Sáb May 18, 2024
18 mayo, 2024

La “cuestión palestina”: punto central de la revolución árabe

Este artículo fue publicado inicialmente en la revista Marxismo Vivo (Nueva Época) Nro. 2, en junio de 2011. Ceemos que sus principales análisis conservan plena vigencia y ayudan a comprender la actual agresión de Israel a la Franja de Gaza.

El pedido que el presidente de la ANP (Autoridad Nacional Palestina), Mahmud Abbas presentó ante la ONU para el reconocimiento de un estado palestino (con las fronteras previas a la guerra de 1967) y el derecho a ocupar un asiento permanente en la Asamblea General de este organismo volvió a poner la “cuestión palestina” en el centro del debate político internacional.

Poco meses antes,el 15 de mayo pasado, el día de la nakba (“catástrofe” en árabe) miles de palestinos exiliados en países limítrofes con Israel (Líbano, Siria, Jordania) marcharon, junto con simpatizantes de esos países, hacia las fronteras para cruzarlas y reivindicar el derecho a retornar a las tierras de las que fueron expulsados en 1948. Las movilizaciones fueron reprimidas, primero, por los ejércitos y policías de los países árabes, y quienes lograron cruzar las líneas fronterizas también sufrieron la represión del ejército israelí.

Estas movilizaciones tuvieron gran repercusión internacional y expresaron que la actual oleada de la revolución árabe, iniciada en Túnez en enero pasado, se está extendiendo con toda su fuerza al pueblo palestino y pone en crisis a todas las viejas organizaciones políticas.  

Se trata de un hecho muy importante: la reivindicación del pueblo palestino de recuperar su territorio histórico (hoy dividido entre aquel que pertenece directamente el Estado de Israel y el que controla indirectamente, a través de la Autoridad Nacional Palestina-ANP) es la causa común más unificadora de la lucha de todos los pueblos árabes. Una causa que está asociada intrínsecamente a la necesidad de destruir el enclave militar imperialista de Israel.

Esto es así por dos razones: Israel fue y es la principal arma de ataque y agresión militar del imperialismo contra la lucha de esos  pueblos; en segundo lugar, la tragedia palestina que acompañó su creación continúa siendo una herida sangrante en el corazón de los pueblos árabes.

Por eso, la reivindicación de recuperar Palestina y destruir Israel se ubica en el centro del programa que la revolución árabe, como proceso de conjunto, debe llevar adelante. Esta nueva oleada de ascenso revolucionario del pueblo palestino la profundiza y la realimenta.

Por otro lado, eso se produce en un momento en que el estado sionista y la sociedad en que se basa muestran evidentes síntomas de crisis y debilitamiento. No es casual que un periodista sionista, al analizar los hechos del 15 de mayo, expresara que “reavivaban los temores más secretos” de las autoridades y servicios secretos israelíes: una movilización revolucionaria de masas derribando las fronteras de Israel. Lo que hasta hace unos años atrás parecía una tarea imposible e irrealizable, hoy, con el marco de la revolución árabe, se plantea como real y posible, incluso en los “temores secretos” de los sionistas.  

Las leyendas del sionismo

Para comprender la actual “cuestión palestina” es necesario ver cómo fue creado el Estado de Israel, en 1948, y qué significó su creación para el pueblo palestino.

El sionismo, la corriente político-ideológica fundada en Europa, en 1897, que llevó adelante la creación del Israel moderno, justificó su accionar con una falsificación histórica principal: en  Israel, se juntaron “un pueblo sin tierra” (el judío) y “una tierra sin pueblo” (Palestina).  Con esta gran mentira, se justificaron los crueles crímenes cometidos por el sionismo para “borrar” al pueblo palestino de la historia.

A inicios del siglo XX, Palestina era una provincia dominada por el Imperio Turco. En 1917, en su territorio vivían 644.000 palestinos árabes y 56.000 judíos[1].  Ese mismo año, se firmó la Declaración Balfour entre las autoridades británicas y la organización sionista europea para alentar y financiar la inmigración de judíos a Palestina. Con ese acuerdo, además, se selló la alianza estratégica entre el sionismo y las potencias imperialistas occidentales. Una alianza que quedó evidenciada en las palabras del líder sionista Chaim Weizmann, luego primer presidente de Israel quien, al finalizar la Iª Guerra Mundial, garantizó que “una Palestina judaica sería una salvaguarda para Inglaterra, en particular en lo que respecta al canal de Suez” (Weinstock, Nathan. Zionism, false messiah).

Terminada esta guerra, con la derrota y el desmembramiento del Imperio Turco, la entonces Sociedad de la Naciones (antecesora de la ONU) otorgó el territorio como Mandato Británico de Palestina.  La evolución de la población fue la siguiente: en 1922, había 663.000 palestinos y 84.000 judíos, en 1931: 750.000 y 175.000, respectivamente. El sionismo logra un importante aumento de la población judía, pero los palestinos árabes continúan siendo una muy amplia mayoría.

La creación del Estado de Israel: una usurpación violenta y cruel

Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial (1945), se  definió un cambio muy importante en la situación de los países imperialistas: Inglaterra acentuó su retroceso y EEUU surgió incuestionablemente como  potencia hegemónica.

