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Italia

Enrico Berlinguer: del stalinismo al reformismo…

julio 29, 2014

En la semana que marca treinta años de la muerte de Enrico Berlinguer, secretario del Partido Comunista Italiano (PCI) desde 1972 al 11 de junio de 1984, día de su muerte tras una reunión en Padova en la que sufrió un ACV, fueron organizadas una serie de celebraciones seguramente únicas en relación con las hechas a otros líderes de la así llamada Primera República.

En Roma, el secretario del PCI fue homenajeado con la exposición Enrico Berlinguer y el mirar de los artistas, exhibido en las salas del Complejo Vicolo Valdina de la Cámara de Diputados; y hasta en los Correos de Italia anunciaron la emisión de un sello conmemorativo, con un valor de 0,70 euros, con una tirada de dos millones setecientas mil copias. En el día del trigésimo aniversario de su muerte, numerosas fueron las calles y plazas dedicadas a Berlinguer. Más aún, la programación de la reseña de filmes “Vinte de cinema” presentó un documental de veinte minutos, “La voce de Berlinguer” [La voz de Berlinguer] hecho por Mario Sesti y Teho Teardo, que en 2013 participó del Festival de Venecia, mientras en su Sky Arte Hd fue transmitido el “Era Berlinguer”, de Walter Veltroni, al cual le siguió el cortometraje “Enrico Berlinguer 1984-2014”, un recorrido por las palabras del hombre político en sus doce años en la secretaría del PCI. El filme fue proyectado en primera mano, en el curso de la conmemoración oficial que se realizó en la Cámara el 12 de junio.

En fin, la conmemoración a Berlinguer fue sin duda grandiosa y tuvo gran audiencia, ya sea por la máxima institución parlamentaria o por un cierto arte radical o por el mundo político donde, en la última campaña electoral europea, un poco grotescamente, los dos gurús de la política italiana, Beppe Grillo y Matteo Renzi (el Mr. Bean a la italiana), fueron ferozmente atacados por aquellos que reivindican la herencia política de Berlinguer y, en particular, la tan exaltada “cuestión moral”. Al mismo tiempo, lo que sobró de la izquierda reformista (del PRC – Refundación Comunista, al SEL – Izquierda Ecología y Libertad) lógicamente está exaltando a Berlinguer: encarnación de la política de colaboración de clases y gubernamental que los orienta.

No cierran las cuentas con la historia 

Pero estas conmemoraciones organizadas con un carácter emotivo y simbólico para un secretario que la propaganda oficial pintó como el nuevo hombre del comunismo y de la izquierda italiana, que habría tenido el coraje de enfrentarse con la burocracia rusa sobre la cuestión del compromiso histórico y sobre la llamada tercera vía; todas estas palabras e imágenes difusas ¿representan verdaderamente la figura política de quien rompe con la generación de los stalinistas italianos dirigidos por el secretario anterior Palmiro Togliatti?

A esta pregunta sólo se puede responder con la verdad si su historia fuera leída desde el punto de vista del marxismo y de la lucha de clases. Por esta vía, como veremos, aunque de modo breve, el berlinguerismo siempre permaneció en el interior del stalinismo italiano que, con sus continuos zigzags, en nombre de los intereses materiales de las burocracias rusa y nacional, priorizó siempre la colaboración de clases contra la construcción del socialismo por la vía revolucionaria: la política de los “frentes populares” de los años ’30, lanzada por Stalin, anticipó en pocos años en Italia al “partido nuevo” de Togliatti.

Este fue el primer compromiso histórico (1945-1947) con la burguesía liberal y la Democracia Cristiana (DC) y fue el involucramiento ideológico en el cual maduró también el segundo compromiso histórico (1973-1978) firmado con el apoyo de Berlinguer.

La colaboración de clases: brújula de la política de Togliatti y de Berlinguer

“Nuestro partido nunca se desvió de su línea unitaria con los otros partidos de masas, el Partido Socialista Italiano (PSI) y la DC… Después de la liberación, la DC fue el principal artífice de la ruptura de las alianzas del gobierno con los comunistas”; así escribía Berlinguer en la Rinascita [Renacimiento] del 9 de octubre de 1973.

