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COP30

Un informe de la ONU muestra el fracaso del Acuerdo de París y que nos encaminamos hacia un colapso climático

Jeferson Choma | Cobertura especial Cumbre de los Pueblos/COP 30

noviembre 9, 2025

Científicos y ambientalistas hablan de desastre climático al referirse al grado de
destrucción ambiental en el planeta


Mientras los jefes de Estado y los negociadores llegan a Belém para la 30.ª
Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP 30),
resuena una advertencia de la ONU: el mundo está a punto de superar, de
forma definitiva, el límite de 1,5 °C por encima de los niveles preindustriales, un
umbral considerado extremadamente peligroso para el calentamiento global.
Según el nuevo informe del Programa de las Naciones Unidas para el Medio
Ambiente (PNUMA), incluso si se cumplen todos los compromisos asumidos
desde el Acuerdo de París, la temperatura media del planeta aumentará entre
2,5 °C y 2,9 °C hasta finales de siglo. En otras palabras, el objetivo de limitar el
calentamiento global a 1,5 °C ha fracasado. Y, con él, también se ha
derrumbado la creencia de que bastaría con «ajustar el rumbo» del capitalismo
verde para salvar el planeta.
Las cifras son contundentes. El PNUMA estima que las posibilidades de
contener el calentamiento en 1,5 °C son hoy nulas; de mantenerlo por debajo
de los 2 °C, solo del 8 %. Incluso los objetivos «mínimos» de mitigación solo
reducirían las posibilidades de colapso a niveles estadísticamente irrelevantes.
En resumen, avanzamos hacia un escenario de calentamiento de entre 2,3 °C y
2,5 °C, incluso si se cumplen todas las promesas actuales.
El capitalismo, como indica una lectura atenta del informe, es incapaz de
detener la catástrofe que él mismo ha provocado.
El motor fósil sigue acelerando
El contraste entre el discurso diplomático y político y la realidad es evidente. En
lugar de reducir la producción de combustibles fósiles, las potencias
económicas están ampliando la producción. Según la Agencia Internacional de
la Energía (AIE), la producción mundial de petróleo alcanzará los 105,8
millones de barriles diarios en 2025 (2,7 millones más que en 2024) y llegará a
los 107,9 millones en 2026.

El Informe sobre la brecha de producción 2025, también de la ONU, confirma el
abismo: los países planean producir un 120 % más de petróleo, gas y carbón
hasta 2030 de lo que sería compatible con el objetivo de 1,5 °C. Mientras los
líderes hablan de una «transición energética justa», la maquinaria fósil avanza,
impulsada por ganancias multimillonarias.
Al borde del colapso
Los efectos ya son visibles. Por primera vez, en 2024, la temperatura global
superó de manera permanente la marca de 1.5 °C con respecto a los niveles
preindustriales. En camino hacia los 2 °C, el planeta se acerca a un punto de
inflexión irreversible: el derretimiento acelerado de los casquetes polares, el
deshielo del permafrost (liberando gases y patógenos milenarios), el colapso de
la biodiversidad y la destrucción de ecosistemas clave.
La Amazonía, uno de los principales reguladores climáticos del planeta,
también se encuentra al borde del abismo. Los científicos advierten que, si
entre el 20 % y el 25 % de la selva se destruye, dejará de absorber carbono y
comenzará a emitir gases de efecto invernadero. Hoy en día, ya ha perdido
alrededor del 17 % de su cobertura original. El colapso de la Amazonia
significaría el fracaso de la regulación hídrica de América del Sur, la
multiplicación de fenómenos extremos y el avance de pandemias provocadas
por desequilibrios ecológicos.
Nos enfrentamos a una crisis civilizatoria que amenaza con desintegrar
sociedades, destruir fuerzas productivas e imponer un retroceso histórico sin
precedentes.
El discurso de Lula en la COP 30
La elección de Belém como sede de la COP 30 debería simbolizar un nuevo
protagonismo ambiental brasileño. Pero el país llega al evento en medio de
contradicciones flagrantes.
Por un lado, la extrema derecha bolsonarista sigue siendo una enemiga
declarada del medio ambiente, defendiendo abiertamente la invasión de tierras
indígenas, el desmantelamiento de la legislación ambiental y la reanudación de
la «boiada» si vuelve al poder.
Por otro lado, el gobierno de Lula, aunque adopta un discurso supuestamente
«progresista», ha reforzado políticas que profundizan la destrucción ambiental.
En su discurso de apertura de la COP, Lula afirmó: «Acelerar la transición
energética y proteger la naturaleza son las dos formas más efectivas de
contener el calentamiento global. Estoy convencido de que, a pesar de
nuestras dificultades y contradicciones, necesitamos hojas de ruta para, de
manera justa y planificada, revertir la deforestación, superar la dependencia de