El control de Medio Oriente, poseedora de las dos terceras partes de las reservas mundiales de petróleo, tenía un valor estratégico. Por eso, EEUU, además de apoyarse en las petromonarquías aliadas, necesitaba tener una “base propia”, un sólido punto de apoyo para controlar la región. Ese punto de apoyo sería el Estado de Israel.

Los judíos europeos venían de sufrir un atroz genocidio por parte de los nazis y el mundo estaba horrorizado por ello. Este justo sentimiento fue utilizado por el imperialismo y los sionistas en su beneficio. Por un lado, se aceleró la inmigración de judíos europeos a Palestina. Por el otro, quién podría oponerse a la creación de un estado donde los judíos pudieran “vivir en paz” y “reponerse de sus heridas”. Quedaba, sin embargo, un problema pendiente: qué hacer con el pueblo palestino que vivía en esa tierra.

Impulsada por el imperialismo estadounidense, y con el apoyo de la burocracia estalinista gobernante en la ex URSS, en noviembre de 1947, la Asamblea General de la ONU votó una resolución que creaba dos estados en Palestina: uno judío (Israel) y otro árabe.  En ese momento, habitaban allí 1.300.000 palestinos árabes y 600.000 judíos. Pero, la ONU otorgó a Israel el 52% de la superficie y a los palestinos el 48%. Es decir, desde su propio nacimiento, Israel significó una usurpación y un robo porque los palestinos debían ceder el 52% de su territorio a una minoría que, además, había sido artificialmente creada. Incluso en el territorio otorgado a Israel, los palestinos eran mayoría (950.000)

 

“Limpieza étnica”

La usurpación legalizada por la ONU se vio terriblemente agravada por el terror desatado por el sionismo que realizó una “limpieza étnica” para expulsar a los palestinos de sus casas y tierras, a partir del día de nacimiento efectivo de Israel (14 de mayo de 1948).

Las organizaciones sionistas armadas (como Ergún y Lehi) atacaron cientos de poblaciones palestinas. Lo sucedido en la aldea de Deir Yassin (cerca de Jerusalén) quedó como un símbolo: para expulsarlos de sus propiedades, casi 200 de sus 600 habitantes fueron asesinados (incluyendo ancianos, mujeres y niños). Seis meses de “limpieza  étnica” (bajo la benevolencia del imperialismo y del estalinismo) dieron como resultado que sólo quedaran 138.000 palestinos en territorio israelí. El resto había sido expulsado.

Luego, el estado israelí votó la Ley de Ausentes: las casas y tierras de quienes estuvieran “ausentes” eran apropiadas por el estado que las distribuía a ciudadanos israelíes “presentes”. De esta forma, mientras los judíos de Palestina sólo poseían, hasta 1947, el 6% de la tierra; en 1948 ya se habían apropiado del 90%. Con la misma metodología utilizada en Deir Yassin, los sionistas e Israel se apoderaron de un 15% adicional de territorio, además del 52%  otorgado por la ONU.

Los palestinos expulsados partieron hacia el exilio en países árabes (especialmente  Jordania, Líbano y Siria), o a regiones más alejadas, como EEUU y Latinoamérica. De esta forma, este pueblo quedó dividido en tres sectores: los que viven dentro de las fronteras de Israel, los que viven en Gaza y Cisjordania y los que partieron al exilio. Así nació la tragedia (nakba) de este pueblo, provocada por la creación del Estado de Israel. Así nació también su lucha de este pueblo por recuperar su territorio histórico.

El tiempo agravó el problema

En los más de sesenta años transcurridos, la “cuestión palestina” fue agravándose  cada vez más. Varias guerras entre Israel y los países árabes (1948, 1956, 1967 y 1973) terminaron con derrotas árabes. Así se creó la leyenda de la “invencibilidad de Israel” que dominaría todo el período siguiente.

Después de la guerra de 1967 (llamada de “los 6 días”), Israel ocupó los territorios adjudicados a los palestinos, hasta entonces bajo administración egipcia (Gaza) y jordana (Cisjordania) junto con las alturas del Golán (Siria), todavía en poder de Israel. En 1993, en los territorios ocupados, se creó la ANP (Autoridad Nacional Palestina), como resultado de los Acuerdos de Oslo.

Por otro lado, en estos años, Israel, realizó varias invasiones al Líbano (1978,1982 y 2006). Las dos primeras fueron para atacar los campamentos de refugiados palestinos en aquel país: en 1982, la Falange Libanesa, un grupo ultraderechista apoyado por los israelíes, realizó las tristemente famosas masacres en los campamentos de Sabra y Chatila, en Beirut occidental.

Algunos gobiernos árabes ya colaboraban con Israel para perseguir a los palestinos. Fue el caso del “setiembre negro” de 1970, cuando el ejército jordano atacó los campamentos palestinos en el país, buscando expulsarlos, y mató ceca de 20.000 personas.

Por su parte, la invasión a Líbano de 2006 se realizó para atacar a Hezbolá y finalizó con la primera derrota clara del ejército israelí en su historia, lo que de hecho acabó con el mito de su “invencibilidad”.

De la OLP…

En la década de 1960, hay un hecho muy importante en la historia de la lucha palestina: se fundó la OLP (Organización para la Liberación de Palestina) integrada por todas la organizaciones políticas de este pueblo. La principal fuerza era Al Fatah y Yaser Arafat, se transformó en el líder de la OLP.

