Sáb Jul 27, 2024
27 julio, 2024

Brasil | La desconsideración de un pasado falsificado: sobre la farsa del golpe

En una charla, con el objetivo de minimizar la ausencia de Dilma Rousseff en la cena que esboza el enlace electoral entre Lula y Alckmin, Washington Quaquá, vicepresidente nacional del PT, no solo afirmó que la ex presidente no tiene ningún papel electoral que cumplir, como también desmintió, a su manera, la tan alardeada tesis del impeachment como golpe de Estado. Sus palabras son reveladoras: Existe un pedazo pequeño del PT que aún está en ese tema del golpe. Política no se hace con resentimiento, se hace pensando en estrategias para transformar la vida del pueblo”.

Por: Pablo Biondi

Quaquá fue un tanto ambiguo en su posición. Alegó que la derecha “resolvió rasgar la democracia” al promover el impeachment, pero ponderó que “el gobierno Dilma se trabó en la negociación con el Congreso y abrió la brecha para que se formase mayoría con ella”. Así, hubo golpe, pero el gobierno cavó su propia tumba. De todos modos, para el dirigente petista, cualquiera sea el balance sobre el pasado, cualesquiera que hayan sido los efectos de la destitución de la presidente, el PT debería mirar lo por venir: “Si usted se apega al pasado, no va ni a querer el voto de quien votó a Bolsonaro. Tenemos que desconsiderar el pasado para pensar en el futuro”[1]. Hubo golpe, pero él se tornó irrelevante, fue engullido por las arenas del tiempo (léase: por la rehabilitación judicial de la candidatura Lula).

El desdén por la tesis del golpe en el propio PT no es novedad. En octubre de 2017, Lula ya decía que estaba “perdonando a los golpistas”[2], tratando el evento del impeachment como una contienda banal. Con el corazón transbordando de perdón, el líder petista ya vislumbraba el reingreso de su partido en el juego político por el método de la composición con las fuerzas conservadoras. Desde entonces, los satélites del petismo se han prestado al ridículo papel de denunciar el “golpe de 2016” con más énfasis e indignación que el propio petismo stricto sensu.

El PT se sirvió de la narrativa de golpe para movilizar a su base y para cooptar a la izquierda frentepopulista, teniendo como objetivo sobrevivir a la tormenta iniciada en junio de 2013 e intensificada en el segundo mandato de Dilma Rousseff. Tan pronto aseguró su supervivencia, el partido de Lula trató de restablecer lazos con los partidos y los cuadros que se esquivaron del abrazo de los ahogados. Para los filopetistas, ese esquivo fue una actitud golpista: esperaban que, en nombre de la “democracia”, el MDB de Renan Calheiros y otros de la misma estirpe considerasen su vínculo con el gobierno de la época como una estructura inquebrantable, y con la misma “ingenuidad” con que aguardaban (y aún aguardan) un guiño del PT a la izquierda, comenzando por la soñada ruptura con las alianzas con partidos y candidatos de la derecha tradicional.

Como siempre, el PT no pateó la mesa contra la derecha y la dejó para una próxima oportunidad, esta vez con la excusa de derrotar a Jair Bolsonaro. Tal acción puede ser postergada infinitamente, ya que la fe supersticiosa en las vías electorales de la democracia burguesa y en el reformismo también se recomponen infinitamente en el campo de la izquierda, mostrándose inmune a las evidencias. Las tratativas entre Lula y Alckmin, por más “didácticas” que sean, son incapaces de mover a la izquierda neorreformista de su horizonte electoral. Además, ese nítido “cabeceo” perfomático a la burguesía, que dice más que diez “Cartas al pueblo brasileño” (Alckmin es sabidamente dispensable incluso bajo la lógica del estricto cálculo electoral), será un revés más que el neorreformismo soportará estoicamente, a pesar de una evidencia política más a ser sistemáticamente negada.

De cierto modo, el neorreformismo se prueba rehén del discurso del golpe, al contrario del PT, que se deshace de ese script con tanta facilidad. Después de tanto batallar contra una supuesta ruptura institucional, el filopetismo parece condenado a “exigir” coherencia de los cuadros petistas, pero tales pleitos son sabidamente desprovistos de consecuencia. Todos sabemos que la mayoría de la izquierda fue demasiado lejos en esa narrativa (mucho más que el propio PT) para justificar su capitulación al moribundo gobierno de frente popular, y para hacer del frente popular la política oficial de nuestro período histórico. Las organizaciones que siguieron por ese camino llegaron a un punto de no retorno: rever esa caracterización implicaría la autocrítica de una línea de acción llevada a cabo a lo largo de cinco años; una línea que ha de ser canonizada en razón de sus frutos electorales.

En la perspectiva neorreformista, negar el “golpe” (o minimizarlo) es una práctica que se suma a los llamados “errores” del PT. Todas las conductas de ese partido que puedan desmentir el carácter del evento de 2016 serán vistas como equívocos, y no como lo que son de hecho: medidas de reiteración de los lazos del PT con el sistema político en el cual él se insertó de manera tan orgánica e irrevocable.

De todos modos, como dijo Quaquá, aún hay una fracción del petismo que insiste “en ese negocio del golpe”. Es conveniente que, dentro del PT, ese discurso no desaparezca por completo. Es preciso que figuras como Gleisi Hoffmann mantengan viva esa lectura de los hechos en la matriz del petismo, garantizando un vínculo discursivo mínimo con el que es propagado por sus sucursales. Mientras tanto, la política real viene siendo urdida en las cenas y demás encuentros entre bastidores.

Mientras Washington Quaquá quiere “desconsiderar el pasado” para solidificar los compromisos petistas de pregobernabilidad, el neorreformismo se agarra a su falsificación. Se somete a la humillación pública de sostener la descripción de un crimen que es vehementemente negado (en actos y palabras) por la supuesta víctima, una “víctima” que, además, exige apoyo incondicional del denunciante en relación con sus connivencias con los criminales, y que sabe que podrá contar con él, quien quiera que sea el ocupante del lugar de vice en la candidatura de Lula a la presidencia. Situaciones como esa solo refuerzan, así, la constatación de que “la proposición teórica del golpe puede ser considerada como el mayor cuento de vicario en la historia de la izquierda brasileña”.[3]

Notas:

[1] https://www.metropoles.com/colunas/guilherme-amado/vice-presidente-do-pt-diz-que-dilma-nao-tem-mais-relevancia-eleitoral?utm_source=dlvr.it&utm_medium=twitter

[2] https://www1.folha.uol.com.br/paywall/login.shtml?https://www1.folha.uol.com.br/poder/2017/10/1931 75-lula-diz-que-esta-perdoando-os-golpistas-e-trara-democracia-de-volta.shtml

[3] BIONDI, Pablo. Operação Lava Jato e luta de classes: forma jurídica, crise política e democracia liberal. São Paulo: Sundermann, 2021, p. 192.

Artículo publicado en www.pstu.org.br, 30/12/2021.-
Traducción: Natalia Estrada.

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