Haiti
Haitianos en el Brasil: otra cara de la recolonización imperialista

mayo 27, 2014

Son nuestros hermanos haitianos, hombres y mujeres, que todos los días llegan, después de un recorrido más que sufrido que incluye desde la travesía por los “coyotes” –pasando por República Dominicana, Ecuador y Perú– hasta la situación calamitosa vivida en los galpones de Acre, para llegar al tan soñado “sur del país” con la esperanza de encontrar trabajo.
La venida de los inmigrantes haitianos para el Brasil no es nueva. Se estima que, desde 2011, llegaron ya al país más de veinte mil. El terremoto fue el desencadenante, pero la inmigración no se debe a esta “causa natural”. La recolonización en curso, promovida por el imperialismo norteamericano con la asociación y sumisión del Brasil, que encabeza la ocupación con las tropas de la Minustah, está haciendo de Haití un país sin ninguna perspectiva de desarrollo soberano para su pueblo.
El imperialismo utilizó el drama del terremoto para poner en práctica, de forma acelerada, su plan de colonización del país al servicio del capital transnacional. Las zonas francas de la industria textil establecidas en Haití son verdaderas cadenas de explotación que exportan productos manufacturados para los Estados Unidos, con un valor de mano de obra tan competitiva como la de China. Un trabajador haitiano recibe apenas U$S 5 por día, lo que equivaldría en el Brasil a un salario mínimo de 300 reales[1] al mes.
“La división internacional del trabajo ya decidió cuál es el papel de Haití: proporcionar mano de obra barata. Más de 80% de los haitianos con estudio superior dejan el país en dos flujos migratorios: el que es llamado de ‘cerebros’, principalmente para el Canadá, y el otro, el de trabajadores manuales, para las islas circunvecinas a Haití, y ahora, cada vez más, para el Brasil”, afirma Franck Seguy, investigador haitiano que desarrolló una tesis sobre el proceso de recolonización de su país.
Mientras las zonas francas practican la superexplotación, la capital, Puerto Príncipe, región donde ocurrió el terremoto, continúa sin tener agua limpia para una población de 150.000 personas que aún viven en tiendas de campaña y refugios.
El gobierno brasileño de Lula y Dilma encabezan esta vergüenza y esta farsa. Es una farsa la llamada “misión de paz” y de reconstrucción, pues no hay reconstrucción de las principales áreas donde ocurrió el terremoto ni Haití se encuentra en guerra. Es una vergüenza por el papel totalmente sumiso al imperialismo norteamericano, con el que el Brasil intenta negociar un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU utilizando las tropas para “pacificar” las zonas de conflicto, o sea, el mismo papel que las fuerzas de seguridad cumplen en las favelas de Rio de Janeiro: el gobierno Dilma se desempeña también en Haití como represor de los movimientos sociales y del pueblo negro y pobre; además, muchos soldados que hoy reprimen a la población en los morros de Rio fueron “entrenados” en Haití.
Pero la realidad de los inmigrantes que llegan de Haití en busca de alguna dignidad en el Brasil, toda vez que en Haití les está siendo negada por el propio gobierno brasileño, tampoco es muy diferente. Comenzando por la emisión de los llamados “vistos humanitarios”, que no son ofrecidos a todos los que quieren migrar para el Brasil, obligando a los haitianos a una situación de extrema vulnerabilidad al tener que atravesar las fronteras sin visa, quedando a merced de los llamados coyotes, que cobran alrededor de U$S 4.000 para traerlos hasta Acre, en un viaje que dura en promedio 15 días y donde corren varios riesgos de vida.
Durante mucho tiempo los haitianos permanecieron en condiciones subhumanas en Brasiléia, en la frontera de Acre con el Perú, y han habido varias denuncias sobre la crisis humanitaria que ocurría en los galpones, hasta que en marzo de este año se dio el auge de la crisis: hay una ocupación de 2.300 haitianos en un espacio en el que caben 300 personas. La crecida del rio Madeira fue la disculpa para que el 12 de abril, el gobierno de Acre (Tião Viana, del PT) decidiese simplemente cerrar el Galpón en Brasiléia. Esta actitud, ni un poco humanitaria del gobierno de Acre, lejos de resolver cualquier crisis sólo ha agravado la situación de los haitianos que continúan llegando a Brasiléia, pero que ahora están durmiendo no ya en un galpón superpoblado sino en las calles de la ciudad, hasta ser transferidos para un nuevo abrigo en Rio Branco (capital de Acre).
Fue este hecho el que dio origen a la llegada masiva de haitianos a la capital paulistana. El gobierno de Acre, intentando simplemente librarse del “problema”, resolvió él mismo alquilar los ómnibus que están trayendo a los haitianos para San Pablo (SP). Los trabajadores haitianos ya venían para SP y otros estados, principalmente los del sur, en busca de las “ofertas” de trabajo desde 2011, sin embargo, con el cierre del abrigo en Brasiléia, este proceso se aceleró. Solamente en el último mes llegaron a SP cerca de 800 inmigrantes venidos de Haití.
