Sáb Jul 27, 2024
27 julio, 2024

Sionismo y limpieza étnica del pueblo palestino

El sionismo político moderno surgió a finales del siglo XIX. El padre fue Theodor Herzl, judío nacido en Hungría, que ejercía en Viena, por entonces capital del Imperio Austro-Húngaro (1867-1918), la función de periodista y autor teatral. Integrado a la sociedad local, no tenía interés por el judaísmo o por cuestiones correlativas (Shlaim, 2004: 38).

Por: Soraya Misleh, publicada originalmente em 2014

El punto de partida fue, conforme relata en su obra Der Jundenstaat (El Estado judío) (1), el “Caso”, como fue conocido en Francia el caso Dreyfus. Se refiere a la acusación de traición que sufrió en aquel país el oficial Alfred Dreyfus, en 1894, por ser de origen judaico. A partir de ese acontecimiento, Herzl habría concluido que no habría ninguna esperanza de asimilación. Así, la única solución sería que los judíos viviesen en su propio Estado. Ese alegato, así y todo, es cuestionado por estudiosos israelíes (Pappé, 2007: 64).

Para asegurar la inmigración de judíos de Europa hacia Palestina, era necesario convencerlos de que la transferencia (2) hacia aquellas tierras sería el único camino para liberarse del “antisemitismo” –término que se refiere a la discriminación contra semitas–. En ese sentido, Herzl (1998: 47) vinculó, al publicar El Estado judío en 1896, la llamada “cuestión judaica” –para él, herencia de la Edad Media–, no a la religión o al aspecto social sino a un problema nacional.

Él no sugirió en la publicación exclusivamente a Palestina para su creación. En su libro, ubica la cuestión: “¿Debemos preferir Palestina o Argentina?” Su respuesta es que la “sociedad (de los judíos) aceptaría lo que le dieran, teniendo en consideración las manifestaciones de la opinión pública a este respecto” (1998: 66). En su análisis, en los dos lugares hubo experiencias exitosas de “colonización judaica”. En 1897, año siguiente a la publicación, durante el I Congreso Sionista realizado en Basilea, Suiza, que reunió a 200 delegados del Este de Europa, Palestina acabó por ser la escogida:

Ese nombre, por sí solo, sería un toque de reunión poderosamente apasionante para nuestro pueblo. (…) Para Europa, constituiríamos ahí un pedazo de fortaleza contra Asia, seríamos el centinela avanzado de la civilización contra la barbarie. Quedaríamos como Estado neutro, en relaciones constantes con toda Europa, que debería garantizar nuestra existencia (Ibídem: 66).

Herzl emprendió esfuerzos para obtener el apoyo de las élites judías y de gobernantes europeos al proyecto sionista. Según Shlaim (2004: 41), su presupuesto “no declarado” y el de sus sucesores era que el movimiento alcanzaría su objetivo “no a través de un entendimiento con los palestinos locales sino por medio de una alianza con la gran potencia dominante del momento”.

Ese socio sería Gran Bretaña, que vislumbraba a Palestina como su “futura adquisición”. Como parte de su estrategia de convencimiento, Herzl comentó que los británicos podrían beneficiarse de la creación en la región de Gaza de un “oasis sionista”, al que sería necesario llevar agua del Nilo a través de un canal (Pappé, 2007: 81). En un primer momento, ese plan fue frustrado, dada la objeción del lord inglés Cromer, que comandaba El Cairo. Herzl propuso, como alternativa, la institución del Estado judío temporariamente en Uganda, entonces colonia inglesa, para después pasar a Palestina. Lo que fue visto como traición por otros líderes sionistas como Chaim Weizmann (3) (1874-1952), toda vez que el propio idealizador del Estado de Israel había nacionalizado el judaísmo, señalando el lugar definido en el I Congreso Sionista. El plan de Uganda, consecuentemente, no fue llevado adelante. Palestina volvió a ser central en la propuesta sionista (Ídem).

