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19 abril, 2024

La guerra de Irak: donde Bush se rompió los dientes

El 20 de marzo de 2003, una coalición militar encabezada por el ejército estadounidense invadió Irak. En poco tiempo, derrocó el régimen político iraquí del presidente Saddam Hussein con los argumentos de que este “apoyaba el ‘terrorismo’ a nivel internacional y poseía ‘armas de destrucción masiva’ para ese fin”. En su reemplazo, se instaló un gobierno apoyado en las fuerzas invasoras que pasaron a ser “fuerzas de ocupación”. Parecía haber sido una victoria fácil. Sin embargo, las fuerzas ocupantes comenzaron a enfrentar una creciente resistencia de los militares y el pueblo iraquí, una guerra de liberación nacional cuyo curso les era cada vez más desfavorable, hasta transformarse, primero, en un pantano y, luego, en una derrota. Finalmente, la situación derivó, de hecho, en una división del país en tres partes, controladas, cada una, por los chiitas (ligados a Irán), por los sunnitas, y por los kurdos.

Por Alejandro Iturbe

La invasión a Irak fue el segundo episodio de la “Guerra contra el Terror y el Eje del Mal” lanzada por el gobierno de George W. Bush aprovechando el clima político existente en EE.UU. luego del atentado a las Torres Gemelas de Nueva York, en setiembre de 2001[1]. El primero había sido la invasión a Afganistán y el derrocamiento del régimen del Talibán (acusado de haber apoyado a los autores del atentado). Para entender las razones profundas de esta Guerra lanzada por Bush y el imperialismo estadounidense, debemos analizar la combinación de los dos objetivos que la impulsaron.

Bush hijo era la figura visible del Proyecto del Nuevo Siglo Americano (PNAC por su sigla en inglés), un núcleo de dirigentes del Partido Republicano. Este sector de la burguesía imperialista consideraba que el inicio del siglo XXI estaba definido por la disputa por el dominio de los recursos naturales en el mundo (esencialmente el petróleo), y que si EE.UU. no garantizaba su hegemonía en este campo, retrocedería como potencia mundial.

En las décadas anteriores, el imperialismo estadounidense había perdido su control casi absoluto de las reservas, la producción y la comercialización del petróleo en el mundo por la formación de compañías estatales monopólicas en países claves como Venezuela, Irán (luego de la revolución de 1979) e Irak[2]. En este sentido, las invasiones, ocupaciones y guerras de Afganistán e Irak tienen claramente “olor a petróleo” (al igual que el fracasado intento de golpe contra Hugo Chávez, en Venezuela, en 2002).

El “síndrome de Vietnam” y la “reacción democrática”

Para comprender el segundo objetivo de Bush, es necesario retroceder un poco hasta la dura derrota del imperialismo estadounidense en la Guerra de Vietnam, en 1975 (la primera en su historia). Desde la Guerra de Corea (1950-1953) hasta la de Vietnam, la burguesía imperialista estadounidense consideraba tener el derecho de intervenir en todo el mundo (a través de golpes de Estado, invasiones y guerras), con la excusa de la “lucha contra el comunismo” o donde veía amenazados sus intereses. En Vietnam, esta política se “quebró los dientes”.

Comenzó lo que los analistas políticos del propio imperialismo denominaron el “síndrome de Vietnam”: la dificultad de EE.UU. para intervenir militarmente en el mundo (como lo hacía permanentemente en el pasado) por el temor de que esa intervención derivase en una larga y costosa guerra, y en una derrota que empeorara el cuadro previo, como en Vietnam.

La política del “gran garrote” fue reemplazada por otra adaptada a esta realidad, que hemos llamado “reacción democrática”, elaborada por Zbigniew Brzezinski, consejero de Seguridad del ex presidente Jimmy Carter, en la segunda mitad de la década de 1970. Él era muy consciente de las condiciones desfavorables en el mundo y de que, por ello, el aspecto militar debía pasar a un segundo plano y ponerse al servicio de otras tácticas centrales: pactos, negociaciones diplomáticas, elecciones burguesas, que permitieran frenar y desviar los procesos revolucionarios y avanzar en los objetivos más estratégicos[3].

Usando la imagen de aquel animal de carga que puede avanzar a través de golpes o de una zanahoria colgada en su frente, se limitaba el uso del “garrote” y se lo ponía al servicio de la “zanahoria”. Para ello contaba con la colaboración del aparato estalinista y su política (la “coexistencia pacífica”), y de las direcciones traidoras.

