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COP30

Los verdaderos guardianes del bosque: indígenas, quilombolas y campesinos

La lucha de los pueblos originarios: defensa de la tierra y resistencia al capitalismo depredador.

Jeferson Choma

noviembre 6, 2025

En enero, indígenas ocuparon la Secretaría de Educación en Pará en protesta contra el fin de la enseñanza presencial, y su movilización obligó al gobierno a retroceder. En la COP 30, se espera una ola de protestas aún mayor, con pueblos indígenas, campesinos y quilombolas marchando juntos para llevar sus reivindicaciones por derechos territoriales y sociales y denunciar la violencia del latifundio.

Los pueblos originarios establecen una relación con la naturaleza radicalmente opuesta a la lógica capitalista. En sus sociedades, no rige la propiedad privada de la tierra, ni la concentración de los medios de vida por una clase privilegiada. Son comunidades sin divisiones de clase, organizadas a partir de principios colectivos.

Esta estructura social distinta genera una racionalidad ambiental profundamente diferente. La prioridad es asegurar la reproducción de la vida comunitaria, manteniendo las relaciones sociales que permiten una relación equilibrada con el territorio. Todas las actividades — productivas, culturales, espirituales — se orientan hacia el bien común y el bienestar colectivo.

Mientras tanto, el capitalismo impone una lógica de conquista y dominación: la naturaleza debe ser sometida al lucro, transformada en mercancía al servicio de quienes detentan el capital.

Esta misma relación de cuidado y pertenencia se repite entre muchas comunidades tradicionales — seringueros, ribereños, quilombolas y otros grupos campesinos —, que desarrollan prácticas agrícolas y de manejo orientadas a la preservación de los bienes comunes.

Los números confirman esta realidad. En los últimos 30 años (1990-2020), la deforestación en Tierras Indígenas fue de apenas 1,1 millones de hectáreas, frente a 47,2 millones en áreas privadas. Aunque las invasiones de mineros, madereros y grileiros han elevado la tasa de destrucción recientemente, el contraste sigue siendo impactante.

Con los quilombolas no es diferente: entre 1985 y 2022, la pérdida de vegetación nativa en sus territorios fue de solo 4,7%, frente al 25% en áreas privadas. Ocupan alrededor del 0,5% del territorio nacional, pero son guardianes fundamentales del bosque.

Por eso, defender la demarcación de todas las tierras indígenas, la titulación de los territorios quilombolas, el reconocimiento de las posesiones campesinas y una reforma agraria radical y adaptada a la diversidad de los campesinos brasileños es condición para mantener los bosques en pie, como bien sabía Chico Mendes.

Entrevista: Osmarino Amâncio: “Para nosotros, pueblos del bosque, el capitalismo verde es una tragedia”

La Opinión entrevistó a Osmarino Amâncio, líder seringueiro que, junto a Chico Mendes, luchó contra la destrucción de la Amazonía a través de los “empates”, piquetes realizados por las comunidades que impedían la deforestación.

¿Cómo evalúas la política ambiental del gobierno de Lula?

Solo escuchamos la idea del agronegocio y la política gubernamental haciendo la alianza con el sector de la burguesía agraria. Detrás de los discursos bonitos en las COP, lo que llega a nosotros en la selva es que el gobierno de Lula continúa con la misma cartilla: defiende los megaproyectos en la Amazonía, las hidrovías, las carreteras para el desagüe del agronegocio, las represas y la explotación del petróleo.

¿Pero qué hay de las políticas defendidas por la ministra Marina Silva? ¿Es Capitalismo verde?

Son soluciones de mercantilización de la naturaleza. Cuando era ministra, Marina Silva buscó favorecer el “mercado verde”, creó la ley de gestión de bosques públicos que privatiza los bosques, entregándolos a las madereras, industrias farmacéuticas y biopiratería. Y esta mercantilización viene con la apariencia de los Créditos de Carbono, el famoso REDD, que se convierte en moneda de especulación en la Bolsa de Valores. La empresa paga y compra el derecho a seguir contaminando y deforestando. Entonces, bajo el capitalismo, la “sostenibilidad” se convirtió en una fachada para la especulación financiera.

Estos proyectos imponen prohibiciones a los habitantes del bosque, impidiendo que puedan hacer sus cultivos, sacar madera para construir sus casas, ofreciendo a cambio una miseria. Y ahora hay ganaderos ocupando tierras de las comunidades, diciendo que esa área de bosque preservado es suya, para registrar ilegalmente la posesión, usando la propia vegetación para justificar la “reserva legal”. De esta manera, continúan deforestando, pero utilizan la “reserva legal” como fachada. Hay empresas que hacen esto también para vender créditos de carbono. Nosotros llamamos a esto grilaje verde.

El capitalismo es capitalismo, ya sea verde, rojo o amarillo. Y para nosotros, pueblos del bosque, para los indígenas y quilombolas, siempre es una tragedia.

¿Cómo fue la lucha librada por usted y Chico Mendes por las Reservas Extractivistas?

Fue un proceso que llamamos un proceso revolucionario en la lucha por la reforma agraria adecuada a los seringueros. Una lucha por el socialismo, que no reivindicamos la propiedad privada. No queríamos títulos de propiedades, reivindicamos el usufructo de los seringueros. También nos inspiramos en la creación de las Tierras Indígenas. Y creamos la Alianza de los Pueblos de la Selva que unió a seringueros e indígenas en la misma lucha. Aprendimos que si caemos, la selva cae junto. Y es nuestra unión la que garantizó nuestra supervivencia, nuestros derechos y la selva en pie. Esta lección está más viva que nunca hoy. Necesitamos refundar esta Alianza para hacer frente a los megaproyectos del agronegocio y de este gobierno.

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