Después del I Congreso Sionista, dos rabinos fueron enviados a Palestina para reconocimiento del lugar. En telegrama, ellos describieron el escenario con el que el movimiento, encaminado a crear un Estado judío en aquellas tierras, tendría que lidiar: “La novia es bella, pero está casada con otro hombre”. (Shlaim, 2004: 40). En otras palabras, los visitantes anunciaban que Palestina no era un descampado, un lugar desierto e inhabitado. Como cuenta Pappé:

En vísperas de la Guerra de Crimea (1853-1856), cerca de medio millón de personas vivían en la tierra de Palestina. Eran de lengua árabe. La mayoría era musulmana, pero cerca de 60.000 eran cristianos de varias denominaciones y cerca de 20.000 eran judíos. Además, tenían que tolerar la presencia de 50.000 soldados y funcionarios otomanos, así como de 10.000 europeos (2007: 41).

Según Shlaim (2004: 54), independientemente de la línea sionista, que incluía a los denominados laboristas, los moderados y los revisionistas –cuyo fundador fue el judío ruso Zeev Jabotinsky (1880-1940)–, prevalecía la idea de que era necesario el apoyo de una gran potencia para consolidar el proyecto sionista. Así como la necesidad de estimular la inmigración judaica y transferir a los palestinos nativos, usando la fuerza militar para ello. La diferencia era que los revisionistas consideraban esa opción explícitamente.

En su libro Expulsions of the Palestinians – The Concept of “Transfer” in Zionist Political Thought, 1882-1948 (Expulsiones de los palestinos – El concepto de “transferencia” en el pensamiento de la política sionista, Nur Masalha presenta una serie de citas de líderes sionistas que demuestran la predominancia de la idea de transferencia voluntaria o compulsiva de la población árabe local como base para la constitución de un Estado exclusivamente judío en Palestina. Según él, esa idea fue articulada desde temprano. “Theodor Herzl proporcionó una referencia previa a la transferencia, incluso antes de delinear su teoría de renacimiento sionista en su Judenstaat (Estado Judío)”, (1993: 8; traducción nuestra). Incluso, conforme Masalha, el 12 de junio de 1895, visando la transición de una “sociedad de judíos” a Estado, Herzl escribió en su diario:

Cuando nosotros ocupemos la tierra, traeremos inmediatamente beneficios al Estado que nos recibirá. Necesitamos expropiar con cuidado la propiedad privada en los Estados alineados con nosotros. Intentaremos, cuando la población paupérrima cruce la frontera, procurarles empleo en la mudanza de países; no obstante, vamos a negarles cualquier empleo en nuestro propio país. Los propietarios de tierra vendrán para nuestro lado. Ambos, el proceso de expropiación y la remoción de los pobres, necesitan ser hechos discreta y circunspectamente (Ibídem: 9; traducción nuestra).

En un diálogo entre dos pioneros del Hovevie Zion (Amantes de Sión), en 1891, también fue expuesta la idea de transferencia. Uno de ellos afirmó que la tierra “en Judea y Galilea está ocupada por árabes”. Su interlocutor respondió: “Es muy sencillo. Vamos a asediarlos hasta que se vayan. Vamos a dejarlos ir a Transjordania” (Ibídem: 9; traducción nuestra). Incluso, de acuerdo con Masalha, Israel Zangwill –creador del lema “Una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra”– presentó la remoción de árabes de Palestina como precondición para la realización del proyecto sionista (Ibídem: 10). Como indica el autor, el creador del poder militar del Yishuv (4) y primer ministro de Israel en 1948, David Ben Gurión, indicó la importancia de la idea de transferencia en varias citas, en su diario (Ibídem: 13). En una de ellas, el 12 de julio de 1937, afirmó que:

La transferencia obligatoria de los árabes, desde los valles del Estado judío propuesto, puede ofrecernos algo que nunca tuvimos [una Galilea libre de árabes], incluso cuando fuimos dueños de nuestro destino, en los días del Primer y Según Templo (Apud Masalha, 1993: 13; traducción nuestra).