Bush da un golpe de timón pero es derrotado

El gobierno de Bush hijo y el sector que representaba consideraban que la política del gobierno de Bill Clinton debilitaba todavía más al imperialismo estadounidense y dan entonces un “giro de timón” para liquidar de un solo golpe el “síndrome de Vietnam” y sus consecuencias: termina con la política defensiva de la “reacción democrática” y lanza una ofensiva en varios frentes, retomando el “garrote” como elemento central. Es decir, volvía a los “viejos buenos tiempos” previos a esa derrota.

Si bien las invasiones a Afganistán e Irak eran el hecho central de esa ofensiva imperialista, hubo otros: el intento de golpe contra Hugo Chávez, en Venezuela, en 2002, y la invasión israelí al sur de Líbano, en 2006.

Pero el proyecto de Bush comenzó a enfrentar cada vez más problemas y a sufrir derrotas. La primera de ellas fue con el fracaso del golpe contra Hugo Chávez: dos días después de haberlo derrocado y detenido e instalado al empresario Pedro Carmona, cuando el aparato del chavismo ya se había rendido, hubo un masivo contragolpe popular que desde los barrios más pobres de Caracas arrinconaron el gobierno de Carmona hasta que este renunció, y eso obligó a traer de vuelta a Chávez y reinstalarlo como presidente[4].

En Irak, luego de la invasión, el derrocamiento de Saddam Hussein y la ocupación del país nunca pudieron imponer una pax americana y se sucedían gobiernos cortos e inestables. El punto de partida fue que, por su inferioridad militar, los altos mandos y la estructura militar del régimen de Saddam (mayoritariamente sunnitas) optaron por no enfrentar frontalmente a las fuerzas invasoras sino que “pasaron a la clandestinidad” para combatirlos con métodos de guerrilla y terrorismo urbano, con bastante éxito. Se inició así una guerra de resistencia y liberación nacional contra el ocupante.

Por otro lado, en EE.UU., si bien la oposición a la guerra no generaba movilizaciones masivas como contra la de Vietnam, sí hubo un fuerte boicot al reclutamiento de nuevos soldados (por el sistema de contratos). De forma creciente, las fuerzas armadas estadounidenses debieron apelar a contratar inmigrantes (especialmente latinos) con la promesa de que luego recibirían la “green card”.

Ya en 2004, estos problemas eran muy evidentes y así fueron evaluados por la LIT-CI en varios artículos[5]. En los años siguientes, ese curso negativo para el imperialismo no hizo más que acentuarse[6]. Con el objetivo de revertir, o al menos atenuar, esta situación desfavorable, el bloque imperialista realizó varias movidas. La primera fue ampliar la coalición invasora a otros países europeos, como España. La segunda fue realizar un pacto con la burguesía kurda de Basur (Kurdistán iraquí), a la que otorgó el dominio de una región autónoma (de hecho un Estado independiente con sus autoridades y fuerzas militares)[7].  

El tercero fue realizar un impensado acuerdo con el régimen de los ayatolás chiitas iraníes (en teoría, el enemigo estratégico del Eje del Mal y de la Guerra Contra el Terror) para instalar un “gobierno central iraquí” en Bagdad. Este acuerdo originó numerosos análisis de la prensa imperialista que, con mucha acidez, se referían a la “capacidad estratégica” de Bush.

Un nuevo golpe de timón

Pero todos estos movimientos del imperialismo no conseguían revertir la dinámica desfavorable de la guerra en su conjunto, que se encaminaba hacia una derrota. Una situación que se combinó con el estallido de una crisis económica-bancaria internacional, con epicentro en EE.UU.

La principal potencia imperialista vivía una fuerte crisis política. En ese marco, los sectores más lúcidos de la burguesía imperialista estadounidense impulsaron un nuevo golpe de timón para retomar una nueva aplicación de la política de reacción democrática y a Barack Obama como la mejor figura para implementar ese cambio, a partir de 2008. Obama comenzó a retirar las tropas estadounidenses de Irak y, finalmente, la coalición se retiró oficialmente en diciembre de 2011.

El contexto de esta retirada incluye el curso también desfavorable de la ocupación de Afganistán frente a la resistencia nacional encabezada por el Talibán. Esta ocupación estaba en “un pantano” en el que era malo meterse más pero también era muy malo salir. Un conflicto que, además, se había extendido al vecino Pakistán[8]. Una guerra que también acabaría con la retirada de EE.UU., aunque con efecto delay, en 2021[9].

El impacto de la derrota

Desde nuestro punto de vista, el imperialismo estadounidense sufrió en Irak (también en Afganistán) una durísima derrota, similar, en diversos aspectos, a la que había sufrido en Vietnam. Una derrota que, en este caso, también sufrieron las potencias europeas aliadas. Tal como hemos analizado, el objetivo político-militar de Bush era liquidar el “síndrome de Vietnam” y volver al “gran garrote” como centro de la política exterior imperialista.

Al ser derrotado, el resultado fue el opuesto: en lugar de superar el “síndrome de Vietnam” lo actualizó y lo potenció con lo que los analistas imperialistas llamaron el “síndrome de Irak”, cuya influencia permaneció en la realidad mundial. Es imposible comprender lo ocurrido en el mundo árabe desde 2011 (la “primavera árabe”) sin considerar que en su génesis estuvo, como un componente esencial, la derrota imperialista en Irak.

Es cierto que estas derrotas no aparecen, a simple vista, tan claras y evidentes como la de Vietnam. Por ejemplo, no dieron origen a un Estado obrero, como en Vietnam, sino al triunfo de una organización reaccionaria con rasgos fascistas, como el Talibán, en Afganistán, o a un Irak fracturado, de hecho, en tres países, controlados por chiitas, kurdos y sunnitas. Incluso de una de esas “esquirlas” (el sector sunnita) saldría uno de los gérmenes del ISIS, que quiso rediseñar el mapa de la región, sumando aún más confusión a la compleja e inestable situación regional[10].

Pero no por eso son derrotas de menor envergadura. La propia burguesía imperialista y su prensa no se engañaron: por eso, elaboraron el concepto de “síndrome de Irak” (en analogía con el de Vietnam) para caracterizar la situación resultante. Sobre esto, en una entrevista de 2014, Zbigniew Brzezinski volvió a mostrar su lucidez imperialista: “Vivimos un período de inestabilidad sin precedentes. Hay enormes franjas del territorio mundial dominadas por la agitación, revoluciones, rabia y pérdida de control del Estado… Es un despertar político global basado en una toma de conciencia sobre las injusticias, las desigualdades y la explotación… Los Estados Unidos aún son dominantes pero ya no son capaces de ejercer poder hegemónico… La fragilidad americana queda evidente en su incapacidad de dar estabilidad a la política dinámica e imprevisible de Medio Oriente…”[11].

Es cierto que, desde entonces, ha “corrido mucha agua bajo el puente”: la primavera árabe ha tenido un curso muy desigual y contradictorio, se desató una gran pandemia, se acentuaron los enfrentamientos entre EE.UU. y China, y se produjo la invasión y la guerra de Rusia contra Ucrania. Son todos factores que configuran la actual situación mundial. Sin embargo, a nuestro modo de ver, sin valorar la permanencia del impacto de estas derrotas imperialistas (el “síndrome de Irak”) es imposible comprender la actual situación mundial en su conjunto.

Queremos terminar con una breve consideración: a pesar de su abrumadora superioridad militar, el imperialismo estadounidense ha sufrido durísimas derrotas en Vietnam, Irak y Afganistán. El ejército estadounidense es muy efectivo si se trata de una intervención militar rápida y de apoyo a un golpe militar. Pero cuando esa intervención se transforma en una guerra de ocupación, las cosas se le complican mucho. Es decir, cuando debe enfrentar, de modo simultáneo, una resistencia nacional dura y decidida y una fuerte oposición en su propio país, acaba quebrándose y puede ser derrotado. Es una lección importantísima que nos deja la historia mundial reciente.


[1] Sobre el atentado a las Torres Gemelas (2001) – Liga Internacional de los Trabajadores (litci.org)

[2] Sobre este tema, recomendamos leer el dossier “El fin del petróleo” en la revista Marxismo Vivo No12, diciembre 2005.

[3] Sobre este y otros temas de este artículo, recomendamos leer https://litci.org/es/la-reaccion-democratica-del-sindrome-de-vietnam-al-sindrome-de-irak/

[4] https://litci.org/es/del-caracazo-la-crisis-actual/

[5] Ver, por ejemplo, “Irak, el calvario de los yanquis” en la revista Marxismo Vivo No 9,  julio de 2004.

[6] Ver, por ejemplo el artículo “Irak: Una guerra de liberación nacional en ascenso” en la revista Marxismo Vivo No 11, junio de 2005.

[7] Sobre esta cuestión de Basur, recomendamos leer https://litci.org/es/masivo-plebiscito-la-independencia-basur-kurdistan-iraqui/

[8] Sobre este tema, recomendamos leer el artículo Afganistán | Los generales y Obama en su laberinto [2010] – Liga Internacional de los Trabajadores (litci.org)

[9] Ver la declaración Afganistán: La consumación de la derrota del imperialismo – Liga Internacional de los Trabajadores (litci.org)

[10] https://litci.org/es/un-ano-de-califato-en-irak-y-siria/

[11] Revista Época, edición 863, 15 de diciembre de 2014.

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