Vie Mar 29, 2024
29 marzo, 2024

Trump y el nacionalismo imperialista

Este artículo fue escrito para contestar el hecho de que la mayoría de la prensa atribuye la victoria de Trump a los efectos colaterales de la globalización. Ese razonamiento pretendidamente progresista, que versa sobre la profundización de las desigualdades, es profundamente reaccionario pues acaba asumiendo parte del discurso reaccionario y nacional-imperialista de Trump.

Por: Ricardo Ayala

Escondidos detrás de frases vacías que nada explican, la mayoría de los analistas descubre ahora los “desheredados de la globalización”, los mismos que en otros tiempos defendieron que el mundo se tornaría plano y que todos ganarían con la globalización. Ocurre que por tras del término globalización se esconde la dominación imperialista, su división mundial del trabajo y la opresión impiadosa sobre los pueblos y los trabajadores del planeta. El libre comercio fue la condición para que todas las fracciones de la clase dominante norteamericana experimentasen años de ganancias basados en la superexplotación de la clase obrera en nivel mundial.

Lo que no se dice, sin embargo, es que las consecuencias del libre comercio varían de acuerdo con los países y las clases en su interior. El resultado del libre comercio no es el mismo en países tan diferentes como Estados Unidos y México. Nuestra impresión es que por detrás del show y de las promesas está el hecho de que la economía capitalista mundial no consigue abrir el camino a un nuevo ciclo de inversiones. Ese es el eje sobre el cual gira la política y las ideologías, o chivos expiatorios.

No nos parece que el libre comercio sea el principal blanco de la futura administración Trump. Tampoco es ese el hecho real y el motivo de las fricciones entre las fracciones burguesas en los Estados Unidos. Menos que el libre comercio, nuestra hipótesis se orienta en el sentido de los actuales tratados en negociación y los intereses del capital imperialista, que dicen muy poco sobre el libre comercio, y todos ellos están en crisis por distintos motivos.

No obstante, y aunque “lo imposible puede tornarse probable y de una hora para otra volverse realidad”, no es lo más probable que los intereses de los oligopolios norteamericanos sean cuestionados por la futura administración de la Casa Blanca. Lo que nos lleva a discutir sobre a qué sectores de la clase dominante responderá la futura administración de la Casa Blanca.

Este artículo, construido sobre la marcha de los acontecimientos, no tiene otra intención que la de formular hipótesis que pueden y deben ser tranquilamente descartadas posteriormente. El sentido más general de lo que desarrollamos está guiado por la convicción de que el nacional-imperialismo de Trump, el racismo, la xenofobia y el machismo, la cara más abominable de un imperialismo cuyas atrocidades fueron justificadas por la defensa de los derechos humanos y de la democracia, prepara una ofensiva profunda, cuya razón final es sacar la economía mundial del atolladero.

I

El nacional-imperialismo (comúnmente llamado populismo de derecha) ganó notoriedad en Europa. La expresión política más conocida es el partido de Marie Le Pen, Frente Nacional, en Francia, que viene ganando cada vez más espacio político exaltando el nacionalismo imperialista, vanagloriando el ex imperio colonial francés en África, dígase de paso derrotado por la revolución colonial, y de ahí su odio a los inmigrantes. Expresión de la bancarrota del proyecto del capital financiero de la unidad de Europa bajo el imperialismo, este resultó en el aumento de los antagonismos entre los países y en su interior, el nacional-imperialismo busca dividir a los trabajadores con el racismo y la xenofobia: “el nacionalismo imperialista, el racismo y la xenofobia, siendo la cara más abominable del imperialismo y de unas sociedades que se enredan en sus propias contradicciones y las exacerban, es también el reflejo del ajuste estructural entre las fracciones burguesas y la incapacidad imperialista para unificar Europa”.[1]

Ahora, el discurso de Le Pen tiene un competidor de peso. El vencedor de las primarias de la derecha francesa, Françoise Fillon, establece como principal objetivo de su presidencia “convertir nuevamente a Francia en la primera potencia europea y recuperar el pleno empleo”. El Brexit (salida de Gran Bretaña de la Unión Europea), erróneamente atribuido como parte del mismo fenómeno, desliza en la estera de otro factor importante y menos discutido: la completa bancarrota de los nuevos partidos reformistas europeos, cuya estrella ascendente en su momento fue Syriza, en Grecia, que comenzó su gobierno defendiendo la “refundación de la EU” y se transformó en el principal instrumento de aplicación de las medidas de masacre de la clase trabajadora y de los inmigrantes.

