Polémica con Jessé Souza: ¿Quién alimenta más a la ultraderecha, los blancos pobres o la izquierda capitalista?
Por Hertz Dias |
Desde que la extrema derecha comenzó a crecer y muchos trabajadores rompieron con el PT, la narrativa sobre el “pobre de derecha” se hizo popular en los círculos de la izquierda. Esa narrativa fue transformada en tesis en el libro El pobre de derecha: la venganza de los bastardos, del sociólogo Jessé de Souza, publicado por la editora Civilização Brasileira.
Para Jessé, el “pobre de derecha” es el blanco pobre y de clase media del eje Sur-Sureste. También hay evangélicos negros, que, a pesar de ser más críticos con el bolsonarismo, votan a la derecha por una cuestión moral. Pero el centro de la tesis de Jessé es el blanco del eje Sur-Sureste. En este sentido, avanza en relación con las narrativas de la izquierda capitalista que culpa a negros e inmigrantes del Nordeste por el impeachment de Dilma en 2016 y por votar a la derecha.
Los argumentos de Jessé se basan en las siguientes ideas: antes de la Era Vargas, el racismo en el Brasil era explícito, lo que él llama “racismo racial”, pero con el varguismo surge la idea del racismo cordial, que sería la negación del racismo. Entonces, la diferencia entre el racismo brasileño y el de Estados Unidos sería que, entre los norteamericanos, el racismo sería más explícito, mientras que el nuestro es más velado. Así, para Jessé, el racismo brasileño fue enmascarado por un “racismo regional” que sería una forma maquillada del “racismo racial”, ya que, según el autor, el Nordeste es discriminado no por estar más próximo de la línea del Ecuador, sino por ser una región con alrededor de 80% de población negra y mestiza. São Paulo estaría en el extremo opuesto, con 80% de población blanca.
Defiende, así, una tesis similar a la que el afroamericano WEB Du Bois esbozó en su libro Black Reconstruction in America [Reconstrucción Negra en América] (1935), y que el marxista Alex Callinicos utilizó en uno de los capítulos de su libro Capitalismo y racismo para abordar la cuestión racial en Estados Unidos. Se trata de la cuestión del “salario psicológico”. Para Callinicos, el racismo genera una falsa sensación de superioridad en el blanco explotado, como compensación por sus bajos salarios, especialmente en tiempos de crisis. “El racismo ofrece a los trabajadores blancos el confort de creer que son parte del grupo dominante y también proporciona, en tiempos de crisis, un chivo expiatorio en la forma de grupo oprimido”, explica el autor.
O sea, a pesar de ser explotados por sus patrones blancos, estos blancos se sentían superiores a los afroamericanos. Como resultado, terminaron identificándose racialmente con sus patrones blancos. Marx desarrolló este mismo razonamiento sobre lo que llamó la “cuestión de Irlanda”, en la que los obreros ingleses se identificaban con su burguesía por criterios culturales y nacionales, sintiéndose superiores a los obreros irlandeses. Al final, la burguesía explotaba esta falsa sensación de superioridad para rebajar las condiciones de vida del proletariado en su conjunto.
Para Jessé, este resentimiento del blanco pobre se descarga en los nordestinos, o en los negros en general, pero también contra las personas LGBT. Este blanco pobre se identifica con los racistas, como Bolsonaro, que aparece como una válvula de escape para sus resentimientos. Por su parte, los nordestinos se identifican con gobiernos progresistas. Para fundamentar su tesis, Jessé se z\apoya en Freud y Max Weber.
Para él, los gobiernos del PT estaban tomando medidas importantes para fortalecer la soberanía del país, reducir la pobreza, enfrentar a los bancos, etc. Fue cuando la burguesía brasileña y norteamericana decidió derrocar a Dilma y crear un proyecto privatista que se dio con la ultraderecha, con Bolsonaro como gran líder y el racismo como instrumento para conquistar a esos blancos para un proyecto reaccionario. Así crece este fenómeno del “pobre de derecha”. Bolsonaro sería la personificación del blanco reprimido del Sur-Sureste, mientras el PT personificaría al negro pobre y del Nordeste. Uno expresaría la opresión, el otro el oprimido.