En San Pablo, nuestros hermanos haitianos no cuentan tampoco con una digna recepción por parte de los gobernantes, por el contrario, el gobierno Alckmin, del PSDB [Partido de la Social Democracia Brasileña], famoso por su perfil represor contra la población pobre y negra (ver episodio del Pinheirinho), de inmediato, dio una declaración, a través de la Secretaría de Justicia, sobre que la llegada se estaba dando de forma “irresponsable”; y el alcalde [Fernando] Haddad ya está discutiendo el control de la llegada de los haitianos a SP, con un límite de 40 por día.
La cuestión es que los haitianos necesitan un recibimiento digno, sea en Acre, en San Pablo, o en cualquier lugar del país, y esta responsabilidad es en primer lugar de Dilma, que es responsable por la situación de miseria en que se encuentra el pueblo haitiano en su país y que alberga a esta población que migra para el Brasil. El gobierno Dilma, así como los otros gobiernos, tanto de Acre como de San Pablo, apoyan la ocupación de las tropas brasileñas en Haití, así como colaboran activamente para el proceso de recolonización, causando la miseria y la superexplotación de los trabajadores en Haití. Ahora, cuando llegan al Brasil, los haitianos continúan sujetos a todo tipo de humillaciones.
La realidad de los haitianos que llegan hoy a SP es que no existe un espacio para albergarlos garantizado por la alcaldía o por el Estado, y en el que todos sus derechos sean también garantizados. El primer lugar que procuran es la Parroquia Nuestra Señora de la Paz, que queda en el barrio de Glicério, y que intenta dar curso a los primeros encaminamientos, pero que tampoco da cuenta de todas las necesidades de los inmigrantes. La semana pasada, la alcaldía inauguró un abrigo cercano a la parroquia para apenas 12 personas, no obstante, sin los equipamientos y profesionales necesarios.
Los haitianos que llegan a SP vienen con la promesa de que conseguirán trabajo en el sur del país, y se quedan esperando la llegada de los empresarios que están en busca de mano de obra barata y calificada. La mayoría está siendo empleada en la industria de la construcción civil o en ramos del agro-negocio, como las haciendas de productos para exportación o frigoríficos en los Estados de Santa Catarina, Paraná y Rio Grande do Sul. Estos empresarios se aprovechan de la abundante oferta de mano de obra para pagar bajos salarios. Pero lo peor es que a veces los trabajadores haitianos, en la desesperación por encontrar empleo, están siendo reclutados para trabajo esclavo.
Como si eso no bastase, muchas veces los haitianos, hombres y mujeres –que en su gran mayoría dejan a sus hijos y su familia en Haití–, para intentar ganar lo suficiente para enviar dinero para allá, acaban pagando alquileres carísimos hasta llegar al destino final. Un cubículo en la región del barrio de Glicério, con baño y cocina colectivos, es alquilado por R$ 700. La superexplotación a que los haitianos están siendo sometidos en Haití a través de las fuerzas de ocupación dirigidas por el gobierno brasileño se repite cuando llegan al Brasil.
Otras veces, porque no consiguen hablar la lengua [portuguesa], son engañados o robados y pierden todas sus cosas y sus documentos, aumentando aún más todo el proceso extremadamente doloroso de la inmigración.
En junio de este año se van a cumplir diez años que el Brasil lidera la ocupación militar en Haití. Son diez años que el gobierno del PT es completamente sirviente del imperialismo norteamericano y que se aprovecha también de la ocupación para garantizar los negocios de sus aliados, como es el caso de las empresas textiles del fallecido José de Alencar[2]. Son diez años de vergüenza y de farsa, maquillados con el discurso demagógico e hipócrita de “misión de paz y humanitaria”. Como si esto fuera poco, ahora también está sobre las espaldas del gobierno brasileño el total desinterés con los inmigrantes haitianos, lo que extiende el martirio iniciado en Haití también en el Brasil.
Más que nunca es necesario continuar denunciando la responsabilidad del gobierno Dilma por mantener la ocupación brasileña en Haití y el papel de liderar las tropas de la Minustah, así como es necesario exigir que los inmigrantes haitianos tengan las puertas abiertas en nuestro país, no para continuar siendo sometidos a la superexplotación y en condiciones inhumanas, sino para que tengan sus derechos garantizados y condiciones dignas para su permanencia.
Artículo publicado en Opinión Socialista N.° 480, mayo de 2014 con el título: El drama de los haitianos en el Brasil: una cara más de la recolonización imperialista
Traducción: Natalia Estrada.
[1] La cotización del real es, a la fecha, de aproximadamente 2,20 dólares. Lo que significa que 300 reales equivalen a 136 dólares, aprox. [N. de T.].
[2] José de Alencar Gomes da Silva (1931-2011), empresario y político brasileño que prosperó gracias a sus negocios con telas y cereales. Fue vicepresidente en los dos mandatos de Lula [N. de T.].