Apelando a los mismos sentimientos, “América grande otra vez”, el nacional-imperialismo atravesó el Atlántico. No obstante, si los sectores medios que apoyaron el discurso racista y xenófobo de Trump autoriza una analogía con la ultraderecha europea, tal vez sea precipitado poner un signo igual entre la fracción burguesa que se pone al frente del gobierno norteamericano con Le Pen y UKIP, en Inglaterra. Tal vez no sea por mera casualidad que el estallido de la burbuja inmobiliaria en los Estados Unidos, en 2007, que reveló la crisis de superproducción mundial, haya llevado a la jefatura de la Casa Blanca a uno de los beneficiarios de esa estafa y a directores ejecutivos de los Fondos de Inversiones. Es lo que aparece hasta ahora en los nombramientos para los principales cargos del gobierno.

El designado para secretario del Tesoro, Steven Mnuchin, está lejos de alguien que trabajó duro para conquistar el “sueño americano”: hijo de banquero, ex ejecutivo del Goldman Sachs, ex gestor del fondo de inversiones de George Soros y principal accionista del hedge-fund vinculado a la burbuja inmobiliaria. Un periodista que comentaba la nominación observó que “Mnuchin se convierte en el cuarto goldmanita en este cargo en la historia reciente (después de Timothy Geithner, Hank Paulson y Robert Rubin, nombrados por Barack Obama, George W. Bush y Bill Clinton, respectivamente)” (El País, 30/11/2016).

En su primera entrevista después del nombramiento, Mnuchin afirmó que su prioridad es deshacer la tímida regulación del mercado realizada por Obama después de la burbuja inmobiliaria. Conocida como la ley Dodd-Frank Act (los autores de la ley), según Mnuchin, esta normativa es complicada demás y, por eso, restringiría el crédito. “Queremos modificar partes de la Dodd-Frank y esa será la prioridad número uno”, dijo (ídem).

El nuevo secretario de Comercio, Wilbur Ross, también es gestor de fondos, es visto como un tiburón de Wall Street (el filme Wall Street, de Oliver Stone, nos ofrece una idea bastante ilustrativa de lo que es un Tiburón del mercado financiero). Ross es especializado en compras de empresas quebradas y con acciones en caída para sanearlas, o sea, realizar despidos y cortes de salarios. No obstante, lo más curioso es el hecho de que el candidato a liquidar el libre comercio y recuperar el empleo es también presidente de la International Textile Group (ITG) con fábricas instaladas en China, en Vietnam y en América Central. Según los criterios de Trump, un “serial killer” [asesino serial] de empleos.

No nos parece que la composición del gobierno refleje una rebelión contra el establishment, pregonada por el candidato. Parece más próximo de un gobierno de los Fondos de Inversiones de Wall Street. Menos que un outside que corre por fuera de las vías, estaremos frente a la vieja familia imperialista con nuevas caras.

Sobre los tratados que tratan muy poco de libre comercio

Cuando se creó la Organización Mundial del Comercio (OMC), en 1995, se concretó la reducción de las tarifas de importación y también las restricciones cuantitativas para todos los tipos de productos industrializados. Este es el marco fundamental de la liberación del comercio en escala mundial. Después de la gran liberación comercial, lo que está en juego en los actuales tratados, sobre el manto del libre comercio, es la pauta impuesta por el capital financiero en los acuerdos regionales: protección a las inversiones, requisitos de desempeño que obligan a cambios en las leyes de los países, propiedad intelectual, compras de los gobiernos, abertura para el sector de servicios (privatización de bancos estatales, medios de comunicación, energía y servicios urbanos, etc.).

La abertura de las fronteras continúa siendo el ducto que permite la circulación de mercaderías como resultado de las inversiones de las multinacionales en escala mundial. La combinación de ambos construye una división mundial del trabajo centrada en la exportación de bienes de alta tecnología (máquinas de precisión, herramientas, químicos, etc.), desarrollados en los países imperialistas, y manufacturas y materias primas en la periferia.

Además de los acuerdos regionales más conocidos –NAFTA (entre México, Estados Unidos y Canadá), Unión Europea, región del Foro de Cooperación Asia-Pacífico (más conocido por su sigla en inglés, APEC, y que congrega a 21 países, como China, Estados Unidos y Japón– firmaron 144 tratados de libre circulación de mercaderías entre 1993 y 2014.

