El trabajo infantil en la Palestina ocupada por Israel

El apartheid que sufren y padecen los palestinos de las tierras ocupadas es indudablemente una lacra más del capitalismo, que muestra su peor lado con el abuso de menores que trabajan en las colonias agrícolas del sionismo.
Ver a los niños reír, jugar, divertirse; verlos crecer, imitarnos, superarse, es tal vez una de las satisfacciones más grandes que tenemos los padres, sin distinción de razas, de si vivimos en un país rico o en uno pobre, o de si somos ricos o pobres.
Pero eso cambia para muchos cuando no se trata de los hijos propios. Entonces sí, la raza, el país, las condiciones materiales de unos y de otros queda al desnudo tanto como el mundo en el que vivimos, que otorga a algunos los privilegios de la niñez y deja a la gran mayoría de los otros niños sin siquiera el derecho a la alegría.
Porque hay muchos niños en el mundo, muchos, cada vez más, que se ven sometidos a la explotación despiadada del capitalismo, obligados a trabajar para conseguir un sustento y, lo que es peor, denigrados a la condición de “esclavos” cuando pertenecen, por ejemplo, a poblaciones de territorios ocupados por las colonias agrícolas sionistas en Cisjordania, Gaza y toda Palestina.
Estos niños palestinos –como muchos otros en todo el mundo, en particular en los países semicoloniales o coloniales–, que de acuerdo con las normas del derecho internacional deberían estar protegidos y cuya infancia es un derecho inalienable e irrenunciable que no puede ser vulnerado ni desconocido bajo ninguna circunstancia, son utilizados en los asentamientos israelíes del Valle del Jordán como mano de obra en las labores agrícolas.
Estos niños, con apenas 11 años de edad, no ocupan en la sociedad el lugar que les corresponde, y que desfachatados voceros del capitalismo imperialista, como las Naciones Unidas, pregonan rasgándose las vestiduras.
Desde que en 1948 la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que incluía los Derechos del Niño de forma implícita, fue sancionada por las Naciones Unidas, y a la que en 1959 se le sumó la Declaración de los Derechos del Niño, por iniciativa de la Unicef, hemos visto pasar frente a nuestros ojos y de manera creciente las peores explotaciones infantiles.
La hipocresía de estas declaraciones dan por tierra cuando sabemos de niños que trabajan recogiendo cultivos durante jornadas agotadoras, soportando altas temperaturas, levantando peso y expuestos a los efectos de los pesticidas en las tierras palestinas ocupadas por los colonos judíos del Estado de Israel.
Como si no bastara esa abominable explotación, son sus propias familias las que muchas veces deben cubrir los gastos médicos de sus hijos cuando se enferman o se lesionan como consecuencia de esos trabajos, según denuncia un informe de la Human RightsWatch (HRW) de los últimos días.
Así, los menores de las tierras ocupadas han debido desistir del derecho a la educación, a la salud, a la protección de su infancia para engordar los bolsillos de los amos imperialistas y sus lacayos, que dicen respetar las leyes nacionales e internacionales.
Así, de nuevo, una vez más, queda comprobado que los derechos son otorgados con parámetros de clase y de raza; que por sí mismo el hecho de ser niño no significa alcanzarlos ni que se les respeten; que ser un infante pero pobre y sin horizonte socioeconómico, y que además nació y vive en un país ocupado y militarizado por un enclave imperialista en la región, no le confiere el más mínimo derecho de los que se pregonan para él y su condición de infante.
En el caso que nos ocupa, los asentamientos israelíes son los que obtienen provecho de la explotación del trabajo infantil y los que se reservan el derecho dedisponer de mano de obra casi gratuita, quitándoles los suyos a los niños palestinos de las tierras ocupadas, que son los discriminados y explotados.
También por esto es urgente denunciar los abusos cometidos por el sionismo con la connivencia del imperialismo en su conjunto, así como es urgente y necesaria la lucha por la destrucción del Estado de Israel.
Porque en la medida en que nada sea hecho, salvo discursos y declaraciones banales de organismos internacionales supeditados a la clase dominante, los niños palestinos –que deberían ser parte,como todos los demás, del futuro de la humanidad– solo serán una deuda más de la “sociedad democrática”, en la larga lista de “resoluciones pendientes” que este nefasto sistema no puede ni quiere resolver.