Más allá de las profundas limitaciones que tenían por su carácter nacionalista burgués, la OLP, Al Fatah y Arafat tuvieron en esa época dos grandes méritos. El primero fue lograr que la “cuestión palestina” se transformase en unas de las cuestiones centrales de la política mundial.

El segundo fue que el punto central del programa votado era conseguir una Palestina única, laica, democrática y no racista en todo el territorio de lo que había sido el Mandato Británico. La propuesta abarcaba varias cuestiones centrales:

  • El rechazo a los “dos estados” porque ello significaba reconocer y aceptar la usurpación y el robo legalizado por la resolución de la ONU de 1947.
  • Expresaba el derecho de retorno de aquellos que habían sido expulsados de sus tierras y propiedades, y la devolución de las mismas.
  • Como a partir del retorno, los palestinos serían una clara mayoría, se señalaba que todos los judíos israelíes que deseasen permanecer y convivir en paz, podrían hacerlo, con plenos derechos (carácter “democrático” y “no racista” del estado propuesto).
  • La construcción de este nueva Palestina implicaba la necesidad de destruir el Estado de Israel ya que mientras éste existiera, por su propio carácter, haría imposible esta solución.

Esta propuesta era la única verdadera solución a la “cuestión palestina”. En su época, ganó el apoyo de casi toda la izquierda, incluyendo la corriente antecesora de la LIT-CI. Hoy, lamentablemente, ha sido abandonada tanto por la OLP y Al Fatah, como por la mayoría de la izquierda, que le han capitulado a Israel y al imperialismo. Por el contrario, la LIT-CI la sigue reivindicando a fondo y la mantiene como su propuesta central para la solución de la “cuestión palestina”.

…a los Acuerdos de Oslo y la ANP

A finales de la década de 1970, el imperialismo estadounidense adoptó una política de cooptación de las direcciones nacionalistas burguesas de Medio Oriente, que comenzaron a capitular.

Un paso central de este proceso se dio en Egipto, después de la muerte de Gamal Abdel Nasser (1970): su sucesor Anwar Sadat  firmó con EEUU e Israel, en 1979, el acuerdo de Camp David, reconoció a este estado y puso fin a la lucha contra él. Hosni Mubarak, profundizó esta política y transformó a Egipto en una pieza clave de la política del imperialismo e Israel contra los territorios palestinos.

Este giro reaccionario de los gobiernos egipcios fue acompañado, algunos años más tarde, por Yasser Arafat y la dirección de la OLP que, expulsada de Líbano, ahora se asentaba en Túnez. En 1993, firmó con EEUU e Israel los Acuerdos de Oslo, por los que reconocía a Israel  y abandonaba la lucha por su destrucción.

Es decir, la OLP dejaba de lado su programa fundador. En trueque, recibió la promesa de la creación de un futuro mini-estado palestino, en las estrechas fronteras de Gaza y Cisjordania, cada vez más reducidas por la instalación de colonos judíos.

Lo cierto es que ni siquiera esta promesa fue cumplida y, en concreto, a cambio de su traición, la dirección de la OLP y Al Fatah recibió la formación de la ANP en la Franja de Gaza y Cisjordania. La ANP es, en realidad, una administración colonial con poderes muy limitados (similar a los “bantustanes” de la época del apartheid sudafricano), bajo control militar israelí  y una profunda dependencia financiera de Israel y de la ayuda externa.

Para entender la política de la creación de la ANP por parte del imperialismo e Israel, hay que considerar que, en 1987, había estallado la primera Intifada, la rebelión de la juventud palestina de los territorios ocupados que, con piedras en las manos, enfrentaban las armas y los tanques israelíes. A pesar de la durísima represión, Israel no conseguía acabar con ella e, incluso, se evidenciaron elementos de una crisis en la base del ejército sionista. Eran claras señales de que la política de ocupar directamente los territorios palestinos había llegado a su límite.

Por su parte, a partir del momento en que pasó a controlar la ANP, Al Fatah dejó de ser la corriente que expresaba mayoritariamente la lucha del pueblo palestino contra Israel. Su dirección y sus principales cuadros se transformaron en una corrupta burguesía que vive de la rapiña de los fondos da ANP. Peor aún, se transformaron en los agentes coloniales de Israel y del imperialismo, en sus cómplices en la represión al pueblo palestino, a través de la policía de la ANP. Este proceso ya se había iniciado durante con Yaser Arafat, pero se aceleró aún más después de su asesinato y su reemplazo por Mahmoud Abbas.

Hamas en escena

La traición de las direcciones nacionalistas burguesas, sumada al surgimiento del régimen de los ayatolás en Irán, después de la revolución de 1979, permitió que ese espacio político fuera ocupado por las corrientes fundamentalistas islámicas, como el propio régimen iraní y Hezbolá, en Líbano, que mantienen en su programa la destrucción de Israel. En los territorios palestinos, abrió espacio al crecimiento de Hamas, una organización ligada a la Hermandad Musulmana egipcia.

El retroceso del peso de Al Fatah se expresó en el triunfo de Hamas en las elecciones de la ANP, en 2006. Este hecho derivó en un enfrentamiento entre las dos organizaciones y en un golpe de estado de Mahmud Abbas (respaldado por Israel), quien mantuvo el dominio sobre Cisjordania. Pero el golpe fue derrotado en la Franja de Gaza que siguió controlada por Hamas. Desde entonces, Israel “bloqueó” este territorio y ha lanzado continuos ataques para desalojar a Hamas, algo que todavía no ha conseguido.