Algunos países defendieron la mayoría de las inversiones de los grandes oligopolios centrados en el Este de Asia, que abastecieron mano de obra semiesclava. Estos se industrializaron, pero en escala global el resultado del libre comercio para la mayoría de los países semicoloniales fue la desindustrialización, desnacionalización, especialización regresiva de los países concentrados en la manufactura y dentro de la división de tareas en el interior de la cadena productiva de las empresas.

Esa es la situación de Grecia (y también de Portugal), convertidos en meras semicolonias en el interior de la Unión Europea. En el mismo sentido, la profunda crisis social en México es consecuencia de los salarios pagados a los trabajadores mexicanos por las empresas norteamericanas instaladas en la frontera: menos de la mitad de los salarios chinos.

La crisis de los tratados de libre comercio y el imperialismo

El portavoz de la todopoderosa Federación de las Industrias Alemanas (BDI) se dice perplejo: “No consigo entender por qué, en los últimos tiempos, una nueva mentalidad aislacionista se extiende cada vez más en este país”. El terror de la clase dominante alemana es resultado de la gran movilización contra los tratados de libre comercio que están en negociación entre la Unión Europea, Estados Unidos y Canadá, dirigidos por un frente compuesto por “más de 1.800 gobiernos municipales y regionales, pequeñas y medianas empresas y figuras de la cultura que integran un movimiento contra tratados como el TTIP, CETA y TISA, con un impacto político cada vez mayor”, según informa el sitio español El Diario. Ese frente convocó a una manifestación en setiembre por el fin de las negociaciones de los tratados, de la que participaron 350.000 personas.

Sería posible deducir que la lucha contra estos tratados en Alemania sería el resultado del desempleo causado por el libre comercio. Con todo, el desempleo en Alemania, en junio de 2016, según el Instituto de Estadísticas de la Unión Europea (Eurostat) era de 4,2%. Si comparamos con el desempleo en Grecia, este llega a 25%. Eso porque los efectos del tal libre comercio son completamente diferentes dependiendo del país analizado.

Alemania es el tercer mayor exportador del mundo, responsable por 7,7% de las exportaciones del planeta. Esa máquina de exportación se apoya en la libre circulación de mercaderías en el interior de la Unión Europea, dividiendo los diferentes estadios de producción de automóviles, máquinas, etc., por los países europeos (particularmente en el Este) y concentrando en las empresas alemanas los estadios que involucran alta tecnología. Esa misma división del trabajo puede ser encontrada en el NAFTA, así como en la relación entre Estados Unidos y China.

Sin embargo, ¿cuando los países industrializados importan de la periferia productos acabados, como el iPhone montado por la Foxcom en China o las piezas de automóviles producidas en México o en Polonia, ellos tienen una balanza comercial desfavorable? No. Todo lo contrario. Según el McKinsey Institute, los países industrializados importan el equivalente a U$S 342 mil millones de mercaderías intensivas en mano de obra y, al mismo tiempo, exportan U$S 726 mil millones de bienes de alta tecnología (máquinas, herramientas, software, etc.). Un superávit de U$S 484 mil millones.

¿Por qué, entonces, los alemanes fueron a las calles? Una de las organizaciones que convocó la manifestación, la Unión de las Comunas Alemanas, congrega 3.400 ciudades que están contra la privatización de los servicios de abastecimiento de agua, saneamiento básico, transportes públicos y actividades en el campo de la cultura, previstas en el tratado. Lo insólito y poco usual de ese frente, no obstante, fue el activismo de la Asociación de los Magistrados Alemanes, que abrió una guerra contra los tribunales privados previstos en el tratado para solucionar controversias entre los Estados y las empresas[2]. Cuando las empresas no tienen la ganancia esperada, por causa de barreras impuestas por las leyes nacionales, pueden accionar tribunales de arbitraje. Estos no están vinculados a ningún organismo internacional. Son cámaras privadas con árbitros indicados por las empresas. Los motivos para accionar esos tribunales van desde los derechos laborales hasta leyes de protección ambiental.

Por eso, si estos tratados no fueron concretados, el efecto sobre las tarifas de importación, tanto del TTIP (Unión Europea y Estados Unidos) como del CETA (Canadá y la Unión Europea) son insignificantes, porque las tarifas actuales giran en torno a diminutos 3% y no bajarán más que eso para la mayoría de los bienes comercializados.