Muchos activistas honestos han abrazado acríticamente estos argumentos y los reproducen. Es con algunos de estos argumentos que queremos dialogar.
Las obviedades y los equívocos de Jessé
¿Existe pobre de derecha? Sí, existe y ha existido siempre desde el surgimiento de la propiedad privada y de las clases sociales. Esta no es una novedad histórica. Las ideologías burguesas siempre han estado presentes entre los pobres. Si no fuera así, el capitalismo no se mantendría en pie. En el período colonial, los señores de esclavos seguían siendo la clase dominante, apoyados en los “negros de la casa” y en los libertos, quienes, si contradecían a sus ex señores, volvían a su condición de esclavos. En São Paulo, la mayoría de los negros votaba por el reaccionario Paulo Maluf. En el Nordeste, región que Jessé presenta como progresista, la mayoría de los negros apoyaban a oligarquías ultrarreaccionarias como la familia Sarney, en Maranhão; Mão Santa, en Piauí; Antônio Carlos Magalhães, en Bahia; Jereissati en Ceará, etc. etc, etc.
Lo que se presenta como novedad histórica, es una obviedad política. Lo novedoso es el crecimiento de la extrema derecha. Y para comprender y combatir a estos grupos de manera consecuente, se necesita una explicación científica, no dogmática, no maniqueísta de la realidad, así como explicar por qué millones de pobres, sean blancos o negros, rompieron con la “izquierda”, antes de girar a la derecha. Este es un tema muy espinoso, que los defensores de la narrativa del “pobre de derecha” evitan debatir seriamente.
En 2023, la encuesta “Percepciones del racismo en el Brasil” mostró que 81% de los brasileños cree que este país es racista. Esto habría sido impensable en la década de 1980, en el apogeo de las movilizaciones de izquierda y del movimiento negro. ¿Por qué, entonces, ha crecido la influencia de la ultraderecha sobre los blancos del Sur-Sureste precisamente cuando la mayoría de la población reconoce que el Brasil es racista? ¿Qué factores explican que los mismos blancos del Sur-Sureste que en numerosas ocasiones votaron por el PT desde la apertura democrática, se hayan vuelto contra el PT precisamente después de haber ayudado a elegirlo? “¿Es posible que sucediera esto sin que el PT los atacase, los traicionase? En las narrativas de Jessé, ¡sí! Por eso, su tesis es mostrar por qué pobres votan por grupos que saben que son sus propios verdugos.
Jessé no explica por qué, desde el fin de la dictadura militar, la región del Nordeste siempre votó contra el PT. Fue así en la derrota de Lula ante Collor en 1989 y en las dos derrotas ante Fernando Henrique Cardoso (FHC), 1994 y 1998, respectivamente. ¿Cuándo cambió esto? ¿Qué factores de la realidad han cambiado? ¿Fueron los nordestinos los que dieron un giro ideológico hacia el PT, o el PT el que dio un giro fisiológico y programático hacia la burguesía nacional y las oligarquías del Nordeste?
Al cambiar el color de la piel de los objetivos, Jessé sigue los mismos pasos que quienes creen que los pobres no son más que un monte de imbéciles. Antes era el negro que quería volver a las “senzalas” [viviendas de esclavos], hoy es el blanco pobre que se ha convertido en un masoquista político de la peor especie, una “basura blanca”, tal como afirma el propio Jessé. No es casualidad que la portada del libro de Jessé muestre a un blanco pobre cortando la rama del árbol en el que está sentado.
