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Crisis climática y ambiental

Ola de calor, caos climático y privatizaciones: el capitalismo del desastre en acción

noviembre 20, 2023

Por: Jeferson Choma

Sensación térmica de 52,7° en Río de Janeiro. En São Paulo, más de 40°. Efectos de una violenta ola de calor centrada entre el Sudeste y parte del Centro-Oeste, que está provocando temperaturas máximas absurdamente altas en miles de ciudades brasileñas y afectando a decenas de millones de personas.

El horno que enfrenta el Brasil es resultado directo del calentamiento global, que ha elevado las temperaturas en todo el mundo, combinado con un potente El Niño (calentamiento de la superficie de las aguas en el océano Pacífico ecuatorial), que se espera persista hasta abril.

El Niño ha provocado intensas lluvias e inundaciones en el sur del país y sequías en el norte, como vemos en Amazonas. Pero, con el calentamiento global, fenómenos climáticos como este son cada vez más frecuentes e intensos.

Según los científicos del Observatorio Copernicus de la Unión Europea, se espera que el año 2023 termine siendo el más caluroso en 125.000 años. Los datos del observatorio también muestran que el último mes de octubre fue el más caliente del mundo durante ese período.

Les guste o no a los negacionistas, el calentamiento global es una realidad e incluso los informes del Panel Intergubernamental sobre Cambios Climáticos (IPCC) de la ONU ya apuestan a que, pronto, cruzaremos el peligroso límite de 1,5 °C más que las temperaturas registradas a iicios de la Segunda Revolución Industrial, en los años 1850.

A partir de entonces, el clima podría volverse incontrolable y, con un calentamiento de más de 2°C, se podrían desencadenar muchos puntos de ruptura de la Tierra, como el deshielo del “permafrost” (la capa del subsuelo de la corteza terrestre que está permanentemente congelada) y del hielo polar; la acidificación oceánica; la transformación de la Amazonía en una sabana degradada, entre otros fenómenos que pueden retroalimentar el calentamiento del planeta.

Las privatizaciones y el clima

Los cambios climáticos producidos por el capitalismo, con el uso voraz de combustibles fósiles, son el detonante de tragedias. Están en sintonía con otra: la tragedia social que produce una inmensa desigualdad en el país, incrementada en las últimas tres décadas por el neoliberalismo.

El apagón del día 3 en São Paulo, que dejó a más de 2 millones de personas sin electricidad durante cinco días, nos ofrece una pálida idea de lo que está por venir. El apagón fue el trágico resultado de la privatización de la antigua Eletropaulo, que provocó despidos masivos, tercerización, recortes de inversiones, aumento de tarifas y, por supuesto, apagones.

Eso es la privatización. Un negocio excelente para los capitalistas (las ganancias de la Enel aumentaron de 777 millones de reales a 1.400 millones de reales, de 2019 a 2022), mientras el pueblo pobre se queda a oscuras.

Este escenario de abandono y falta de interés provocado por la privatización explica por qué la Enel ignoró el infierno que vivieron millones de personas, sin electricidad, durante cinco días, después de que una fuerte tempestad –inusual para esta época del año– azotara la ciudad de São Paulo.

Mercantilización del agua y desastre ambiental

Si la privatización del sector eléctrico resulta en un apagón de cinco días para el pueblo pobre, es fácil imaginar cómo será la privatización del suministro de agua y del saneamiento en un escenario de caos climático. Se sabe que el calentamiento global reducirá las precipitaciones en las regiones más pobladas del país, como el Sudeste, el Sur y el Centro-Oeste. Esto significa que la disponibilidad de agua será mucho menor en las próximas décadas.

Esta situación será particularmente nefasta para quienes enfrentan una mayor vulnerabilidad social. A Hasta hoy, casi la mitad del país no dispone de saneamiento básico. Según el Instituto Trata Brasil, en todo el país, alrededor de 35 millones de brasileños no tienen acceso a agua tratada y sólo 50% de las aguas residuales son tratadas.

Fueron las empresas estatales las que realizaron las obras de saneamiento que hoy existen. Sin embargo, están en la mira de los gobiernos estaduales, como la Sabesp en São Paulo, cuya privatización está siendo llevada a cabo por el gobernador bolsonarista Tarcísio (Republicanos).

En Minas Gerais, el gobernador Romeu Zema (Novo) también está invirtiendo en la privatización de la Compañía de Saneamiento de Minas Gerais (Copasa), cuyo resultado será desastroso para la población más pobre, los pequeños municipios y las zonas rurales del Estado.

La privatización del saneamiento es transformar el agua en una mercancía. La privatización garantiza ganancias para los capitalistas y un desastre para los trabajadores pobres a quienes se les negará un derecho esencial a la vida. Impedirá la universalización del saneamiento básico en todo el país.

Las experiencias internacionales negativas demuestran que la privatización del saneamiento significa caos para la población y enormes ganancias para las empresas privadas. Según el Instituto Transnacional (TNI), entre 2000 y 2019, 312 ciudades en 36 países se vieron obligadas a reestatizar sus servicios de tratamiento de agua y cloacas. Entre ellas, París (Francia), Berlín (Alemania), Buenos Aires (Argentina) y La Paz (Bolivia).

Sin embargo, la amenaza de privatización también está contenida en el Nuevo Marco Regulatorio del Saneamiento, aprobado en 2022 por el gobierno de Bolsonaro. Este año, el gobierno de Lula modificó algunas partes del proyecto, pero mantuvo su esencia privatista, que necesita ser revocada por completo.