François Hollande es considerado el presidente francés con más baja popularidad desde la Segunda Guerra Mundial (4%). Después de las movilizaciones contra la reforma laboral, impuesta por decreto por su gobierno, el presidente francés y su vecino, el vice primer ministro alemán, dieron una vuelta de tuerca. Todavía, según El Diario, “el gobierno francés informó que solicitará a los ministros del Comercio de la Unión Europea, que se reunirán en Bratislava (22-23 setiembre) la interrupción –temporal– de las negociaciones con USA del Acuerdo Transatlántico de Comercio e Inversión (TTIP). Antes de él, el vice primer ministro alemán y ministro de Economía, el líder del Partido Socialdemócrata (SPD), Sigmar Gabriel, dijo que las negociaciones TTIP ‘de hecho fracasaron’” (destacado nuestro).

Ninguno de los dos fue tachado por la prensa mundial de asesino del libre comercio y de la globalización. Tampoco son de ultraderecha: ellos integran la socialdemocracia. Con todo, hasta segunda orden y antes de las elecciones de Trump, enterraron los dos más importantes tratados de libre comercio en negociación.

En el mismo sentido y de forma más descarada, la megazona de libre comercio patrocinada por los Estados Unidos con los países asiáticos y latinoamericanos bañados por el Pacífico, el TPP (Estados Unidos, Canadá, Chile, México, Perú, Australia, Japón, Nueva Zelanda, Brunei, Malasia, Singapur, Vietnam) tiene varias cláusulas que van mucho más allá del libre comercio. Además de las condiciones estrictas sobre la propiedad intelectual, el tratado estipula que la condición para que una mercadería circule en el área con tarifa cero es la inclusión de materiales y componentes exclusivos de las empresas de los países del tratado. En otras palabras, provistos por las empresas norteamericanas.

Todos los tratados negociados imponen barreras al libre comercio con terceros países. Así como la Unión Europa y el NAFTA, estas áreas se convierten en terreno privado de las potencias imperialistas e imponen barreras no tarifarias y tarifarias a los productos agrícolas del mundo semicolonial.

La mayoría de los nuevos tratados negociados tienen muy poco que ver con el libre comercio. El objetivo real es incorporar bancos y empresas relativamente protegidos por las fronteras y acabar con todo y cualquier tipo de regulación de los mercados financieros, permitiendo la creación de instrumentos de especulación como los famosos subprimes de las hipotecas norteamericanas, abriendo a los fondos de inversión un nuevo campo que compense la caída de las tasas de rendimiento actuales. Por ejemplo, el TTP, negociado entre Estados Unidos y países asiáticos, excluye hasta ahora a China, porque hasta el momento el gobierno de Pekín se niega a aceptar la cláusula sobre la privatización de los bancos.

Los bancos estatales chinos fueron decisivos para que las empresas, particularmente las estatales, mantuviesen un tasa de inversión de más de 40% del PIB en plena recesión en los países imperialistas. Sin embargo, la deuda de las empresas, que en 2000 era próxima a 100% del PIB, ahora es de 160%, en medio de una crisis de superproducción. La mayor parte de estos préstamos es impagable y, técnicamente, la mayoría de estos bancos dejaría de existir bajo nuevas reglas, ya que no tendrían cómo cobrar los préstamos. La privatización del sistema bancario combinado con la monstruosa deuda de las empresas acarrearía dos consecuencias inmediatas: un aumento de la desnacionalización de la industria de bienes de capital y la aceleración de la crisis social.

En seis industrias que tienen serios problemas de exceso de capacidad: acero, carbón, cemento, vidrio, papel y metales no ferrosos, calculamos que, si hubiera una reducción de la capacidad, digamos de 10%, habría cerca de 4,31 millones de despidos. El costo de ayudar a los desempleados sería entre U$S 24 y 73 mil millones, dependiendo de la generosidad del gobierno… (que estableció un fondo de ayuda de U$S 15 mil millones) (He Fan. Dealing with zombie enterprises in China. 20/11/216, www.eastasiaforum.org)

Trump anunció un plan de inversiones en infraestructura en los Estados Unidos del orden de un billón de dólares, con asociación público-privada. Pero no fue lo único, y tal vez lo que más irrite al nuevo inquilino de la Casa Blanca sea la pérdida de un negocio millonario.

