Sobre el movimiento de los «indignados» en Israel
septiembre 22, 2011
En las últimas semanas, hubo grandes manifestaciones en Israel. Cerca de 300 mil personas protestaron contra el alto costo de vida y recortes sociales. Hay campamentos de indignados inspirados en los jóvenes españoles. No demoró hasta que varias voces comenzasen a declarar que la Revolución árabe o la ola de manifestaciones de Europa hayan llegado a Israel.
“¡Como en Egipto! ¡La revolución a la orden del día en Israel!” (Alternativa Socialista – sección rusa del CIO-Militant). Otros dijeron que “Los últimos acontecimientos demostraron que la sociedad israelí puede cambiar de carácter” (El Socialista, de RSD, sección del SU en Rusia) o, incluso, que “’el verano israelí’ puede convertirse en la base de serios cambios dentro de la vida política israelí y el prólogo a un acuerdo de paz, entre pueblos que se guerrean hace tanto tiempo” (El Socialista). En este artículo tratamos de explicar por qué nuestra opinión es diametralmente opuesta a la de estas dos organizaciones.
¿Qué es Israel?
Para entender por qué en Israel no existe ninguna revolución al estilo de las revoluciones árabes, y por qué “la sociedad israelita no puede cambiar de carácter”, hay que comprender que Israel no es un estado normal. Pero, ¿será que las cosas son así? Opinamos que la ocasión nos da una buena oportunidad de discutir, una vez más, la vieja polémica sobre cuál debería ser la política de la clase obrera para el Estado sionista.
Israel no es un estado normal, sino un enclave militar, esto es, un puesto avanzado del imperialismo (en especial del norteamericano y británico), que utilizó el dolor del pueblo judío después del Holocausto para justificar un nuevo crimen contra la humanidad, la expulsión de cientos de miles de árabes de la Palestina histórica y la ocupación militar de su país y de sus propiedades. Es un estado artificial, que sólo se sustenta gracias al apoyo económico americano (es el país del mundo que más ayuda externa recibe), al tráfico de armas (4° lugar en el mundo), tráfico ilegal de diamantes “de sangre” (1° lugar en el mundo) y el lavado de dinero de la mafia y de los oligarcas rusos (1° lugar en el mundo). Es un estado militarista, basado en la guerra permanente contra los árabes, y tiene un carácter expansionista, racista y religioso.
Así, se utiliza la opresión contra el pueblo palestino para maximizar las ganancias de la burguesía sionista. Israel, hipócritamente llamado por los medios de comunicación de “la única democracia del Medio Oriente”, es un Estado basado en el concepto de raza, que trata a una parte de sus habitantes (los árabes), como “inferiores”, “no ciudadanos”, utilizando métodos de guerra civil contra éstos. O sea, científicamente hablando, por más duro que pueda parecer, es un Estado nazista, como la Alemania de Hitler o África del Sur, del régimen del Apartheid.
Por eso, nosotros, en la LIT-CI, nunca reconocemos el derecho a la existencia de este Estado nazi-sionista; siempre defendemos la destrucción de Israel y la construcción de una Palestina laica, democrática y no racista, donde palestinos y judíos puedan convivir en paz, no como oprimidos y opresores, sino como iguales. Por esa razón, siempre apoyamos la Intifada Palestina.
La solución de los dos estados: una “trampa democrática” del imperialismo
La mayoría de las corrientes de izquierda, rusas e internacionales, defienden la llamada “solución de los dos estados”, o sea, la división de la región en dos partes, dos estados.
Aparentemente, una política justa, un Estado para los judíos y otro para los árabes, así como hay un Estado para los rusos y otro para los polacos, por ejemplo. Pero, las cosas no son así. Todo el territorio de Israel fue robado por la fuerza a los palestinos, obligados a refugiarse en campos en Gaza, Cisjordania o en países vecinos. Ellos luchan por su derecho al regreso y recuperar sus casas y ciudades, donde ahora viven los israelitas. No puede haber paz mientras no sea hecha esa justicia histórica, para no hablar del castigo a aquellos que ejecutaron a miles de palestinos mientras los expulsaban.