A pesar de esta resistencia y de no haber retirado de su programa la lucha contra Israel, el prestigio y la influencia de Hamas han venido decayendo, por varias razones. En primer lugar, porque dentro de la Franja de Gaza ha reprimido y perseguido a sus opositores, incluso a aquellos que se oponen a Israel y Abbas. En segundo lugar, ha tenido una actitud contraria a la revolución egipcia e incluso ha impedido y reprimido las movilizaciones que, en Gaza, intentaron realizarse en su apoyo. Finalmente, como una cuestión central, siempre ha tenido una política conciliadora hacia Al Fatah y Abbas, llamándolos a la “unidad”, como ahora se expresa en el acuerdo de reconciliación que firmaron los líderes de ambas organizaciones.

El impacto de la revolución árabe

En este contexto, en Túnez, en enero de este año, se inicia la actual oleada de la revolución árabe que comienza a extenderse por toda la región. La primera evidencia de su entrada en Palestina fueron las manifestaciones de marzo de este año: “Decenas de miles de palestinos marcharon por Gaza y Cisjordania exigiendo el fin de las divisiones políticas y de la ocupación de Israel…” (The Guardian, 15/03/2011).

El impacto del proceso revolucionario árabe sobre el pueblo palestino, especialmente, su juventud, es muy grande, por varias razones. En primer lugar, pone en el centro de la escena las grandes movilizaciones y acciones de masas como una herramienta de lucha capaz de lograr cambios en situaciones que parecían inmutables. ¿Si se logró derrocar a Mubarak por qué no se puede luchar contra Israel?

En segundo lugar, muestra a los jóvenes a la vanguardia y que es posible organizar estas movilizaciones independientemente (incluso en contra) de las viejas organizaciones políticas laicas o islámicas que llaman a la “calma” y a la “negociación”. En este sentido, para estos jóvenes, internet se transforma en una formidable herramienta de comunicación y organización para luchar.

Es una generación de jóvenes activistas palestinos  que comienzan a dar sus primeros pasos. Ellos son la base de la posibilidad de construir una nueva dirección palestina que sea alternativa a los viejos dirigentes y organizaciones, responsables de tantos años de derrotas y frustraciones.

Un gran boceto del futuro

A partir de allí, jóvenes activistas palestinos en los territorios y en el exilio comenzaron a organizar la última jornada en recuerdo de la nakba, para “perforar” las fronteras de Israel. Definieron hacerla de “afuera hacia adentro” porque veían mejores condiciones para ello.  Enfrentaron las trabas y la represión de los gobiernos árabes en Líbano, Siria, Jordania y Egipto. Pero llegaron a las fronteras y las cruzaron.

Podemos decir que esta movilización y su resultado fueron una especie de “boceto” de cómo debe y puede desarrollarse la lucha contra Israel. Mostró que, apoyada en el proceso de la revolución árabe, una gran movilización revolucionaria de masas de todo el mundo árabe puede poner a Israel contra las cuerdas. Por eso, los sionistas la ven como “su peor temor”.

Por supuesto, que el carácter de Israel como enclave militar imperialista, armado hasta los dientes y dispuesto a todo para preservarse, plantea que esta movilización revolucionaria deberá tener imprescindiblemente un desarrollo militar. Lo que aquí señalamos es el marco político del que ese desarrollo militar debería ser parte. Por otro lado, la derrota en Líbano, en 2006, ya derribó el mito de la “invencibilidad militar” israelí.

El acuerdo Fatah-Hamas

Poco antes de esta jornada, el 4 de mayo, bajo los auspicios del nuevo gobierno egipcio, Mahmoud Abbas y el líder de Hamas, Khaled Meshal, firmaron en El Cairo, un “acuerdo de reconciliación”.  Las informaciones indican que Hamas aceptaría que Abbas continúe como presidente de la ANP y que siga negociando acuerdos de seguridad con Israel.

Como hemos visto, desde 2006, Fatah y Hamas estaban muy enfrentados. Abbas y la ANP han colaborado con el bloqueo y los ataques sionistas contra la Franja de Gaza, y Hamas, por su parte, denunciaba a Abbas por su rol cómplice y rechazaba la perspectiva del “estado palestino independiente” que negociaba Abbas. ¿Por qué y sobre qué bases ahora se “reconcilian”? Se trata de un acuerdo que expresa una profunda contradicción y puede ser analizado en varios aspectos.

En primer lugar, es el resultado de las movilizaciones del pueblo palestino, en especial las de marzo pasado (recordemos el reclamo de “el fin de las divisiones políticas”). En este sentido, el acuerdo es visto por las masas palestinas como un triunfo, como un paso positivo para fortalecer la lucha contra Israel. Algo que, sin dudas, alentó la participación masiva en las marchas sobre las fronteras israelíes.  

Pero el fondo de la reconciliación entre Hamas y Fatah apunta en otras direcciones. Una de las principales es que se trata de un acuerdo preventivo para frenar y controlar el impacto de la revolución árabe dentro del pueblo y la juventud palestina, cuyo desarrollo va contra los planes y proyectos políticos de ambas organizaciones. Ya durante las movilizaciones de marzo pasado, The Guadian informaba que: “Las facciones políticas dominantes de Fatah y Hamas autorizaron las marchas, pero muchos activistas independientes se quejaron del intento de los líderes partidarios de controlar las protestas, para evitar que se impusiera una revuelta al estilo egipcio”.