El Banco Asiático de Inversión en Infraestructura (AIIB en inglés), creado en 2016 sin la participación de los Estados Unidos, nos parece un factor relevante. Este banco, patrocinado por China e integrado por 57 países, y algunos pesos pesados como Inglaterra y Alemania que no atendieron los pedidos de Washington para boicotearlo. El capital inicial del AIIB es de modestos U$S 100 mil millones y tiene como objetivo construir autopistas, gasoductos, etc. Modesto porque, según el Banco Asiático para el Desarrollo (BAD), el negocio vinculado a la construcción debe movilizar U$S 8 billones en Asia. Frente a la negativa de Pekín en firmar las condiciones del TTP, el gobierno Obama se negó a integrar el AIIB. Hasta ahora, el resultado es un TTP descafeinado, sin China y [con] los fondos de inversiones yanquis fuera del proyecto de inversión en infraestructura. Tal vez estos factores expliquen mejor la obsesión de Trump que sus amenazas de acabar con el libre comercio.

La caída del comercio mundial

Hasta 2007, el comercio mundial creció a una tasa superior al PIB mundial, resultado de las inversiones de las empresas imperialistas en el Este de Asia, a partir de los años de 1980. El efecto de aumento no fue solamente de las mercaderías producidas por las multinacionales en China y exportadas para Europa y los Estados Unidos. El acelerado proceso de urbanización también demandó minerales, productos agrícolas y energía, aumentando así el comercio entre el sur del planeta.

Pero, en los días actuales, el crecimiento del comercio mundial se estancó o ya está en franco retroceso. El economista británico Michael Roberts señala que este estancamiento, a partir de 2007, es una inversión de la tendencia abierta en 1982: “El crecimiento del comercio mundial se redujo hasta estancarse (…) La OMC redujo recientemente su pronóstico de crecimiento del comercio mundial este año en más de un tercio. Ahora, espera un crecimiento de solamente 1,7% del volumen del comercio en 2016, debajo de su estimativa anterior de 2,8% (…) Si observamos la evolución del crecimiento del comercio mundial desde la Gran Recesión, el crecimiento medio anual de su volumen fue solamente de 2% frente a 5,6% antes de 2008. Si comparamos crecimiento del comercio con relación al PIB en los 90 él creció dos veces más que el PIB mundial, ahora solamente 80% del PIB. La primera inversión de la tendencia de la globalización desde 2001”.

Si no existen barreras aduaneras que sean obstáculos a las exportaciones, ¿por qué el comercio mundial se retrae? Porque la crisis de superproducción iniciada en 2007 no fue resuelta. No es solamente el volumen de las exportaciones e importaciones el que se deteriora, ahora él alcanza los precios por el exceso de capacidad. De acuerdo con Roberts, “los Estados Unidos no son una excepción a la tendencia más general. El valor total de las importaciones y exportaciones de los Estados Unidos se redujo en más de U$S 200 mil millones el año pasado. En los primeros nueve meses de 2016, el comercio cayó más de U$S 470 mil millones. Es la primera vez desde la Segunda Guerra Mundial que el comercio con otras naciones disminuye durante un período de crecimiento económico (destacado nuestro).

Cuando el comercio mundial crecía a una tasa de dos veces el PIB mundial, el lucro creciente de los oligopolios también fue igualmente apropiado por millares de empresas, no monopolistas, en general de medio porte dentro de los países imperialistas. Eso porque, a pesar de la globalización, la economía nacional sigue existiendo, la cadena de empresas que producen para el mercado doméstico no desapareció. La existencia de estos dos polos expresa una de las contradicciones más importantes del capitalismo, junto con la producción social y la apropiación privada. La contradicción entre la producción mundial y las fronteras nacionales también explota en tiempos de crisis.

Los clichés sobre la globalización no dicen nada sobre las millares de empresas que están atadas al mercado mundial como abastecedoras de los grandes oligopolios. Integradas a la red de producción doméstica, estas empresas participan indirectamente de las exportaciones y ocupan una gran parte de la fuerza de trabajo. Según la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE), 25% de los insumos adquiridos por los oligopolios en el interior de los Estados Unidos tienen origen en estas empresas que ocupan 50% de la fuerza de trabajo, totalizando compras superiores de U$S 33 mil millones en 2013.