También según Masalha, en carta a su hijo Amos, del 5 de octubre de 1937, Ben Gurión escribió:

Debemos expulsar a los árabes y tomar su lugar […] y si tenemos que usar la fuerza, no para despojar de sus propiedades a los árabes del Negev y Transjordania, sino para garantizar nuestro propio derecho de asentamiento en dichos lugares, la fuerza estará a nuestra disposición (Ídem; traducción nuestra).

Basándose en documentos oficiales israelíes, el historiador Benny Morris escribió, inicialmente, que la transferencia, en tanto expulsión de los árabes para la constitución del Estado judío, era central en el proyecto sionista. Posteriormente, en versión revisitada de su obra The Birth of the Palestinian Refugee Problem (El nacimiento del problema de los refugiados palestinos), afirmó que:

Es cierto, en algún grado, que la praxis del sionismo, desde el inicio, ha sido caracterizada por una sucesión de microcósmicas transferencias; la obtención de la tierra y el establecimiento de casi todo asentamiento (moshava, literalmente colonia) han sido acompañados por el (legal y usualmente compensado) desplazamiento o transferencia de un beduino original o comunidad agrícola asentada. (…) Hess, Motzkin (5), Ruppin y Zangwill, ciertamente, no pensaban en minidesplazamientos sino en una masiva, estratégica transferencia. Todavía, en la práctica, la idea era desbalanceada, en la mayoría de las mentes sionistas, por una medida de moral dudosa. Es verdad que, por lo menos hasta los años 1920 y 1930, los árabes de Palestina no se veían y no fueron considerados por nadie como un “pueblo” distinto. Eran vistos como los árabes o, más específicamente, como los “árabes sirios del sur”. Además, su transferencia de Nablus o Hebrón a Transjordania, Siria, e incluso Irak –especialmente si [fuese] adecuadamente compensada– no debería ser una formulación al exilio del hogar; “árabes” deberían meramente ser desplazados de un área árabe hacia otra (2004: 42; traducción nuestra).

Según el autor (ídem), en la primera mitad del siglo XX, ese tipo de transferencia de “minorías étnicas hacia el corazón de sus áreas nacionales” era “moralmente aceptable, tal vez incluso moralmente deseable” y sería solución para conflictos futuros. Para Morris (ibídem: 44), si durante las últimas décadas del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX los sionistas que abogaban por la transferencia no eran predominantes, a inicios de los años de 1930, el apoyo a la idea emergió entre los líderes del movimiento, y evolucionó, como resultado de las olas de revuelta árabe. Con la oportunidad abierta en 1936, según él, la cúpula sionista anunció su apoyo a la transferencia (ibídem: 46).

No obstante reconocer que las declaraciones de los “padres del sionismo” apuntan el camino de la transferencia, Morris refuta, en su obra, la idea de que el plan de expulsión de la población palestina no judía integrase la política sionista. En su concepción, la transferencia, que ganó apoyo a partir de las revueltas árabes, fue vista como camino ante el rechazo de los árabes en aceptar la división de sus tierras. Así, fue resultado de la guerra “iniciada por el lado árabe”, en 1948 (ibídem: 60).

Por su parte, Masalha apunta que fueron formados comités de transferencia que presentaron varios planes y propuestas a líderes árabes de países vecinos, con el objetivo de transferir a los palestinos no judíos en general a Transjordania, Siria e Irak, en los años 1930 y 1940 (1993: 12).

