Mar Abr 16, 2024
16 abril, 2024

Manifiesto de Rebeldía: La juventud trabajadora condenada por el capitalismo puede derrotar el sistema

Las generaciones jóvenes han recibido diversos rótulos a lo largo de su vida. Tras el estallido de la crisis económica mundial en 2008, a los jóvenes se les empezó a llamar ni-ni (ni estudian ni trabajan), y con la profundización de la crisis se convirtieron en los ni-ni-ni (que tampoco buscan un trabajo). En la pandemia fueron muchos los nombres que nos ganamos: generación perdida, generación desamparada, generación covid, generación confinamiento. Los títulos son diferentes, pero todos expresan una idea de fondo: las generaciones más jóvenes se caracterizan por una profunda impronta de fracaso y sensación de derrota. Las razones que llevan a esto son varias.

Por: Rebeldia – Juventud de la Revolución Socialista (Brasil)

Nuestra sensación es que estamos viviendo varios hechos históricos al mismo tiempo. Pandemia, guerras, crisis y un mundo calamitoso. Y también queda un sabor amargo en la boca: precisamente cuando somos jóvenes en el mundo, además de todas estas cosas, nuestras perspectivas son muy bajas: un título no garantiza un trabajo, comprar una casa está fuera de discusión, conseguir un trabajo formal es un lujo, y mientras tanto el medio ambiente está siendo devastado y parece que el planeta se está cayendo a pedazos.

Es inevitable que nos preguntemos: ¿cómo será el mundo mañana? Y nuestro futuro, ¿puede ser mejor? ¿Hay alguna posibilidad de que la marca de nuestra generación no sea el fracaso?

Nuestra pesadilla actual en el Brasil tiene nombre, y se llama Bolsonaro. El responsable de convertir la pandemia, que ya es una tremenda tragedia, en una verdadera catástrofe nacional. Sin embargo, el problema solo comienza con Bolsonaro, porque en realidad él mismo es consecuencia de un problema mucho mayor: el capitalismo en general y su funcionamiento en el Brasil, en particular.

La vida de la juventud en el caos capitalista

Ser joven hoy en el Brasil y en el mundo significa tener varias pesadillas. La preocupación permanente de cómo vivir sin educación y sin trabajo. La lucha diaria solo por existir, por mantenerse con vida, contra la violencia policial, el racismo, el machismo y la LGBTfobia, que matan a tantos jóvenes. Todo incluso se combina con un planeta que está a punto de ser destruido. Y no, no estamos exagerando.

La preocupación con el medio ambiente es que incluso si la humanidad detuviera de inmediato toda la destrucción, aun no seríamos capaces de revertir todo el daño que ya hemos causado. Por lo tanto, preservar el medio ambiente se choca con el nivel brutal de destrucción que provoca el capitalismo y nosotros debemos hacer todo lo posible para parar esto ahora, salvar lo que todavóa puede ser salvado y así tratar de recuperar el planeta. De lo contrario, toda la vida humana en la Tierra está en cuestión.

Los jóvenes somos los que más tiempo nos vamos a quedar aquí. Por eso para nosotros el futuro no es solo palabrería, se trata de lo que viviremos dentro de unos años y a lo largo de nuestra vida. No es de extrañar que estemos cada vez más enfermos mentalmente, por el estrés, la ansiedad, la depresión, que son como ruinas internas. Estamos colapsando por dentro, en un mundo que se está destruyendo por fuera.

Pero, por supuesto, hay jóvenes que no necesitan preocuparse con esto. Son aquellos que tienen condiciones de vivir en el lujo, incluso en medio de una barbarie creciente. Mientras algunos están en la cola de los huesos, otros viajan en un auto volador. Los ricos no se preocupan por el medio ambiente, porque se benefician con ello y quienes serán perjudicarán primero, por supuesto, son los pobres. No les importa la violencia y el riesgo de la vida, porque de hecho si eres hombre, heterosexual, blanco y rico, siendo joven con dinero, tus riesgos se reducen a cero.

Los viejos ricos les dicen a los jóvenes que no se preocupen por nada de esto. Crecimos escuchando que basta con estudiar, trabajar y esforzarse para tener una buena vida. Que la clave del éxito está en nosotros mismos, y, por tanto, lo único que falta es dedicación. Pero ahí está el problema. Cuando miramos la situación del empleo y la educación de los jóvenes, las cosas son aún peores. El problema de esta sociedad insalubre de hoy se demuestra claramente en este caso.

En lugar del sueño de ascenso social, la realidad de la degradación capitalista

El drama de la vida de los trabajadores jóvenes es que necesitamos trabajar, tener nuestro primer trabajo, y no podemos. Los capitalistas tratan de ocultar que estamos atrapados en una lógica infernal: no podemos conseguir trabajo porque no tenemos experiencia, y no tenemos experiencia porque no tenemos trabajo.

El desempleo entre los jóvenes es absurdo: para quienes tienen entre 14 y 17 años, 46% está buscando trabajo. Para aquellos entre 18 y 24 años, el desempleo es de 31%. Sin mencionar el desempleo entre las mujeres, que batió récord en 2021, y el desempleo entre negros y pardos, que también es más alto. Y así es para los jóvenes de todos los rincones del mundo.

Cuando no estamos desempleados, estamos en los trabajos más precarios o en los informales. La excepción es tener un contrato formal y derechos. El capitalismo ha creado una palabra para enmascarar estas perversas relaciones laborales: emprendedorismo. Un repartidor o conductor de Uber es «socio» de la empresa, un trabajador del Subway es un «artista del sándwich», un operador de telemarketing es un «experto en servicios» y «colaborador». Todo para enmascarar que, sin importar la empresa, sin importar el país, en realidad existe un profundo abismo entre nosotros y ellos.

Es principalmente a través de la ideología meritocrática que el sistema nos dice que solo tenemos que esforzarnos y “lo lograremos”. Si el esfuerzo individual fuera suficiente para tener una buena vida, tendríamos muchos jóvenes trabajadores creciendo en la vida, ya que son guerreros, batalladores, que ayudan a mantener su hogar, a veces haciendo varios trabajos ocasionales y trabajando en varios turnos.

Entonces, dicen que para competir por un lugar en una posición ventajosa, necesitamos destacar, estudiar y tener experiencia. Pero, ¿cómo vamos a obtener experiencia para el trabajo si no tenemos primero el trabajo? Además, lo que precisaríamos para destacarnos en la entrevista de trabajo, que es la formación y una buena educación, no existe para los jóvenes trabajadores.

Los hijos de los ricos tienen acceso a todo lo mejor en educación: tecnologías, plataformas en línea, sistemas internacionales, para capacitarse y explotarnos más y mejor en el futuro, tomando posiciones de mando en la economía y la política del país. Para nosotros, los jóvenes trabajadores, la educación solo significa la posibilidad de vender para ellos nuestra mano de obra por un precio ligeramente mejor.

Desafortunadamente, tener acceso a la educación no resuelve el problema de los bajos salarios, no garantiza buenos empleos y no resuelve la desigualdad social. Atrás quedaron los días en que tener un título significaba tener nuestras vidas resueltas. Una encuesta realizada por la FGV Social demostró que en los últimos diez años ha habido un aumento de 27% en los años de estudio de la población de la mitad más pobre del país, pero el ingreso de esta misma porción de la población ha disminuido en 26,2%.

La lógica de la competencia entre los trabajadores para sobresalir en la búsqueda de empleo es una lógica cruel, en la que siempre hay que dejar a alguien fuera para que el sistema siga funcionando y dando ganancias. En el capitalismo no hay lugar para el ascenso social de todos. Solo una parte alcanza algún grado de realización profesional que lo lleva a tener una vida más o menos estable. Y una ínfima minoría logra individualmente algún nivel de ascenso social, no comparable a cuánto los ricos se hacen más ricos. ¿Por qué no podemos trabajar duro para satisfacer nuestras necesidades y construir una buena vida para todos, en lugar de obtener ganancias para un puñado de gente?

Es claro que necesitamos educación, y tenemos derecho a tener acceso al conocimiento producido y acumulado por la humanidad. Pero la educación por sí sola no es suficiente. Los jóvenes con títulos universitarios, incluso aquellos con maestrados y doctorados, tampoco encuentran trabajo hoy en día. Y no basta solo con tener un empleo porque falta empleo digno, salario decente. E incluso eso, nunca será para todos.

Entonces, ¿cómo salir de esta espiral? ¿Qué necesitamos hacer? ¿Qué tipo de medidas requerimos para resolver nuestra situación?

La primera medida es más y mejor educación para los jóvenes trabajadores. Tomemos dos datos: la tasa de alfabetización, y los resultados internacionales del PISA (un ranking internacional de educación elaborado por la OCDE). Veamos la tasa de alfabetización en todo el mundo. Los lugares con la tasa más alta son Europa y América del Norte, mientras que las tasas más bajas se encuentran en África y partes de Asia. Lo mismo se repite para el resultado del PISA. Ahí ya empezamos a ver que, no por casualidad, los lugares con mejor alfabetización y educación, de mayor calidad, son los países imperialistas, y los que tienen los peores son los coloniales y semicoloniales.

¿Qué nos dice esto? Que en diferentes países la burguesía necesita diferentes sistemas educativos para apoyar su modo internacional de funcionamiento. Mientras en los países imperialistas esta necesita educación de punta para formar a aquellos trabajadores que liderarán el desarrollo de la tecnología más avanzada, en países como el Brasil eso no es necesario, sino solo enseñar a los trabajadores lo básico para que puedan ser explotados y sobrevivir, y, además, enseñar como ser “resilientes” y soportar las presiones extremas del mundo del trabajo en el que vivimos.

Por eso la educación en el Brasil funciona como funciona, es la medida exacta de la necesidad de educación dada nuestra posición internacional. En el Brasil y en todo el mundo, en los países coloniales, semicoloniales e incluso en los imperialistas, la verdad es que la educación y el desarrollo tecnológico están subordinados a los intereses de los ricos. Incluso pueden tener centros de excelencia, pero para la gran masa el conocimiento se pone a disposición para que podamos cumplir con nuestro papel como trabajadores. La burguesía garantiza tanta educación como sea necesario para seguir lucrando, de acuerdo con como funciona cada país.

Para tener un Brasil más alfabetizado y con más educación de calidad, ¿qué se necesita? Lo primero es la inversión, pero para eso necesitamos atacar las ganancias e intereses de la burguesía en relación con el presupuesto. Sin embargo, no es solo eso, porque como necesitan una educación limitada para servir a sus intereses, solo invierten en lo que dará rentabilidad a un Brasil exportador de commodities y materias primas. Sin cambiar nuestra desindustrialización, nuestro sometimiento al imperialismo y a la burguesía, no hay forma de tener una educación de calidad para todos.

La segunda medida que necesitan los jóvenes trabajadores hoy en día sería empleo con buenos ingresos. Para lograr esto, ¿qué tenemos que hacer? ¿Cómo sería posible garantizar 100% de la población empleada, si la burguesía se beneficia del desempleo? Veamos: si hay una gran masa de desempleados, ellos pueden bajar el salario de todos, y aun así mantener a raya a los que están empleados, a través del acoso y la imposición del miedo.

En una sociedad sana, frente a la miseria y el hambre de una parte de la población, ¿no tendría sentido crear una forma en que más personas pudiesen estar empleadas y tener ingresos? Por ejemplo, si se redujesen las horas de trabajo de todos por día, para emplear a más personas, y los salarios aumentasen de acuerdo con la inflación. Del modo en que funciona la sociedad actual, ¿hay alguna forma?

Entonces, ¿es posible garantizar los derechos que necesitamos para vivir una vida más digna y humana? Sí, sería posible. ¿Qué nos impide hacer estos cambios? La pregunta fundamental no es si es posible hacerlas, sino: ¿cómo hacerlas? Nuestra lucha por una educación pública de calidad, por tener acceso a la acumulación científica y tecnológica, así como la lucha por el empleo y los salarios, deben estar ligadas a quitar todo eso de las garras de la burguesía, que es la que impide el pleno desarrollo de todo para los trabajadores.

Sacarlo de las garras de la burguesía significa atacar la propiedad de los ricos, que asfixia no solo la producción sino también el propio desarrollo científico y educativo. La burguesía brasileña, socia menor del imperialismo, prefiere renunciar a cualquier tipo de autonomía en favor de ganar unos cuantos dólares más del imperialismo. O los trabajadores, que no tienen nada que perder más que sus cadenas, que son los verdaderos beneficiarios de estos cambios y que, juntos, representan una fuerza capaz de garantizarlos, atacan la propiedad de la burguesía, o el mundo seguirá girando como es hoy.

Brasil va cuesta abajo

Para cambiar eso, es necesario saber cómo el Brasil llegó aquí. El capitalismo ha ido acelerando su decadencia, especialmente desde la crisis de 2008. Esto es sin duda parte de la explicación de nuestra situación actual. La decadencia capitalista se ha venido gestando como una crisis política y social en varios países, y hoy tenemos incluso un agravante: la pandemia, que abrió un momento de más crisis y recesión y no hizo más que empeorar la situación anterior.

Por eso la situación de los jóvenes y trabajadores es muy similar en muchas partes del mundo. Sin embargo, es cierto que una parte de la juventud siente todos estos procesos con mayor agudeza. En particular, los jóvenes trabajadores de los países semicoloniales. ¿Que quiere decir esto?

En la división internacional del mundo, existen algunos países con tecnología de punta, una industria altamente desarrollada, que incluso logran brindar una mejor calidad de vida a los trabajadores del país en su conjunto. Sin embargo, esto solo es posible porque existen, del otro lado, países semicoloniales, cuyo papel es proporcionar materias primas y mano de obra para que los países imperialistas puedan mantener su economía funcionando. A los trabajadores de los países semicoloniales, como el Brasil, les es reservada la penuria, que es necesaria para que los países más ricos del mundo, como Estados Unidos, mantengan su dominación. Estados Unidos, que explota nuestro país, lo utiliza también como sirviente de sus intereses en América Latina.

Esta forma de funcionar del mundo, con este proceso de recolonización, impacta en todos los sentidos y también en las relaciones de trabajo. Por ejemplo, la regla del capitalismo hoy en día ya no es garantizar trabajo formal para todos, con un contrato formal. Los nuevos paradigmas apuntan a relaciones laborales precarias, trabajo a destajo, tercerización. El uso de la tecnología, en lugar de representar una mejora en la vida, significa empeorar el trabajo y despedir personas. En el capitalismo, aun lo que es avance técnico y científico, en la práctica significa más sufrimiento para nosotros, decadencia, y destrucción del medio ambiente.

Como ejemplo de esta tendencia mundial en las relaciones laborales, tenemos la uberización. El nombre hace referencia a Uber, pero sirve como explicación general de cómo funciona el trabajo. Es una de las medidas de que se utiliza el capitalismo para lucrar e intentar superar la crisis de 2007.

Uber, una empresa estadounidense, explota a muchos trabajadores en todo el mundo a través de una plataforma digital. Estos trabajadores ni siquiera son reconocidos por la empresa como sus empleados, y no reciben un salario regular sino de acuerdo a la cantidad de corridas que realizan. Esto es lo que llamamos trabajo a destajo. Aquí vemos los nuevos factores de recolonización: uso de la tecnología 3.0 y 4.0 para explorar más, transferencia de ganancias de los países semicoloniales a los países imperialistas, relaciones laborales muy malas.

Y, así, la película en su conjunto es un Brasil cada vez más desindustrializado, sobre todo desde la década de 1990, que hace que los trabajadores necesiten buscar trabajo en servicios. Trabajos estos, cada vez más precarios y uberizados, y más ahora con el uso de las nuevas tecnologías. Los países imperialistas, con EE.UU. a la cabeza, dan la “solución” para el empleo, pero desollan el cuero de los trabajadores del Brasil y de los países semicoloniales. Aquí, cada vez más empobrecidos; allá, ellos garantizando su lucro y el dominio mundial con nuestro sudor, con la anuencia de la burguesía de nuestro país. Burguesía nacional sumisa que se gana la vida siendo su felpudo.

Si en el Brasil la dictadura militar fue una desgracia, con un capitalismo autoritario y sin derechos democráticos mínimos, aún con las conquistas democráticas la vida mejoró muy poco. Porque no basta con cambiar el régimen político, es necesario cambiar el sistema. Desde la redemocratización con el fin de la dictadura militar en 1985, ya experimentamos con gobiernos de diferentes matices en el Brasil. Tuvimos a Sarney y el caos de la inflación; Collor con sus escándalos, neoliberalismo y caras pintadas; FHC y PSDB profundizando en los planes del neoliberalismo; Lula y Dilma implantando el neoliberalismo con un rostro más humano y terminando sus gobiernos en una tremenda desmoralización; luego Temer con un rechazo absoluto, y finalmente Bolsonaro.

Ya tuvimos gobiernos liberales, llamados de izquierda, de derecha, de ultraderecha, de todos los tipos, pero ninguno rompió con esa lógica de funcionamiento del mundo. De hecho, la situación de caos y calamidad para los trabajadores que vemos en el país es el resultado más puro de este exacto funcionamiento: recolonización, uberización y rapiña imperialista. Los momentos de crisis, como el de 2007 o la pandemia, empeoraron una situación que ya existía. Pero la verdad es que incluso la estabilidad del capitalismo no es más que un intervalo entre crisis. Crisis que son engendradas por el sistema y también sostenidas por él para que los capitalistas, sobre nuestras espaldas, compitan entre sí por más poder, dinero e influencia.

Para defender nuestros derechos necesitamos enfrentar a Bolsonaro y el capitalismo: la disputa en juego en el Brasil

Bolsonaro quería aprobar en nuestro país el mayor plan de privatizaciones de la historia del mundo. Eso significaría vender más de 100 empresas estatales, recaudar 200.000 millones de dólares, y en solo tres años su ganancia ya superaría esa cantidad. Un entreguismo absurdo, prácticamente dando el país en manos de los EE.UU. A pesar de parecer un nacionalista verde-amarillo y decir que quiere al Brasil por encima de todo, en realidad para él es el capitalismo por encima de todo, con el Brasil y la riqueza nacional en manos del imperialismo.

Nuestra urgencia hoy es derrotar a Bolsonaro, por todo su proyecto político, incluido este aspecto de profundizar la recolonización y el saqueo del país. Pero no basta solo con derrotarlo, también es necesario cambiar el sistema, porque mientras haya capitalismo, habrá Bolsonaros, eso es lo que nos muestra la historia.

Por lo tanto, la disputa en juego en el Brasil es muy profunda. Nosotros defendemos toda unidad de acción, en la lucha y en las calles, para luchar por el derrocamiento de Bolsonaro. Sabemos la amenaza que representa. Le gustaría dar un golpe de Estado e instaurar una dictadura en el país. Hoy por hoy, no tiene fuerzas para eso, la burguesía está dividida y la mayoría no apoya algo así. Es que la burguesía no tiene ningún apego con la democracia, no se mueve por principios ni por valores, y si en algún momento necesita endurecerse para defender sus intereses, seguro lo hará.

Las instituciones dicen que defienden la democracia. STF, Congreso, Fuerzas Armadas, jueces, medios de comunicación. Solo que capitulan a Bolsonaro, realmente no enfrentan de verdad el golpismo. Esperan el sentido común, con cartas y frases llamativas. Aunque no existan las condiciones para consolidar un golpe, nada impide que Bolsonaro intente hacerlo. Entonces, precisamos derrotarlo, y todo este sector es incapaz de hacerlo. Si la especulación sobre un proyecto autoritario está de moda, ¿de qué manera tenemos que socavar cualquier posibilidad de que llegue a buen puerto?

Ante este escenario, la izquierda resurge con la “fórmula mágica” para solucionar todo. Dicen que votar por Lula-Alckmin es la única manera de derrotar a Bolsonaro y ese proyecto autoritario. Pero esto no ayuda a derrotar la amenaza golpista, porque depositan su confianza precisamente en otra parte de la burguesía, desmoralizando a los trabajadores. Quieren que votemos por Lula con el proyecto más rebajado y a la derecha de la historia del PT. E incluso con Alckmin, quien hasta ayer era uno de los principales antagonistas de la izquierda, y enemigo declarado de los trabajadores, de los jóvenes que ocuparon sus escuelas y luchan en defensa de la educación, de la juventud negra que sufre con el genocidio y el encarcelamiento.

Para derrotar este proyecto dictatorial de Bolsonaro, no se puede confiar en ninguno de ellos. La lucha contra una amenaza golpista solo puede partir de la clase trbajadora. Necesitamos organizar la autodefensa de la juventud y los trabajadores ahora. Eso significa: organizarnos para defendernos contra la policía y contra las milicias parapoliciales bolsonaristas. Además, también necesitamos un programa independiente que no nos convierta en rehenes de los intereses de la burguesía.

En el Brasil, parte de la disputa entre la “izquierda” y la “derecha” gira en torno a las polémicas antes mencionadas: si el Estado intervendrá más o menos en la economía, si tendremos más o menos privatizaciones, etc. Bolsonaro y el PT-Lula tienen posiciones diferentes sobre los más variados temas. Como otros candidatos electorales, como Ciro Gomes, también los tienen. Pero todos ellas están dentro del mismo margen: el capitalismo.

El PT, por ejemplo, sobre la Petrobras, dice que tiene que servir al pueblo brasileño y no a los accionistas. No es “escrachado” como Bolsonaro, aunque no dice que va a estatizar más de 50% de la empresa que es privada. Y durante sus gobiernos, la Petrobras sirvió a los accionistas y no al pueblo. Tampoco dice que estatizará ningún otro sector ya privatizado. Incluso duda en relación con la Reforma Laboral, que fue la que le dio espacio a empresas como Uber e Ifood para sacarnos el pellejo por aquí.

Veamos el proyecto del PT para la educación. Defienden más inversión, con el objetivo de que la educación, la ciencia y la tecnología estén al servicio de la construcción de un país más capitalista. Desarrollar el Brasil para que se reubique en la disputa imperialista mundial y gane la delantera. Pero, para que existan los países más poderosos, deben existir los más débiles y los más explotados. Entonces, ¿el proyecto del PT es que el Brasil se convierta en una potencia imperialista, de modo que, en lugar de “simplemente” jugar el papel de los EE.UU. en América Latina, también seamos el propio imperialismo en la región?

Y todavía hay un problema mayor. Nosotros también queremos desarrollar el país, la ciencia y la tecnología. La educación, por ejemplo, puede ser un camino para el desarrollo del país, es cierto. Sin embargo, lo hemos visto antes, ¿quién va a hacer eso? ¿La burguesía brasileña, que es socia menor del imperialismo? Porque para hacer eso es necesario chocarse con el funcionamiento mismo del sistema y la ubicación del Brasil en ese sistema. ¿Qué sector de la clase dominante brasileña hará esto?

La diferencia entre todos ellos, entonces, se podría resumir de una sola forma: a qué sector de la burguesía fortalecerá más el proyecto de país de cada uno. Para ninguno de ellos el problema es la burguesía en sí, sino qué sector de ella lleva la ventaja. Por eso, en el escenario electoral de 2022 se presentan diferentes candidaturas, pero podemos resumirlo todo en dos proyectos: los que defienden el capitalismo y el mantenimiento de la burguesía, y los que, como nosotros, defienden un proyecto de ruptura, un proyecto socialista.

¿Y cómo podría producirse esta ruptura con el sistema? Tomemos la situación de Uber, Ifood y aquellas empresas que están cerca de convertirse en grandes monopolios en el sector del transporte. ¿Cómo sería si, en lugar de que el patrón fuera un aplicativo, que es básicamente un grupo de trajeados sentados en una oficina lejana, quienes controlaran la empresa fueran los propios repartidores y conductores? El problema es que, para eso, no basta una ley. Si solo nos atenemos a las leyes, ni siquiera se garantiza el derecho de ser considerados empleados de la empresa y dea tener su propio sindicato.

Entonces, es necesario que los trabajadores tomen para sí las empresas, garanticen su control a través de un Estado que sea de ellos y así garantizar que la ganancia de la producción pueda ser reinvertida en la propia empresa y en la sociedad, en lugar de terminar en el bolsillo de una persona con el único objetivo de enriquecerla aún más.

Y entonces, ¿cómo hacemos para tener ese control al estatizar las empresas? Puede ser que, en un escenario de extrema radicalización, este derecho se logre a través de la lucha, en las calles, a través de la movilización, de una huelga. Pero, ¿cómo hacemos que esto se generalice y todas las empresas más grandes del país, los bancos, todos los monopolios, también pasen a nuestras manos? Haría falta un proceso gigante de luchas, extremadamente radicalizado, que si llegara a este nivel, de hecho sería ya una insurrección revolucionaria. Y entonces nos daríamos cuenta de que, para controlar de manera efectiva estas empresas, necesitaríamos no solo expulsar a los CEOs y accionistas y trajeados, sino también tomar el poder político en nuestras propias manos.

A esto nos referimos cuando hablamos de revolución y socialismo. No tiene nada que ver con Cuba, China, Venezuela, donde no son los trabajadores los que están al frente de los destinos del país sino una casta burocrática que gobierna el capitalismo, llamándolo socialismo. Somos revolucionarios y socialistas porque queremos acabar con el capitalismo mediante una revolución de los explotados, los oprimidos, los pobres y los hambrientos, en la que todos se rebelen en un proceso de lucha ultraradicalizado. Y si llegamos a ese nivel, el siguiente paso es sacar a la burguesía del comando del Estado burgués e instaurar un Estado obrero y socialista.

Esa es la profundidad de lo que está en juego en el Brasil este año. Por eso apoyamos a Vera como candidata a la Presidencia de la República. Una trabajadora, de clase obrera, la primera mujer negra en postularse a la presidencia del país. Que defienda la derogación de las reformas que atacan al pueblo; que defienda la expropiación de las cien empresas más grandes en el Brasil, o sea, que pasen a nuestras manos; que defienda que expropiemos a los 315 multimillonarios del país. Por eso apoyamos las diversas candidaturas del PSTU en todo el país, junto con el Polo Socialista y Revolucionario. Creemos que ellos serán los únicos que defenderán este programa que presentamos.

Sabemos que las elecciones van a cambiar muy poco, pero esta disputa por el poder se presenta en el programa que defiende cada candidato. Entonces, cada voto en el PSTU es un voto menos para que la burguesía se siga fortaleciendo. Pero no solo eso: es un voto que fortalece este proyecto alternativo de poder, este proyecto de construcción de una sociedad diferente, contra el sistema capitalista y en defensa del socialismo.

¡Organiza tu Rebeldía para hacer la revolución y construir el socialismo!

