Recesión, guerra, aumento del precio de la energía: solo nubes en el horizonte para el capitalismo
Un hecho que llama dramáticamente la atención de amplias capas de trabajadores, no solo de los sectores más politizados, es que su condición económica y social parece haber entrado en un pozo sin fondo. Después de la Gran Recesión que estalló entre 2007 y 2009 (cuyos efectos no fueron completamente anulados por la débil recuperación económica del período siguiente) y luego de la causada, o mejor dicho, amplificada por la pandemia de Covid-19 en 2020, hoy la economía capitalista está al borde de una tercera crisis global en poco más de quince años.
Por: Alberto Madoglio
También en este caso se trata, por así decirlo, de un evento externo que actúa como detonador. Esto se debe a que las guerras, las convulsiones sociales, los desastres ambientales no son hechos accidentales, sino resultado de un sistema que antepone el lucro y la competencia desenfrenada, más allá de las consecuencias que todo esto pueda ocasionar.
Los efectos de la guerra
La brutal agresión de Rusia contra Ucrania, que comenzó el 24 de febrero, está sacudiendo desde sus cimientos el orden capitalista en nivel internacional. Y como siempre sucede, el precio que se debe pagar por estos hechos recae sobre los hombros de las capas pobres, explotadas y marginadas de la población.
Según la versión oficial pregonada por los medios de masa burgueses, antes del inicio de las hostilidades en Ucrania, la economía global salida del pico de la pandemia había emprendido el camino para resolver sus problemas de una vez por todas. En apoyo a esta tesis se traían los datos sobre el crecimiento del PIB a nivel mundial en 2021 y el aumento de la tasa de inflación que, tras un larguísimo periodo en el que se había mantenido en niveles muy bajos (inferiores a 2%), había comenzado a repuntar hacia finales del año pasado.
Estos dos datos, si se analizan más atentamente, en realidad mostraban otra cosa, a saber, que el crecimiento en los períodos de atenuación de los picos de la pandemia fue más que nada un repunte debido a los bloqueos parciales de producción previos impuestos en cada país para tratar de limitar la propagación del virus. Y el aumento de la inflación estuvo ligado a lo recién explicado, sumado al hecho de que durante muchas décadas se ha producido una desaceleración en las inversiones productivas. Así que el aumento de los precios se debió no tanto a una economía que daba señales de efervescencia, sino a que la demanda, comprimida en los meses más duros de la pandemia, una vez liberada no encontraba una oferta adecuada para ser satisfecha.
Aviso de recesión
Sin ir demasiado lejos en un análisis más general y profundo del estado de la economía capitalista internacional, centrémonos ahora en las consecuencias que esta situación está teniendo sobre el nivel de vida de millones de proletarios.
El aumento de la inflación (que está alcanzando picos que no se veían desde los años 1980) tiene como primera consecuencia una pérdida muy fuerte del poder adquisitivo de los salarios. Según un estudio de la OCDE, en lo que respecta a los trabajadores italianos, la pérdida será superior a 3%, y esta previsión podría empeorar aún más en función de cómo se desarrollen los acontecimientos bélicos en Ucrania. El rubro que más contribuye a la caída del valor de los salarios es el vinculado al costo de la energía. El alza de los precios de las materias primas ya se vislumbraba en el último trimestre de 2021 y le dedicamos un artículo en profundidad en nuestro sitio el pasado 8 de enero con un artículo titulado El impetuoso crecimiento de la factura energética: otra sangría para los trabajadores (1).
Ahora, las llamadas sanciones impuestas por las potencias imperialistas europeas al régimen de Putin, para intentar ponerlo –según ellos– en la imposibilidad de continuar con el esfuerzo bélico, combinadas con la especulación que estalló en los mercados donde se cotiza el precio del gas y de la electricidad, están provocando una subida de precios que parece fuera de control.
Según la sociedad de calificación Standard and Poor, se espera que este año la factura energética de Europa supere en mil millones el nivel previo a la pandemia. Para el banco estadounidense Goldman Sachs, la cifra en 2023 podría aumentar a 4.500 millones (un tercio del PIB continental) en caso de bloqueo total del suministro de gas por parte de Putin.