Después de firmado el acuerdo, Noura Erakat, una activista palestina en el exilio, analizaba que: “Se podría decir que la formación de un gobierno de unidad es una táctica preventiva para tratar de contener el creciente descontento palestino y la creciente relevancia de las protestas juveniles, en una primavera árabe (sitio Jadaliyya.com, 4/5/2011).

Debemos considerar también un tercer aspecto: el pedido de debatir en  la Asamblea General de la ONU la posible creación del mini-estado palestino independiente. Benjamín Netanyahu ha señalado su oposición a esa resolución y Obama acabó respaldándolo. El acuerdo Fatah –Hamas sería entonces una forma de mostrarle al imperialismo que existe una dirección palestina capaz de controlar el proceso en los territorios y, al mismo tiempo, presionar al gobierno israelí a aceptar el debate y, si fuera aprobada,  a aceptar la resolución la creación de dicho estado.

Una sociedad racista y militarista

Al inicio de este artículo, señalamos que la actual oleada revolucionaria en el mundo árabe y su expresión en el pueblo palestino se producen en un momento en que el estado sionista y la sociedad en que se basa muestran evidentes síntomas de crisis y debilitamiento. Para entender esta crisis y su carácter, analizaremos más profundamente el carácter de esta sociedad y de este estado.

Israel nace como un enclave colonial militar instalado en Palestina para defender los intereses del imperialismo en territorios estratégicos. Su creación se basa en el “transplante” de una población externa a la región: los inmigrantes judíos. Ese carácter artificial se fue acentuando con el curso del tiempo y las inmigraciones posteriores a 1948: por la Ley del Retorno, cualquier judío que se radica en Israel, aunque no tenga ningún lazo previo con Palestina, adquiere automáticamente la ciudadanía israelí y sus privilegios, derecho que le es negado a los árabes, aunque fueran descendientes de los palestinos expulsados.

Después de la caída de la URSS, en 1990, se promovió la inmigración de más de un millón de judíos rusos. Estos inmigrantes son hoy son la punta de lanza de la colonización y el robo de tierras en Cisjordania y la base de las organizaciones de la extrema derecha  israelí. Es el caso del partido Yisrael Beytenu, de Avigdor Lieberman, actual ministro de Relaciones Exteriores del gobierno de Benjamín Netanhayu, él mismo un inmigrante ruso, con domicilio legal en una colonia de Cisjordania.

Es decir, la “esencia nacional” de los judíos instalados en Palestina y sus descendientes es la de  una población extranjera que se apropia de las tierras de los nativos y ejerce un papel opresor al servicio de su imperialismo. Adquieren así un carácter racista y militarista. El “lazo común” que liga a todos los ciudadanos judíos israelíes es que saben que, por una u otra vía,  ellos viven de la usurpación de la tierra de otro pueblo y del apoyo que reciben del imperialismo para cumplir el papel de “perro guardián” en la región. Saben que los pueblos árabes son sus víctimas y temen que esos pueblos se unan y los expulsen. Por eso, la principal cohesión de esta sociedad racista, violenta y militarista es el miedo al «enemigo común».

Para defender ese carácter del Estado sionista, la población israelí siempre vive en “pie de guerra”. Al cumplir 18 años, todo ciudadano o ciudadana israelí debe cumplir un servicio militar obligatorio de tres años, los hombres, o de dos, las mujeres. Luego quedan como “reservistas”, hasta los 50 años, con un mes de entrenamiento anual. Se trata de una población educada para estar siempre al servicio del ejército.

Este carácter tiene también una base económica. En esencia, Israel puede ser definido como una gran base militar del imperialismo en la que también viven los familiares de los soldados y se desarrollan algunas actividades productivas de apoyo. Pero el centro de su funcionamiento es claramente la guerra y la producción de armamentos.

Bajo parámetros “normales”, el estado israelí tiene un déficit presupuestario crónico. La balanza comercial también es deficitaria en casi 10.000 millones de dólares anuales. Estos “huecos” son cubiertos por fondos del exterior: los 3.000 millones de dólares de subsidios anuales que envía oficialmente EE.UU, otros 2.000 millones adicionales llegan de ese país, a través de otros rubros y, finalmente, los fondos que recaudan las organizaciones sionistas de todo el mundo.

Al mismo tiempo, desde hace años, la producción de armamento y de tecnología militar y de seguridad es la principal actividad económica del país. Ésta no sólo abastece necesidades propias sino que casi el 40% de las exportaciones del país son armas y tecnología militar. A pesar de su pequeña población, Israel es hoy el quinto exportador de productos militares del mundo (en los datos de las páginas oficiales del país, esto aparece disfrazado como “productos de alta tecnología”). En otras palabras, la mayoría de la población israelí vive directa o indirectamente del presupuesto para la guerra y de la fabricación de armas.

