Brasil | Hambre, miseria y carestía son resultado de la rapiña imperialista y la decadencia del país

En la noche del domingo, el programa “Fantástico” exhibió un dramático reportaje sobre el hambre en el país, con escenas de mujeres amontonándose sobre el contenedor de un camión de basura en Fortaleza, Ceará. Segundos después, un comercial anunciaba que el “Agro es Pop”.
Por: Redacción Opinião Socialista, PSTU Brasil
Si algo tiene el agronegocio es que no es popular. En un país que figura en el segundo lugar en la producción mundial de alimentos, caminando para volverse el primero, el hambre alcanza a casi 20 millones de personas. Más de 125 millones de brasileños, casi 60% de la población, sufrieron algún tipo de inseguridad alimentaria durante la pandemia, según un relevamiento de la Universidad de Berlín.
De acuerdo con la Empresa Brasileña de Pesquisa Agropecuaria (Embrapa), hoy producimos comida suficiente para alimentar a 1.600 millones de personas. Cada año, el sector agropecuario aumenta su producción, utilizando tecnología de punta. Comida hay. Lo que está faltando es dinero para comprarla. La razón del hambre está en el aumento del desempleo, en la inflación y en el aumento brutal de la pobreza y la miseria.
Esa explicación, sin embargo, es incompleta. Para entender el caos social precisamos comprender el largo proceso de decadencia por el cual viene pasando el país desde hace varias décadas, y que el gobierno Bolsonaro aceleró. Un proceso determinado por la reprimarización de la economía (o sea, mayor valorización de productos primarios, minerales y agrícolas, en contraposición con los industrializados) y regresión colonial, que dejan el país cada vez más sometido a los monopolios internacionales y a la división mundial del trabajo imperialista.
Recolonización. De vuelta a un país agroexportador
El Brasil siempre fue una fuente para la explotación y la rapiña del imperialismo. Lo que cambió en el último siglo fue la transición de una economía agrario-exportadora hacia un país urbano e industrializado. En las décadas que sucedieron a la pos Segunda Guerra, de 1950 a 1980, el Brasil fue el país que más rápidamente se industrializó en la historia de la humanidad, siendo superado, posteriormente, solo por Corea del Sur y China.
Sin embargo, lejos de ser un proceso de desarrollo nacional independiente, esto fue resultado de una reubicación en el sistema internacional de Estados. De proveedor de productos primarios, el Brasil fue moldeado para volverse una plataforma de exportación de productos industrializados para América del Sur, empujado por la industria automotriz. Un proceso dominado por el capital internacional, teniendo a la burguesía del país como socia menor, con el Estado invirtiendo fuertemente en la llamada industria de base, como petróleo y energía.
Regresión colonial
Con el neoliberalismo, el Brasil cambió de posición: se está desindustrializando y volviéndose cada vez más dependiente del agronegocio (exportación de productos agrícolas y de la industria extractiva) que, por más tecnológico que sea, no tiene capacidad de producir mercaderías con valor agregado como las industrias de punta.
Una reubicación liderada por el imperialismo, teniendo como socia menor a la burguesía brasileña (parte de la rentista y especulativa; o sea, que vive de rentas y aplicaciones financieras, como el Banco BTG-Pactual) y ejecutada por sucesivos gobiernos. Eso se tradujo en el desarrollo de la industria y en la entrega de las estatales, a través de las privatizaciones (de los 59.000 millones de dólares recaudados con las privatizaciones entre 1992 y 2001, 42.000 millones de reales [7.500 millones de dólares] vinieron del capital extranjero, o sea, más de 70%).
Un proceso de destrucción de fuerzas productivas, que se viene acelerando en los últimos años. Solo entre 2015 y 2020, fueron cerradas 36.600 fábricas, una media de 20 por día. La industria de transformación continúa teniendo un cierto peso, debido al tamaño del país, pero está cada vez más basada en los productos de bajo valor agregado. Ejemplo de eso fue el cierre de la única estatal de semiconductores para computadoras de América Latina, la CEITEC, por el gobierno Bolsonaro, en 2020.

Fuente: ONU, UNIDO, IBGE (Cuentas Nacionales). Elaboración de Paulo Morceiro.
En el primer semestre de 2021, la mitad de las exportaciones fue de productos primarios (agropecuarios y minerales). De la otra mitad, que sería de la industria de transformación, 90% fue de productos como azúcar, salvado de soja, carne bovina congelada, etc. Nada menos que tres cuartos de nuestras exportaciones son de productos primarios.
Esa reprimarización ocurre junto con el avance del capital internacional, haciendo que 70% del sector sea dominado por multinacionales, como la ADM, la Bunge, la Cargill y la Louis Dreyfus (las cuatro mayores empresas globales de procesamiento y comercialización de productos agrícolas, conocidas como las ABCDs). Son justamente esas empresas que ganan con el alza de las “commodities”, sea a través de las exportaciones, sea vendiendo aquí mismo; ya que el precio de esos productos está atado a la cotización del mercado internacional, en dólares.
El mismo proceso que ocurre con la Petrobras que, aunque formalmente estatal, hoy 63% de sus acciones está en manos de accionistas extranjeros. Con el agravante de que el aumento del precio de los combustibles desata una suba de la inflación en toda la cadena productiva y de distribución.

Fuente: Mayores y Mejores del Examen, 2020. Porcentajes deducidos sobre la base de las ventas líquidas de las empresas. Elaboración del Ilaese (Instituto Latinoamericano de Estudios Socioeconómicos).
Una economía dominada por súper ricos, o 0,1% de la población
El desempleo en masa, el hambre, los bajos salarios, la sobreexplotación y el avance del trabajo por pieza (como la “uberización”) son expresiones de la decadencia y de la rapiña capitalistas, que beneficia a los monopolios imperialistas y la burguesía brasileña, socia en la destrucción del país.
El desempleo real es mucho mayor que el que aparece en las estadísticas oficiales, que sigue los criterios del Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE). Si consideramos el ejército de desempleados y subempleados, tendremos la espantosa cantidad de 92 millones de trabajadores y trabajadoras. Más que el doble de los 44 millones de asalariados.
Por otro lado, la concentración de renta es cada vez mayor. Según el Informe de la Riqueza Global de 2021, elaborado por el Banco Credit Suisse, 1% de la población más rica detenta casi la mitad de toda la riqueza del país. Apenas 388 empresas detentan, juntas, R$ 5,5 billones [alrededor de un billón de dólares], más de 70% del PIB. A su vez, los propietarios de las grandes empresas (aquellas con más de mil empleados) suman solo 0,1% de la población. O sea, poco menos de 4.000, en un universo de 212 millones de brasileños.

Fuente: SPC Brasil, DATAPREV, PNAD-IBGE, RAIS, CAGED. Elaboración del Ilaese.
Desempleo, salario, tierra, medio ambiente y soberanía. Un programa de los trabajadores para la crisis
El proyecto Bolsonaro y Guedes es acelerar el proceso de entrega y de recolonización del país, profundizando los ataques a los derechos sociales y laborales, la sobreexplotación y la rebaja de los salarios; promoviendo un mayor desmantelamiento de los servicios públicos; intensificando las opresiones y la criminalización de los movimientos sociales; y reventando el medio ambiente y a los pueblos indígenas, quilombolas y sin tierra.
El programa de la derecha tradicional, como el PSDB, y el que se diseña como intento de “tercera vía”, es mantener el plan actual sin las amenazas golpistas de Bolsonaro. Lula y su frente amplio, por su parte, no presentan un proyecto de ruptura con ese modelo. Muy por el contrario. El ex presidente dijo que el banquero Henrique Meirelles era su “ministro de los sueños”, justamente el mismo que elaboró la propuesta del “techo de gastos”, aprobado en 2017.
La discusión, hoy, gira alrededor del mantenimiento o no del techo de gastos (falsa, además, pues, en la práctica, el techo ya fue sobrepasado) o del valor de la Bolsa Familia. Mientras tanto, el país está en franca decadencia, con cada vez más escenas de hambre y de barbarie. Mientras millones batallan por una pata de gallina, Paulo Guedes factura R$ 120.000 [U$S 21.500, aprox.] en un único día, en su “offshore” escondida en un paraíso fiscal.
Enfrentar a los súper ricos
Para acabar no solo con el hambre, sino para tener empleo; aumentar el salario de verdad; poner fin a la carestía; garantizar saneamiento básico, educación, salud y vivienda; combatir las opresiones; defender el medio ambiente y conquistar la soberanía nacional es preciso atacar las ganancias y las propiedades de los multimillonarios y de las multinacionales, revirtiendo ese proceso de recolonización y sacando el dominio de nuestras riquezas de las manos de ese 1%. Y eso es imposible de llevar a cabo junto con los súper ricos, como defiende el PT, lamentablemente seguido por la mayoría del PSOL, pues un programa basado en las reales necesidades de la clase trabajadora, como el presentado sintéticamente abajo, se choca directamente con los intereses y privilegios burgueses.
- Es preciso comenzar por suspender el pago de la mal llamada deuda pública, que se lleva casi la mitad del presupuesto del país para los bolsillos de banqueros y de ese mismo 0,1% que ganan con el hambre, la explotación, la entrega y el genocidio.
- ¡Pleno empleo, ya! Reducir la jornada de trabajo, sin reducción de salarios. Solo con una reducción de la jornada a 6 horas diarias ya sería posible absorber a todos los desempleados. Combatir la precarización, revirtiendo las reformas laboral y de la previsión y el proceso de tercerización y precarización del trabajo. Garantizar un plan de obras públicas necesarias y ecológicas, que genere empleo y combata nuestros males sociales, por ejemplo, con la universalización del saneamiento básico.
- Es preciso, incluso, restablecer el auxilio de emergencia para quien no tiene ingresos, con el valor de un salario mínimo, hasta que se tenga pleno empleo.
- Es necesario, también, tomar las tierras de las manos de las multinacionales, nacionalizando y estatizando las grandes propiedades y poniendo su producción bajo control de los trabajadores, acabando con la carestía, preservando el medio ambiente y las tierras indígenas, además de prohibir la remesa de lucros para afuera del país. Junto con eso, tenemos que realizar una reforma agraria radical, subsidiando la pequeña producción familiar.
- Acabar con los subsidios a las grandes empresas, que solo este año superarán los R$ 315.000 millones [U$S 56.250 millones], más que el triple de la Bolsa Familia aumentada de Bolsonaro. Y, aun, imponer una tasación progresiva sobre las grandes fortunas. Solo con la tasación de los 315 multimillonarios del país, de forma progresiva, hasta 10% para quien gana arriba de R$ 10.000 millones [U$S 1.800 millones, aprox.], ya sería posible recaudar R$ 140.000 millones [U$S 25.000 millones] por año.
- Enfrentar los monopolios internacionales con sede en los países ricos, prohibiendo la remesa de lucros, reestatizando las empresas privatizadas, estatizando y poniendo bajo control de los trabajadores el sistema financiero.
Artículo publicado en www.pstu.org.br, 27/10/2021.-
Traducción: Natalia Estrada.