Vie Mar 29, 2024
29 marzo, 2024

La crisis institucional. Del gobierno Conte-uno al gobierno Conte-dos

Los periodistas italianos lo han definido “la crisis gubernamental más loca del mundo”. Y, en efecto, lo que sucedió en Italia durante las vacaciones de verano –en Europa, en el mes de agosto, que es el más caluroso del año, las escuelas y las principales fábricas están cerradas por vacaciones– tiene características surreales, que solo pueden explicarse haciendo referencia a las particulares características del actual contexto económico, social y político europeo.

Por: Fabiana Stefanoni, para Correo Internacional.

Los hechos se pueden resumir así: en plenas vacaciones de verano, cuando el Parlamento italiano se preparaba para cerrar las puertas por las habituales vacaciones de agosto, el ministro del Interior, Matteo Salvini –el ministro del Interior más racista de la historia de la Italia republicana (el caso de la capitana Carola, conocido en todo el mundo, es emblemático)– decidió eliminar la confianza en su gobierno, el gobierno Conte-uno. Todo esto fue decidido y anunciado por Salvini entre un cóctel y otro en un local junto a la playa de una famosa localidad turística italiana…

Antes de la crisis

El gobierno Conte-uno era un gobierno reciente, constituido en junio de 2018: después de algunos meses de tratativas (las elecciones políticas habían sido a inicios de marzo), dos de los partidos que habían obtenido amplio consenso, la Liga de Salvini (17,4%) y el Movimiento Cinco Estrellas (M5S, conocido como el “partido de Grillo”, 32,7%), acordaban un gobierno común, nombrando primer ministro a un cierto Giuseppe Conte, hasta entonces abogado y profesor universitario desconocido por la mayoría.

Los dos partidos en cuestión son dos partidos de base pequeñoburguesa, caracterizados por una retórica populista y chovinista, que crecieron electoralmente a raíz de la crisis económica y social que atraviesa toda Europa. Amplios sectores de la pequeña burguesía empobrecida y furiosa, junto con las masas desocupadas (en Italia la desocupación, sobre todo en las regiones del sur, alcanza porcentajes muy altos), en ausencia de un partido a la cabeza de la clase obrera en grado de catalizar y orientar en un sentido revolucionario el descontento generalizado, han depositado su confianza en estos dos partidos, percibidos como “antisistema”. El M5S (el actual líder, Luigi Di Maio, también nuevo en la política, hasta hace algunos años vendía maní en los estadios durante los partidos de fútbol) ha ganado consenso, en particular en el sur, prometiendo un “rédito de ciudadanía”, es decir, un subsidio permanente para las masas de desocupados (promesa que no se cumple una vez en el gobierno). La Liga de Salvini, por su parte, ha ganado votos fomentando la xenofobia, prometiendo “trabajo y casa para los italianos”, menos impuestos para las pequeñas empresas y favoreciendo los peores impulsos de los estratos pequeñoburgueses, en particular la aversión por los inmigrantes, identificados como “aquellos que roban el trabajo de los italianos”.

El crecimiento electoral de estos partidos se inserta en un contexto político europeo que, en los últimos años, como demuestran las elecciones europeas (las que eligen los miembros del Parlamento europeo; las últimas fueron en mayo de 2019), ha visto la afirmación electoral de partidos de extrema derecha o, en cualquier caso, de una derecha xenofóbica y racista: el Frente Nacional de Marine Le Pen en Francia, el partido de Orbán en Hungría, la Ukip de Farage en Gran Bretaña y, claro, la Liga de Salvini en Italia. Además de estos partidos, que representan una derecha populista “clásica”, han surgido en Europa nuevos partidos, siempre con base pequeñoburguesa (pero con un fuerte arraigo también entre los desocupados), que han predicado la posibilidad de una “revolución” sin cambiar el sistema, simplemente expulsando a la “casta” de políticos corruptos: el M5S es uno de ellos[1].

La gran burguesía y sus partidos

La gran burguesía italiana, que se jacta de tener entre sus filas a algunos de los millonarios más ricos del mundo (basta pensar solo en la familia Agnelli, principal accionista de la Fiat, ahora FCA, o los gigantes de los hidrocarburos como los Eni), no ha visto con buenos ojos la afirmación electoral de estos dos partidos: hubiera preferido poder contar, en la gestión de las políticas de su gobierno, con sus partidos, que considera más controlables y más directamente vinculados a sus intereses, en particular el Partido Democrático (PD). El PD es un partido que deriva de la evolución del viejo Partido Comunista italiano (estalinista), que, después del colapso de la Unión Soviética, rápidamente se transformó de partido obrero (de colaboración de clases) en partido totalmente burgués. La historia particular del PD le garantiza, aún hoy, los lazos con la burocracia de los grandes aparatos sindicales italianos, en particular la Cgil (cerca de seis millones de afiliados entre trabajadores y pensionados), burocracia que comparte con el PD una común procedencia de las filas del viejo Partido Comunista. Recientemente, enseguida después de la crisis del gobierno, el componente ultraliberal del PD (encabezado por el ex primer ministro Matteo Renzi) salió del partido dando vida a una nueva formación política, llamada “Italia Viva”.

