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Argentina

50 año de la masacre de La Plata

septiembre 6, 2025

Por Alicia Sagra

Hace 5O años que, el 5 de septiembre de 1975 que , junto a otros compañeros, vivimos las peores horas de nuestras vidas. Esa mañana al llegar al local del PST de la regional La Plata, nos enteramos de que habían aparecido 5 cuerpos en la Balandra y que 5 compañeros que habían ido a apoyar la toma de Petroquímica Sudamericana no habían vuelto. Eran el Laucha, Adriana, Hugo, Ana María y Lidia.

Hace 50 años que, junto con Susana y Graciela Zaldúa, hermanas de Adriana, salimos a recorrer las seccionales de policía buscando información, sin conseguir nada. Horas después,  con compañeros venidos del local central de Buenos Aires, se pudo identificar los cuerpos de nuestros camaradas, el del Laucha estaba terriblemente golpeado, el de Adrianita tenía 79 balazos de Itaka.

Hace 50 años, que otros tres compañeros, Diky, Orcarcito y Ana María, iban a denunciar el hecho ante una Asamblea del Ministerio de Obras públicas. No consiguieron llegar. A media cuadra de nuestro local, en la calle 8 entre 54 y 55, los interceptó un auto, delante de numerosas personas. En pocos minutos desaparecieron.   Sus cuerpos acribillados aparecieron al día siguiente cuando estábamos velando a los primeros cinco compañeros.

El marco político y social

No se puede ver la real envergadura de este crimen sin analizar el contexto en el cual se dio

A fines de los años ’60 e inicios de los ’70, la dictadura de Onganía[1] venía siendo jaqueada por las luchas obreras y populares, cuya máxima expresión fue el “Cordobazo”. Para evitar que ese proceso pudiera poner en peligro su poder, la burguesía argentina recurrió al gran caudillo popular hasta ese momento proscripto: Juan Domingo Perón[2]

Perón, desde el gobierno, logró una cierta “tregua social”, aunque no consiguió evitar totalmente la respuesta obrera a su plan de austeridad (hubo más de 30 conflictos en 1974) y no logró domesticar a las organizaciones guerrilleras que mantuvieron su guerra privada contra las FF.AA.

En 1973, López Rega, ministro de Bienestar Social y secretario privado de Perón, fundó la Alianza Anticomunista Argentina (Triple A), organización armada para policial, integrada por sectores de la burocracia sindical y sectores fascistas. Su primer objetivo fue enfrentar a las organizaciones guerrilleras. Pero ese objetivo se amplió.

La muerte de Perón (01-07-74) aceleró el conflicto social. López Rega, que pasó a ser el hombre fuerte del gobierno de Isabel Perón, intenta un autogolpe semifascista, rompiendo el gran acuerdo burgués existente.

Ese intento es derrotado por la huelga general y las grandes movilizaciones de junio-julio de 1975 que enfrentaron el brutal paquete económico conocido como “Plan Rodrigo”.

Esa lucha obrera contó con el aval de la burguesía y la burocracia que veían sus intereses amenazados por el intento lopezrreguista.

Pero cuando López Rega, derrotado, huye del país, el principal enemigo para burgueses y burócratas pasó a ser el movimiento obrero, y el principal peligro, sus crecientes luchas. Ahí aparece el famoso llamado de Ricardo Balbín, la principal figura de la oposición burguesa, a enfrentar la “guerrilla fabril”.

Planteó que se reafirma en un documento emitido por la Embajada de EEUU en Buenos Aires, el 02/12/1975[3]

La Triple A actuó con el visto bueno del gobierno peronista y del conjunto de la burguesía.

Esa definición de “guerrilla industrial”, realizada por Balbín, el y por los EE.UU, es lo que explica por qué cuando matan a nuestros compañeros La Plata era una zona liberada.

A los 5 minutos del secuestro de los últimos tres camaradas, hicimos la denuncia policial. No tuvimos ninguna respuesta. Junto con Enrique Broquen, el abogado de nuestro partido, estuvimos 3 horas esperando al Jefe de la Policía, al final nos dijeron que no se encontraba en la ciudad. Los compañeros que fueron hacer la denuncia a la gobernación se encontraron con que no estaban en la ciudad ni el gobernador ni el vicegobernador, la denuncia fue recibida por un secretario. Tampoco se encontraba en La Plata, donde residía, el jefe radical Ricardo Balbín.

Esa complicidad del conjunto de la burguesía es la causa profunda de las muertes y la explicación de por quéen estos 50 años, no se ha avanzado nada en la investigación de los hechos, ni en el castigo a los culpables. A pesar de la lucha obrera que derribó a la dictadura militar, de la constante batalla de los familiares, del Argentinazo de 2001 y de los alegatos del “Gobierno de los Derechos Humanos”, los crímenes siguen impunes.

