajadores a pelear por el poder.
¿Por qué el PO y el PTS-MRT (dos organizaciones que se reivindican trotskistas y revolucionarias) caen cada vez más en estas capitulaciones a la democracia burguesa? Para nosotros, ambas están afectadas por una “enfermedad” que tiene un nombre claro: oportunismo electoralista. Un mal que ya ha “mutado” a gran parte de la izquierda argentina, brasileña y mundial y que, por lo visto, no deja inmunes a los que se consideran “súper revolucionarios”.
Es la acción corrosiva de la política del imperialismo y la burguesía que hemos denominado “reacción democrática”. Por un lado, está destinada a evitar o desviar las luchas y revoluciones llevándolas a la vía muerta de la democracia electoral y parlamentaria burguesa. Por el otro, corroe y coopta a organizaciones revolucionarias que creen poder “hacerle trampa a la historia” recorriendo un camino que parece más fácil (votos y diputados) pero que las lleva a transformarse en otra cosa y a perder su carácter revolucionario. Ahora parece que la vida pasa por las elecciones y el parlamento, y todo se ordena alrededor de eso, aunque se siga llamando “a la lucha”.
Por eso, el eje de su programa político para la actualidad brasileña es la asamblea constituyente (en última instancia, un parlamento burgués). Por eso, el MRT quiere entrar al PSOL (porque tiene votos y diputados). Y eso se expresa en Argentina, donde su centro es la actividad electoral y parlamentaria del FIT, y en Brasil, donde quisieran alcanzar ese nivel de éxito electoral.
Para evitar falsas discusiones: no tenemos ningún “cretinismo” antielectoral o antiparlamentario. Tal como defendían Lenin, Trotsky y la III Internacional, estamos a favor de participar de las elecciones con nuestros candidatos para difundir y popularizar el programa revolucionario entre las masas. En el marco de esa actividad, queremos obtener el mayor número de votos para ese programa y, si es posible, elegir diputados o parlamentarios para que sean tribunos de la clase obrera en una institución enemiga y ayuden a desgastarla y destruirla. De lo que estamos totalmente en contra es de transformar esta en la actividad central y en el eje de un partido revolucionario (es decir, en mucho más que “un punto de apoyo secundario”, como decía Lenin). O de medir los avances y el peso de un partido solo (o esencialmente) por los votos que obtiene y no por su construcción estructural y su peso en las organizaciones de la clase obrera.
Para nosotros, el centro de nuestra actividad pasa por las crecientes luchas obreras y populares que se dan en ambos países, y es desde allí que queremos construir la verdadera salida para los trabajadores y las masas.