Del negro al gris: los colores del trabajo asalariado
Vivimos años de extrema incertidumbre, los efectos de la pandemia de Covid-19 han trastornado inevitablemente la vida de la gran mayoría de los habitantes del planeta. Aunque la situación ciertamente no era halagüeña hace dos años, hoy la crisis sanitaria ha ampliado claramente las dificultades socioeconómicas que aquejan a las clases bajas.
Por: Giacomo Biancofiore
La cuestión del trabajo, un tema intrincado y lleno de incertidumbre, se arrastra fatigosamente en este cuadro dramático. Sin embargo, al abordar el tema queremos partir de una certeza dada por Marx hace ya más de 150 años: estamos ante una mercancía, cuyo dueño, el asalariado, la vende al capital. «¿Por qué la vende? Para vivir».
Así, más allá de las mentiras de los astutos estafadores que son todo menos desinteresados, para el asalariado el trabajo no es parte de su vida sino que, como subraya Marx, es “sobre todo, un sacrificio de su vida”. Un sacrificio que se ve obligado a hacer para poder vivir.
Obviamente, el interés de quienes venden su fuerza de trabajo para ganarse la vida es diametralmente opuesto al de quienes tienen que adquirirla para obtener ganancias. Para profundizar en la función de la fuerza de trabajo en el proceso de producción capitalista, nos remitimos al excelente artículo del compañero Alberto Madoglio, publicado con el título «Disoccupazione: il punto di vista marxista» [Desempleo: el punto de vista marxista](1).
En cambio, en este texto, examinaremos algunas modalidades con las cuales los patrones, para aumentar la producción y la ganancia (definida en el vocabulario Treccani como «la ganancia obtenida de una actividad empresarial, entendida como excedente del total de los ingresos sobre el total de los costos») y para hacer frente a la competencia entre capitalistas y las crisis cíclicas típicas de la economía de mercado, se aprovecha de la necesidad del proletariado de trabajar para vivir y desarrolla nuevas formas de explotación que, a través del empleo ocasional, de tiempo parcial, y la intensificación de la precariedad, crean un mecanismo eficaz para reducir los salarios de los trabajadores.
La legislación está al servicio de los patrones
Para ello, los gobiernos que se han alternado en los últimos treinta años han puesto a disposición de los empresarios -a los que representan- toda una serie de medidas y modalidades de contratación que han incrementado significativamente la precariedad laboral.
Desde el llamado «paquete Treu» hasta el Jobs Act [la Ley de Empleo] del gobierno Renzi pasando por la reforma Biagi de 2003 (todavía hoy un punto de referencia para los legisladores), se puede decir, sin temor a equivocarse, que se ha abatido una verdadera hacha sobre la cabeza del proletariado.
Además de la precarización del trabajo (definida así por la propia ministra Fornero en 2012), todas estas normas han incrementado la gestión privada de la relación entre formación y trabajo y han concedido cada vez más espacio a las agencias de colocación (ex agencias de trabajo temporal), particulares que realizan actividades de administración del trabajo, intermediación, investigación y selección, apoyo a la reubicación de personal.
Donde las leyes del Estado burgués no son suficientes para aliviar la «carga» de la mano de obra para las empresas, se piensan otras formas de apoyo, como el trabajo negro [ilegal], el trabajo gris y, en última instancia, la justicia burguesa.
El trabajo negro y el gris
Todas las relaciones laborales que se realizan de manera no conforme a la ley se encuentran dentro de los llamados «trabajos irregulares» y, entre estos, el «trabajo negro», el que no tiene forma contractual, y el «trabajo gris», que es aquel en que existe un contrato pero el contenido no se corresponde con las modalidades reales de desarrollo de la prestación laboral.
El trabajo negro es sin duda la forma más conocida e igualmente extendida de trabajo irregular que permite al empleador eludir cualquier forma de control y ahorrar cantidades considerables de dinero. La ausencia de contrato invisibiliza al trabajador, privado de toda protección (horario, salario, pago de contribuciones, higiene y seguridad) y, por tanto, sujeto a graves formas de explotación.
Si el trabajo ilegal sigue estando muy extendido, se debe a una presencia cada vez mayor de trabajadores que se encuentran en una situación particularmente vulnerable: en la mayoría de los casos se ven obligados a aceptar condiciones de trabajo infrahumanas (piense en particular en formas extremas de trabajo, generalizadas en la agricultura, donde, a través de la intermediación de los caporales, se producen auténticas prácticas criminales).
Sin embargo, el trabajo gris se abre camino cada vez más, una versión del trabajo que, aunque irregular, gracias a una apariencia de legalidad protege al propietario de sorpresas desagradables. Esta forma de trabajo puede no respetar todas las leyes que la regulan o es utilizada en sustitución de otras formas contractuales que ofrecerían mayores garantías al trabajador.