Definitivamente, toda la línea del PCI en el final de la Resistencia se inspiró en el bloque estratégico con la burguesía liberal. Primero, con la alianza en el Comité Nacional de Liberación (CNL) y con la línea desastrosa que devolvió las fábricas y el país a la burguesía; y, después, desde 1945 hasta 1947, entrando en los gobiernos de unidad nacional con la DC, reinstalando a los capitalistas en el puesto de comando de las fábricas, concordando con la libertad para despedir, desarmando a los partisanos[1], amnistiando a los fascistas, reprimiendo muchas de las movilizaciones que en aquellos años se desarrollaron en toda Italia. Y así, cuando el capitalismo montó nuevamente en la silla y la DC consolidó una relación de fuerzas más favorable, en 1947, el PCI fue expulsado del gobierno.

En los treinta años sucesivos de “oposición”, toda la política del aparato del PCI tuvo por objetivo reabrir el espacio para aquella colaboración gubernamental. Definitivamente, la llamada “vía italiana al socialismo” fue por treinta años el involucramiento ideológico de esta perspectiva. Los dos compromisos históricos, el de 1945 y el de 1976, se desarrollaron en condiciones muy diversas. Esquemáticamente: el compromiso que fue firmado en 1945 reflejaba los intereses dela burocracia stalinista y la necesidad de derrotar cada foco revolucionario para permitir a los aparatos moscovitas realizar los pactos y la división del poder con el imperialismo, anteponiendo, así, las relaciones entre los Estados (esto es, los intereses de la casta burocrática moscovita) a la lucha de clases. Por otro lado, en 1976, el compromiso de clase con la burguesía era principalmente movido por los intereses específicos del aparato del PCI: administradores y parlamentarios del principal partido “comunista” de Occidente.

Tanto es que la integración profunda en la sociedad, en la economía, y en el Estado tornó al PCI muy parecido a la socialdemocracia, unidos por la semejanza de intereses materiales de la casta burocrática, pero con un trazo distinto: la ligazón con la URSS, que continuaba, aunque de forma más tenue que en las décadas pasadas. Y continuaba no tanto por las ayudas recibidas (los famosos rublos que llegaban de Moscú) como por el hecho de que la burocracia del PCI crecía también electoralmente gracias al llamado “impulso” de la Revolución de Octubre (cuyo crédito era dado al stalinismo, sepulturero del bolchevismo). En otras palabras, a pesar de la deformación grotesca de la revolución de Lenin y Trotsky operada por el stalinismo, reivindicar en aquellos años una relación con Moscú significaba facilitar la consolidación del aparato del PCI.

Un obstáculo en la vía de la plena integración al gobierno 

Sin embargo, cuanto más crecía la integración al banquete del Estado burgués, más crecía un interés burocrático autónomo, diferente del moscovita, y más la relación con Moscú se tornaba una traba y un obstáculo para un nuevo impulso para prestar servicios al poder burgués, una barrera que impedía su ingreso en el gobierno.

Una dificultad no ideológica, ya que los programas reformistas del PCI y los poderosos vínculos de masa eran elementos positivamente valiosos para la burguesía. Lo que complicaba las cosas eran las relaciones específicas con un bloque internacional que expresaba intereses diplomáticos contrapuestos al imperialismo.

El PCI no fue un adepto del movimiento de masas que se formó a partir de 1968, al contrario, trabajó arduamente para contener sus potencialidades revolucionarias y se benefició de ellas en las elecciones de 1975: no porque las masas quisiesen con el voto apoyar la línea del nuevo compromiso histórico sino, por el contrario, porque expresaban por el voto la necesidad de una alternativa que la crisis revolucionaria de 1968-1969 exigía, y ponían las esperanzas en el principal partido de la izquierda.

