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Mujeres

¿De dónde proviene la determinación de las mujeres del Kurdistán?

octubre 16, 2014

Toda guerra civil suele dejar al desnudo lo que cada uno alberga en su interior y, sin duda, la posición que se asume frente a un hecho tan concreto de la realidad.

Y si, durante los “tiempos de paz”, muchas mujeres no tienen otra opción que pasar sus vidas entre el trabajo y la casa, con todos sus quehaceres y preocupaciones diarias, en los tiempos de guerra esa realidad, mezquina e insignificante que el capitalismo ofrece, se transforma inusitadamente y eleva a las mujeres en toda su magnitud, en lo que ellas tienen de altruistas, solidarias y luchadoras.

Basta ver la actitud de Mayssa Abdo, a quien todos conocen hoy, en el mundo entero, como Narin Afrin, que comanda la resistencia del pueblo kurdo de Kobane. Esta mujer, desconocida por muchos hasta hace un mes atrás cuando comenzaron los ataques del autodenominado Ejército Islámico (EI) en los territorios kurdos de Siria y a la que dirigentes de diversos sectores y la prensa burguesa califican como “inteligente y capacitada”, muestra con su lucha lo que tiene de mejor.

La burguesía habla de Narin como si fuese un caso extraño que una mujer “inteligente y capacitada” tenga en su horizonte la lucha por la liberación de su territorio. Y es que, sin decirlo, muchas veces también la burguesía piensa con la misma lógica que le critica a los islamistas más ultras: hace de la mujer un objeto decorativo.

Narin, como miles de otras mujeres, jóvenes y viejas, bonitas o no tanto, “inteligentes y capacitadas”, se parapetan hoy en la línea del frente de los combates contra los “yihadistas” que quieren apropiarse de su ciudad y aplicar una reaccionaria dictadura. Y no por eso son menos mujeres.

Por el contrario, son mujeres que enseñan con su lucha, su firmeza, su determinación, que la verdadera emancipación, la suya, la nuestra, la de la humanidad en su conjunto, es una cuestión de clase que no diferencia entre hombres y mujeres a la hora de defender lo que es justo y nos es negado.

Sin duda, el horror de la guerra, con cientos de cadáveres, personas heridas, mutiladas y despojadas de sus casas, huyendo hacia las fronteras para intentar seguir viviendo, no es el panorama que queremos ver. Pero es el que existe. Es el que la rapiña imperialista y los intereses de las burguesías regionales –en este caso la siria, pero también la de otros países donde habitan los kurdos sin tierra y donde el petróleo es el botín– no dudan en llevar adelante cuando se trata de mostrar quienes son los “amos del mundo”.

Entonces, ¿por qué la duda sobre su determinación de luchar –de parte de aquellos que se consideran los “amos del mundo”– contra ellos? ¿Por qué la incredulidad cuando son las mujeres en armas, junto a los combatientes hombres, los que enfrentan a quienes intentan usurpar sus territorios? ¿Por qué el asombro frente a una mujer que comanda uno de los frentes kurdos y que junto con eso levanta la moral y el espíritu de lucha de sus compañeros, mujeres y hombres?

Porque es necesario entender que casi en el mismo nivel con que se entrenan las manos y la vista para apuntar un arma contra un enemigo mucho más poderoso, se precisa contemplar lo subjetivo que esa guerra conlleva, los ideales que se juegan en ella, la autodeterminación nacional a la que los kurdos, despojados desde tiempos remotos de un territorio que les era propio, tienen derecho.

Y ejercer ese derecho en un mundo mezquino y desigual como este en el que vivimos requiere de técnica y tecnología, sí, pero también de coraje, de compromiso, de convencimiento y de moral. De una moral distinta de la que usan para bombardearnos y a la que nos tienen acostumbrados los charlatanes de todo pelaje. De la moral de quien arriesga su vida en defensa de sus ideales, de sus sueños, de sus aspiraciones de un mundo mejor, más equitativo, más igualitario… un camino de transición hacia una sociedad diferente, libre, socialista.

No es casual que sea Narin, no es casual que sean muchas las mujeres que luchan esta guerra. Y no lo es porque hoy la lucha contra el EI en Kobane se libra barrio por barrio y calle por calle. Y en esos barrios y en esas calles son sus familias, sus hijos, sus padres, sus compañeros, los que están expuestos a morir en cualquier momento.

Hace unos días, el 5 de octubre, la combatiente kurda Dilar Gencxemis, conocida por su movimiento como Arin Mirkan, llevó a cabo un atentado suicida que causó la muerte de unos veinte yihadistas en los alrededores de Kobane.

Esta resistencia suicida ha servido para mostrar al EI y a los “yihadistas” que se enfrentan con un enemigo que es de temer y al que no le importa el “sacrificio” que deba pagar, en tanto esté convencido de su causa.

Si bien la presencia de las mujeres en la lucha armada en el Kurdistán data de los años ’90, y ellas ocupan un alto porcentaje en los consejos locales de las ciudades que resisten hoy los embates de las hordas del EI, es particularmente Kobane la ciudad que se ha convertido a lo largo de este mes, desde que se iniciaron los combates, en ejemplo de la resistencia, en el símbolo de la lucha por la autonomía. Y son sus mujeres, fusiles en mano, con hambre, sed y casi sin dormir, las que dejan histéricas a las hordas negras, que les temen como a la peste.

Son sintomáticas y demuestran determinación las palabras de Narin: «Hemos perdido mártires en cada pueblo, en cada aldea y en cada colina. Tenemos heridos por todas partes. En algunos lugares pasaron por encima de nuestros cadáveres, pero nunca llegarán a pisotear el honor de los kurdos».

Toda guerra deja al desnudo lo que nuestro interior alberga, nutre con la sangre de nuestros muertos nuestra determinación y nos da la valentía de que precisamos para encarar los sacrificios que nos impone.

La lucha de los kurdos, la de las mujeres del Kurdistán, revela una verdad que casi nunca se expresa tan claramente como en una guerra: la emancipación de la humanidad, y con ella la de las mujeres, sólo será posible con la lucha conjunta de hombres y mujeres por la construcción de una sociedad socialista.

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