En un año, el costo del gas y de la electricidad se ha multiplicado por diez, tras alcanzar en agosto un pico 15 veces superior al del año anterior. En esta situación, la previsión sobre el crecimiento global del PIB realizada por el Banco Mundial, que prevé un crecimiento de la riqueza para 2023 de tan solo 3%, parece en realidad muy optimista.
Ayudas a las empresas, sacrificios para los trabajadores
Además de los trabajadores, las propias industrias capitalistas se encuentran en una situación de gran dificultad. En particular, las denominadas empresas energéticamente intensivas (aquellas que utilizan grandes cantidades de gas o electricidad) se ven afectadas por el crecimiento exponencial de la factura y, en muchos casos, han reducido o bloqueado su propio ciclo productivo. La industria siderúrgica es emblemática: hasta 15 acerías en el Viejo Continente, desde Trieste hasta Dunkerque, desde Essen hasta Varsovia, han cerrado sus puertas y no se sabe cuáles reabrirán y, de ser así, cuándo.
Varias multiutilidades, empresas que distribuyen energía a comercios y ciudadanos, aseguran estar al borde de la quiebra. El caso que causó más sensación fue el de la alemana Uniper que obligó al gobierno de Berlín a intervenir en su ayuda con una asignación de 15.000 millones que podría incrementarse en otros 7 en el otoño. Piénsese también en la EDF en Francia, cuyo capital está ahora 100% en manos del Estado tras una inyección de liquidez de unos 10.000 millones, que dieron los grandes accionistas privados. Todas estas inyecciones de dinero público a favor de las empresas privadas pesarán sobre los hombros de los trabajadores, a los que se les impondrán nuevas medidas de austeridad (el presidente Macron habló del fin de la era de la abundancia, sin precisar que para los trabajadores franceses esta era terminó hace mucho, si es que alguna vez existió).
Como durante el periodo más grave de la pandemia, asistimos a una batalla propagandística orquestada por el capital sobre la necesidad de hacer un frente común, patrones y trabajadores, para salir de la crisis que estamos viviendo y todos seremos llamados a hacer sacrificios para poder afrontar, una vez superados estos tiempos oscuros, una situación mejor de la que todos habremos de salir ganando.
De hecho, la realidad es muy diferente de cómo se cuenta. Mientras las empresas en dificultades se preparan para recibir ayudas públicas que les permitan salir de los pozos de la crisis, mientras los grandes bancos amasan ganancias como nunca (más de 8.000 millones en 2021 para los más grandes), mientras las empresas del sector energético, que han obtenido beneficios extras gracias a la especulación de precios, se niegan a pagar siquiera un irrisorio impuesto adicional, a los trabajadores se les imponen sacrificios como siempre. Millones de ellos siguen esperando la renovación de un contrato, en algunos casos vencido desde hace años, mientras que quienes lo han obtenido se han tenido que conformar con aumentos que solo limitan mínimamente el efecto de la subida de precios sobre su poder adquisitivo. Los salarios en Italia, que en los últimos treinta años han sido los únicos en toda Europa en caer en términos reales, se reducirán aún más.
Y el futuro no pinta color de rosa. La agencia de calificación Fitch prevé una caída del PIB de 0,7% para Italia en 2023 y anuncia que, de ser así, habrá que tomar medidas para consolidar el presupuesto público, léase otros sacrificios para los trabajadores.
Hasta qué punto la situación para el proletariado en el país es ya absolutamente insostenible lo demuestra un estudio publicado por la Fundación Di Vittorio vinculada a la CGIL. El estudio muestra que frente a los cerca de 23 millones de ocupados en Italia, 9 forman parte de lo que se denomina eufemísticamente la «área de malestar». Está compuesta no solo por los desempleados reales, sino también por millones de otros proletarios que han perdido la esperanza de obtener un empleo: los que tienen contratos de duración determinada, los trabajadores de tiempo parcial no por su elección, los que (en su mayoría mujeres) se ven obligados a a dejar sus trabajos para cuidar a miembros de su familia porque, debido a los recortes en el estado del bienestar social, las estructuras públicas no están en condiciones de absorber sus tareas de cuidado.
En los últimos años hemos asistido a un aumento constante del gasto militar, cuyo récord se había alcanzado en la época del gobierno Conte 2, apoyado por el Pd, 5Stelle y Leu, y que luego el gobierno Draghi superó aprovechando la guerra. Es más que probable que el nuevo gobierno siga en la misma dirección.