Además, Israel es, como decimos más arriba, un puesto militar avanzado del imperialismo, para controlar la estratégica región del Medio Oriente, donde está el 60% de las reservas de petróleo del planeta. Israel sólo puede existir en tanto cumpla ese objetivo. Por eso, Israel no puede permitir en su entorno la existencia de ningún Estado que pueda amenazarlo, menos aún un Estado palestino.
Por lo tanto, el tal “Estado palestino” propuesto en los acuerdos de paz no es y no será un Estado de verdad. Es una farsa total. Sería formado por algunas regiones desconectadas, donde hay concentración palestina, donde el control aéreo, marítimo y de fronteras sería realizado por Israel “para su seguridad”. Un Estado en el cual sería vetada la posibilidad de poseer un ejército. Además, más del 60% de los tres millones y medio de palestinos que viven en Cisjordania, Jerusalén y en la Faja de Gaza, reciben menos de dos dólares diarios, debajo del nivel de pobreza. En realidad, sería una nueva versión de los bantustones 1, que existían bajo el Apartheid en África del Sur. O sea, regiones con supuesta autonomía negra en un país racista, dominado por la minoría blanca. Serían, en realidad, grandes prisiones a cielo abierto, como eran los ghetos judíos en la Europa ocupada por los fascistas. La política de los Acuerdos de Paz de Oslo es una gran farsa, destinada a engañar y derrotar a la Intifada Palestina, la rebelión de su juventud contra la ocupación.
Todos los medios de comunicación y, lamentablemente, buena parte de la izquierda mundial, tratan de demostrar la cuestión como una lucha entre sectores, de hecho, reaccionarios -como el gobierno de Israel, que no acepta la formación de un Estado palestino- y sectores democráticos (¡como los gobiernos de los países imperialistas europeos!), que defienden a dicho Estado y los acuerdos de paz. ¡Una gran mentira!¡La “solución de los dos estados” es la política principal del imperialismo y de la gran mayoría de los gobiernos del mundo! Pues éstos perciben que, sólo con la fuerza bruta, Israel no está consiguiendo detener la lucha palestina. Israel está cada día más débil; fue derrotado militarmente en el Líbano, en el 2006, y hoy está cercado por la revolución árabe que derroca a los dictadores aliados de Israel, como Mubarak en Egipto. Cuando la fuerza bruta ya no da resultado, viene la reacción democrática, donde el imperialismo trata, en mesas de negociación, recuperar lo que perdió en la lucha directa.
Eso es comprendido, incluso, por una parte importante del propio sionismo, como dejó en claro el anterior primer ministro de Israel, Ehud Olmert: “Si llega el día en que la solución de dos Estados fracasa, y nos vemos obligados a hacer frente a una lucha por la igualdad de derechos al estilo surafricano, el Estado de Israel estará acabado”.
Pero, la mejor prueba del carácter racista y expansionista de Israel, que demuestra claramente su papel de puesto militar avanzado del imperialismo, es que ni siquiera ese remedo de “Estado palestino” puede permitirlo, con miedo de que eso sea visto como una conquista de la lucha del pueblo palestino (de hecho, lo sería; Israel jamán permitiría eso de “buena fe”), que dejaría claro, a todo el mundo árabe, la debilidad de Israel. Que este remedo de un Estado palestino podría servir como base para el fortalecimiento de la resistencia contra la ocupación. Esa es la polémica en el seno del imperialismo americano y la mayoría de los gobiernos del mundo con el gobierno israelí. Una diferencia de táctica sobre cómo mejor someter a la resistencia palestina, con la línea dura del gobierno israelí, o por medio de una concesión a los palestinos para desviar el eje de su lucha.
Es esa polémica táctica que estará presente en la discusión de la ONU en setiembre, sobre el reconocimiento o no del “Estado palestino”. Todos, de hecho, están a favor de la continuidad de la ocupación, contra el derecho al retorno de los refugiados palestinos, la recuperación de sus propiedades, y por la vigencia del carácter policial del Estado de Israel, armado hasta los dientes, racista y religioso.