Jessé no ve el crecimiento de la extrema derecha como parte del proceso de decadencia del capitalismo, y mucho menos del proceso de recolonización del Brasil que se viene desarrollando desde principios de los años 1990, con la expansión del agronegocio como fuerza motriz, a quienes Lula llamó “héroes nacionales”, de las innumerables contrarreformas llevadas a cabo por todos los gobiernos de la Nueva República. Jessé no entra en estos temas, porque si lo hiciese tendría que explicar qué hizo el PT en los 35 años de la Nueva República, dado que es el partido que más tiempo estuvo en el poder. Ahora bien, si el crecimiento de la ultraderecha no puede explicarse exclusivamente por los gobiernos del PT, tampoco es posible explicar tal fenómeno excluyendo de él las políticas implementadas por el partido que más tiempo estuvo en el poder. No es de extrañar que los temas morales sean, para él, más relevantes que los económicos, al punto de prefaciar su libro con el título “¡Nunca fue economía, tonto!”. Las narrativas de Jessé saltan por encima de este tema para, enseguida, quebrarse los huesos ante la realidad.
Jessé también dice que los blancos pobres no salieron a las calles contra Aécio Neves y el presidente Temer como sí lo hicieron contra Dilma en 2016. Dice: “Comparen el caso de la “Lava Jato” con el caso “Dilma”, que reunió, en las principales ciudades brasileñas, a millones de blanquitos, bien vestidos e indignados con la corrupción filmada y explícita de Aécio y Temer. En el segundo caso, ningún blanquito histérico y bien vestido salió a las calles, mientras en el primero, fueron millones a las calles” (p. 79).
¡Esa afirmación es falsa! Contra Aécio ni siquiera fue necesario, ya que literalmente se convirtió en polvo político. Contra el gobierno de Temer no solo hubo fuertes movilizaciones, sino que su gobierno enfrentó una de las mayores huelgas generales de la historia de la Nueva República, que tuvo lugar el 15 de abril de 2017. En mayo de ese mismo año se dio la Marcha a Brasília, con más de 100.000 personas y una batalla campal de cuatro horas entre la policía y los manifestantes, hecho que fue noticia internacional, pero que desaparece de las líneas del “Pobre de Derecha”. Temer estaba contra las cuerdas, golpeado por todos lados, esperando el golpe fatal: la huelga general que fue saboteada por las mismas organizaciones de izquierda que hoy integran el Frente Amplio y refuerzan la tesis del “pobre de derecha”. Y la cosa no quedó ahí. Un año después, en mayo de 2018, Temer enfrentó la que sin duda fue la mayor huelga de camioneros en la historia de este país. Aún con el desabastecimiento, la población apoyó la huelga porque quería verse libre de Temer. Pero, una vez más, la izquierda capitalista, y no los “pobres de derecha”, prefirió canalizar todo el odio de las calles en las elecciones presidenciales de aquel mismo año. ¿Y cuál fue el resultado? Bolsonaro electo.
Jessé criminaliza al blanco pobre para absolver a los gobiernos del PT
El método de Jessé de Souza para defender los gobiernos del PT es ignorar acontecimientos que son fundamentales para comprender la lucha de clases brasileña en los últimos años. Aproximarse a estos acontecimientos con sus narrativas sería lo mismo que aproximar cera al sol.
Es cierto que millones salieron a las calles contra Dilma porque la derecha convocó y la Rede Globo apoyó, pero también es cierto que Temer no fue derrocado porque el PT boicoteó. Dilma sufrió impeachment cuando contaba con menos de 10% de aprobación popular, Temer alcanzó un insostenible 3%, según una encuesta de la CNI/Ibope. Si los blancos pobres no lo apoyaban, ¿por qué diablos no desearían derrocarlo?
Ahora bien, ¿fueron cuestiones morales las que hicieron que los dos primeros gobiernos de Lula fueran altamente populares y el último de Dilma catastrófico? ¿O tiene esto que ver con el crecimiento de la economía mundial, en el primer caso, y de su declive en el segundo? ¿Alguien ha olvidado ya que Dilma dijo en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de 2014 que no se metería con los derechos de los trabajadores “aunque la vaca tosa” y dos meses después emitió la Medida Provisoria 668, que desencadenó una serie de ataques contra los trabajadores? ¿Son estos los mismos trabajadores que a Jessé le gustaría ver salir a las calles en defensa del gobierno de Dilma, so pena de ponerles la etiqueta de “pobre de derecha”?
Jessé caracteriza, correctamente, que los presentes en los actos de la derecha en defensa del impeachment de Dilma estaban compuestos en su mayoría por personas blancas, pero no hace ninguna caracterización del tipo racial presente en los actos en defensa de Dilma, y no lo hace para no caer en contradicciones. Sin embargo, la tesis doctoral “Caminos estéticos de las manifestaciones políticas callejeras entre 2013 y 2016”, del científico social Gustavo Casasanta Firmino, muestra que los actos a favor y en contra de Dilma simplemente dividieron a la clase media paulista y no necesariamente colocaron blancos pobres y de clase media de un lado y negros y mestizos del otro. Los negros pobres y los blancos pobres fueron minoría en ambos lados.
Por supuesto, no podemos descartar el peso del machismo en el desgaste del gobierno de Dilma, pero ese no fue el factor determinante de su caída. Si así fuese, ¿cómo se explica que su primer gobierno fuera más popular que los dos primeros gobiernos de Lula? Ni Jessé, ni Weber ni Freud explican estas cuestiones.
Parte de las narrativas de Jessé toma a Estados Unidos como analogía. Y en nuestra opinión, es importante mirar a Estados Unidos para comprender el crecimiento de la ultraderecha en el Brasil y en el mundo. Sin embargo, un hecho pasa inadvertido: la rebelión antirracista que tuvo lugar en ese país en 2020. Esa fue, de lejos, la rebelión antirracista más importante en la historia de Estados Unidos. En un país donde sólo 12% de la población es negra, 78% de los estadounidenses consideraban la revuelta «completamente» o «parcialmente» justificada, según una encuesta de la Universidad Monmouth. Trump, por ejemplo, se vio obligado a esconderse en el búnker de la Casa Blanca como una rata blanca acorralada.
Jorge Floyd, un ex convicto, negro, desempleado, ayudó a derrotar a Donald Trump. El sentimiento que aquella multitud afro, blanca y latina tenía hacia Trump era de odio, odio puro, nada menos que odio. Entonces, ¿cómo explicar que esos mismos blancos que habían roto con las ideologías supremacistas y con el trumpismo, que querían ver arder la América racista en llamas, cuatro años después elijan al mismo Trump con un discurso mucho más reaccionario que antes? ¿La mayoría de esos blancos votaron recientemente por Trump solo por cuestiones morales? Si es así, ¿por qué el supremacismo de Trump y de la burguesía racista estadounidense no empujaron a la mayoría de esas personas contra los actos en defensa de un agitador afroamericano del populacho asesinado por un oficial de policía blanco? ¿No hubo ataques de Biden y Kamala contra los trabajadores blancos y de la clase media en Estados Unidos? ¿Esas personas, me refiero a los blancos pobres, cambiaron de lado por una cuestión meramente moral y racial? Quien conciba estudiar la conciencia de un pueblo, de una raza o de una clase como algo lineal, que se desarrolla siempre en línea recta, sin zigzags ni contradicciones, sin base social, seguramente se perderá en laberintos idealistas. Mirar la realidad y las relaciones sociales es más confiable y ayuda a reducir el margen de error. Esto se debe a que la conciencia es tan contradictoria y dinámica como la realidad.
Creemos que es necesario mirar estos acontecimientos a través de una visión dialéctica que no contraponga las cuestiones de las opresiones –que no pueden reducirse a cuestiones morales– con las cuestiones económicas y sociales, ni subordine unas a otras, sino que las combine. Relacionar automáticamente la conciencia política de un grupo con su condición racial es tan peligroso como saltar al fuego con el cuerpo bañado en alcohol. En nuestra opinión, las narrativas de Jessé se condensan en un cuerpo teórico con quemaduras de tercer grado.