Las responsabilidades de la burocracia sindical
Sorprenden las palabras de estupor pronunciadas por Maurizio Landini, secretario de la CGIL, quien, según el diario Il Manifesto del 10 de setiembre, hablaba de: «condición inaceptable (y de la necesidad) de combatir la precariedad, el mal absoluto de estos años». Más que escandalizarse por esta situación en la que se encuentra un tercio del proletariado en Italia, debería hacer un sincero y honesto mea culpa. A lo largo de los años, el equipo directivo de la CGIL ha aceptado que en los contratos nacionales y en los acuerdos de empresa la precariedad se llevase al máximo nivel y la moderación salarial se convirtiese en un mantra intocable. Asimismo, cuando los distintos gobiernos, principalmente los apoyados por la centro-izquierda, aprobaban normas que permitían la precarización, los burócratas de Corso d’Italia se limitaban a protestas formales o a sugerir cambios destinados a limitar solo algunos aspectos secundarios de esta precarización. Landini y sus antecesores fueron campeones indiscutibles en criticar la realidad tal como era creada, sin intentar modificarla. Nunca han tratado de crear las condiciones a través de las cuales construir una movilización de masas para derrotar los planes de los patrones y sus gobiernos.
Aun cuando se han visto obligados a secundar la rabia de los trabajadores, su acción siempre ha sido canalizar este descontento hacia un ámbito más «pacífico» e institucional, creando la ilusión de que a través de la confrontación y la mediación era posible lograr los objetivos que los trabajadores pretendían. Nada de esto ha sucedido nunca: la historia vinculada a la reforma de las pensiones de 2011, la introducción del Jobs Act [la Ley de Empleos] y, más recientemente, la historia relacionada a la Gkn están aquí para demostrarlo.
Esta política dirigida a «truncar y calmar» está, sin embargo, destinada a mostrar la cuerda. Los patrones están conscientes de esto, aterrorizados de que en las próximas semanas pueda haber huelgas y disturbios como los que hemos visto en los cuatro rincones del globo, desde Sri Lanka hasta Gran Bretaña, desde Panamá hasta Haití, desde Noruega hasta Irán.
Los partidos que se enfrentaron en la campaña electoral para las elecciones del 25 de septiembre también lo saben. De palabra parecían pelearse sin tregua, pero todos –desde los vencedores de la derecha hasta los de la izquierda reformista, desde los soberanistas hasta los europeístas– están convencidos de que para salvar el país es necesario que las diferentes y en parte contrapuestas aspiraciones partidarias deben ser dejadas de lado y sacrificadas a un bien superior, que no es el de un genérico y abstracto interés nacional, sino el de permitir que la burguesía siga viendo protegidos sus intereses una vez superada la crisis otoñal.
Pero no pasará. Las tensiones que unas sobre otras se han acumulado en los últimos años, con los desastres medioambientales, el Covid y ahora la guerra, están lejos de resolverse, ni hay actualmente una vía de salida, ni siquiera en medio o largo plazo. Así como es muy probable que la clase obrera, que se ve afectada simultáneamente por los efectos de estas tragedias, esté menos dispuesta a creer en las promesas y reaseguros de políticos burgueses y burócratas sindicales.
Nuestra tarea como revolucionarios es lograr que el descontento, que a lo largo de los años ha sido contenido por diligentes bomberos, pueda finalmente salir a la superficie y manifestarse con toda su fuerza. Al mismo tiempo, la rabia y la propia disponibilidad de luchar no son suficientes por sí mismas. Es necesario construir un partido y una Internacional que sean capaces de dotarse de un programa revolucionario capaz de hacer comprender a la mayoría de los trabajadores que ninguna conquista es definitiva, ninguna mejora de su condición social es posible si no se le pone fin de una vez por todas a una sociedad fundada en la explotación y el lucro.
Hoy, más que en el pasado, la lucha por el socialismo, lejos de ser una utopía romántica, es una necesidad inmediata para evitar más dramas sociales como el que estamos viviendo.
Artículo publicado en: www.partitodialternativacomunista.org, 12/10/2022.-
Traducción: Natalia Estrada.