Tanto el PD como Italia Viva (definidos como partidos de centro izquierda) disfrutan de los favores de gran parte de los capitalistas italianos. Los otros sectores (minoritarios) de la burguesía se referencian en los otros partidos, en particular Forza Italia, el partido de Berlusconi: son los grupos directa o indirectamente ligados a las propia compañías de Berlusconi, que es un rico capitalista pero que, cuando en el pasado estuvo en el gobierno[2], “jugó para sí mismo”, defendiendo prioritariamente los intereses de su grupo capitalista en detrimento de los otros. Hoy el partido de Berlusconi está en crisis (también por la edad avanzada del caudillo) y Renzi, con “Italia Viva”, probablemente aspira a ganar consenso entre los sectores que, hasta hace poco tiempo, se referenciaban en el “Cavaliere” (en Italia, los periodistas llaman así a Berlusconi).

La gran burguesía y los partidos populistas

Cuando la Liga y el M5S, en 2018, vencieron las elecciones y lograron constituir su gobierno, la gran burguesía italiana, dijimos, no estaba entusiasmada: sus partidos de referencia, aquellos de los cuales “sí se fiaba”, estaban fuera del gobierno y debería adaptarse a dos partidos que no controlaba. Es bueno precisar que estos dos partidos populistas (Liga y M5S) nunca tuvieron ninguna intención de romper con la burguesía italiana (para ellos el capitalismo es sagrado) ni mucho menos con la europea: en la campaña electoral han cabalgado la hostilidad de las masas pobres contra las políticas de austeridad de la Troika (FMI, Comisión Europea y Banco Central Europeo) diciendo que romperían con la UE, pero luego, ya en el gobierno, han abandonado estas consignas y se han disciplinado (diferenciándose solo en la retórica) a las demandas del capital financiero europeo.

De pronto, apenas constituido el gobierno Liga-M5S, la gran burguesía italiana, gracias al fuerte control de los principales diarios y canales de televisión, inició una campaña contra el propio gobierno, apuntando en particular la xenofobia de Salvini y sus vínculos con grupos fascistas (Casapound). La xenofobia y los lazos de Salvini con los grupos fascistas son hechos reales y graves, contra los cuales millares de jóvenes y obreros, durante el período del gobierno Conte-uno, han salido a las plazas, organizando y participando de combativas manifestaciones de protesta. Nosotros estábamos a su lado, en total acuerdo con la indignación que aquellas plazas expresaban. Pero que la gran burguesía italiana y sus partidos repentinamente se convirtieran en paladines del antirracismo y del antifascismo tiene alguna cosa tristemente ridícula: cuando estaba en el gobierno, el PD apoyaba leyes xenófobas (golpea el caso del ex ministro del PD, Minniti, que estrechó acuerdos con Libia para impedir el desembarque de inmigrantes en la costa italiana), y en las regiones y ciudades que administra ha dado espacio a los grupos fascistas, permitiendo que se arraigasen en los barrios más pobres.

La verdad es que la burguesía italiana, en este momento de crisis económica y con la perspectiva de una nueva recesión, no puede conformarse con “caballos” indisciplinados y mal adiestrados como Salvini y Di Maio. Necesita de algún “caballo” confiable para el gobierno, al cual recurrir en caso de necesidad. Los gobiernos dirigidos por el PD (en particular los dirigidos por Renzi) fueron los que, en Italia, hicieron los regalos más preciados al gran capital en su enfrentamiento con la clase obrera para recuperar la tasa de ganancia (regalos hechos de acuerdo con las grandes burocracias sindicales): desmantelamiento de las leyes que obstaculizaban los despidos sin motivo justificado (cancelación del artículo 18 del Estatuto de los trabajadores), expulsión de los delegados sindicales combativos de las fábricas, y limitaciones del derecho de huelga en los sectores público y privado (Ley 146 y “Acuerdo de la Vergüenza”), aumento drástico de la edad de jubilación con reducción de la asignación de las pensiones (Ley Fornero), etc.