Crea conceptos, definiciones y esquemas, y luego hace un corte grosero de la realidad, excluyendo de ella hechos relevantes, para, luego, encuadrar esta misma realidad dentro de sus esquemas y conceptos preconcebidos. No nos oponemos a conceptos y esquemas, siempre que ayuden a explicar la realidad tal como es, lo que no implica encuadrar arbitrariamente una realidad dinámica y contradictoria en esquemas y conceptos previamente construidos. Así, la realidad ya no sirve para nada, así como las clases y los grupos sociales no pasan de un paisaje para embellecer tesis e hipótesis, cualesquiera que estas sean.
Usando la lógica de Jessé, ¿cómo se clasificarían los empleados públicos federales que recientemente hicieron una durísimo huelga contra el gobierno de Lula, pero que continúan apoyándolo? ¿O la mayoría de los quilombolas e indígenas que, después de casi dos años de gobierno Lula, se sienten traicionados una vez más por el PT, pero no han roto definitivamente con este gobierno? ¿Estarían estos grupos suavizando los latigazos de sus verdugos? No creemos que sea esta la definición más correcta, pero según la lógica de Jessé, la caracterización sería esa, que es prejuiciosa, ultimatista e idealista.
Jessé gira el eje racial de la narrativa del “pobre de derecha”, antes atribuida a los negros; sin embargo, mantiene a los “culpables” dentro de la misma clase, la clase trabajadora. En otras palabras, la culpa siempre la tienen los trabajadores y no sus direcciones políticas, que también desaparecen de las narrativas del “pobre de derecha”. Jessé, en ningún momento propone al PT romper con el imperialismo, con la burguesía agraria e internacional, con el sistema financiero y con sus alianzas con los partidos burgueses, incluidos los bolsonaristas. Jessé se limita a ofrecer algunos paños al PT para escurrir el hielo de la decadencia del capitalismo brasileño y del agotamiento de la Nueva República.
Poco antes de escribir este artículo, el PT se emblocaba con Arthur Lira y el PL en torno al nombre de Hugo Mota (Republicanos) para la presidencia de la Cámara de Diputados; el gobernador Rafael Fonteles (PT), de Piauí, batía el martillo de la privatización de la empresa de Saneamiento del Estado en la BOVESPA; el gobierno Lula, a través del BNDES, financiaba la subasta para la privatización de escuelas públicas por el gobierno de Tarcísio de Freitas (Republicanos-SP) y, en pleno Noviembre Negro, el PT y el PL se unieron para aprobar el Proyecto de Ley del diputado Coronel Ulises (União-AC), que endurece aún más la Ley Penal. El diputado Kim Kataguiri (União-SP), relator del proyecto, llegó incluso a afirmar: “Es la primera vez, en estos cinco o seis años que llevo en la Cámara de Diputados, que veo al Partido de los Trabajadores votando para endurecer la legislación penal, procesal penal, y la Ley de Ejecuciones Penales”. Ciertamente, no fue la primera vez, pero la pregunta sigue siendo: ¿cuántos pobres de derec ha, ya sean blancos, negros o evangélicos, participaron de estas decisiones que sólo fortalecen a la extrema derecha brasileña?
La tesis de Jessé es más o menos esta: es más fácil que el blanco pobre del Sur-Sureste se arroje de un peñasco porque se sintió seducido por el suelo donde se estrellará que que alguien lo empuje hacia el suelo. La realidad muestra que, en general, siempre hay una manito amiga que empuja a la clase trabajadora precipicio abajo, y es esa manito amiga la que Jessé torna invisible en sus narrativas acerca del “pobre de derecha”.
Traducción: Natalia Estrada.