Para Walid Khalidi, la idea de transferencia de los árabes sería un eufemismo para limpieza étnica (1988: 5). El concepto fue discutido en la Comisión de Especialistas de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), en 1992. Sobre la base de las informaciones provistas por esa comisión, el secretario general presentó al presidente del Consejo de Seguridad un documento relativo a la Guerra Civil Yugoslava (1991-2001), fechado el 24 de mayo de 1994 (6). En este, consta la siguiente definición para limpieza étnica, oriunda de un “nacionalismo equivocado”: “convertir un área étnicamente homogénea, por el uso de la fuerza o por intimidación, para remover a personas de determinados grupos”. Incluso, de acuerdo con el informe, tales actos alcanzan la remoción forzada de la población civil local, en violación de la ley internacional, mediante el uso de métodos de coerción como asesinato en masa, tortura, violación y otras formas de agresión sexual; lesiones corporales graves a civiles; malos tratos a prisioneros civiles y prisioneros de guerra; utilización de civiles como escudos humanos; destrucción de propiedad personal, pública y cultural; saqueos y robos; expropiación forzada de propiedades; fuerte desplazamiento de la población civil (…) (7).

Todavía, en el informe consta que “represalias, la Ley del Talión o venganza” no sirven como justificativo a la violación de leyes internacionales y de la Convención de Ginebra. En la concepción de Pappé (2008: 19), la definición se encuadra en lo que sucedió en Palestina en 1948, año de la creación del Estado de Israel. Según él, fueron trazados planes con el objetivo de preparar las fuerzas paramilitares sionistas para las ofensivas en las áreas rurales y urbanas tras la salida de los británicos de Palestina, que quedaron con el mandato sobre aquellas tierras como botín de la Primera Guerra Mundial (1914-1918) (ibídem: 53). Los planes fueron: A (esbozado por Elimelech Avnir, comandante de la Haganah en Tel Aviv, a pedido de Ben Gurión en 1937); B (concebido en 1946); C (una fusión de ambos); y, por último, D (Dalet). Sobre los tres primeros, Pappé afirma que el propósito fue “disuadir” a la población palestina de atacar los asentamientos judíos y reprimir ofensivas (2008: 53).

Plan Dalet

El plan que selló el destino de los palestinos fue el Dalet. El nombre fue dado por el Alto Comando Sionista (Khalidi, 1988: 8). Conforme Pappé (2008: 54): “independientemente de si esos palestinos decidían colaborar u oponerse a ese Estado judío, el Plan Dalet proponía su expulsión de forma sistemática y total de su patria”. Definitivo, y el más agresivo, este fue finalizado en la reunión de los líderes sionistas en el lugar que se convertiría en el cuartel general de la Haganah, la Casa Roja en Tel Aviv –actual capital de Israel–, el 10 de marzo de 1948 (Pappé, 2008: 11). Ese plan contenía mapas indicando por dónde los grupos paramilitares atacarían cada aldea, cómo serían esas incursiones, a partir de las informaciones de cada villa, mapeadas en los años 1940:

Para elaborar el Plan Dalet, además de contar con la hospitalidad de sus habitantes, los sionistas crearon una red de colaboradores. No obstante el desprecio que sentían por esas personas, al punto de que uno de los académicos comprometidos en el montaje de ese plan –Moshe Pasternak– llegó a afirmar que sería difícil conseguir informantes entre ellas, por sus modos primitivos, al final obtuvieron algún resultado favorable a sus intentos (Pappé, 2008: 43; traducción nuestra).

El Plan Dalet fue puesto en operación por las organizaciones paramilitares Stern Gang, Irgun y Haganah. La tropa de élite de esta última, el Palmach, pasó de 700 miembros en 1941, a 7.000 en 1948. Más tarde, las tres se fundieron para constituir las Fuerzas de Defensa de Israel (Pappé, 2007: 143).

Cada brigada “recibió una lista de las aldeas que debería ocupar. La mayoría de las aldeas estaba destinada a la destrucción y, solamente en casos excepcionales, los soldados recibieron órdenes para dejarlas intactas” (ibídem: 164 y 166). La primera operación, denominada Najsón, contó con la participación no sólo de todos los grupos paramilitares sino que incorporó a judíos veteranos de guerra oriundos de Europa Oriental, y otros recién llegados. El objetivo fue la expulsión masiva de la población de las áreas rurales al oeste de las montañas de Jerusalén. La primera aldea en sucumbir en esa operación se llamaba Qastal (El Castillo) (Pappé, 2008: 129).