Aunque estos proveedores domésticos no entren en las estadísticas del comercio mundial, que tiene solamente en cuenta las exportaciones directas de las empresas, hasta 2007 la participación de las Pequeñas y Medianas Empresas (PME) en las exportaciones norteamericanas aumentó de aproximadamente 28% para 41% en el llamado “valor agregado de las exportaciones” según informa la OCDE. Los Estados Unidos ocupan el segundo lugar entre los países exportadores siendo responsables por 8,4% de las exportaciones mundiales. El lucro de estas empresas acompañaba el crecimiento de las exportaciones de los países imperialistas. El discurso de Trump dirigido a este sector y acusando el libre comercio está en el lado opuesto de la realidad de la prosperidad anterior. Sus lucros son resultado del aumento de las exportaciones por la caída de las tarifas.

Eso es lo que explica el hecho de que, aun con el desplazamiento de las empresas que buscaron mano de obra más barata en México y en la China, para reexportar productos acabados o componentes a los Estados Unidos, el desempleo en este país, en junio de 2016, sea de 4,9% [3]. El lucro de las empresas así como el empleo en los países imperialistas, además del aumento de la explotación de la clase trabajadora mundial, tienen en la libre circulación de mercaderías uno de sus pilares, pero produce efectos distintos entre los países imperialistas y entre estos y las semicolonias.

No nos parece que sea posible poner un signo igual entre los efectos de la libre circulación de capitales en Europa y sus consecuencias en Francia ante la potencia industrial alemana, como si este fuese el mismo fenómeno que ocurre en los Estados Unidos. En el segundo caso, la retracción del comercio y no el libre comercio es lo que provoca tensión y polariza la relación entre las distintas fracciones burguesas.

El discurso de Trump sobre la relación entre el libre comercio y los empleos en los Estados Unidos puede corresponder a su percepción del mundo o, y más probable, puede corresponder solamente a los chivos expiatorios de la ultraderecha. No obstante, no se puede caer en la tentación de derivar conclusiones políticas del análisis de la economía capitalista, aun más en el curso de los acontecimientos, pues no se puede descartar que nuestro personaje también pueda ser “víctima de su propia concepción del mundo, el bufón serio que nada más toma la historia universal por una comedia y sí su propia comedia por la historia universal” (Karl Marx, El 18 Brumario de Luis Bonaparte).

En cualquier caso, atacar la libre circulación de mercancías profundizará la crisis de los sectores que lo apoyaron. Sin embargo, si el comercio mundial sigue retrocediendo, no solamente en volumen sino en los precios de los productos, la tendencia es que las grandes empresas trasladen el problema a sus proveedores y estos a sus trabajadores. Así, se mantienen la tendencia a la rebaja de los salarios y al aumento del desempleo y/o empleos mal remunerados en los países imperialistas caso no haya una recuperación de la economía mundial. Junto con eso, la tendencia a la polarización entre las clases y fracciones de clases aumentará. Se hace necesario entender los mecanismos bajo los cuales navegan las ideologías.

II

En el período de crecimiento económico mundial, el efecto del libre comercio en los países imperialistas no fue el desempleo en masa sino los salarios rebajados y empleos de mala calidad en el sector de servicios. Ese fenómeno se profundiza con la gran recesión. La expectativa de que Obama revirtiese esa tendencia no fue atendida, y el sacrificio de los trabajadores no resultó en nuevo período de crecimiento económico. Por el contrario, el padrón de vida de la clase trabajadora siguió una espiral descendente.

Hace cuatro años, el semanario y portavoz del capital financiero británico The Economist se refería a la receta de recuperación norteamericana después de la gran recesión: “Después de tres años de estancamiento del crédito, un banco popular en Coldwater, Ohio, notó un cambio. Los clientes que hace dos años no fueron calificados para un préstamo, ahora sí pueden. Un cliente que estaba trabajando solamente 35 horas por semana, hace dos años, está trabajando ahora de 45 a 50 horas”.

¿Qué ocurrió con este ciudadano que trabaja 50 horas semanales, tuvo su salario rebajado y, probablemente, haya perdido su casa durante la burbuja inmobiliaria que llenó las cuentas bancarias de Trump? Una cosa es cierta: la recuperación económica en los Estados Unidos y los dos mandatos de Obama no le hicieron trabajar menos ni recuperar su renta.