Un factor que se desarrollaba con la profunda crisis que en 1974-1975 vivió el capitalismo italiano: el redimensionamiento de la competitividad internacional bajo el impulso del boom económico de posguerra; las distorsiones provocadas por el vínculo de la DC con su base social; el peso del clientelismo; la pesada administración del Estado, en conjunto con la elevada tasa de inflación (20%), fueron todos elementos que registraron la necesidad de la burguesía de abrir al PCI, de nuevo, una perspectiva de gobierno. Estos hechos mostraron la necesidad de una nueva realidad: fue La Malfa, secretario del Partido Republicano Italiano (PRI), representante químicamente puro de la línea de la Confindustria [Confederación General de la Industria Italiana], el principal artífice de la maniobra para recolocar al PCI en el gobierno.

De nuevo en el gobierno con la burguesía 

Y así, en 1976, nacía el gobierno Andreotti, que llevó a la “no confianza” del PCI; en 1977, el segundo gobierno Andreotti vio “convergencias programáticas” con el partido de Berlinguer y, en 1978, el tercer gobierno Andreotti marcó la entrada definitiva del PCI en la mayoría.

Más allá de una versión metafísica frecuentemente presentada del “compromiso histórico”, su naturaleza de fondo envolvía un canje: Berlinguer usó la fuerza de los movimientos de masas para abrir camino en dirección al gobierno, en tanto la burguesía y la DC se abrieron al PCI para usarlo como instrumento de encuadramiento de las luchas que se desarrollaron en el período de 1969-1975.

Tampoco en esa fase la burocracia stalinista del PCI ahorró visiones mistificadoras, recitando más de una vez la poesía de un “socialismo moderno” que, no obstante, se traducía, mucho más prosaicamente, en la política de “austeridad y sacrificios”: aumento de los precios, transferencia de los recursos del consumo a las inversiones; contracciones salariales y combate a la inflación como condición de mayor competitividad; rechazo al asistencialismo y a la ocupación improductiva; política de austeridad salarial y aumento de la jornada de trabajo apoyada por la burguesía industrial y la Confederación General Italiana del Trabajo (CGIL); campaña contra la extrema izquierda, con gran represión selectiva a través de leyes especiales.

Es en ese contexto que nace la línea del eurocomunismo. En 1976 tuvo lugar una conferencia en Madrid, que dio origen al pacto con el Partido Comunista Francés (PCF), el Partido Comunista Español (PCE) y los partidos comunistas menores, británico y griego, por el cual Berlinguer lanza un mensaje claro a la burguesía italiana, demostrando estar dispuesto a tener mayor autonomía en los enfrentamientos con la URSS. Inicia así un largo recorrido para tornar a la burocracia stalinista italiana más independiente de la burocracia stalinista rusa y al PCI más “confiable” (esto es, subalterno) para la burguesía italiana, hasta la conclusión lógica de aquel proceso, en paralelo con el colapso del stalinismo: la transformación del PCI en PDS [Partido Democrático de la Izquierda], después en DS [Izquierda Democrática] y por fin en PD (Partido Democrático), en un corte progresivo no sólo de la simbología sino de las propias raíces de clase (aunque ya deformadas) del partido. Un recorrido que concluyó con la plena conversión del viejo partido obrero-burgués en un partido completamente burgués y liberal. Pero vamos a ordenar los hechos.

En síntesis, si el primer compromiso histórico, con Togliatti en la secretaría del partido, fue dirigido por el stalinismo, empeñado en 1945 en establecer nuevos compromisos con el imperialismo norteamericano en la división del mundo en zonas de influencia, el segundo tuvo una nítida oposición de la burocracia soviética, no por un brote de puritanismo ideológico (recitando el catecismo del “marxismo-leninismo” vaciado de cualquier contenido realmente bolchevique), sino porque esta vislumbraba en el progresivo distanciamiento de los partidos comunistas europeos, y en particular del PCI, el reflejo distorsionado de un proceso de desagregación del stalinismo internacional.