La crisis de un estado nazi-fascista

Este “carácter genético” de la sociedad y el estado israelíes explica por qué su vida política ha ido abandonando el barniz “progresista”, e incluso “socialista”, con que intento “vestirse” en su primeras décadas y ha ido girando abiertamente a la derecha, hacia el predominio de las expresiones claras de racismo y militarismo, como el gobierno de Netanhayu y su ala Lieberman. La derrota militar en Líbano, en 2006, y las dificultades en doblegar Gaza trajeron como consecuencia una derechización aún mayor de la vida política.

Pero, en el marco de esta inevitable dinámica hacia su derechización, aparecen evidentes síntomas de crisis y debilitamiento de este estado militarista y racista. Una crisis que obedece a una combinación de razones.

Una de ellas es el creciente aislamiento internacional de Israel por el aumento del repudio a su accionar genocida y represivo, lo que se expresa en el crecimiento de la campaña de boicot (BDS), en la ruptura de sectores importantes de la comunidad artística e intelectual que antes lo apoyaban e, incluso, en las evidencias de crisis en parte de la fortísima comunidad judía estadounidense.

Pero, sin dudas, el centro de esta crisis es la evidencia que se acabó la época del “Israel todopoderoso”, como mostraron la derrota militar en Líbano, la dificultad de doblegar a la Franja de Gaza y, ahora, el renacer de las masivas movilizaciones palestinas por el “retorno”. Se acabaron las décadas de “comodidad”, en las que la sociedad israelí recibía muchos beneficios por su carácter de enclave colonial (que permitieron que muchos sectores desarrollaran estándares de vida iguales a los más altos de Europa o EEUU) sin demasiados sacrificios. Hoy, la clara supremacía en tecnología militar no garantiza la victoria (ni mucho menos, la falta de peligro).

Por eso, esta sociedad está siendo sometida a pruebas difíciles que anticipan nuevos choques decisivos. Pero ese cambio se da en un momento en que grandes sectores se han “aburguesado” y están abandonando el carácter ideológico y militante con que las generaciones anteriores crearon y defendieron Israel, y estaban dispuestas a dar su vida por ello. 

La actitud del general Dan Halutz, entonces máximo comandante de las tropas israelíes, preocupado por el destino de sus inversiones bursátiles, en medio de la reunión en que se decidía la invasión al Líbano, en 2006, fue un síntoma del grado de deterioro de la moral de la cúpula de las FF.AA. Otro síntoma importante fue que numerosos altos funcionarios civiles y militares buscaban evitar que sus hijos cumpliesen el servicio militar en lugares que podrían entrar en combate y, en cambio, trataban de que lo hicieran en puestos seguros, en los edificios centrales de Tel Aviv que, según el diario sionista Haaretz, están “lejos de la guerra y cerca de los shoppings”.

A medida que la realidad se muestra cada vez más peligrosa, muchos se cansan de este ambiente y crece el número de ciudadanos israelíes que abandonan el país. Las cifras son cuidadosamente escondidas: algunos hablan de decenas y otros de cientos de miles. Pero ya es un hecho que un número considerable de israelíes, muchos de ellos de la elite intelectual y profesional, busca una “solución individual” en la emigración, para huir del infierno de la “guerra permanente”. La mayoría sale discretamente, sin decir que abandona el país, a través de proyectos de estudio o trabajo temporario en el extranjero (en EEUU y Europa), pero gran parte se queda y sólo vuelve al país para visitar brevemente a sus familias. Otra cifra que va en aumento es la deserción no explícita: la salida de jóvenes en edad militar, que tratan de evitar los frentes y el servicio en territorios palestinos o libaneses.

En la medida que los descendientes de los “fundadores” ya no está dispuesto a defender a Israel con armas en la mano (muchos de ellos, ni siquiera a permanecer en el país), la “base militante” se va trasladando a los nuevos inmigrantes como los judíos rusos, cuyos privilegios se basan en las colonias en Cisjordania y en los subsidios del  Estado. Por eso, son los más radicalizados contra los palestinos y los más dispuestos a pelear por esa defensa.

Pero, en este recambio, el sionismo pierde una parte de sus mejores cuadros, formados a través de décadas. No se trata de que los viejos sectores ashkenasis rompan con el carácter del Estado de Israel y pasen a luchar contra él sino de que dejan de estar en la primera línea de combate.

Aquí es necesario referirnos a los miles de indignados que, al estilo español, se movilizaron recientemente en Tel Aviv, reclamando contra el aumento del costo de vida, de los alimentos y de los alquileres. En un primer análisis, vemos dos elementos diferentes en estos “indignados” israelíes. El primer aspecto es progresivo, un sector de la sociedad israelí se moviliza por sus propias reivindicaciones básicas, enfrenta al gobierno de Netanyahu y eso debilita la “unidad nacional israelí”. Pero, al mismo tiempo, mientras los indignados españoles realizaban una durísima crítica al régimen político de su país por su íntima ligación con los grandes bancos y empresas, los israelíes no expresaron ninguna crítica ni evidenciaron ningún elemento de ruptura con el carácter de Israel.

Es necesario entender que incluso un enclave como Israel se ve afectado por la crisis económica internacional y sus consecuencias, como la inflación que erosiona el poder adquisitivo de un sector de la población israelí. Los indignados aparecen entonces, como un sector que,  sin romper con el carácter del estado, reclama mejores condiciones económicas, una mejor parte del reparto de lo que ese enclave recibe. No es casual, por ejemplo, que el gobierno de Netanhayu haya decidido recibirlos y dialogar con ellos.      

