Declaración 8M: ¡Contra los ataques de los gobiernos y la ultraderecha mundial, independencia de clase y solidaridad internacional!

El 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer trabajadora, denunciamos la brutalidad del capitalismo en su fase de decadencia, que profundiza la explotación, la miseria y la violencia contra la clase trabajadora y sus sectores oprimidos. Las mujeres trabajadoras, especialmente las más pobres, migrantes y racializadas, son las primeras en sentir el peso de las crisis generadas por este sistema podrido.
La violencia de género alcanza niveles alarmantes. El feminicidio, el acoso sexual, la violencia doméstica y la mercantilización del cuerpo de las mujeres son expresiones de una sociedad que naturaliza la desigualdad y la opresión. La falta de políticas públicas efectivas y la impunidad, perpetúan esta condición, dejando claro que para el sistema capitalista, la vida de las mujeres trabajadoras no importa.
Las mujeres, las más afectadas por el trabajo precario, los bajos salarios y la falta de acceso a servicios públicos de calidad.
El incremento de mujeres en el mercado laboral que sufrió un retroceso importante tras la pandemia, ha continuado imparable, respondiendo a distintos factores. Por un lado, a las luchas de las mujeres con las que arrancamos a los gobiernos algunas medidas en políticas de igualdad e inclusión social. Por otro, las empresas vieron el negocio de incorporar mano de obra femenina, en condiciones laborales más precarias y en determinados nichos de mercado, para así aumentar sus beneficios.
La desregulación del mercado de trabajo y el avance en la tecnificación/digitalización del sistema productivo que expulsa progresivamente mano de obra, afecta especialmente a las mujeres, que sufrimos mayor tasa de paro, temporalidad, parcialidad, empleo informal o sin contrato y pluriempleo. La OIT señala que, a nivel global, las mujeres seguimos ganando entre un 20% y un 23% menos que los hombres por realizar el mismo trabajo. Esta disparidad salarial refleja que continúan existiendo desigualdades estructurales en el mercado laboral que afectan negativamente a las trabajadoras.
La privatización, recorte o destrucción de servicios públicos básicos en sanidad, educación, servicios sociales, vivienda etc., conlleva que la provisión de cuidados para garantizar el bienestar o incluso la supervivencia de la clase trabajadora, haya pasado a ser cada vez más una cuestión de responsabilidad individual y familiar que recae, sobre todo, en los hombros de las mujeres trabajadoras.
La doble jornada de trabajo, que combina la explotación en el mercado laboral con el trabajo doméstico, sigue siendo una realidad aplastante para millones de trabajadoras en todo el mundo. Mientras tanto, la concentración de la riqueza en manos de una minoría continúa aumentando, poniendo de relieve el verdadero objetivo del sistema capitalista y el fracaso de los discursos de quienes sueñan en poner fin a la desigualdad mediante reformas desde arriba.
Las guerras y la catástrofe ambiental en curso, nos hacen más vulnerables.
La crisis climática, impulsada por la explotación depredadora de los recursos naturales y la emisión descontrolada de gases contaminantes, afecta principalmente a las mujeres pobres, especialmente a aquellas que dependen directamente de los ecosistemas para su sustento. Son ellas las primeras que sufren la destrucción del medio ambiente, la falta de acceso al agua, la inseguridad alimentaria y los desastres naturales cada vez más frecuentes que agravan el hambre, la migración forzada y la violencia de género, exponiéndolas a situaciones de extrema vulnerabilidad. Mientras tanto, los gobiernos y las grandes corporaciones siguen priorizando las ganancias y descuidando acciones concretas para abordar la emergencia climática.
Tampoco podemos ignorar las guerras y conflictos que azotan al mundo, como el genocidio del pueblo palestino, una violencia sistemática llevada a cabo por el Estado de Israel con el pleno apoyo de las potencias imperialistas. Las mujeres y los niños palestinos son el blanco directo de esta masacre y se enfrentan a bombardeos, desalojos forzosos y la negación de sus derechos básicos.
La invasión de Putin a Ucrania, continúa cobrándose vidas y profundizando el sufrimiento de la clase trabajadora, con millones de refugiados, en su mayoría mujeres, que huyen de la destrucción impuesta por los intereses del imperialismo y la burguesía local. La connivencia de los gobiernos burgueses con estas atrocidades expone la hipocresía de un sistema que se alimenta de la muerte y la destrucción.
También en diferentes conflictos bélicos, mujeres africanas sufren todo tipo de violencias y privaciones, como es el caso de la angustiante situación en el Congo.
La crisis capitalista y el ascenso de la extrema derecha
La crisis capitalista lleva a un sector de la burguesía a profundizar las medidas para eliminar cualquier tipo de regulación laboral que pueda poner en riesgo su rentabilidad y competitividad y ampliar otras para lograr un abaratamiento aún mayor de la mano de obra, así como para achicar el Estado social. Esa agenda busca también imponer un retroceso histórico a las conquistas así sean parciales que logramos las mujeres y los LGBTQ+ en estos años.
