search
Palestina

En la olimpiada, la industria de la muerte israelí y el «sportwashing»

agosto 2, 2021

Decenas de empresas israelíes de ciberseguridad están actuando en los Juegos Olímpicos de Tokio, que comenzaron este 23 de julio. La información fue dada por el periódico sionista The Jerusalem Post el día 26. Empresas de   tecnologías militares, de inteligencia, control y vigilancia sionistas observan grandes oportunidades en los megaeventos internacionales para su industria de la muerte, desarrollados sobre los cuerpos palestinos.

Por Soraya Misleh

Fue así en competiciones anteriores, como en Río de Janeiro, en el 2016, donde el proveedor oficial fue el Sistema Internacional de Seguridad y Defensa de Israel (ISDS), intercambiando “tecnología de control por publicidad para limpiar su imagen”, según informó la campaña “Olimpiadas sin apartheid”, convocada en ese momento, por el movimiento BDS (boicot, desinversión y sanciones).

Además de ser un agente de los crímenes de lesa humanidad en la Palestina ocupada, como todas sus contrapartes, el ISDS, como se denunció en su momento, viene cooperando durante muchos años con el BOPE (fuerza de represión de élite) y entrenando a las fuerzas policiales que cometen el genocidio del pueblo pobre y negros en Brasil. Actuación que tuvo también con escuadrones de la muerte en América Latina, además de la conexión con golpes de Estado en la región.

Ahora en Tokio, una de las empresas que anunció que había cerrado un acuerdo con el gobierno japonés, durante la conferencia Cybertech 2020 en Tel-Aviv, en febrero de 2020, es Israel Electric Corporation (IEC). Esta empresa pública sionista se encarga del suministro energético y también presenta soluciones de ciberseguridad. Según una publicación titulada «Anexión de energía» de la organización palestina de derechos humanos Al-Haq, la IEC controla el suministro de energía en la Palestina ocupada, cuyas fuentes de recursos naturales han sido usurpadas por Israel, así como la infraestructura y las plantas destruidas en el Franja de Gaza, en la que los palestinos tienen solo unas cuatro horas de energía al día. El apartheid se convierte en un apagón permanente.

Vitrina para la normalización

Las Olimpiadas sirven, así, como una vitrina tanto para los negocios que sostienen la ocupación como para encubrir la continua Nakba- catástrofe Palestina durante más de 73 años, consolidada con la creación del Estado racista de Israel a través de la limpieza étnica planificada desde el 15 de mayo de 1948. El Sportwashing -algo así como limpiar tu imagen con el uso de los deportes- fue alertado por la comentarista de TV3, emisora ​​estatal de Cataluña, la nadadora olímpica Clara Basiana y medallista de bronce, mientras narraba las pruebas para el megaevento de Barcelona.

Según lo publicado el pasado mes de junio el Middle East Monitor, “mientras que los atletas israelíes Edan Blecher y Shelly Bobritsky ocuparon el cuarto lugar”, Basiana denunció: “Además de los aspectos técnicos, me gustaría enfatizar que la presencia internacional de Israel en el campo del deporte y la cultura es otra estrategia para encubrir el genocidio y las violaciones de derechos humanos que están cometiendo contra el pueblo palestino”. Y llamó la atención de los espectadores sobre los intentos del estado sionista de normalizar la ocupación de esta manera.  “Vimos eso aquí, en los juegos Preolímpicos de Barcelona, ​​lo vimos varias veces en Eurovisión [competición al estilo de La Voz, en la que participan artistas de Europa y países invitados]”, advirtió el comentarista, que concluyó diciendo: “Parece que durante estos eventos los crímenes de guerra del estado israelí desaparecen”.

No obstante, estas denuncias siguen teniendo oídos sordos. Mientras que el Comité Olímpico Internacional se niega a prohibir Israel y los países participantes son cómodamente prisioneros de su chantaje de que un boicot sería «antisemitismo”, la principal propaganda falsa sionista para silenciar las críticas a sus crímenes de lesa humanidad – lo que se ha visto son acciones individuales en los Juegos Olímpicos contra la normalización. Es decir, mientras, la solidaridad, ha sido castigada. El apartheid israelí, no.