Así como Pappé, Walid Khalidi (1988: 8) afirma que el Plan Dalet fue ejecutado con el objetivo deliberado de expulsar a la población árabe de Palestina y destruir esa comunidad para poner en práctica el proyecto sionista de constitución del Estado judío en aquellas tierras.

Por su parte, Meron Benvenisti (2002: 126) afirma que, aunque los objetivos del Plan Dalet fuesen militares, hay controversias sobre que visase la limpieza étnica hasta mayo de 1948:

Los comandantes de las fuerzas judaicas, ciertamente realizaron algunos ataques cuyos objetivos fueron aterrorizar a los árabes para que saliesen de sus casas, pero, por otro lado, hay abundante evidencia de que la dirección judaica fue sorprendida por el alcance del éxodo e, incluso, promovió esfuerzos para persuadir a los árabes a permanecer en sus casas (Ibídem: 126; traducción nuestra).

De acuerdo con Benvenisti, hasta la creación del Estado de Israel, la transferencia de la población árabe se dio ex-post facto [como respuesta a los acontecimientos en el terreno]. La “transferencia premeditada” fue llevada a cabo a partir del comienzo de junio de 1948 (ibídem: 146).

Según Rashid Khalidi (2006: 4), el argumento de salida de los árabes, antes de mayo de aquel año, como simple subproduto de una guerra que estos perdieron, es “base para la negación de la responsabilidad por los refugiados”. Para él, esa visión ignora el hecho de que, en muchos casos, los palestinos no estaban en lucha. Ignora, también, la desigualdad de fuerzas –con el Yishuv mejor armado y organizado– (ídem). Cuando los líderes árabes decidieron enviar sus fuerzas a Palestina, tras la creación del Estado de Israel, el 15 de mayo de 1948, el contingente de personal era equivalente: en el inicio, los gobiernos árabes enviaron 25 mil soldados, pero ese número fue ampliado en cuatro veces a lo largo de la guerra, equiparándose a los efectivos movilizados por los sionistas (Pappé, 2007: 169). En aquel mes, con todo, los grupos paramilitares tuvieron auxilios importantes para equiparse mejor:

Durante la tregua en los combates, los ejércitos árabes no se reabastecieron de armamento, porque Gran Bretaña estaba decidida a observar el embargo de armas impuesto por la ONU a las facciones en guerra. Las fuerzas judaicas, por su lado, continuaron eludiendo la prohibición, importando cantidades considerables de armamento pesado de los países del bloque del Este, que desobedecieron la medida de la ONU. La paridad de la primera semana fue sustituida por una superioridad de los judíos cuando los combates fueron retomados a mediados de junio de 1948 (Pappé, 2007: 171).

El embargo británico a que los árabes se armasen, se destinó a los ejércitos de Jordania, Irak y Egipto, que utilizaban municiones inglesas (Ibídem: 168). Según Pappé:

Es de admirarse que los Estados árabes hayan conseguido poner cualesquiera soldados en el campo de batalla. Solamente a finales de abril de 1948, los políticos del mundo árabe prepararon un plan para salvar a Palestina, que, en la práctica, era un esquema para anexar la mayor área posible de su territorio a los países árabes intervinientes en la guerra. La mayor parte de esos ejércitos poseía una experiencia de guerra muy limitada y un entrenamiento muy básico cuando el mandato llegó a su fin. La coordinación entre ellos era deficiente, así como la moral y la motivación de los soldados, con excepción de un gran grupo de voluntarios, cuyo entusiasmo no bastaba para compensar su falta de pericia militar. (…) El mundo árabe, sus líderes y sociedades juraron salvar a Palestina. Los políticos no estaban siendo propiamente sinceros; es probable que los soldados y sus comandantes tuviesen un empeño más genuino en la salvación de Palestina (2007: 168).