En este contexto, la extrema derecha avanza en varios países, promoviendo discursos de odio, ataques a la democracia y la criminalización de los movimientos sociales, más allá de lo logrado por gobiernos liberales o de centro, representando una grave amenaza para la clase trabajadora y sus sectores oprimidos. El ascenso de Donald Trump en Estados Unidos, con su gobierno marcado por políticas misóginas, racistas, lgtbi fóbicas y xenófobas, son un ejemplo de esta regresión.
Las medidas adoptadas por su gobierno, que se apoyan en la defensa acérrima de la familia heterosexual tradicional y el American First, tales como el ataque al derecho al aborto, a los derechos de las personas trans, las deportaciones forzadas y el desmantelamiento de programas sociales y de diversidad e inclusión, han impactado directamente la vida de las mujeres, especialmente de las más pobres y marginadas y desde el corazón del imperialismo hegemónico, transmiten un peligroso mensaje al resto del mundo, sirviendo como justificación para la violencia .
Estas iniciativas buscan chivos expiatorios con los que desviar la atención de los verdaderos culpables de los problemas que sufrimos la clase trabajadora y sobre todo dividirnos como clase, para así poder aplicar con más facilidad, las medidas que necesitan imponer.
El “progresismo” y sus falsas políticas de inclusión
Pero no basta con denunciar a la extrema derecha. Los gobiernos burgueses que se proclaman progresistas, cuando están en el poder, también lanzan duros ataques contra la clase trabajadora. Con discursos de cambio e inclusión, implementan planes de ajuste fiscal, quitan logros sociales y empeoran las condiciones de vida de la población vulnerable o negocian frente a la presión empresarial y terminan manteniendo las políticas de recorte aplicadas años atrás. Estos gobiernos, aliados con las burocracias sindicales y los líderes traidores de los movimientos sociales, desmoralizan a la clase trabajadora impidiendo su movilización independiente, allanando el camino para que la extrema derecha gane fuerza y se presente como una falsa alternativa.
Las políticas de inmigración de Trump, no son tan distintas de las que llevan a cabo muchos de estos gobiernos europeos como el del Estado Español y la propia UE. Si EEUU tiene Guantánamo, la UE encierra a mujeres y menores migrantes en campos de detención en Turquía, Libia o Mauritania. Si EEUU amplía el muro con México, la UE lleva años reforzando los muros de la Europa Fortaleza. Si Trump utiliza los aranceles para imponer deportaciones, la UE lleva años chantajeando a los países africanos con las ayudas al desarrollo con el mismo fin.
Trump y Netanyahu hablaron sin tapujos sobre sus intenciones de expulsar a los palestinos de Gaza para construir un resort turístico y el mundo se escandaliza. Pero muchos de estos gobiernos siguen sin cortar relaciones comerciales, diplomáticas ni militares con Israel.
Solo la unidad de la clase trabajadora y su organización independiente, podrá liberar a los oprimidos del mundo
Ante este sombrío escenario, reafirmamos la necesidad de organización y resistencia. Las mujeres trabajadoras y otros sectores oprimidos de la clase no solo somos víctimas, sino que, por nuestra condición de sobre explotadas y oprimidas, estamos actualmente a la cabeza de muchas luchas. El Día Internacional de la Mujer trabajadora, no es una fecha de celebración, sino un llamado a la acción al conjunto de la clase trabajadora, con las mujeres al frente.
Es necesario construir la unidad en la lucha entre las mujeres trabajadoras, los movimientos sociales, sindicales y populares para enfrentar las políticas de austeridad, el avance de la extrema derecha y el ataque a las mujeres y otros sectores oprimidos.
En este 8 de marzo alzamos nuestras voces para decir: ¡no aceptaremos retrocesos! Lucharemos por un mundo donde todas las mujeres puedan vivir libres de explotación, opresión y violencia.
Este 8M saldremos para mostrar todo nuestro apoyo a las mujeres que en Siria, Irán y otros lugares del mundo, luchan por obtener sus derechos democráticos. Saldremos para mostrar nuestro apoyo a la resistencia obrera ucraniana en su lucha de liberación nacional.
Saldremos para decir que ¡Palestina no está en venta!, denunciar la complicidad de nuestros gobiernos con el genocidio israelí y para solidarizarnos con la resistencia palestina cuya lucha por una Palestina libre del rio al mar, es un ejemplo de dignidad.
¡Por la vida de las mujeres! ¡Por el fin de este sistema capitalista de explotación y opresión, que destruye el planeta! ¡Por la construcción de una sociedad sin explotación y sin ningún tipo de opresión¡ ¡Una sociedad socialista!
¡Viva el 8 de marzo!
¡Viva la lucha de las mujeres trabajadoras!
¡Por la solidaridad internacional entre los pueblos!
¡ Abajo el imperialismo mundial!