En resumen, el Estado de Israel y su sociedad viven una profunda crisis, y esta crisis lo vuelve mucho más vulnerable que en el pasado, a pesar de que está mucho más armado que nunca.

Los roces tácticos entre Obama y Netanhayu

Los medios de prensa internacionales han venido dando un gran espacio a los roces y diferencias entre el gobierno de Obama y el de Netanyahu. Sin dudas, esas diferencias existen. Por ejemplo, Netanyahu criticó la reconciliación entre Fatah y Hamas, mientras Obama tuvo una posición más abierta con la condición de que “renuncien a la violencia, cumplan los acuerdos asumidos en el pasado y reconozcan a Israel”. En los meses anteriores, Obama había “coqueteado” con la posible creación de un estado palestino con las fronteras previas a 1967 mientras que Netanyahu se oponía terminantemente a abrir ahora esas negociaciones. 

Es necesario analizar qué expresan estas diferencias y cuáles son sus límites estratégicos y tácticos. Para el imperialismo estadounidense, Israel es el “aliado estratégico” en Medio Oriente, su base más segura en medio del mundo árabe. Algo que fue reafirmado por el propio Obama, durante su campana electoral, cuando se reunió con las diversas expresiones del “lobby israelí” en EEUU. Ese es el límite estratégico de la diferencias: llevado a una situación extrema (la posibilidad cierta de la destrucción de Israel), el imperialismo estadounidense y el propio Obama harán lo imposible política y militarmente para defenderlo.

Pero Obama debía responder a una situación mundial y regional desfavorable para el imperialismo, marcada por la derrota militar en Irak y la casi segura en Afganistán. Situación que se ha visto agudizada por el estallido de la revolución árabe y su expresión dentro del pueblo palestino. Su respuesta se ha basado centralmente en pactos y negociaciones que buscan de defender los intereses estratégicos.

Por eso, trató de desactivar (o, al menos, postergar) la “bomba de tiempo” que representa la situación  palestina. La apertura del debate y las negociaciones sobre la creación del mini-estado palestino eran parte de esta política. Pero, para eso, necesitaba que el gobierno de Netanyahu haga algunas concesiones (como la reducción de las colonias en Cisjordania o el fin del bloqueo a Gaza) que tornen “creíbles” esas negociaciones y le permitan a Abbas (e incluso a Hamas) mostrar que se está avanzando a través de ellas.

Pero la cerrada negativa del gobierno de Netanyahu le cerró toda alternativa táctica y lo obligó a salir a respaldar la posición de su “aliado estratégico” en la región. Con ello, el gobierno de Obama se desgasta aún más porque aparece claramente como “lo mismo” que Israel, sin ninguna posibilidad de ofrecerse como “mediador” o “garante” de una negociación.

La realidad que debe enfrentar Netanyahu es totalmente diferente. En términos más estratégicos, posiblemente él sabe que deberá aceptar la apertura del debate en la ONU y las negociaciones con los palestinos. Pero quiere postergarlo todo lo que pueda para llegar en las mejores condiciones posibles: luego de completar la “judaización” de Jerusalén, apropiarse de toda la tierra posible de Cisjordania y derrotar a Hamas en Gaza.  Al mismo tiempo, hoy no puede aceptar ese debate y esas negociaciones porque eso representaría el estallido de su coalición gobernante y la ruptura de su alianza con los sectores más recalcitrantes, como el ya mencionado Lieberman y su partido Yisrael Beytenu.

El mini-estado palestino no es la solución

¿Cuál es la solución al conflicto entre los palestinos e Israel que ya lleva más de seis décadas? Básicamente se proponen dos alternativas diferentes.

La propuesta más difundida es la solución de “dos pueblos, dos estados” que se debatirá próximamente en la Asamblea General de la ONU. Es apoyada por el imperialismo, Al Fatah y la OLP, y gran parte de la izquierda mundial.

A pesar de su carácter restringido, después de tantos años de sufrimientos y de no contar con su propio país, esta propuesta es vista, incluso por sectores del propio pueblo palestino, si bien no como la “solución ideal y más justa”, al menos, como un paso adelante al que el gobierno israelí se opone, un punto de apoyo para seguir avanzando.

Sin embargo, en primer lugar, no es más que la continuidad de la resolución de la ONU de 1947. Volvería a sancionar y legalizar internacionalmente el robo y la usurpación que significó la creación de Israel, incluso si se adoptase sobre la base de las fronteras previas a la guerra de 1967.

Al mismo tiempo, el pueblo palestino quedaría definitivamente dividido en tres sectores, mucho más débiles.  El primero de ellos, el millón y medio de palestinos que viven dentro de Israel, serán condenados cada vez más a soportar aislados los ataques de los gobiernos israelíes que quieren borrar su memoria y su historia (por ejemplo, la prohibición de recordar la nakba), irles quitando la nacionalidad israelí a quienes no juren fidelidad a Israel y el sionismo, y, finalmente, como es el plan de Lieberman, expulsarlos directamente o dejarlos en condiciones insostenibles, como los que viven en Jerusalén oriental.

Los tres millones y medio de Gaza y Cisjordania, habitantes del futuro mini-estado “independiente”, deberán vivir en un país fragmentado, sin ninguna viabilidad de autonomía económica e, incluso, si se cumplen los compromisos que está aceptando Abbas, sin fuerzas armadas y con sus fronteras patrulladas por tropas de la OTAN. En otras palabras, un poco más que la actual ANP, igualmente cercados por Israel y su bota militar, sólo que formalmente más “independiente”.