Según un interesante estudio del McKinsey Global Institute, de julio de 2016, sobre la caída de renta (de salarios, para ser más exacto) de las familias en 25 países industrializados, titulado Más pobres que su país, la renta de dos tercios de las familias en Europa occidental y Estados Unidos, entre 2005 y 2014, cayeron o quedaron estancadas. Si eso fue la media de los países industrializados, en Estados Unidos la caída de la renta alcanza 97% de las familias, y en Italia, 81%. Comparado con el período de auge del libre comercio, entre 1993 y 2005, solamente 2% de las familias declaraban que su renta había caído o se había estancado.

Después de los años que nos separan de la gran recesión, los trabajadores de los países industrializados y, aún más, en los Estados Unidos, no consiguen aproximarse del nivel de vida que tenían antes de la crisis. Las nuevas generaciones ya comienzan a trabajar bajo el nuevo padrón de explotación. Pero no podemos entender ese fenómeno con el festival de barbaridades que asola la prensa cuando analiza la globalización, y sí como parte de la respuesta del capital para su crisis.

La rebaja en los salarios es proporcional al proceso de centralización del capital después de la crisis. La proporción del PIB controlado por las cien mayores empresas americanas, que equivalía a 33% en 1994, llegó a 46% en 2013. Los cinco mayores bancos del país concentran hoy 45% de todos los activos bancarios, ante 25% en el año 2000. Así, el aumento de la desigualdad es proporcional a la centralización de la propiedad, y menos que los excesos de la globalización como pregonan la izquierda keynesiana y los críticos. Esa es la esencia de la dominación capitalista.

Aún en este cuadro, es una exageración afirmar que la mayoría de la clase obrera norteamericana apoyó a Trump y su ideología racista y xenófoba. Primero, porque solamente 50% de los electores fueron a las urnas, o sea, Trump es electo con 25% de los votos de los electores. Segundo, porque Trump, aún así, tuvo menos votos que Hillary. Tercero, en el tan propagado cinturón del óxido, región del medio oeste norteamericano, más afectado por el desplazamiento de empresas automovilísticas, Trump perdió no solamente en Detroit sino también en Flynt, mundialmente conocida por el documental Roger y Eu, de Michael Moore.

Trump ganó en las áreas rurales y en los sectores de clase media blanca que lo apoyaron en proporción superior en las urnas. Trump ganó en los Estados demócratas donde Hillary perdió para Bernie Sanders, o sea, en la otra punta de la desconfianza con la candidata demócrata después de las ilusiones despertadas por Obama parece que fue también un factor importante. Un fenómeno políticamente similar a la crisis de la socialdemocracia europea, reducida a escombros en Grecia, dividida en Francia, desbandada de electores en España, y gobernando con Merkel en Alemania.

Eso, bajo ninguna hipótesis, implica subestimar la importancia de que el racismo y la xenofobia se hayan convertido en la ideología oficial de la Casa Blanca, que gobierna el imperialismo más poderosos del planeta, capaz de las atrocidades más bárbaras.

III

Es indiscutible que Trump no era el candidato preferido de la mayoría del capital financiero norteamericano y mundial. La alza en las Bolsas, particularmente de los sectores vinculados a la producción de energía fósil (petróleo, carbón, fracking), frente a su promesa de anular los acuerdos internacionales que limitan la emisión de carbono y congelando la transición para las nuevas inversiones de la matriz energética, tiene la contrapartida en la disminución de los valores de las empresas productoras de energía limpia en la Bolsa, patrocinados por la nueva oligarquía del capital financiero del Valle del Silicio, donde están las empresas de alta tecnología.

Joel Kotkin, autor del libro El nuevo conflicto de clases, en entrevista concedida al periódico La Vanguardia, dice: “en el sentido de su capacidad para dominar el debate sobre la política empresarial, creo que es un revés para Silicon Valley. La región tienen la misión de eliminar la competencia de los sectores como el del petróleo y otras industrias tradicionales. Existe un enfrentamiento entre los oligarcas del Silicon Valley y los intereses de los plutócratas más establecidos en el sector petrolero. (…) Los oligarcas del Silicon Valley son todos favorables a una rápida transición para la energía renovable. (…) las energías fósiles tienen un precio más elevado debido a las medidas contra el cambio climático”.

Si la magnitud de este conflicto implicará en disminución de los lucros del sector más dinámico de la acumulación capitalista en los Estados Unidos, cuya capitalización de mercado en 2014, solamente de las tres mayores empresas del Valle del Silicio, llegaba a más de U$S un billón con solamente 137.000 trabajadores directos en los Estados Unidos. No se puede medir con precisión, aunque no sea una hipótesis descartable si la crisis mundial se profundiza.

