Vie Oct 18, 2024
18 octubre, 2024

Solo la continuación de la revolución obrera y popular puede sacar el país de la catástrofe

En noviembre 2013 explotó la revolución en Ucrania contra el curso represivo de Yanukovich y sus tentativas de establecer la dictadura oligárquica vendiendo la independencia del país.

 

Los imperialismos de los EEUU y la UE, de un lado, y el régimen de Putin, del otro, siendo globalmente fuerzas contrarrevolucionarias en colaboración, se dividieron en los métodos para acabar con la revolución ucraniana.

Los gobiernos de los EEUU y de la UE querían evitar la represión directa de la revolución porque tenían miedo de agravar así la situación y prefirieron el camino de la reacción democrática, es decir, apagarla poco a poco utilizando los procedimientos tradicionales burgueses como las elecciones. Por eso, estaban obligados a flirtear con la revolución. Sin embargo, terminaron aplicando la zanahoria y el garrote.

Putin, cuyo régimen autoritario es incompatible con cualquier acción popular independiente e incluso con el pluralismo burgués parlamentario, apostaba al aplastamiento directo de la revolución y, en este marco, calumniaba las enormes manifestaciones de la plaza Maidan como “conspiración de los EEUU”.

Putin también entiende bien que, en el juego de la democracia burguesa, el imperialismo, financieramente mucho más fuerte que él, será el ganador. Lo que para él implica la pérdida de Ucrania, es decir, una derrota política enorme, en su propio «patio trasero». Es la misma diferencia que tienen respecto de la revolución en Siria, y la árabe en general.

El compromiso de las distintas fuerzas burguesas fue el acuerdo común de la UE, EEUU, Putin, Yanukovich y la oposición ucraniana, del 21 de febrero 2014, que mantenía a Yanukovich en la presidencia hasta las próximas elecciones, y así debía acabar con [el proceso] de Maidan. Pero este acuerdo contrarrevolucionario fue mandado a la basura por la gente en rebelión. Después de una nueva tentativa fracasada de aplastar Maidan, el gobierno oligárquico de Yanukovich cayó, lo que fue una gran victoria del pueblo ucraniano.

Para el imperialismo, con su flexible política de reacción democrática, fue fácil adaptarse a la nueva situación y se lanzó a aprovecharla asumiendo hipócritamente la cara de “amigo de la revolución”.

Pero para Putin comenzó a desarrollarse el peor escenario. La explosión de la acción del pueblo en el país vecino, tan ligado histórica y culturalmente a Rusia, la caída del aliado de Putin, la huida de Ucrania de su alcance y la perspectiva de perder la base militar en Crimea, apuntaban a un debilitamiento importante o, incluso, al comienzo de la erosión de su régimen, basado en la represión de las libertades democráticas, por un lado, y por el otro, en las negociaciones políticas con el imperialismo, utilizando su gran peso militar y político heredado de la URSS, en especial sus ex repúblicas.

Para salir de este camino peligroso, el régimen de Putin hace un contraataque político reaccionario y aventurero con la anexión de Crimea y halando el Este ucraniano, donde quería mantener su control políitico para tenerlo como herramienta de presión al gobierno ucraniano, y así mantener su participación en la política interna ucraniana.

En el terreno institucional, el régimen de Putin impulsaba la “federalización”, a través de los partidos más pro rusos y, encontrando la resistencia del poder ucraniano, alentó el poder alternativo [de los separatistas]: las así llamadas “repúblicas populares” de Donetsk y Lugansk, proclamadas de repente por unas centenas de personas que no representaban a nadie ni nada, y que se apoyaron en el sentimiento de rechazo a las medidas económicas promulgadas por el gobierno de Kiev contra los trabajadores y el pueblo. Detrás de esta maniobra estaban, de hecho, los intereses de conglomerados políticos de nacionalistas y de fascistas pro rusos. Kiev respondía nombrando sus gobernadores.

En el terreno no insitucional, el Kremlin impulsó la actividad de las organizaciones nacionalistas y fascistas pro rusas que esperaban la repetición del escenario de Crimea y la ascensión del “mundo ruso” para ocupar edificios públicos. Kiev respondía estimulando las acciones de los nazistas del Sector de Derecha, para echar a los nacionalistas pro rusos. Ellos se chocaron en Kharkiv y Odesa y, como resultado, la actividad pro rusa acabó en estas ciudades. En Donetsk y Lugansk, no lo consiguieron.