La gran burguesía italiana sabe que si levanta el tubo del teléfono y llama a los dirigentes del PD (y ahora también a los de la Italia Viva de Renzi), responden de inmediato. Distintas fueron las cosas con Salvini: él y su partido, para poder crecer electoralmente y gobernar –y así participar del pesebre burgués– tenían y necesitaban del consenso de la pequeña burguesía y de los desocupados. Y para tener este apoyo necesitaban fomentar el odio xenófobo, llamar a la “protesta en las plazas” y regalar a su base algún caramelo, disparando cada tanto algunos pequeños golpes contra los representantes del gran capital. No teniendo mucho apoyo económico de la gran burguesía local, Salvini no ha dudado en hacer acuerdos secretos con capitalistas extranjeros, como hizo con los magnates rusos, a quienes prometió acuerdos privilegiados sobre el petróleo a cambio de rublos equivalentes a 65 millones de euros (una suerte de “Rusiagate” italiano). Salvini necesita apoyarse en las plazas (también para enfrentar las muchas disputas) y por esto trata de ganar a sectores de la policía con una propaganda de rasgos “antiinstitucionales”, exaltando las operaciones de las fuerzas policiales incluso cuando actúan contrariamente a las leyes del Estado (como en el caso del homicidio de carabineros por Stefano Cucchi). Siempre para garantizarse un apoyo en las calles y en las plazas, Salvini estrecha acuerdos con las bandas fascistas, cosa que compromete la “buena cara” de la burguesía italiana que prefiere jugar otras cartas: siempre que sea posible, intenta imponer a la clase trabajadora miseria y privaciones, fingiendo conservar un “rostro humano” (el PD, como recordábamos arriba, no deja de hacer acuerdos con fascistas, pero lo hace de manera más educada y silenciosa: les concede espacios en las ciudades o regiones que administra… siempre que no hablen de ellos).

En resumen: Salvini no andaba bien con la gran burguesía no porque tuviese políticas contrarias a sus intereses económicos, o contra la Troika europea, ni mucho menos porque era xenófobo y racista: Salvini no ha puesto en discusión ni el capitalismo ni la UE, y “simplemente” exacerbó la xenofobia ya implementada por los precedentes gobiernos dirigidos por el PD. Salvini no se lleva bien con la burguesía italiana porque no es confiable en un momento en el cual la gran burguesía se siente en crisis. Un poco como sucede en la vida con enfermedades que nos afectan a una cierta edad: si el dolor de cabeza se soporta bien a los veinte años cuando se es fuerte y con energía, en edad avanzada puede convertirse en un problema casi invalidante. Salvini era un dolor de cabeza que el capital italiano no podía permitirse en un momento de crisis económica, social e institucional de la burguesía de todo el continente (pensamos solo en las tensiones por el Brexit).

Del Conte-uno al Conte-dos

La Liga de Salvini en ocasión de las últimas elecciones europeas de mayo de 2019, gracias a hecho de haber estado poco en el gobierno y, por lo tanto, no haber tenido tiempo para decepcionar las expectativas de su electorado popular, ha capitalizado un porcentaje altísimo, 34,33%, convirtiéndose de lejos en el primer partido en Italia. Fuerte con este resultado, Salvini decidió arriesgarse: viendo que las encuestas electorales daban vencedor a un gobierno de derecha bajo su dirección en caso de elecciones, decidió quitarle confianza al gobierno de Conte. Pero, como se dice en Italia, “ha fatto i conti senza l’oste” [“ha llegado a un acuerdo sin el anfitrión”]: en este caso el anfitrión es la gran burguesía italiana.

Salvini contaba con el hecho de que el actual secretario del PD (Zingaretti) tenía a su vez interés en ir a las elecciones para cambiar la composición de su grupo parlamentario, que actualmente tiene una mayoría que apoya a Renzi (que ya hace tiempo estaba preparando un nuevo partido). Lo que no ha comprendido Salvini es que, en Italia, si la burguesía llama, los dirigentes del PD responden: y es por eso que, bajo la presión de los principales grupos industriales y financieros, se llegó a un acuerdo de palacio para evitar las elecciones. El PD y Renzi han hecho una alianza con el M5S, con el apoyo también de la izquierda reformista (Sinistra [Izquierda] Italiana) que ha ganado un subsecretario. No solo eso: hasta la izquierda reformista que se dice comunista (Refundación Comunista) ha apoyado desde afuera el nacimiento del nuevo ejecutivo. Paradójicamente, aunque han cambiado los ministros y los partidos que apoyan al gobierno, el jefe del gobierno es el mismo: Giuseppe Conte. También Trump y la Merkel han salido al campo para ofrecer su endorsment [respaldo] a esta operación e impulsar el nacimiento del gobierno Conte-dos. Gobierno que, después de algunas semanas de negociaciones a mediados del verano, finalmente nació a inicios de setiembre.