La débil recuperación y la demora en recuperar una tasa de ganancia pueden aumentar la disputa por la proporción en que la plusvalía es dividida entre los capitales. No obstante, los intereses del capital financiero más concentrado en el mundo no están depositados exclusivamente en las viejas industrias. Esperar y ver.

En otro sentido, el club de los países imperialistas, la OCDE, salió a público en apoyo entusiasta a la política de estímulo fiscal (corte en los impuestos) y al plan de inversiones en infraestructura. Según la edición de El País del 28/11/2016: “La OCDE apoyó el plan de inversiones y cortes de impuestos de Donald Trump, afirmando que elevará el crecimiento en 0,4 punto en 2017 y 0,8 punto en 2018. Según el organismo, el estímulo fiscal podría corregir la fuerte caída en la inversión de años anteriores, mejorar la formación y la recolocación de los desempleados, destinarse al cuidado de niños y facilitar la transición rumbo a una economía más ambientalmente sostenible. La reforma fiscal podría incluso reforzar la eficiencia, bajando los intereses medios pero tapando agujeros por los cuales se pierde recaudación”.

La organización reclama de Alemania que haga lo mismo ante la profundización de la crisis social en Europa y varias elecciones a la vista. Sin embargo, en cualquier caso, la “América grande otra vez” tiene menos posibilidad de preparar un giro aislacionista sin profundizar la crisis entre los distintos sectores del capital imperialista. Aunque, de paso, vale la pena recordar lo que dijo Hillary Clinton sobre los tratados de libre comercio, según los correos electrónicos filtrados por la Wikileads. En reunión con el Goldman Sachs, habría afirmado que “es necesario una posición pública y otra a puerta cerrada”. Tal vez Trump haya sido más cuidadoso con el correo electrónico.

Hasta ahora, estamos frente a un hecho político de gran trascendencia. El grado de la crisis impuso al ocupante de la Casa Blanca que deje de lado la ideología de los derechos humanos y la sustituya por el racismo, por la xenofobia y por un machismo descarado. Este hecho, en sí mismo, prepara una ofensiva contra los trabajadores y los pueblos del planeta, y más profundo para los sectores más oprimidos. A fin de cuentas, se trata de restaurar “el estatus de la clase media blanca, alias América”, con las migajas que sobran de la mesa del capital financiero, producto de la expoliación imperialista.

Siendo, con todo, el aumento de la explotación la condición necesaria para la recuperación de las ganancias de los grandes monopolios, ella no será suficiente sin abrir un nuevo ciclo de inversiones, Mientras tanto, la superproducción en China y en los propios Estados Unidos continúa siendo un obstáculo que no fue superado. La contrapartida de esa situación tiende a ser el aumento del saqueo y de la expoliación imperialista.

Notas:

[1] ALEGRÍA, F. y AYALA, R. Unión Europea: una máquina de guerra contra los trabajadores y los pueblos. España: Corriente Roja, 2014.

[2] WAHL, P. A insurreição alemã contra o livre comércio [La insurrección alemana contra el libre comercio] En: Le Monde Diplomatique, Brasil, noviembre de 2016.

[3] Sobre el efecto del desplazamiento de las empresas sobre el nivel de empleos en Estados Unidos, existen varios estudios de organizaciones del propio imperialismo sobre el tema, siendo muy difícil precisar en qué nivel se trata de pura propaganda o en qué medida refleja la realidad. Según el McKinsey, entre 2000 y 2010, la industria de manufacturas perdió 5,8 millones de empleos en este país, más dos tercios de los empleos destruidos se deben a la inversión en tecnologías que ahorran mano de obra y no al desplazamiento (McKinsey Global Institute). Manufacturing the Future: the next era of global growth and innovation. Noviembre, 2013, p. 8). Sobre la relación entre el desplazamiento y la pérdida de empleos, la OCDE camina en el mismo sentido: la globalización parece afectar más la composición del mercado de trabajo que el nivel de empleo agregado [lo que sería comprobado por las tasas de desempleo en los Estados Unidos], desplazando el empleo para otros sectores (Interconnected Economies: Benefiting from Global Value Chains. OCDE 2013, p. 34).

Traducción: Natalia Estrada.

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