En el caso de Jordania hubo incluso un acuerdo tácito con Israel en vísperas de la guerra, de partición del territorio (Ibídem: 178). Los líderes hachemitas, de hecho, controlarían una parte de Palestina (actual Cisjordania) hasta 1967, cuando esta pasó a ser ocupada militarmente por Israel (Tamari, 2002: 71). Juntamente con el futuro Estado judío, dividirían, incluso, el dominio de Jerusalén. Otra parte del territorio (Franja de Gaza) quedaría bajo la administración egipcia hasta aquel año (Hourani, 2007: 471).

Impulsado por la recomendación hecha por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 29 de noviembre de 1947, de dividir Palestina en un Estado árabe y uno judío, el desplazamiento de palestinos se expandió significativamente. En la narrativa oficial israelí, la salida de los palestinos se dio como consecuencia de la guerra. Para Rashid Khalidi (2006: 4) esa argumentación ignora, sobre todo, la necesidad de “transferencia” de los árabes, que constituían la mayoría de la población, para garantizar la institución de un Estado judío. Él refuta la idea difundida por la historiografía israelí tradicional de que los palestinos dejaron sus casas bajo órdenes de sus propios dirigentes. Eso fue realidad en algunos pocos casos aislados, como medida de seguridad para los habitantes; en general, mientras tanto, esos dirigentes hicieron esfuerzos –“infructuosos”– para que la población permaneciese (Ídem).

Relatos y documentos dan cuenta de las tácticas utilizadas por los grupos paramilitares sionistas. Con posesión de informaciones de cada lugar, mientras en buena parte de las aldeas hay indicaciones de que la estrategia era atacar dejando una única salida para que los habitantes salieran rumbo a países árabes vecinos; en otras, las cercaban por los cuatro lados, no habiendo como escapar. En estas, las masacres y atrocidades son descritas por historiadores como Ilan Pappé. Y sirvieron de propaganda para expulsar a los palestinos que vivían en aldeas vecinas.

Las operaciones de los grupos paramilitares privilegiaron, al comienzo, centros urbanos como Haifa, entonces el principal puerto del país, designado en la partición como lo que vendría a ser el Estado judío. La élite ya había abandonado la ciudad cuando los primeros ataques, en diciembre de 1947. En abril del año siguiente, los sionistas tomaron la ciudad, lo que culminó con el éxodo de los habitantes palestinos –que sumaban más de 50.000–. Otras grandes ciudades, como Acre y Safed, tuvieron el mismo destino. Jerusalén tampoco quedó impune. En su captura, las fuerzas sionistas condujeron treinta operaciones, siendo siete de ellas entre diciembre de 1947 y el 15 de mayo de 1948 –todas en áreas destinadas a dividir el Estado árabe– (Tamari, 2007: 75). Los barrios del lado oeste fueron atacados y ocupados en el período (Ibídem: 134-140). Según Tamari:

Los objetivos de esas operaciones eran dos: 1) limpiar el camino entre Tel Aviv, Jaffa y Jerusalén para el libre movimiento de las fuerzas judaicas; 2) limpiar las villas árabes del flanco oeste de Jerusalén de población palestina, para proporcionar déficit demográfico y un vínculo entre la propuesta del Estado judío y la ciudad de Jerusalén, conforme el Plan Dalet (Ibídem: 75; traducción nuestra).

Los británicos permanecieron en Palestina hasta el 15 de mayo de 1948 –un día después de la Declaración de Independencia de Israel–, con el argumento de que las fuerzas judías emprendieron una guerra de liberación nacional contra el mandato y la hostilidad árabe (Pappé, 2007: 178):

La pérdida de 1% de su población (judaica) encubriría el júbilo de la obtención de la independencia pero no la voluntad y determinación de “judaizar” a Palestina y de transformarla en un futuro puerto de abrigo para los judíos de todo el mundo en la secuencia del Holocausto.