A nuestros compañeros los vamos a vengar con la lucha obrera y popular

En dos días perdimos a ocho camaradas, entre ellos había dirigentes regionales, como Roberto, “Laucha”, Locertales, que había sido un carismático dirigente estudiantil y activista de Astilleros Río Santiago, recientemente despedido; cuadros políticos como Adriana Zaldúa dirigente estudiantil, Hugo Frigerio dirigente sindical del Ministerio de Obras públicas,  Carlos, “Diky”, Povedano dirigente sindical del Ministerio de Previsión Social; compañeros de base como Oscarcito Lucatti, Ana María   Guzner, Patricia Claverie, Lidia Agostini.

Como dijo Nahuel Moreno un año antes, el 29 de mayo de 1974, frente a los asesinados en la masacre de Pacheco: todos ellos, con sus virtudes y sus defectos, con sus diferentes roles partidarios, fueron grandes, porque grande es su partido, grande es la ideología que defienden, grande es el objetivo al que entregaron sus vidas.

A los compañeros asesinados en Pacheco los pudimos despedir con un gran acto, en donde Moreno planteó que al fascismo no se lo discute, se lo combate y llamó a las organizaciones presentes, muchas de ellas guerrilleras, a organizar una autodefensa común, de las asambleas obreras, de los locales, de los militantes. Ninguna organización respondió positivamente. Esa autodefensa común no se realizó y los asesinatos de activistas obreros y de militantes revolucionarios continuaron.

Ante la Masacre de La Plata, no pudimos hacer un gran acto para despedir a nuestros mártires, como el que hicimos un año antes por los compañeros de Pacheco, no había ninguna condición de seguridad para hacerlo.

Lo que pudimos hacer fue un pequeño acto frente a la funeraria donde los velamos, con la presencia de una nutrida delegación de obreros de Petroquímica Sudamericana y bajo la vigilancia, a 50 metros, de un Falcon Verde sin patente que hacía cuestión de hacerse notar[4]. El compañero Ernesto González habló en nombre de la Dirección Nacional para despedir a nuestros compañeros. A mí, me tocó la honrosa y triste tarea de despedir al Laucha, mi gran amigo y camarada, cuyo cuerpo sería llevado por su familia a su ciudad natal.

Ahí, además de honrar a nuestros camaradas, de dar una explicación política a los hechos, tuvimos que responder a compañeros que, dolidos por las perdidas y sufriendo la presión del guerrillerismo, preguntaban: ¿No vamos a quedar de brazos cruzados?  Respondimos diciendo que no creíamos en la venganza individual que, como decía Trotsky, la burguesía siempre puede reponer al policía o al ministro asesinado. Que íbamos a vengar a nuestros compañeros construyendo el partido y con la lucha obrera y popular y que la venganza final vendría cuando con esa lucha destruyamos al capitalismo y construyamos el socialismo en la Argentina y el mundo.

Hoy nos sumamos a la exigencia de los familiares de juicio y castigo a los culpables materiales. Pero en relación a los culpables intelectuales, la burguesía de conjunto, reafirmamos el compromiso que hicimos hace 50 años y nuestros mártires de la Masacre de La Plata les decimos: ¡Presentes, hasta el socialismo siempre!


[1] En 1966 se dio el golpe militar que impuso la dictadura de Onganía, sucedido por Levingston y Lanusse.

[2] En un artículo de la Revista de América  de marzo de 1976, decíamos: “La clase obrera impuso con su lucha la derrota de la odiada dictadura militar y llevó al gobierno al movimiento que sintetizaba para ella todas las conquistas obtenidas y la posibilidad de ampliarlas. Un objetivo exactamente opuesto para el que la burguesía llamó a Perón y que este aceptó: poner fin a las luchas obreras y salvar al capitalismo argentino (…)

[3] “El terrorismo es un hecho y una forma de vida en Argentina. Las actividades guerrilleras en las zonas rurales de Tucumán y en las zonas urbanas de Córdoba y Buenos Aires han sido objeto de comentarios en todo el mundo y de interminables análisis. Sin embargo, otra forma de guerra de guerrillas, probablemente incluso más insidiosa, y a la cual se le ha prestado –hasta el momento– muy poca atención, está en plena operación en Argentina. Es la guerra que la guerrilla industrial está llevando a cabo, que opera en la planta de producción, en el sindicato (…)”

[4] El Falcon verde, sin patente, era el vehículo usado por la Triple A en sus operativos.

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