Claro que, también en ese caso, Berlinguer y su equipo no ahorraron visiones aparentemente altas de la nueva frontera de la construcción del socialismo diciendo por ejemplo: “Es significativo que otros partidos comunistas y obreros de la Europa Occidental hayan hecho, a través de una investigación autónoma, una elaboración análoga respecto del camino a seguir para alcanzar el socialismo y sobre el carácter de la sociedad socialista a ser construida en sus países. Esta convergencia y estas características comunes se expresaron recientemente en las declaraciones que hicimos con los compañeros del PCE, el PCF y del PC de Inglaterra. Es a estas elaboraciones e investigaciones de nuevo tipo que algunos dan el nombre de eurocomunismo” (Berlinguer, 1976).

En una ocasión anterior, igualmente importante, en el XXV Congreso del PCUS, el 27 de febrero de 1976, Berlinguer, sin utilizar la palabra “eurocomunismo”, lo definió como aquello que el grupo dirigente del PCI consideraba fundamental: “el punto alto del desarrollo de todas las conquistas democráticas, que deben garantizar el cumplimiento de todas las libertades individuales y colectivas, de la libertad religiosa y de la libertad de la cultura, del arte y de la ciencia”. Pero la realidad de aquella estrategia era mucho más clara: abrir un espacio en el gobierno al lado de la principal fuerza política de la burguesía italiana, la DC, sacrificando sobre aquel altar las luchas obreras y cualquier perspectiva de cambio.

La política de Berlinguer marca el inicio del fin del PCI 

Las propias bases de apoyo del compromiso histórico representaron condiciones destructivas del mismo padrón: importantes sectores de la CGIL (la Federación de Trabajadores Metalúrgicos –FLM– era públicamente contraria) comenzaron a oponerse al EUR[2]; el “Movimiento del 77”[3] entró en colisión frontal con esa experiencia; pero la extrema izquierda italiana pos 68 no supo lanzar las bases para la construcción de un partido auténticamente revolucionario a la izquierda del PCI, que debería construir la fuerza y las condiciones organizativas para dirigir la radicalización de la lucha de las masas.

En poco tiempo, la experiencia del compromiso histórico berlingueriano comenzó a registrar también la hostilidad de los principales círculos del capitalismo italiano, pues aquel compromiso, si por un lado sirvió a la DC y a la burguesía para encasillar las luchas sociales y reprimir de manera selectiva a amplios sectores de la extrema izquierda, por el otro amplió el parasitismo político del grupo dirigente del PCI que la burguesía intentó superar: la expresión de la tan llamada “cuestión moral”. Para el PCI fue la derrota con una importante pérdida de votos, pero al mismo tiempo fue un éxito para la burguesía: profundizó el propio programa antipopular gracias a una DC que se regeneró en los gobiernos craxianos[4].

El PCI, en los primeros años de la década de 1980, dirigido aún por Enrico Berlinguer –hasta el 11 de junio de 1984–, después de la experiencia del compromiso histórico inició su completa asimilación a las fuerzas de la socialdemocracia europea. La muerte de Enrico Berlinguer causó un psicodrama colectivo en amplios sectores de la población y resultó en un consistente éxito electoral en las elecciones europeas de aquel año, pero fue un hecho episódico, pues la crisis era inevitable: en las elecciones de 1987 el PCI alcanzó 26,6%, por debajo del porcentaje obtenido en 1968.

El período de Occhetto 

En 1988, el PCI conocía, bajo la dirección de Achille Occhetto, el inicio de la constitución de una nueva fuerza política. Ese proceso, aun cuando fuese acelerado por los hechos, registró una tentativa, aunque contradictoria y nebulosa, de consolidación teórica: decretaba una ruptura abierta con las concepciones clásicas del leninismo, el aterrizaje definitivo en el centro de la socialdemocracia y la plena y declarada aceptación del capitalismo como único horizonte. Pero la fase constituyente del nuevo partido comienza en 1989, después de la “caída del muro de Berlín”: el fin de la URSS torna posible al stalinismo italiano la definitiva ruptura con el comunismo aun hasta en sus aspectos simbólicos. Esta decisión representó para el último grupo dirigente del stalinismo italiano un impulso liberador: finalmente, aquel grupo dirigente no precisaba más esconderse detrás de la bandera roja y de la hoz y el martillo para participar de los gobiernos burgueses.