los combustibles fósiles y movilizar los recursos necesarios para estos
objetivos». Bonitas palabras, pero alejadas de la práctica.
¿Cómo conciliar el compromiso con la transición energética con el entusiasmo
del propio gobierno por la explotación petrolera en la Amazonía? Los estudios
muestran que, si se extrajera y quemara todo el petróleo de la región, se
liberarían entre 4 y 13 mil millones de toneladas de CO₂, equivalentes a las
emisiones combinadas de China y Estados Unidos en 2020.
Las contradicciones no terminan ahí. Lula saludó a la Amazonía y a sus
pueblos en su discurso, diciendo: «En el imaginario global, no hay mayor
símbolo de la causa medioambiental que la selva amazónica. Aquí corren los
miles de ríos y arroyos que conforman la mayor cuenca hidrográfica del
planeta. (…) Por eso, es justo que sea el turno de los amazónicos de preguntar
qué está haciendo el resto del mundo para evitar el colapso de su hogar».
Pero, en la práctica, el gobierno defiende políticas que llevan a la Amazonia
cada vez más cerca del colapso. Lula apoya la pavimentación de la BR-319,
que será un corredor de deforestación que atravesará el corazón de la selva, y
la construcción de Ferrogrão, un ferrocarril que conectará Mato Grosso con
Pará para transportar la soja de la agroindustria, atravesando zonas indígenas
y unidades de conservación. Además, avanza la privatización de las vías
navegables de los ríos Madeira, Tocantins y Tapajós, transformando los
mayores cursos de agua amazónicos en autopistas fluviales para la
exportación de materias primas.
Estos proyectos forman un paquete de bombas climáticas que amplían la
deforestación, perpetúan el modelo extractivista y someten al país a los
intereses del capital internacional.
Mientras tanto, el gobierno negocia con los Estados Unidos de Trump la
explotación de minerales críticos y tierras raras, y concede exenciones fiscales
multimillonarias a centros de datos que consumen enormes volúmenes de
energía y agua, sin ningún retorno social.
Entre el discurso y el abismo
El contraste entre el discurso verde y la práctica negacionista revela el
estancamiento estructural de la política ambiental brasileña y global. El
capitalismo, dependiente de la expansión infinita del consumo y la extracción
de recursos finitos, no puede resolver la crisis climática sin negarse a sí mismo.
La COP 30, por lo tanto, será una vez más un escaparate de promesas vacías.
Mientras los líderes posan para las fotos y proclaman compromisos, la máquina
fósil sigue girando, acelerada, lubricada por las ganancias y la retórica
«progresista».

Belém será el escenario simbólico de una elección: mantener el modelo que
empuja al planeta al colapso. El tornado de categoría F3 que destruyó una
ciudad en Paraná fue una pequeña demostración más de que el futuro ya ha
llegado. O tomamos las riendas de la historia y superamos el capitalismo, o la
humanidad se enfrentará a una catástrofe sin precedentes.

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