La cosa (no) cambia

Ahora el gobierno Conte-dos se apresta a lanzar una maniobra financiera que, una vez más, hará caer el costo de la crisis sobre las espaldas de las masas trabajadoras y pobres. No se registra ningún cambio de ruta significativo ni siquiera en el terreno de la xenofobia: después de haber patrocinado campañas contra la masacre de inmigrantes en el mar Mediterráneo, ahora el PD se prepara para renovar los tristemente célebres “acuerdos de la muerte”[3] con Libia. No solo eso: no intenta siquiera abolir los dos Decretos de Seguridad (“Decretos Salvini”) del precedente gobierno, aquellos que castigan con años de cárcel y con multas altísimas tanto a los que socorren a hombres y mujeres que se están ahogando en el mar, como a los que bloquean una calle con un piquete de huelga, o a los que ocupan casas vacías. Están previstos algunos pequeños retoques a estas leyes, pero el diseño general permanece.

Está claro: la gran burguesía pretende del nuevo gobierno que meta en campo lo que sirve para preservar sus ganancias, todo el resto –incluso las leyes xenófobas y liberticidas del anterior gobierno– no es más una prioridad y tal vez, así, pueda tornarse útil (ver la posibilidad de reprimir más fácilmente las huelgas utilizando las propias normas de los decretos Salvini).

Pero, hay otro “anfitrión” con el que necesita hacer cuentas, y es la lucha de clase. En las últimas semanas, en Italia se han dado oceánicas manifestaciones de jóvenes en defensa del clima: el 27 de setiembre al menos un millón de estudiantes salieron a las calles contra el calentamiento climático y la contaminación que devasta el planeta. También gracias al llamado del Frente de Lucha No Austerity, el mismo día realizaron huelgas algunos sectores de trabajadores: desde los obreros de importantes fábricas (Pirelli, FCA, Ilva) a trabajadores del transporte (los ferroviarios), y otros como los maestros y profesores de las escuelas primaria y secundaria. El gobierno dijo “estar de acuerdo con la protesta”, pero cuando se trató de legislar elaboró un “Decreto sobre Clima” que no solo no sanciona a las industrias contaminantes sino que prevé, por el contrario, dar incentivos sustanciales a la industria automotriz… ¡es decir, a una de las más contaminantes!

Pero los jóvenes estudiantes no son los únicos que se movilizan en Italia. Sobre la ola de una situación europea que está haciéndose explosiva –protestas oceánicas en Cataluña, protestas de masas por la guerra de Turquía contra los kurdos, tensiones fortísimas en Gran Bretaña por el Brexit, etc.– la temperatura de la lucha comienza a escaldarse incluso en Italia. El gran capital es efectivo para hacer pagar la crisis a los obreros y se prepara para nuevas reubicaciones y despidos. Pero la clase obrera no estará al margen ni se doblegará al “diktat” de una burocracia sindical cada vez más corrupta y cómplice. Lo que presenciamos el 27 de setiembre –centenas de miles de jóvenes en las calles– pronto podría repetirse con la clase trabajadora como protagonista. El Partido de Alternativa Comunista (PdAC), sección de la LIT – Cuarta Internacional en Italia, hará de todo para que esto suceda. (20/10/2019)

[1] También Podemos en el Estado español y Syriza en Grecia son la expresión del mismo fenómeno. El M5S aparece ahora colocado meas “a la derecha” respecto de los otros dos: probablemente esto depende del hecho de que en Italia, en la última década, las movilizaciones de los trabajadores y trabajadoras, de los jóvenes, de las mujeres han sido menos masivas que aquellas que han atravesado las Penínsulas ibérica y griega.

[2] Berlusconi ha sido el jefe del gobierno cuatro veces desde 1994 hasta 2011, ocupando este cargo durante 12 años.

[3] En 2017 (gobierno Gentiloni, dirigente del PD), el entonces ministro del Interior, Marco Minniti, firmó un acuerdo con Libia que prevé contribuciones financieras a Libia para rastrillar las costas y encarcelar a todos los desesperados que intentan huir hacia Europa. Como han demostrado numerosas investigaciones periodísticas y como fue denunciado por las ONGs, los capturados son encerrados en campos de concentración donde son sometidos a malos tratos y torturas.

Artículo publicado en Correo Internacional n.° 22, noviembre de 2019.

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