Y así, en marzo de 1990, en el congreso extraordinario del PCI, con 66% de los votos de los delegados, fue aprobado el fin del partido que daría lugar, en el congreso de Rimini, en febrero de 1991, al PDS. La historia siguiente de los partidos que se originaron en el berlinguerismo y en legítima afiliación al togliattismo –el DS y después el PD– fue caracterizada por el proyecto de construir una fuerza en condiciones de presentarse ante la burguesía como gestora de los negocios de los grupos dominantes del país.

Se consolidaba una fuerza de gobierno, como fue el PCI en 1945 y después en los años de 1970 con el compromiso histórico, pero central y permanente, capaz de representar nacionalmente en los conflictos inter-capitalistas los intereses de los principales círculos de la burguesía italiana. En este sentido, el nacimiento del PDS, de los DS y después del PD no representó una descomposición del viejo PCI sino la inversión de una política de origen socialdemócrata en un nuevo partido burgués liberal, en constante diálogo y relación simbiótica con los grandes grupos industriales y con los banqueros.

El actual PD de Renzi es la mejor imagen de esa realidad.

La tragedia del stalinismo y la abertura de un nuevo espacio para el comunismo revolucionario

Toda la historia expresada por el stalinismo internacional y nacional significó el rebajamiento vulgar de los más elementales principios del marxismo y del bolchevismo de nuestros días, el trotskismo: independencia de clase, rechazo de toda forma de alianza con la burguesía liberal, construcción del partido como vanguardia del proletariado revolucionario, perspectiva de construcción de los soviets como organismos de poder obrero, y embrión del Estado socialista, o sea, de la dictadura del proletariado como transición a la construcción de la sociedad comunista. El stalinismo, por el contrario, persigue la política de los “frentes populares” y de la colaboración de clases con los llamados “demócratas honestos”, y el PCI se construyó, por los dos compromisos históricos (1945-1947 y 1973-1978), en la constante perspectiva de participación en los gobiernos burgueses, fuente de nuevos privilegios para la burocracia dirigente.

Esta historia, como vimos, fue el preanuncio de grandes derrotas para los trabajadores y debe ser desmitificada cada vez más. El legado del berlinguerismo, como el último imponente ejemplo político del oportunismo stalinista, hoy es apoyado, no por casualidad, por Renzi y Grillo, y no puede servir de ejemplo para las nuevas generaciones que se aproximan a la lucha y a la necesidad de construir un partido revolucionario que pueda conducir el combate de clase a un éxito consistente. A la tragedia política del compromiso histórico y a la estrategia berlinguerista, después de treinta años, los revolucionarios oponen otro legado: el bolchevismo moderno, o sea, el trotskismo, y la perspectiva de construir un partido de lucha, revolucionario, parte de una Internacional reconstruida, la Cuarta Internacional. Esta es la tarea gigantesca en la cual el PdAC está empeñado y para la cual trabajamos lado a lado con los compañeros de las otras secciones de la LIT-CI, presentes en los diversos continentes.

Esta es nuestra perspectiva, basada en otra tradición histórica, la de la lucha de clases revolucionaria. Una tradición a la cual Enrico Berlinguer no pertenece.

Título completo del presente artículo:

Enrico Berlinguer: del stalinismo al reformismo, siempre contra las luchas obreras

 

Traducción del portugués: Natalia Estrada.

 


[1] Milicias armadas que combatieron a los fascistas en Italia.

[2] EUR es un complejo urbanístico de Roma que reúne a las principales sedes de ministerios del gobierno italiano, de grandes corporaciones privadas y de centros universitarios.

[3] El “Movimiento del ’77” fue el auge de los centros sociales ocupados, las radios libres, los fanzines, etc., de Italia, en la década que barrió Europa desde 1968, con creatividad política y social y que, sin embargo, es poco conocido y muchas veces ocultado [N. de T.].

[4] Término que deviene del gobierno del ex socialista Bettino Craxi, y que es utilizado de modo despectivo.

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