Podio de solidaridad.

En la edición de Tokio, dos atletas de yudo abandonaron la competencia para no enfrentarse a quienes representaban al estado del apartheid. El argelino Fethi Nourine, el primero en tomar la iniciativa, dijo: «Hemos trabajado duro para clasificarnos para los juegos, pero la causa palestina es más grande que todo eso». No era la primera vez que hacía este gesto. En 2019, también dejó de competir en el Campeonato Mundial de Yudo por la misma razón. En la secuencia, fue el turno del luchador yudoca sudanés Mohamed Abdalrasool este se ausentó de una pelea programada contra su oponente israelí, sin hacer ningún comentario. Actitudes similares ya habían tenido lugar en Juegos Olímpicos anteriores.

En 2016, por ejemplo, el yudoca egipcio El Shehaby se negó a estrechar la mano de su oponente israelí Or Sasson al final de la pelea y, por lo tanto, fue excluido de la delegación de su país por el Comité Olímpico local. Todas las veces, los atletas son condenados como si les faltara «espíritu olímpico». Pero no se trata de eso.

El Shehaby no dejó de felicitar a Sasson porque perdió la pelea o porque no gustaba de él. Del mismo modo, Nourine no abandonó la competencia por razones personales al Abdalrasool. Lo que importaba era la compresión de que el atleta en los Juegos Olímpicos no actúa como un individuo. Con la excepción de unos pocos que compiten bajo la bandera olímpica, en el caso de los 29 refugiados en esta edición, representa un Estado. En el caso de Israel, representa un régimen colonial y racista.

La declaración de El Shehaby en un artículo publicado en el portal de noticias de la UOL en ese momento no deja dudas sobre esta conciencia: “No tengo ningún problema con los judíos o con personas de cualquier otra religión. Pero por razones personales, no me pueden exigir que le dé la mano a alguien de este Estado. (…) ”

Si los Juegos Olímpicos fueran un espacio sin apartheid, estos yudocas no serían castigados. Ni siquiera tendrían que renunciar a su sueño como deportistas. Israel estaría prohibido. Esto es lo que le sucedió a Sudáfrica, durante más de 30 años, a la que solo se le permitió volver a la disputa después del fin del régimen del apartheid en 1994. Lamentablemente, Israel, que no respeta ni siquiera el mínimo derecho internacional, no solo está presente, sino además garantiza los acuerdos para suministrar sus tecnologías de muerte.

No sería necesario que el Comité Olímpico Internacional trabaje duro para reconocer el apartheid y actuar: bastaría con escuchar los informes de la pequeña delegación palestina, que participa por séptima vez en el mega evento, desde 1996, y está formado por personas de la diáspora, así como por los que viven en la Palestina ocupada, lo que refleja la realidad de una sociedad fracturada por la Nakba. Estos últimos, como parte del racismo cotidiano, enfrentan innumerables restricciones y condiciones precarias para que puedan dedicarse al deporte.

Mohammad Hamada, un atleta que compite en levantamiento de pesas, por ejemplo, es de Gaza. Él salió del camino estrecho un mes antes del inicio de los Juegos Olímpicos y permaneció entrenando en Qatar, por temor a que le impidieran viajar o llegar a tiempo debido al inhumano bloqueo impuesto por Israel hace ya 14 años, con la ayuda de Egipto. Esto es lo que sucedió en 2016, cuando la delegación palestina llegó a Río de Janeiro reducida, sin tres miembros de Gaza, vedados en el puesto de control.

Levantar la bandera palestina en la inauguración y representar una tierra y un pueblo que Israel ha estado intentando borrar del mapa durante más de 73 años es, por tanto, otro gesto de resistencia. Esta es su victoria. Así como en la lucha contra el apartheid, el podio pertenece a los yudocas que se niegan a servir a la normalización.

Traducción: Ana Rodríguez

 

Lea también