Así entraron las armas a las ocupaciones de los edificios públicos de Donetsk y Lugansk, por parte de las organizaciones pro rusas, y la actividad de los agentes de la FSB [servicio federal de seguridad ruso], todos juntos muy minoritarios y aislados de la población. Para unificar al pueblo alrededor suyo, y así parar la revolución en curso, Poroshenko respondió enviando el ejército, que estaba en descomposición material y moral, con tecnología vieja y soldados que no querían combatir, por lo menos contra el propio pueblo. Terminó con una derrota vergonzosa de Poroshenko, que apeló a la OTAN y al FMI para que le ayudaran a recuperar sus Fuerzas Armadas para  una nueva tentativa. Putin aumentó, por su parte, el sumistro a los separatistas.

Para la OTAN, la situación fue el pretexto para fortalecerse en Ucrania y Europa del Este, bajo la cobertura de “defensa de la seguridad del Este europeo frente a la amenaza rusa”. Putin obtuvo la posibilidad de fortalecerse políticamente dentro de Rusia gracias a la histeria chovinista desenfrenada de la población rusa.

Los intereses generales que se chocaron se pueden describir así: para Poroshenko era recuperar el control político de su gobierno sobre el Este del país y, con la victoria esperada, fortalecer su poder y debilitar la revolución. Para Putin, era evitar su derrota política completa en Ucrania, mantener el control sobre el Este ucraniano como herramienta de influencia en la política ucraniana, y dar un golpe a la revolución ucraniana dividiendo a su proletariado. Para el imperialismo, era ganar toda Ucrania, fortalecer y hacer más dependiente el gobierno proimperialista de Poroshenko, mostrar a Putin que no puede pasar las “líneas rojas” puestas por el imperialismo y entender que, en última instancia, es solo el administrador del «apéndice de hidrocarburos» del occidente europeo, dependiente de los préstamos de sus bancos (es este el sentido de las sanciones económicas contra Rusia, muy sensibles para su economía). Lo que aquí falta totalmente son los intereses de los trabajadores.

Los primeros acuerdos de Minsk no resolvieron estas contradicciones y garantizaron solo una pausa para preparar nuevas tentativas de resolver la situción por la fuerza militar.

Putin no cedió y la ofensiva del ejército ucraniano sufrió una nueva derrota frente a los separatistas abastecidos por el régimen ruso. El volante de la guerra continuó acelerándose, destruyendo el país y echando al altar de los negocios y del poder las vidas de los ucranianos humildes. Debaltsevo y Uglegorsk, asaltados por los separatistas, se convirtieron en el símbolo de la barbarie, así como los bombardeos de Donetsk y Slavyansk por el ejército ucraniano.

Los medios occidentales y rusos se convirtieron en los medios de la guerra de información, encubriendo sus propios sectores y descargando  en la parte opuesta los actos de su barbarie, común a ambos, para convencer a los trabajadores a tomar partido por uno de los dos campos y así legitimizar «su» guerra.

Con el anuncio de Poroshenko sobre la movilización militar y las declaraciones análogas de los separatistas, con las declaraciones de Merkel y Hollande sobre la posibilidad de guerra “de verdad”, y el mismo discurso de propaganda en los medios de Putin, esta disputa llegó a límites peligrosos, incluso para la burguesía.

El retroceso de Minsk

El jueves 12 de febrero se firmó un acuerdo de alto el fuego entre los líderes de Rusia, Ucrania, Alemania y Francia, en Minsk, capital bielorrusa. Esta es la segunda tentativa de alcanzar este objetivo desde setiembre de 2014. El documento salido de Minsk II fue avalado formalmente por las autoridades de las autoproclamadas “repúblicas populares” de Donetsk y Lugansk (RPD y RPL).