Finalmente, los cinco millones que viven fuera de Palestina verán definitivamente liquidado su derecho de retorno. Ese es el contenido de hecho de la creación de los “dos estados”: al aceptar esa resolución, se acepta que las tierras robadas y usurpadas de las que fueron expulsadas sean definitiva y legalmente israelíes. Y el mini-estado palestino no ofrecerá ninguna posibilidad objetiva (ni económica ni de tierra) para que se radiquen allí.  

Con su política, las direcciones de Al Fatah y Hamas expresan básicamente los intereses de los sectores burgueses de Cisjordania y Gaza para quienes la creación del mini-estado palestino podría traer algún beneficio. Pero lo hacen a costa de sacrificar a los otros dos sectores. Esencialmente, a los exiliados que, como vimos, perderían cualquier posibilidad de retornar.

Y esto se refleja en las movilizaciones recientes donde la vanguardia pasó a la juventud palestina que vive en Siria, Líbano o Jordania, y también la de países más alejados. Para ellos, como expresó Soraya Misleh (una periodista brasileña de origen palestino) en una entrevista publicada en la revista Correo Internacional No 5, el derecho de retorno es innegociable y el eje movilizador es ¡Vamos a volver a nuestra tierra!

Esto abre profundas contradicciones con las direcciones de Al Fatah y Hamas y, como ya señalamos, a partir de las movilizaciones, la posibilidad de construir una nueva dirección palestina que sea alternativa a los viejos dirigentes y organizaciones, responsables de tantos años de derrotas y frustraciones.

Por eso, Abbas y Al Fatah comenzaron a intentar una reubicación. Firmó el “acuerdo de reconciliación” con Hamas y presentó ante la ONU, contra la opinión de Israel y el imperialismo, el pedido de reconocimiento del estado palestino. La jugada comienza a darle resultados, por lo menos en Cisjordania: miles de palestinos festejaron en las calles este pedido y, a su vuelta, Abbas fue recibido con gran entusiasmo. Es decir, para seguir siendo agente de Israel y el imperialismo, con cierto peso popular y no ser barrido por la movilización, Abbas necesitó hacer una jugada táctica que los enfrenta en terreno diplomático.    

Sin embargo, incluso con todas las limitaciones que tiene la reivindicación que hace Abbas, hoy el imperialismo norteamericano e Israel no están en condiciones de otorgarla y se oponen tajantemente a la misma. Que dicha votación se realice en la ONU sería una derrota política para ellos.

Por eso, sin cambiar ni un milímetro nuestra posición sobre los “dos estados” ni sobre el carácter de la ONU, defendemos el derecho democrático del pueblo palestino de exigir esa votación en la Asamblea General de la ONU y vamos a apoyar toda movilización de ese pueblo por esa exigencia.

La única solución verdadera: la construcción de una Palestina única, democrática y no racista, y la destrucción de Israel

Frente a la propuesta de los “dos estados”, nosotros reivindicamos que la única solución verdadera a la “cuestión palestina” es la que estaba formulada en el programa fundacional de la OLP: la construcción de una Palestina única, laica, democrática y no racista.

Una Palestina sin muros ni campos de concentración al que puedan retornar los millones de refugiados expulsados de su tierra y recuperen sus plenos derechos los millones que permanecieron y hoy son oprimidos. Un país en el puedan permanecer todos los judíos que estén dispuestos a convivir en paz y con igualdad. Una propuesta que fue abandonada por la OLP pero que es reivindicada por miles de jóvenes activistas palestinos en todo el mundo y que estuvo presente en las recientes movilizaciones en memoria de la nakba.

Pero esta propuesta no puede ser llevada adelante y no habrá paz en Palestina hasta que no se derrote definitivamente y se destruya el Estado de Israel. Es decir, hasta que el cáncer imperialista que corroe la región no sea extirpado de modo definitivo. Llamamos a los trabajadores y al pueblo judío a sumarse a esta lucha contra el estado racista y gendarme de Israel. Sin embargo, debemos ser conscientes de que, por el carácter de la población judía israelí que hemos analizado, lo más probable es que sólo una pequeña minoría acepte esta propuesta mientras que la gran mayoría de ellos, incluida la vieja base sionista ashkenasi, seguramente, defenderá con uñas y dientes “su estado” y sus privilegios y, por lo tanto, deberemos luchar contra ellos hasta el final.

La destrucción de Israel y la construcción de una nueva Palestina  es una tarea histórica, equivalente a la destrucción del estado nazi alemán o al estado del apartheid sudafricano. Es una tarea difícil que puede demandar muchos años.

Pero la revolución árabe y la movilización del pueblo palestino, sumada a la derrota de las tropas sionistas en el Líbano y a la crisis del estado y la sociedad sionista, plantean como posible y presente una lucha política y militar unificada de masas del pueblo palestino y del conjunto de las masas árabes que permita la victoria. La gran victoria de la tarea central de esa revolución.


[1] Todos los datos de población de este artículo han sido extraídos del libro de Ralph Schoenman, Historia oculta del sionismo.

Más contenido relacionado:

Artículos más leídos: