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19 abril, 2024

África del Sur: no por casualidad, el epicentro

Como afirmamos en la Introducción, el destaque que queremos dar no tiene que ver únicamente con el hecho de que, hoy, es este el país africano que registra el mayor número de casos, sino también porque a través de su historia reciente es posible discutir cuánto de la actual pandemia –en todos sus aspectos– está relacionada con la lógica perversa del capitalismo neoliberal. Neoliberalismo que también es un obstáculo para que, hoy, de hecho, podamos enfrentar el problema.

Por: Wilson Honório da Silva*

Como se sabe, el país entró en un proceso de confinamiento en la madrugada del 27 de marzo, cuando los casos ya habían golpeado en la casa del primer millar de personas. El 30 de marzo, el boletín matinal de Africa CDC (Centros de Control y Prevención de Enfermedades) indicaba 1.280 casos; ya en el boletín de la tarde el número había saltado para 1.346, algo que dice mucho sobre la evolución de la crisis en el país.

Es preciso dar importancia a un “detalle”, que ha sido muy poco explorado por la prensa de allá. En todo el continente (con 4.760 casos de contagio notificados), 335 personas ya se recuperaron, lo que significa un bajísimo índice, de cerca de 16%, de los que están enfermos.

No obstante, en África, a pesar de que todavía, por fortuna, no hay ninguna muerte, la relación entre enfermos y casos de recuperación es extremadamente preocupante.

Considerando el boletín matinal, las 31 personas “recuperadas” representan míseros 0,4% en relación con los 1.280 contagiados.

Y para entender el porqué de esto es necesario, primero, y aunque sea brevemente, poner en contexto la actual situación del país. Como se sabe, allá, negros y negras tuvieron sus historias signadas por la ultrajante segregación del apartheid, cuya legislación fue abolida a inicios de los años ’90. Hoy, sin embargo, los propios sudafricanos acostumbran referirse al régimen en que viven como un “apartheid neoliberal”, en función de la mantención (y, muchas veces, la profundización) de la enorme desigualdad socioeconómica en el país.

El “apartheid neoliberal”: suelo fértil para la pandemia

Una situación que es fruto de las políticas de conciliación de clase y del aburguesamiento de la elite negra, que hoy gobierna el país en absoluta sintonía con la lógica del capitalismo y los intereses imperialistas, a través de la llamada Alianza Tripartita –el Congreso Nacional Africano (CNA), el partido que fue dirigido por Mandela; la principal central sindical del país, la COSATU; y el Partido Comunista Sudafricano, que hace mucho no tiene nada que ver con el nombre que carga–.

Y también en necesario que se sepa que Cyril Ramaphosa, el actual presidente, sintetiza como pocos el carácter de este gobierno y la trayectoria (lamentable) de los principales dirigentes de la lucha contra el apartheid. Ramaphosa comenzó como trabajador minero (en los años 1980), se hizo dirigente del gremio, fue fundador y dirigente de la COSATU, se volvió el brazo derecho de Mandela en el llamado proceso de transición, es dirigente del CNA y, al mismo tiempo, uno de los hombres más ricos del continente, habiendo fundado una empresa, la Shanduka, que tiene negocios extendidos en áreas como energía, inmuebles, bancos, seguros y telecomunicaciones.

Si esto no bastase, desde 2007 él es criador del ganado y posee profundos lazos con el imperialismo. Es dueño de 145 locales de McDonald’s y miembro del Consejo Consultivo de la Coca-Cola y de la Unilever internacionales. Pero fue como accionista y miembro de la dirección de la minera británica Lonmin que Ramaphosa conquistó su puesto definitivo como uno de los mayores traidores y enemigos de la clase trabajadora y del pueblo negro, al ser uno de los responsables directos por la Masacre de Marikana, cuando en agosto de 2012 autorizó personalmente un ataque contra mineros en huelga que dejó 34 muertos y otros 78 heridos.

El hecho de que el país sea el epicentro de la pandemia, así como la posibilidad de una catástrofe, tiene que ver con todo esto, como fue muy bien sintetizado por The Guardian el 16 de marzo: “Más de 25 años después de la caída del apartheid, África del Sur aún es uno de los países más desiguales del mundo, lo que se traduce en el fracaso de la prestación de servicios básicos a su pueblo, incluso de cuidados de salud. 82% de las personas que viven en África del Sur no tienen seguro de salud y depende de clínicas públicas y hospitales. Esas instalaciones están súper llenas, con falta de personal y, generalmente, no consiguen lidiar con la gran cantidad de enfermedades transmisibles e infecciosas”.

En lo que se refiere a las condiciones generales de vida, basta recordar que los datos oficiales (que, además, utilizan parámetros bastante cuestionables) indican que 29% de la población está desempleada. E incluso estar empleado no significa mucha cosa. Basta chequear el Índice de Accesibilidad Financiera por Domicilio, publicado por el “Grupo por Justicia Económica y Dignidad de Pietermaritzburg” (PMBEJD).

En setiembre de 2019, más de la mitad de la población, exactos 56% de los sudafricanos (cerca de 30 millones de personas) estaban viviendo con menos de 41 rands (la moneda local) por día; o sea, cerca de 2,20 dólares. Y, si esto no bastase, otro cuarto de los habitantes (cerca de 14 millones) sobrevivía con menos de 19 rands por día (un miserable dólar).

Esto significa que, de acuerdo con los padrones internacionales, 26 años después de la caída del apartheid, 75% de los sudafricanos está viviendo por debajo de la “línea de pobreza” o de “extrema pobreza”. Y es fácil imaginar lo que esto representa en términos de desempleo, vivienda, educación, derechos sociales, y todas las demás condiciones de vida. Tampoco se precisa de mucho esfuerzo para entender cómo esa situación es una herida abierta para la propagación del virus.

Aquí no es posible discutir cómo se llegó a esta situación; con todo, nuestros lectores y lectoras lo saben muy bien. La Alianza Tripartita aplicó con ahínco y dedicación canina todo el recetario neoliberal: privatizaciones, ataques a los servicios públicos, desregulación de las leyes laborales, desvío de dinero público para los sectores privados, etc., etc., etc.

Townships: donde el confinamiento puede ser un infierno

Muchos de los que defienden, correctamente, que son necesarias políticas de aislamiento social y denuncian la lentitud criminal del gobierno Ramaphosa en emplearla, también se preocupan seriamente por cómo esto podrá ser implementado y, también, cómo “quedarse en casa” no puede ser una política impuesta y no acompañada con otras medidas sociales.

En el centro de esta cuestión están las condiciones de vivienda de los sudafricanos, gente que vive amontonada, en condiciones más que precarias, ya que, hasta hoy, la gigantesca mayoría de los habitantes todavía vive en los llamados “townships”, las comunidades/favelas segregadas que se tornaron símbolo del régimen racista, cuyas estructuras y condiciones impiden que sean adoptadas medidas de higiene.

En verdad, desgraciadamente, hoy, la situación es aún peor que en la época en que los blancos monopolizaban el poder. De acuerdo con un estudio hecho por un grupo de urbanistas (“Urban@UW”) de la Universidad de Washington (EEUU) –publicado el 11 de julio de 2019 en un artículo titulado “Vivienda informal, pobreza y los legados del apartheid en África del Sur”–, en 1994, cuando Nelson Mandela asumió la presidencia del país, “había cerca de 300 townships y favelas en el país; hoy existen aproximadamente 2.200”.

Para tener una idea, solamente en Ciudad del Cabo, con 3,8 millones de habitantes, “60% de la población vive en townships, donde los servicios públicos son limitados, escuelas y asistencia médica son seriamente subfinanciadas y los empleos son escasos”.

Y esta es exactamente la misma situación de millares de otras comunidades, algunas con centenas de millares de personas, como por ejemplo Soweto, en las proximidades de Johannesburgo, con casi 1,5 millones de habitantes; Umlazi, en los alrededores de Durban, con cerca de 500.000, y Khayelitsha, en la región de Ciudad del Cabo, con más de 400.000 habitantes. En todas ellas, familias numerosas se amontonan en barracas y chozas, sobreviviendo sin servicios de cloacas ni saneamiento básico, electricidad, agua limpia y potable.

HIV y Covid-19: una combinación letal

Repetiremos aquí algunos números relativos a la epidemia del HIV que citamos en uno de los artículos anteriores. Con todo, antes es preciso contextualizarlos en relación con la historia específica de África del Sur, que nos ayuda a entender que la lamentable y peligrosa situación que se vive hoy también tiene su raíz en los gobiernos de la Alianza Tripartita, más específicamente en Thabo Mbeki, que presidió el país por casi una década, entre 1999 y 2008.

Habiendo iniciado su militancia aún en el movimiento estudiantil, en la década de 1960, Mbeki es una de las figuras clave en la historia del CNA y llegó a la presidencia llevado de la mano por Nelson Mandela (de quien fue vicepresidente, en el segundo mandato), siendo responsable por la profundización y la ampliación de las medidas neoliberales que también habían caracterizado el gobierno anterior. En lo que respecta a nuestro tema, no obstante, Mbeki cumplió un papel nefasto e imperdonable.

Cuando estaba en la presidencia, Mbeki se volvió uno de los principales portavoces de las desacreditadas tesis de que el Aids no era provocado por el HIV, defendiendo que el Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida (Aids) tenía origen en cuestiones sociales y en la pobreza. Por eso, gracias a su intervención directa, por una década los programas de tratamientos, incluso con antirretrovirales, fueron prácticamente prohibidos en África del Sur, lo que, incluso, puso a los sudafricanos en la vanguardia mundial de las luchas por prevención del HIV y tratamiento del Aids.

Sea como fuere, el estrago estaba hecho, al punto que en noviembre de 2008 el diario norteamericano The New York Times publicó un artículo responsabilizando directamente a Mbeki por la muerte de 365.000 personas. Es tan criminal como fueron los efectos en la población africana que, viendo a Mbeki como su dirección en la lucha contra el apartheid y el sustituto de Mandela, demoró años para percibir que había sido traicionada también en lo que se refiere a la epidemia.

El resultado, como ya mencionado, es que hoy África del Sur, según datos de 2018 del Programa Conjunto de las Naciones Unidas sobre HIV/AIDS (UNAIDS), tiene 7,7 millones de personas que viven con HIV; cada año hay 240.000 nuevos caos; solamente en 2018 más de 71.000 personas murieron como consecuencia de enfermedades relacionadas con el Aids y, así como en el resto del continente, se cree que casi la mitad de los(as) portadores(as) no hacen ningún tipo de tratamiento antirretroviral.

En el momento, no hay datos que relacionen la rápida propagación del Covid-19 en el país con esta situación. Con todo, es innegable que la existencia de millones de personas seropositivas, que ya tienen algún nivel de inmunodeficiencia, va a ser determinante en el comportamiento del coronavirus.

Esa es la opinión, por ejemplo, de la profesora Mosa Moshabela, de la Escuela de Enfermería y Salud de la Universidad de Kwazulu Natal, que en un artículo del portal de noticias del mundo árabe, Al Jazeera, del 20 de marzo, al comparar cómo el virus se está comportando en Italia, destacó que “la diferencia es que no tenemos una gran población de ancianos, pero sí un gran número de personas con tuberculosis y HIV, y los que más serán afectados tendrán entre 20 y 60 años”.

Y como ejemplo de que la combinación entre el Covid-19 y el HIV puede ser peligrosa, podemos citar la opinión del profesor Salim Abdool Karim, que coordina el principal centro de pesquisa sobre HIV/AIDS del país, localizado en Durban. En una entrevista concedida a la agencia de noticias de la BBC, el 19 de marzo, Karim recordó que hay cerca de 2,5 millones de sudafricanos que ni siquiera se están tratando con los medicamentos antirretrovirales, y que, en este grupo en particular, “hay una tendencia mayor de desarrollo de infecciones graves”.

Por eso, al mismo tiempo, es emocionante y doloroso ver y leer los testimonios de jóvenes africanos portadores del HIV/AIDS que, exactamente por estar, desde hace décadas, en lucha constante para garantizar la propia sobrevivencia, ahora, frente al Covid-19, se ponen en la línea de frente en la exigencia de políticas sanitarias, económicas y sociales.

Fueron estos jóvenes y entidades que crearon, en el transcurso de décadas –por ejemplo, tomaron la delantera mucho antes que Ramaphosa–, campañas por todos lados, divulgando los medios de prevención, distribuyendo máscaras, exigiendo políticas de aislamiento y pidiendo para que las personas, si era posible, se quedaran en casa, a través, por ejemplo, de la proyección de gigantescos “grafitis virtuales” en las pareces de los edificios.

Confinamiento con represión

Ahora, el confinamiento es un hecho, y a pesar de que campañas nefastas –como “El Brasil no puede parar” – también existen por allá, la población está intentando adaptarse. Y, a pesar de todos los obstáculos que mencionamos, estamos entre aquellos que defienden que este también es un momento para que “los de abajo” se autoorganicen para luchar por su propia sobrevivencia. El terrible ejemplo de Milán, en Italia, no deja dudas (y, esperamos, no sea perdonado).

En su pronunciamiento, Ramaphosa finalmente reconoció que el país está frente a la posibilidad de una “catástrofe humana de enormes proporciones” y anunció una política de confinamiento de tres semanas (hasta el 16 de abril), durante la cual la población “está prohibida” de salir de casa so pena de punición (multa o seis meses de prisión), a no ser para comprar comida, medicamentos, recibir subsidios sociales y/o atención médica.

Durante este período, todo comercio y servicios deberán permanecer cerrados. Las excepciones son las farmacias, laboratorios, bancos, supermercados, puestos de gasolina y servicios de asistencia médica. En este período, también, solamente podrán circular por las calles los profesionales de salud y los servicios de emergencia, además de las fuerzas policiales y militares.