Cada generación de jóvenes está marcada por algún paradigma. Para los jóvenes del Mayo del 68 francés, los vientos que resonaban eran ciertamente los de la libertad. Sin embargo, al mismo tiempo, el Brasil era atravesado por una dictadura militar, que fue incluso una reacción de la burguesía no solo a los acontecimientos nacionales sino a la misma ola del Mayo francés que se extendió por el mundo, construyendo Woodstocks, Stonewalls y luchas contra los gobiernos. Ser joven en 1964, en el Brasil, significa haber lidiado con estos elementos progresivod de fuera del país, pero con el sabor amargo de la censura y la represión. Sin embargo, cuando llegó la década de 1980 y el fin de la dictadura, el futuro de los jóvenes era un mar de posibilidades.

Hay varios elementos contradictorios que interactúan entre sí, formando las condiciones sociales, políticas, económicas y psicológicas que marcan cada generación. Todos estos hechos influyen en la visión que cada generación tiene de sí misma, y ​​la visión de su propio futuro: ¿nuestro futuro será mejor o peor? E incluso: ¿de qué manera nos comprometemos hoy para construir el futuro que queremos? Este último interrogante seguramente rondaba en la mente de los jóvenes de la dictadura, quienes se organizaban clandestinamente para luchar contra el régimen represor. Y ciertamente estuvo en la cabeza de los jóvenes que vivieron el Mayo del 68, que luchaban por lo nuevo, en las costumbres, la sexualidad y la política.

La pregunta que nos queda, en el Brasil, en el año 2022, es la misma. Realmente somos esa generación covid, generación confinamiento, generación perdida. Estamos realmente enfermos, luchando día tras día para sobrevivir. ¿Qué haremos ante esto? ¿Qué queremos que represente nuestra generación, frente al abismo que se ha apoderado de nosotros? En la visión de Rebeldia, tenemos que ser la generación que luchó contra el abismo, que no le tuvo miedo y que no dejó que definiera nuestras posibilidades de futuro. La que tomará nuestro futuro en nuestras propias manos y, ante la ruina del mundo, construirá un mundo diferente.

La mejor forma de construir ese futuro que queremos, superando el fracaso de todas las generaciones jóvenes, es organizarnos políticamente con un programa revolucionario y socialista. Luchar, siempre hemos luchado, así que es verdad a medias decir que «solo la lucha cambia la vida». Lo que va a cambiar el sistema es la lucha revolucionaria y socialista contra el capitalismo, la burguesía y los garantes de los intereses de la burguesía en el movimiento estudiantil y de los trabajadores. Pero si ellos están organizados globalmente, al frente de los gobiernos, los aparatos de represión, las empresas, nosotros también tenemos que estar organizados de este lado para llevar adelante este programa.

Las generaciones jóvenes de todo el mundo están saliendo a las calles, demostrando que vinimos al mundo a luchar por él, por la liberación de los trabajadores, por nuestro derecho a la existencia. Queremos que se escuche nuestra voz, y si es cierto que la elección no cambia la vida de nadie, también es cierto que solo fortaleciendo este proyecto podemos cambiar verdaderamente nuestras vidas. Entonces, no solo llamamos a votaciones, sino que estaremos en las calles, debates, discusiones, haciéndonos escuchar, y ganando cada vez a más y más personas para apoyar y fortalecer la lucha por el poder y por el socialismo.

Para eso necesitamos que vengas con nosotros y que disputemos cada vez más jóvenes por estas ideas. Queremos que la marca de nuestra generación sea la de los que compraron una guerra contra el sistema, y ​​que no inclinarán la cabeza ante nada ni nadie. La burguesía y los reformistas pueden quedarse con sus jóvenes brillantes, con discursos pasivos en las tribunas de la ONU y de los parlamentos, que de ninguna manera nos representan. Nosotros estaremos por todo el país reclutando jóvenes trabajadores, animándolos a soñar, pero a soñar con los pies en la tierra: de la fábrica, del pueblo, de los barrios, de las periferias. Reclutando jóvenes que sueñen, no con un futuro lejano y utópico, sino con los ojos abiertos, con los puños en alto y con la bandera del socialismo ondeando en el pecho y en las manos.

Artículo publicado en www.pstu.org.br, 20/5/2022.-
Traducción: Natalia Estrada.

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