Las ilusiones de la izquierda
Lamentablemente, la mayoría de la izquierda mundial capitula vergonzosamente a la política imperialista, así como toda la socialdemocracia y corrientes stalinistas. En el campo de la izquierda marxista, las cosas no son mejores. En el artículo citado arriba, del periódico Alternativa Socialista, leemos exactamente lo contrario de lo que nosotros decimos, que no hay que indisponer a los israelitas contra los árabes, que no hay razones para incentivar divisiones raciales y de credo entre ellos. Defienden que es necesario unir a los trabajadores árabes y judíos para luchar juntos contra sus respectivas burguesías,y por la reorganización económica socialista de su economía, y que “la cuestión de las formas que vaya a asumir el nuevo estado o estados, al final, será decidida democráticamente por los propios árabes y judíos del Medio Oriente Socialista, donde a todos se les garantizarán plenamente los derechos nacionales”.
Lamentablemente, ese bello escenario idílico sólo existe en la cabeza de los dirigentes del CIO, pues justamente para que pueda haber una discusión democrática y soberana de los trabajadores del Medio Oriente, antes que nada, hay que destruir al Estado de Israel, que impide cualquier democracia y soberanía para el pueblo palestino. ¡El único camino para un Medio Oriente Socialista pasa por la destrucción de Israel!
Y así como el Estado sionista no es un Estado normal, sino un enclave militar, tampoco lo es la clase obrera que vive allí. Al ser Israel un Estado artificial, basado en el robo y la superexplotación de los palestinos, la clase obrera judía en Israel es, también, parte de la ocupación. Recibe privilegios de la ocupación. Tiene un nivel de vida mejor del de los trabajadores árabes, exactamente porque recibe migajas derivadas de la explotación de éstos, y por los fondos que Israel recibe de EE.UU.
Ninguna clase obrera en el mundo, como ya decía Marx, lucha para empeorar su nivel de vida o para perder sus privilegios. Por eso, la clase obrera israelita no es (y no será) revolucionaria, ni siquiera reformista. Es, intrínsecamente, reaccionaria. Su bienestar depende de la continuidad y de la ampliación de la ocupación del territorio palestino, de su carácter de Estado policial. No se puede esperar de los trabajadores judíos un cambio de carácter del Estado sionista, para que éste deje de ser sionista, racista y expansionista. Por eso, al contrario de lo que dice RSD, “la sociedad israelita no puede cambiar de carácter”. Israel no puede ser reformado, sólo puede ser destruido.
Se puede esperar que algunos trabajadores e intelectuales, individualmente, lleguen a la comprensión del rol de Israel en la región, pero como clase, no se puede esperar nada. Ese cambio sólo puede venir por medio del pueblo palestino, apoyado por el conjunto de los pueblos árabes y con la simpatía de la clase obrera mundial, con la destrucción de Israel. Y la clase obrera israelita no será una aliada en esa lucha, será una aliada de la burguesía israelita y del imperialismo para tratar de aplastar a la lucha palestina.
Las recientes movilizaciones en Israel
Pero, ¿será que las movilizaciones recientes en Israel niegan todo eso? ¿Será que muestran que, a pesar de toda nuestra teoría, la clase obrera israelita puede, sin superar sus debilidades, cumplir un papel progresivo?
Las manifestaciones en Israel, de hecho, fueron muy grandes, tal vez las mayores desde la fundación del Estado. Son manifestaciones contra la degradación del nivel de vida de los israelitas, el aumento de los precios de vivienda y contra los recortes en el presupuesto social. Los recortes de gastos para salud y educación están relacionados al aumento del presupuesto militar (más del 30% del presupuesto general, relativamente el mayor del mundo), y los aumentos de los costos de vivienda (en los últimos seis años el alquiler de una vivienda ha subido el 250% en Tel Aviv, frente al 1% de incremento salarial) con las dificultades de profundizar la ocupación lo que, otra vez, revela más el carácter militarista y expansionista del estado israelí. Pero, en tales manifestaciones por la “justicia social” no se pronunció ni una palabra sobre la ocupación.
“Vemos a la ocupación como un tema de seguridad que no está relacionado con nuestra causa por la justicia social”, dijo Hadas Kouchalevich, dirigente de la Unión de Estudiantes de Israel. En la medida que crece el movimiento, se hace más inclusivo, pero no de palestinos (como quiere hacernos creer el artículo de Alternativa Socialista). En su lugar, colonos judíos son ahora bienvenidos a la protesta. El gran asentamiento de Ariel es un ejemplo: fue construido sobre cientos de hectáreas de tierra confiscada a los palestinos y rodeado por el muro de separación israelí, que crea una cuña entre siete aldeas palestinas cercanas. Ariel está construido directamente sobre uno de los mayores acuíferos de la región. En agosto de este año, el gobierno israelí aprobó la construcción de 277 nuevas viviendas en Ariel. El 13 de agosto, cuando los dirigentes de la protesta declararon una “expansión hacia la periferia” de Israel, Ariel realizó su primera manifestación por la justicia social, en la que cientos de residentes descontentos exigieron precios más bajos de las viviendas. El movimiento de los indignados apoyó la protesta en Ariel.
Además, los principales rabinos del nacionalismo religioso y figuras destacadas de la ultraderecha han puesto sobre la mesa su solución a la carestía de los pisos: levantarlos sobre el territorio ocupado de los palestinos. «Gracias a que hay 350.000 personas que viven en Judea y Samaria (nombres bíblicos con los que los sionistas denominan a Cisjordania) los precios de las casas en Israel son más bajos», advierte Roni Arzi, portavoz del consejo de colonos Yesha. Según él, uno de los problemas que está detrás de la subida de los precios es que «el Gobierno ha paralizado, en los dos últimos años, la concesión de nuevas licencias de construcción» en Cisjordania.
Sin embargo, desde que se iniciaron los campamentos de indignados en las principales ciudades del país, el gobierno israelí ha hecho dos anuncios de aprobación de nuevas viviendas en territorios palestinos. El Comité de Planificación del Ministerio del Interior dio luz verde, hace una semana, para la edificación de 930 casas en la colonia judía de Har Homa, ubicada cerca de Belén, como una medida que el ministro de Interior, Eli Yishai, vinculó directamente a las protestas sociales.
O sea, el aumento de precios de las viviendas es producto de la especulación, pues no hay viviendas ni tierras suficientes para todos y, la única salida para bajar los precios, sin alterar el carácter del Estado sionista, es ampliar la ocupación. Eso significa que, o la lucha de los trabajadores israelís se dirigirá contra el Estado sionista, i.e., por su destrucción (lo que, como vimos arriba, es imposible), o se convertirá, más temprano que tarde, en una lucha reaccionaria para profundizar la colonización de las tierras palestinas -lo que ya es agitado por las corrientes más derechistas en Israel en los campamentos de los “indignados”.
Israel y la revolución árabe
Hay, de hecho, una relación muy profunda entre la lucha de los “indignados” israelís y la revolución árabe, pero no la que ven las corrientes arriba citadas. La revolución árabe es la culminación de un proceso que ya viene de varios años de debilitamiento del otrora “invencible” Estado sionista. Las dos Intifadas palestinas, la derrota en el sur del Líbano, la difícil situación de EE.UU. en Irak y Afganistán, la derrota de Bush y su “Guerra contra el terror” y, ahora, la revolución árabe que sacude toda la estabilidad de la región, derrocando a los principales dictadores-aliados de Israel como era Mubarak, están dejando a Israel en una posición cada vez más aislada, vulnerable e insostenible.
La reacción de los “indignados” israelíes muestra que se abrirán graves fisuras en el campo enemigo, que la base social de apoyo al gobierno israelita y de su política están en crisis. Eso es positivo y contribuye para debilitar aún más a Israel y en fortalecer la resistencia palestina. Pero, como ese “indignados” están limitados por un obstáculo objetivo –el hecho de ser parte de la ocupación- no podrán ir muy lejos. Bastará con percibir que su lucha lleva al debilitamiento del Estado sionista y al fortalecimiento de la resistencia palestina, para girar a apoyar a su burguesía en nombre de la “seguridad nacional”.
Traducción: Laura Sánchez