Capitalismo del desastre y oportunidades de negocios

Esta combinación mortal de neoliberalismo y cambios climáticos ha sido denominada “Capitalismo de Desastre” por la periodista estadounidense Naomi Klein. El término fue acuñado después de que el huracán Katrina devastara la ciudad de Nueva Orleans (Luisiana) en 2005, exponiendo el racismo y la desigualdad social en el corazón del imperialismo.

Antes de la tragedia provocada por el huracán, la ciudad había pasado por otra: una terapia de choque neoliberal. Todo el sistema de diques para contener las inundaciones de la ciudad se encontraba en estado precario, sin mantenimiento. Todo el servicio de alerta y socorro en caso de un posible desastre también estaba en ruinas, sin dinero, debido a los cortes y restricciones presupuestarios. El país, que gastaba 5.600 millones de dólares al mes para invadir Irak y vender 12.400 millones de dólares en armas, se quedó sin recursos para resistir el huracán.

Pero no fue eso. Después de la tragedia, el entonces gobierno de George W. Bush siguió el consejo de Milton Friedman, el “papa del neoliberalismo”, quien escribió en el Wall Street Journal: “La tragedia también será una oportunidad”.

En los días siguientes, el gobierno otorgó varios contratos a empresas privadas para ayudar a las víctimas. La mayoría de ellas actuaban en la guerra de Irak, en la militarizada Zona Verde de Bagdad. Un ejemplo fue la Blackwater, una empresa que envió miles de mercenarios a la guerra y fue contratada para contener los “disturbios” entre la población, indignada por la parálisis del gobierno ante la tragedia. En total, se adjudicaron contratos a empresas privadas por valor de 3.500 millones de dólares.

Además, la destrucción de barrios enteros despertó la codicia del lobby inmobiliario, que aprovechó la tragedia para expulsar a la población pobre y negra de muchas regiones y construir condominios de lujo. Es el capitalismo produciendo desastres y aprovechándolos para hacer la rapiña.

El medio ambiente también es una lucha de la clase trabajadora

Mucho se habla sobre adoptar medidas para mitigar (minimizar o suavizar) los efectos del calentamiento global. Medidas preventivas, como evitar inundaciones urbanas, muertes por inhumación, sistemas de alerta meteorológicos, etc. Sin embargo, la respuesta de los gobiernos ha sido más privatizaciones, más cortes en inversiones en las áreas sociales y ni siquiera existe una política para construir la infraestructura necesaria para prepararse para los cambios climáticos.

Esta situación de vulnerabilidad se incrementa con el estado de penuria de la Defensa Civil en los Estados, con la falta de sistemas de alerta y con las terribles condiciones de precariedad habitacional que afecta a la mayoría del pueblo pobre.

Algo particularmente fatal en un país con un relieve como el nuestro, marcado por mesetas, montañas y valles fluviales, como es el caso de toda la franja costera que se extiende desde Espírito Santo, se adentra en Minas Gerais y va hasta Rio Grande do Sul, conocido como Meseta y Sierras del Atlántico Este y Sudeste. Es en esa franja donde se ubican las áreas de mayor riesgo del país y donde ocurrieron tragedias como las de São Sebastião (SP), Vale do Itajaí (SC), Petrópolis (RJ), y muchas otras.

¡El capitalismo destruye! ¡Construyamos el socialismo!

Aquí, en el Brasil, la burguesía utilizará los cambios climáticos para profundizar el neoliberalismo, privatizar más, dar más dinero a los capitalistas y a la iniciativa privada, a través de exenciones fiscales y la institución de las infames Parcerias [Asociaciones] Público Privadas (APP). En resumen, al borde del abismo, el Estado capitalista y sus gobiernos están abriendo nuevas fronteras de acumulación de capital para que la burguesía pueda lucrar con la tragedia y la muerte.

Es por eso que la lucha por el medio ambiente necesita ser tomada por la clase trabajadora, quien debe llevar esta demanda a los sindicatos, los movimientos sociales, y organizar a sus bases para enfrentar el caos climático.

La lista de exigencias es inmensa. Empieza por luchar por mejores condiciones laborales ante las olas de calor; mayor inversión pública en obras para mitigar los efectos del calentamiento; obras de saneamiento, vivienda digna y segura, y sistemas de alerta eficientes.

Pero también es necesario luchar contra las privatizaciones y por servicios públicos de calidad; exigir la reestatización de lo ya privatizado; defender la recuperación de ecosistemas y cuencas hidrográficas y, finalmente, exigir la transición energética (con la sustitución de los combustibles fósiles, como el carbón y el petróleo), a partir de la nacionalización de los recursos energéticos del país.

La demanda ambiental debe combinarse con la lucha por la soberanía nacional, con las luchas económicas y por condiciones laborales de la clase trabajadora, contra el racismo ambiental y todas las formas de opresión. Al mismo tiempo, es necesario superar el capitalismo, que lleva a los seres humanos al desastre. Es necesario construir una sociedad socialista, basada en la propiedad social de los medios naturales de producción, para que pueda florecer una nueva racionalidad ecológica y armonizar las fuerzas productivas con la naturaleza.

Artículo publicado en www.opiniaosocialista.com.br, 13/11/2023.-

Traducción: Natalia Estrada.

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