Como parte del decreto, de forma un tanto inusitada, Ramaphosa, además de “prohibir” la práctica de ejercicios y paseo de canes por las calles, también prohibió el consumo o venta de alcohol (incluso en los supermercados). Y un detalle que tiene ver con lo expuesto abajo, es que no fueron pocos los analistas y la gente del pueblo que quedaron intrigados por el hecho de que haya escogido hacer el anuncio vistiendo un uniforme camuflado del Ejército.

Una de las constataciones iniciales de la prensa sudafricana es que, además de tardío, el confinamiento tomó a la población de sorpresa y, lamentablemente, tropieza con profundo problemas, muchos de los cuales conocemos aquí, que simplemente impiden que las personas se queden en casa. Comenzando por el hecho de que, como veremos, así como en el resto del mundo, Ramaphosa quiere que la “economía continúe andando” y dejó en manos del sector privado cómo lidiar con las fábricas, etc.

Pero, de inmediato, la mayor preocupación vino del hecho de que la población no estaba preparada para el confinamiento general, lo que hizo que los dos primeros días tuviesen que salir de prisa para abastecerse. Consecuentemente, las calles y espacios públicos de las principales ciudades del país aún estaban llenos de gente. Algo que se repitió, con menor intensidad, el 28 de marzo.

Y la respuesta del gobierno fue lamentable, pero completamente sintonizada con el simbólico uniforme de Ramaphosa. De acuerdo con un reportaje de The Guardian (28/3/2020), “la policía y los soldados usaron balas de goma contra centenas de compradores que estaban del lado de afuera de un supermercado en Johannesburgo”.

En el artículo, el testimonio de Emily Ndemande, una empleada doméstica, es ejemplar de cuán absurdo fue el ataque: “Nosotros estamos quedándonos en casa, ahora. Pero, antes, la gente precisaba hacer compras, pero los soldados están golpeando a las personas”.

Y, lamentablemente, la represión desmedida (después de una inercia criminal) ha sido una marca en los países africanos que comenzaron a adoptar políticas de confinamiento en los últimos días, como veremos, también, en el próximo y último artículo. En el mismo reportaje se relata un ejemplo en Kenia, donde “la policía disparó gas lacrimógeno contra una multitud de pasajeros de balsas, en la ciudad portuaria de Mombasa, y los policías fueron capturados en imágenes de teléfonos celulares golpeando a las personas con las porras”.

Las dudas alrededor de los subsidios para “quedarse en casa”

Una pregunta que no quiere callar es cómo casi 30% de la población que está desempleada sobrevive durante la cuarentena. También existen muchas dudas en relación con los que están empleados o ejercen trabajos. Cabe destacar que, de acuerdo con un Instituto de Pesquisa (el Statistics South Africa’s) –cuyos vínculos con el gobierno levantan varias cuestiones–, a finales de 2019 existían por lo menos tres millones de trabajadores en el sector informal, lo que correspondía a 18% del total de la fuerza de trabajo empleada.

Pero, también, hay más dudas que respuestas en relación con los trabajadores en general. Con todo, si se considera el perfil neoliberal del gobierno sudafricano y lo que hemos visto por aquí y en el resto del mundo, no se puede esperar mucha cosa. Y, con certeza, es preciso que, incluso en confinamiento, la población se organice para luchar por sus derechos.

Lo que se sabe es que, aún el 26 de marzo, poco antes del pronunciamiento del presidente (probablemente con la intención de “calmar el mercado”, como ellos dicen), el ministro de Empleo y Trabajo, T. W. Nxesi, soltó una nota, determinando que el Fondo de Seguro de Desempleo (conocido como UIF) será utilizado para “ablandar el impacto del confinamiento nacional de 21 días entre los trabajadores, las empresas y la economía, el UIF” y que el gobierno creó un programa denominado “Esquema de Asistencia Temporaria entre Empleadores y Empleados – Covid-19” (COVID-19 TERS).

Según el ministro, estos mecanismos deberán subsidiar tanto a trabajadores regularmente empleados como a los que actúan en la informalidad. Cómo esto funcionará, es otra cuestión. Pero, como siempre, el gobierno señaló que dejará buena parte de la implementación de esto en manos (siempre gananciosas) del “mercado”, o sea, de los patrones.

Algo que se transluce en un pasaje un tanto curioso del comunicado, típico de los gobiernos de conciliación de clases: “empleadores atentos y responsables que no consigan pagar el salario total de los trabajadores que hayan sido enviados a casa debido al confinamiento, para proteger su salud y seguridad, son incentivados a solicitar el beneficio”.

Wilson Honório da Silva, es miembro de la Secretaría de Formación del PSTU Brasil.
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Traducción: Natalia Estrada.

 

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