En todo caso, somete al trabajador a múltiples formas de explotación y, en la mayoría de los casos, se manifiesta a través del registro de jornadas de trabajo en cantidades inferiores a las efectivamente realizadas, con la diferencia en el salario pagado, en la mejor de las hipótesis, «fuera de sobre» [en sobre aparte].
En Italia, las categorías de trabajadores más expuestas a este tipo de relación laboral son los inmigrantes que, sin permiso de residencia, se ven obligados a aceptar un trabajo totalmente irregular; los jóvenes, que al no tener experiencia profesional tienen muchas dificultades para acceder al mundo del trabajo; y las mujeres, que a menudo aceptan empleos irregulares para no estar desempleadas.
Los sectores más afectados son la agricultura, los servicios (hotelería, comercio o transporte de mercancías y personas, ayuda a domicilio, cuidadores y niñeras) y construcción (las obras de construcción se encuentran entre las más afectadas por accidentes por incumplimiento de las medidas de seguridad).
Explotación legítima
La legislación de las últimas décadas ha representado un auténtico hachazo en la cabeza de quienes se ven obligados a trabajar para sobrevivir: toda una serie de contratos de trabajo denominados «atípicos» son prueba de ello. Los contratos de duración determinada, los de aprendices, los contratos de inserción, de práctica o pasantías, los contratos por proyectos son algunos de los ejemplos de la progresiva degeneración del «mercado de trabajo» italiano.
La apariencia de legalidad ha favorecido la superación del número de horas establecido en el contrato, el encuadramiento en tareas que no corresponden a los servicios efectivamente prestados y las prácticas subsalariales asociadas, por solo dar algunos ejemplos de cómo el trabajo gris representa una forma de explotación del trabajo tanto como el trabajo ilegal [en negro], si no más, en cuanto está amparado por esa apariencia de legalidad que proporciona la presencia misma del contrato.
Para completar el cuadro sombrío de la explotación de la mano de obra están los tribunales burgueses que, si bien aparentemente consideran el derecho laboral como funcional al correcto funcionamiento del mercado y actúan como garantía de defensa de las condiciones de trabajo, terminan por neutralizar los derechos conquistados por los trabajadores con las luchas con la coartada de equilibrar los derechos sociales con las libertades económicas. Y, puntualmente, la balanza pende del lado equivocado.
Los datos de los últimos meses de 2021 confirman plenamente la tesis que hemos defendido: las estadísticas del Istat muestran una recuperación de 625.000 de los 877.000 mil puestos perdidas en 2020, pero en su mayor parte (dos tercios) son contratos temporales, un tercio incluso de ¡menos de 30 días! Solo 0,6% tiene una duración superior a un año.
En esencia, la exaltada recuperación de los diez primeros meses de 2021 vio a los empleados fijos avanzar en un insignificante 1,6% frente a los temporarios que superan 15%.
Recuperemos el futuro en nuestras manos
Las perspectivas para los próximos años reservan señales aún más sombrías: deberíamos esperar una mayor “cronificación” de los contratos por tiempo determinado y de la precariedad del trabajo y su mayor extensión a los sectores industrial y de la construcción. Todo ello tendrá un efecto cascada sobre las pensiones que serán cada vez más lejanas en el tiempo y con cifras de inanición.
Una vez más, los más afectados serán los jóvenes y las mujeres, especialmente los del Sur. Y en el “bluff” que se esconde (no demasiado) en las promesas de los fondos del PNRR, el futuro estará más que nunca caracterizado por una profunda crisis económico-financiera global que se traducirá en una mayor compresión de los derechos sociales, en primer lugar de la previsión social y del trabajo.
En este marco, lo que el «mercado de trabajo», en los rasgos de las agencias de empleo y con la colaboración de las burocracias sindicales, intentará inducir entre las y los jóvenes del proletariado será la autocompresión de sus derechos a fin de conseguir un trabajo.
Al ceder al chantaje de los patrones, solo se presenciará una mayor “barbarización” de la sociedad, una ampliación sin límites de la privación de los derechos más básicos. Y es ahí que radica nuestra propuesta: la urgente necesidad de construir ese partido indispensable al proletariado para unir la lucha económica con la sindical, y estas dos con la política.
¿Cómo? Partiendo de cualquier lucha cotidiana, incluso la más pequeña, que pueda constituir un fermento indispensable para el desarrollo de una lucha cada vez mayor que pueda, a su vez, conducir al socialismo a través del instrumento fundamental del programa de transición. Somos conscientes de las dificultades de este camino pero no hay otra salida.
Nota:
(1) www.alternativacomunista.it/politica/nazionale/disoccupazione-il-punto-di-vista-marxista, 13/11/2021.-
Traducción: Natalia Estrada.