Por Simón Lazara – Partido Socialista de los Trabajadores (Perú)
Murió el ex dictador Alberto Fujimori y el Perú oficial le rinde homenaje, mientras la mayoría obrera y popular solo puede sentir regocijo o cualquier cosa, menos pena.
Fujimori muere a los 86 años producto de un largo cáncer, pero lo hace en olor a héroe nacional construido por ese Perú oficial de Boluarte y su Congreso corrupto.
El ex dictador fue investigado y sentenciado a 25 años de cárcel el año 2009, por delitos de lesa humanidad y corrupción. Pero por chantajes de sus sectores afines se intentó su indulto en el gobierno de PPK, indulto que recientemente validó el Tribunal Constitucional, con miembros puestos a dedo por la alianza espuria que controla el Congreso y sostiene al gobierno de Boluarte. Y lo hizo, sin hacerle pagar al Estado los 57 millones de Soles que le impuso la justicia por concepto de reparación civil, y aun sin una mínima señal de arrepentimiento ante las víctimas de La Cantuta, Barrios Altos, las 314 mil 605 mujeres esterilizadas y las miles de víctimas de su ex régimen genocida.
Para mayor afrenta a la memoria y dignidad nacional, incluso su partido anunció hace poco que Alberto Fujimori sería su candidato a la presidencia en las elecciones del 2026.
En estas circunstancias no es casual que el gobierno, el Congreso y los políticos oficiales salgan a lamentar su muerte y a reivindicar su herencia, y que en esa línea se dispongan a rendirle honores como ex jefe de Estado, lo que solo provoca mayor indignación de los sectores obreros y populares.
No hay duda alguna que esos sectores que nos gobiernan están de duelo, y que aprovechan la circunstancia de su eventual y precario ejercicio del poder no solo para lavarle la cara al ex dictador, deificarlo y hasta legitimarse bajo su figura.
Reivindican, dicen, al que pacificó al país de la subversión de Sendero, con guerra sucia y crímenes de lesa humanidad que aquí y en el mundo se han condenado. Reivindican al que saqueó al país junto a una gavilla de pillos y que luego huyó al Japón donde fue reconocido como ciudadano por dicho país.
Pero sobre todas las cosas, reivindican al que luego de aplicar un shock económico peor del que ejecuta ahora Milei en la Argentina, impuso la transformación neoliberal del país con la que entregó la economía nacional a la voracidad imperialista privatizando todo, destruyó la educación y salud públicas, así como la industria nacional, echando a la calle a millones de trabajadores y trabajadoras que fueron a parar a los brazos de la informalidad y la precariedad laboral solo para favorecer a un puñado de multinacionales y capitalistas.
El Perú de hoy es producto de esta transformación neoliberal que durante una época se nos presentó como el camino seguro al progreso y que ahora se revela como un fiasco. El neoliberalismo, que solo profundizó el atraso y la dependencia nacional, luego de una década de estancamiento económico ha devenido en recesión, creando más pobreza, desocupación y atraso nacional.
Un modelo que cuando llegó la feroz pandemia del Covid 19 nos reveló de manera brutal que la inmensa brecha que creó entre ricos y pobres era una diferencia entre los que podían vivir y los que éramos condenados a morir. Un modelo además construido sobre la base de la corrupción de las élites políticas, como reveló la mega corrupción de Lavajato en la que están involucrados todos los partidos de derecha e izquierda que gobernaron, pero como parte de una corrupción más extendida en todo el Estado y cuya mayor expresión hoy es el actual gobierno de Boluarte y el Congreso, y de las instituciones en la que se asientan.
Para con la expectativa de cambiar este sistema, en las elecciones del 2022 la mayoría obrera y popular eligió a Pedro Castillo. Pero el fujimorismo y toda la reacción de derecha hicierin todo por violentar la voluntad popular hasta hacer inviable su gobierno y producir su vacancia.
Frente a esto se produjo la sublevación del sur andino entre fines del 2022 y principios del 2023, con la bandera de convocatoria a una Asamblea Constituyente, que enterrara la Constitución fujimorista, para cambiar el régimen político y económico. Por eso tampoco es casual que todas las clases pudientes se unieran en torno al gobierno de Boluarte para ahogar en sangre y derrotar esta rebelión, para imponer el actual “orden” autoritario, corrupto y criminal; a imagen y semejanza de lo que Fujimori hizo en los años 90.
Este es el Perú oficial, el de los corruptos, ladrones, asesinos y entregadores del país, legítimos herederos de Alberto Fujimori, que nos gobierna y llora la muerte de su líder.
Por ello el pueblo pobre y trabajador no tiene nada que lamentar, sino recordar lo nefasto de su legado encarnado en el actual régimen. Recordar que su glorificación por los que hoy nos gobiernan, solo muestra que el país no está ni va a estar pacificado, y que su continuidad en el poder, solo nos anuncian nuevos y mayores confrontaciones.
Están abiertas las heridas de los 49 asesinados, las decenas de heridos de gravedad y los presos en las luchas del 2022-2023. Está abierta el cuestionamiento a un modelo económico que solo trae más pobreza con fábricas que cierran y despiden obreros y un país que se sigue entregando a las multinacionales mineras y a los agroexportadores, mientras la corrupción gobierna al mismo tiempo le que abre camino al crecimiento de economía ilegal y al crimen organizado.
El Perú que heredamos de Fujimori y que no pudimos enterrar el año 2000 cuando cayó su gobierno por la complicidad de todos los partidos burgueses y de “izquierda” que preservaron la continuidad de su modelo y del régimen establecido por la Constitución fujimorista, es un Perú que hoy vive estancado, retrocede y se descompone en todo ámbito.
Si la muerte del ex dictador sirve de algo es para recordarnos que la tarea por acabar con su herencia política es más vigente que nunca.
El camino para lograrlo ya fue señalado con la sublevación liderada por el sur andino heroico y digno. Y para llevar a cabo esta tarea hasta el final no es suficiente la disposición de lucha de masas, sino que necesitamos poner en pie una verdadera dirección revolucionaria, porque las actuales que predominan en la llamada izquierda, son traidoras y su agenda solo es electoral.
Murió Fujimori, pero falta enterrar su Constitución enterrando al fujimorismo, a toda la reacción de derecha y a sus herederos políticos, construyendo una salida desde la clase obrera y popular.