El acuerdo firmado en Minsk consta de trece puntos y se dio en ese contexto de ofensiva separatista. El principal punto es el alto el fuego, que debía comenzar el 15 de febrero. Sin embargo, este cese de hostilidades está condicionado a un repliegue y retirada de todo el armamento pesado a una distancia de 50 kilómetros (para la artillería igual o superior a 100 milímetros) y de hasta 140 kilómetros para sistemas de misiles, a partir de las “actuales posiciones” de ambos bandos. Además, declara la amnistía para todos los separatistas. Sobre el “estatus” de las regiones del sudeste ucraniano, se acordó convocar a “elecciones locales”, además de garantizar una reforma constitucional en Ucrania, que entraría en vigencia antes de terminar 2015.

El acuerdo en Minsk debe ser rechazado. En los hechos, es un paso hacia la división de facto de Ucrania, es decir, hacia la legalización del control separatista de Donetsk y Lugansk. Este se transformaría en un territorio que, sin ser anexado formalmente por Rusia, como fue el caso de Crimea, estaría controlado por Putin y sus agentes locales.

La intención de los separatistas, por la vía de las armas y eventualmente por la diplomacia, es introducir puntos en la constitución o la legislación ucraniana que garanticen un “estatus especial” que va más allá de salvaguardar el tan mentado uso del idioma ruso: apunta a mantener el autogobierno de los territorios que controlan desde hace casi un año.

Esto significaría tener derecho a determinar y formar por su cuenta “las estructuras de poder regional”, crear sus propias fuerzas de orden público, descentralizar el sistema presupuestario y tributario, firmar acuerdos económicos, etc., según informa El País[1].

No se puede prever si van a parar la guerra o no, esto depende de muchos factores objetivos y subjetivos. Pero, incluso si consiguen “congelar” la guerra, es un acuerdo de las burguesías en disputa, por lo que las tensiones políticas continuarán y en cualquier momento todo puede recomenzar. Y mientras sean Obama, Merkel, Putin y la oligarquía ucraniana los que resuelven sus problemas, no se puede esperar nada bueno.

Una guerra puede ser justa cuando los oprimidos luchan contra sus opresores. Es, por ejemplo, la guerra de la gente en Maidan contra tropas de choque y francotiradores de Yanukovich. Pero en esta guerra en Ucrania, ahora se chocan opresores de diferente calibre, es una disputa de los grupos burgueses por sus intereses económicos y políticos. Y toda la sangre, destrucción y barbarie que ya provocaron fue solo una “discusión preliminar” que continuó en Minsk, en la mesa con buena comida, detrás de puertas cerradas.

En la medida en que los distintos campos burgueses consigan atraer hacia su lado a los trabajadores, la revolución sufrirá un golpe. Al contrario, solo la revolución ucraniana y  la solidariedad internacional con ella pueden poner fin a esta devastación del país.

Es decir, si antes que nada, los trabajadores de Ucrania, primeras víctimas de la guerra, retoman la movilización de forma unificada contra el gobierno de Poroshenko que desató la guerra contra su propio pueblo y que lo ahoga con las reformas impuestas por los EEUU y la UE. Si los trabajadores de Donbass entran en la lucha como una fuerza independiente, dejando de ser solo rehenes de la disputa interburguesa.

Si los trabajadores rusos comienzan a superar su delirio chovinista  –que ya están pagando la aventura de Putin con la caída de su nivel de vida– con los parientes que viven en Ucrania y [reconocen] la creciente imagen de Rusia como «país agresivo» para los ucranianos y otros vecinos, que los empuja hacia el imperialismo y la OTAN para procurar la defensa.

Si los trabajadores europeos no consiguen resistir a la propaganda que demoniza a Rusia –lo que sirve solo para cubrir  los crímenes de los mayores halcones del mundo, que son las burguesías imperialistas de los EEUU y de la UE–, la expansión del “imperialismo democrático” y de la OTAN en el Este europeo continuará, bajo el pretexto de su “defensa”, y también cubrirá la creciente colonización de la propia Rusia por el capital financiero europeo y norteamericano.

¡No a la guerra! ¡UE, EEUU, Putin, fuera las manos de Ucrania! ¡Ni Poroshenko ni separatistas! ¡Abajo los acuerdos de Minsk! Los trabajadores ucranianos, con su revolución, tienen que arrebatar su país de las manos de las potencias extranjeras y la oligarquía entreguista.

¡Trabajadores y pueblos de Europa y de Rusia! Está en sus manos la posibilidad de parar el juego criminal de sus gobiernos y arrebatar el continente de la barbaridad en que lo meten nuestros patrones.


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