COP30: el capitalismo verde no salvará el planeta — ni a las mujeres
La COP30: una farsa que perpetúa el capitalismo y la explotación de las mujeres y la naturaleza.
En los próximos días, entre el 10 y el 21 de noviembre, la COP30 llegará al corazón de la Amazonía rodeada de discursos sobre “sostenibilidad”, “inclusión social” y “transición ecológica justa”. Belém será presentada al mundo como símbolo de la salvación ambiental y del liderazgo del gobierno Lula en un supuesto “nuevo modelo de desarrollo verde”. Pero, detrás de las promesas de conciliar lucro y preservación, lo que se prepara es otra farsa global para garantizar los intereses de las multinacionales, de los bancos y de las potencias imperialistas.
Bajo el pretexto de combatir el cambio climático, la COP30 reunirá a jefes de Estado, grandes empresarios y ONGs financiadas por el capital internacional para renovar el pacto que mantiene al planeta y a la humanidad como rehenes de la lógica del lucro. Y, como siempre, las mujeres trabajadoras y pobres —especialmente las mujeres negras, indígenas y campesinas— continuarán pagando el precio más alto de la destrucción ambiental capitalista.
El capitalismo es la raíz de la catástrofe climática
La crisis climática no es una fatalidad. Es la consecuencia directa de un sistema económico que transforma todo en mercancía — incluida la naturaleza y la vida humana. La lógica de la acumulación capitalista se basa en la explotación ilimitada del trabajo y de los recursos naturales, ignorando los límites físicos del planeta.
Tampoco la devastación de la Amazonía, la contaminación de los ríos, las inundaciones y las sequías son meros “errores de gestión ambiental”, sino expresiones del avance del agronegocio y de la condición dependiente y semicolonial del país, subordinado a las potencias imperialistas que dictan las reglas de la economía mundial.
Las mujeres son las primeras en sentir los efectos de esta crisis. Cuando falta agua o comida, somos nosotras las que recurrimos a jornadas extenuantes para garantizar la supervivencia de nuestros hijos y familias. Cuando la tierra es envenenada por los agroquímicos o devastada por la minería, somos nosotras las primeras en sufrir con las enfermedades, el desempleo y la violencia social que se intensifica con el colapso ambiental. El capitalismo combina, así, la destrucción de la naturaleza con la superexplotación del trabajo y la opresión de las mujeres.
El feminismo liberal de la COP: maquillaje verde para un sistema podrido
En los últimos años, la ONU y los gobiernos intentan dar un barniz progresista a las conferencias climáticas. Se habla de “inclusión de género”, de “liderazgo femenino” y de “empoderamiento económico de las mujeres en la transición verde”. Pero esta política es solo una cortina de humo.
En las mesas de negociación, las voces que se dicen feministas son, en realidad, representantes del capital: ejecutivas de grandes corporaciones, ministras de gobiernos conciliadores y dirigentes de ONGs financiadas por empresas contaminantes. Hablan de igualdad mientras mantienen el mismo modelo de producción que destruye el planeta y explota a millones de mujeres en trabajos precarios y mal pagados.
La “inclusión” de la mujer dentro de la estructura del capitalismo no emancipa a nadie — solo legitima la dominación existente. El verdadero feminismo es el de las trabajadoras y oprimidas que luchan contra el sistema que las oprime, y no el de aquellas que buscan administrar esa misma opresión de manera más “diversa”.

La Amazonía en el centro del saqueo imperialista
La realización de la COP30 en Belém no es un gesto de reconocimiento del papel de la Amazonía — es una operación política y económica. Los países imperialistas, en especial el imperialismo europeo, intentan presentarse como defensores del bosque, pero, en la práctica, buscan controlar sus recursos y transformarlos en activos financieros.
El discurso de “preservación” sirve para imponer nuevas formas de dependencia, a través de los mercados de crédito de carbono y de los fondos “verdes” que atan a los países periféricos a mecanismos financieros internacionales. Brasil es presionado a “proteger” la Amazonía, pero sigue siendo uno de los mayores exportadores de soja, carne y minerales — productos que devastan el bioma y alimentan las ganancias de las transnacionales.
El gobierno Lula-Alckmin intenta equilibrarse entre estos intereses. Habla de “transición ecológica justa”, pero mantiene alianzas con el agronegocio, Vale, Petrobrás y las potencias imperialistas. Inclusive con la liberación para que Petrobrás explore la Margen Ecuatorial en busca de petróleo, abriendo camino para otras petroleras privadas multinacionales.
En la práctica, prepara al país para ser vitrina verde del capital internacional, mientras entrega nuestras riquezas y sacrifica al pueblo trabajador.
Mujeres en la primera línea de la resistencia
A pesar de toda esta ofensiva, las mujeres están entre las principales protagonistas de las luchas contra la destrucción ambiental y social. Son campesinas, indígenas, quilombolas y trabajadoras urbanas que enfrentan a las empresas, los gobiernos y las fuerzas represivas de los Estados.
En la Amazonía, mujeres de las aguas, del bosque y del campo lideran resistencias contra el agro, la minería, las hidroeléctricas y la minería depredadora. En las ciudades, profesoras, servidoras y trabajadoras se levantan contra los recortes, las privatizaciones y la carestía. En las ocupaciones urbanas y en las periferias enfrentan la represión policial. Todas se unen en la lucha contra el machismo, la violencia y la desigualdad de género. Estas luchas expresan un potencial revolucionario que va mucho más allá de la defensa del medio ambiente: son batallas por la vida, por la soberanía y por la liberación de la mujer y de la clase trabajadora.
Por una salida socialista e internacionalista
Ningún acuerdo entre gobiernos y empresas salvará el planeta. El capitalismo verde es una mentira que busca prolongar la agonía de un sistema moribundo. No hay transición ecológica sin revolución social.
La única salida real pasa por romper con la lógica del lucro, expropiar a las grandes empresas contaminantes, planificar democráticamente la economía y reorganizar la producción de acuerdo con las necesidades humanas y los límites naturales. Esto exige una lucha internacionalista, dirigida por la clase trabajadora y por la revolución socialista.
Las mujeres tienen un papel decisivo en esta batalla. No necesitamos cuotas en los consejos empresariales de la transición verde. Necesitamos derribar el sistema que destruye nuestras vidas y el planeta.
Conclusión
La COP30 será un gran espectáculo de marketing, pero la verdadera lucha por el futuro de la humanidad no se dará en Belém — estará en las calles, en las huelgas y en las movilizaciones de las trabajadoras y trabajadores del mundo.
El capitalismo verde no salvará el planeta — ni a las mujeres. Solo la revolución socialista puede hacerlo.