Así que Inglaterra partió, los Estados Unidos reconocieron el Estado de Israel. Dos días después, le tocó a la Unión Soviética hacerlo. En la secuencia, más países dieron el mismo paso. Las consecuencias para los palestinos no fueron tomadas en cuenta (Pappé, 2007: 169). En aquel momento, dos tercios de la población árabe local fue desplazada. Aunque hubiese decenas de observadores de la ONU, conforme Pappé (2007: 214), ellos no hicieron nada al respecto. Con excepción del emisario Conde Folke Bernadotte, que propuso la revisión de la división del país en dos partes y el retorno incondicional de los refugiados palestinos. Habiendo llegado a Palestina el 20 de mayo de 1948, fue asesinado por “terroristas judíos” en setiembre del mismo año, “cuando repitió su recomendación en el informe final que presentó a la ONU” (Pappé, 2007: 214).

En conclusión, fueron tres fases de la limpieza étnica. La primera fue inaugurada en diciembre de 1947, días después de la partición recomendada por la ONU, y se prolongó hasta mayo de 1948. La segunda, entre ese mes y enero de 1949, que incluyó bombardeos aéreos indiscriminados y disparos de cañones en barrios con poblaciones mixtas. Durante esa etapa fueron firmadas dos treguas y, al final, un armisticio entre los ejércitos árabes e Israel (Pappé, 2007: 168). La tercera fase del Plan Dalet se prolongó hasta 1954. Antes, sin embargo, ya habían sido destruidas centenas de aldeas. Historiadores presentan números que varían entre 290 y 472 en total (Apud W. Khalidi, 2006: XVI). Pappé (2008: 11) presenta un número superior: 531 aldeas, además del vaciamiento de once barrios urbanos, culminando con la expulsión de 800.000 palestinos de un total aproximado de 1,2 millones. En la parte designada por la ONU al recién creado Estado de Israel, de 818.000 palestinos quedaron apenas 160.000. Más allá de las diferencias, conforme la metodología adoptada, el hecho es que el paisaje fue totalmente transformado:

Palestina se convirtió ahora en una nueva entidad geopolítica, o mejor, en tres entidades. Dos de ellas, Cisjordania y la Franja de Gaza, se encontraban mal definidas; la primera totalmente anexada a Jordania, pero sin el consentimiento o entusiasmo de la población; la segunda en un limbo, bajo un régimen militar, con sus habitantes impedidos de entrar en territorio egipcio propiamente dicho. La tercera entidad era Israel, decidida a judaizar todas las partes de Palestina y construir de un nuevo organismo vivo, la comunidad judaica de Israel (Pappé, 2007: 178).

Artículo basado en la disertación de maestría titulada “Qaqun: historia y exilio de un villarejo palestino destruido en 1948”, defendida en diciembre de 2013 en la Facultad de Filosofía, Letras y Ciencias Humanas de la Universidad de San Pablo (USP), junto al Departamento de Letras Orientales, bajo orientación de la profesora doctora Arlene Elizabeth Clemesha.

Referencias bibliográficas

BENVENISTI, Meron. Sacred Landscape – The Buried History of the Holy Land since 1948 (Paisaje sagrado – La historia enterrada de la Tierra Santa desde 1948). Traducción: Maxine Kaufman-Lacusta. California: University of California Press, 2002.

HERZL, Theodor. El Estado judío. Trad. David José Pérez. Río de Janeiro: Garamond, 1998.

HOURANI, Albert. Uma história dos povos árabes (Una historia de los pueblos árabes). Trad. Marcos Santarrita. Sao Paulo: Compañía de las Letras, 2006.

KHALIDI, Rashid. The Iron Cage: The Story of the Palestinian Struggle for Statehood (La jaula de hierro: La historia de la lucha palestina por la categoría de Estado). New York: Columbia University Press.

KHALIDI, Walid. All that Remains: The Palestinian Villages Occupied and Depopulated by Israel in 1948 (Todo lo que queda: Las aldeas palestinas ocupadas y despobladas por Israel en 1948). Washington: Institute for Palestine Studies, 1998.

KHALIDI, Walid. Plan Dalet: master plan for the conquest of Palestine (Plan Dalet: Plan maestro para la conquista de Palestina). Journal of Palestine Studies. Disponible en: http://pt.scribd.com/doc/23122101/Walid-Khalidi-Plan-Dalet-Master-Plan-for-the-Conquest-of-Palestine. Acceso: 26 de mayo de 2012.

MASALHA, Nur. Expulsion of the Palestinians: The Concept of “Transfer” in Zionist Political Thought, 1882-1948 (Expulsión de Palestinos: el concepto de “Transferencia en la verdadera política sionista 1882-1948). Washington: Institute for Palestine Studies, 1992.

MORRIS, Benny. The Birth of the Palestinian Refugee Problem Revisited, 1947-1949 (El nacimiento de la Palestina de Refugiados. Problema reiterativo, 1947-1949). Cambridge: Cambridge University Press, 2004.

PAPPÉ, Ilan. História da Palestina moderna – uma terra, dois povos (Historia de la Palestina moderna – una tierra, dos pueblos). Trad. Ana Saldanha, Lisboa: Ed. Caminho, 2007.

PAPPÉ, Ilan. La limpieza étnica de Palestina. Trad. Luis Noriega, Barcelona: Memoria Crítica, 2008.

PAPPÉ, Ilan. The Forgotten Palestinians – A History of the Palestinians in Israel (Los palestinos olvidados – La historia de los palestinos en Israel). London: Yale University Press, 2011.

SHLAIM, Avi. A muralha de ferro – Israel e o mundo árabe (La muralla de hierro – Israel y el mundo árabe). Trad. Maria Beatriz Penna Vogel. Rio de Janeiro: Fissus Ed., 2004.

TAMARI, Salim (ed.), Jerusalem 1948 – The Arab Neighbourhoods and their Fate in the War (Jerusalén 1948 – Los barrios árabes y su destino en la guerra). The Institute of Jerusalem Studies & Badil Resource Center, Second Revised Edition, 2002.

(1) El escritor Moacyr Scliar (1937-2011), quien participó del movimiento juvenil sionista, aborda el asunto en sus comentarios a la edición de El Estado judío, traducida al portugués. HERZL, T. El Estado judío. Trad. David José Pérez. Rio de Janeiro: Garamond, 1998, p. 21.

(2) El término sería usado como un eufemismo por los sionistas, según MASALHA, N. Expulsion of the Palestinians: The Concept of “Transfer” in Zionist Political Thought, 1882-1948 (Expulsión de Palestinos: el concepto de “Transferencia” en la verdadera política sionista 1882-1948). Washington: Institute for Palestine Studies, 1993.

(3) Chaim Weizmann se convertiría en el primer presidente de Israel, en 1948. Disponible en:
http://www.jewishvirtuallibrary.org/jsource/biography/weizmann.html>. Acceso: 13 de agosto de 2013.

(4) Comunidad judaica, en hebreo. PAPPÉ, I. História da Palestina moderna – uma terra, dois povos (Historia de la Palestina moderna – una tierra, dos pueblos). Trad. Ana Saldanha, Lisboa: Ed. Caminho, 2007, p. 358.

(5) Leo Motzkin, presidente del Consejo General de la Organización Mundial Sionista. Disponible en: <http://www.jta.org/1932/05/23/archive/zionist-movement-and-french-report-mr-motzkin-president-of-zionist-general-council-leaves-for-pale>. Acceso: 12 de agosto de 2013.

(6) Disponible: <http://www.icty.org/x/file/About/OTP/un_commission_of_experts_report1994_en.pdf>. Acceso: 12 de agosto de 2013.

(7) Ídem.

Traducción: Laura Sánchez

Artículo publicado originalmente en julio de 2014 por Teoria y Revolução y republicado en este mismo sitio (litci.org/es).

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