Vie Mar 29, 2024
29 marzo, 2024

Haití, dos tragedias: el huracán y la ocupación militar

Una nueva tragedia asola Haití. El paso del huracán Matthew dejó un rastro de destrucción en el país. Fueron fuertemente alcanzados el litoral sur y también una parte del interior, en el oeste del país. Las cifras oficiales hablan de casi 900 muertos y 350.000 desabrigados. Seguramente la realidad es mucho peor. Además, hay millares de casas destruidas, centenas de edificios públicos derrumbados, miles de animales muertos.

Por: Eduardo Almeida

Estuve una vez en esa parte del oeste del país, en la región de Artibonite, donde existe una fuerte lucha social por la tierra. Ahora, eso se transformó en una batalla por la sobrevivencia En la descripción de Batay Ouvriyé (una organización de lucha en el país): “el pueblo perdió todo, casas, animales, cosechas destruidas, terrenos evacuados. Un desastre para la clases populares rurales”.

No se trata solo de un desastre natural. Los efectos del mismo huracán sobre una sociedad viviendo en condiciones dignas no causaría tal destrucción.

En enero de 2010, un terremoto de magnitud 7.0 en la escala Ritcher destruyó 70% de la capital de Haití, matando a 212.000 personas (cifras oficiales) y dejando 1,5 millones de desabrigados. Poco más de un año después, un terremoto de mayor magnitud (8,9 en la escala Ritcher) alcanzó el Japón, matando a 6.000 personas.

Tampoco se puede creer en las acciones humanitarias que comienzan a desarrollarse en el país. Luego del terremoto de 2010, centenas de millones de dólares fueron destinados a esas acciones. Gran parte de ese dinero fue para el bolsillo de los gobernantes corruptos. Muchas ONG’s también se enriquecieron. Basta visitar Puerto Príncipe hoy, seis años después del terremoto, para constatar las señales de la destrucción en todas partes de la ciudad que no fue reconstruida.

La verdad, contada por los haitianos, es que los pocos sobrevivientes del terremoto fueron retirados de los destrozos por los propios haitianos, con las manos y con palas improvisadas. Por eso, solo fueron rescatadas con vida menos de 200 personas. Nada indica que ahora será diferente.

La Minustah –tropa de ocupación de la ONU, dirigida por el ejército brasileño– fue de una brutal incapacidad durante el terremoto. Batay Ouvriyé describió que la preocupación fundamental de las tropas en aquel momento era proteger los cuarteles contra la población hambrienta, sin cumplir un papel cualitativo en el salvataje de los afectados. Nada indica que ahora será diferente.

En realidad, existen ahora dos tragedias en Haití: el huracán y la ocupación militar.

Una historia impresionante

La imagen que se tiene de los haitianos en el Brasil es la de la miseria en que este pueblo vive. Esa es apenas una parte de la verdad. La otra solo puede ser entendida si conocemos la historia de Haití: este también es un pueblo rebelde y altivo, con una historia ejemplar de luchas y victorias en su pasado.

El pueblo haitiano protagonizó una de las más espectaculares revoluciones de todos los tiempos. Los haitianos realizaron la primera y única revolución de esclavos victoriosa de la historia, en 1804. Fue también la primera revolución anticolonial victoriosa de las Américas. Los esclavos liberados derrotaron a todos los ejércitos dominantes de la época, incluidos el español, el inglés y el francés de Napoleón.

El imperialismo no podía dejar que la semilla de la revolución haitiana se propagase. Por eso, impuso un durísimo bloqueo económico al país, que acabó por destruir su economía.

La brutal devastación del país no tiene nada que ver con la naturaleza. Es consecuencia del pillaje imperialista que continúa existiendo hasta hoy.

Los nombres de Toussaint L’Ouverture y Dessalines (líderes de la revolución) está presentes por todas las plazas y monumentos del país. El pueblo negro haitiano, tan explotado y oprimido, tiene una historia de la cual se enorgullece hasta hoy. Las continuas ocupaciones militares extranjeras indican que el imperialismo teme que un día ella pueda ser retomada.

La farsa de la “ocupación humanitaria”

En febrero de 2004, agentes de la CIA y fusileros navales de los EEUU invadieron el palacio de gobierno haitiano. Tomaron prisionero al presidente electo, Aristide, y lo deportaron para la República Centroafricana. Estaba consumado un golpe de Estado más en Haití, una intervención militar norteamericana más.

El mismo día, el Consejo de Seguridad de la ONU votó apresuradamente una resolución de emergencia, mandatando a los militares norteamericanos y franceses como la vanguardia de una fuerza multinacional que debería “estabilizar” el país para legalizar la ocupación militar.

Para disfrazar la intervención imperialista, el presidente Bush recurrió a Lula. Tendiendo que lidiar con el desgaste de la ocupación de Irak, Bush “tercerizó” la ocupación. El 1 de junio llegó a Haití la Minustah (Misión de Estabilización de las Naciones Unidas para Haití), liderada por tropas brasileñas y compuesta por soldados de la Argentina, Chile, Uruguay, Bolivia y otros países. Estas continúan siendo, hasta hoy, las fuerzas militares que sostienen el plan económico y político del imperialismo norteamericano en Haití.

La mayoría de los trabajadores continúa creyendo que las fuerzas de ocupación cumplen en Haití una misión “humanitaria”. Incluso sectores importantes de activistas que son contrarios a otras ocupaciones militares creen que el caso de Haití es “diferente”.

El gobierno Lula cometió una de las mayores indignidades de la historia brasileña aceptando liderar la ocupación militar del país más pobre de las Américas, al servicio de Bush y de las multinacionales. Los simpatizantes de Lula en los días de hoy deberían posicionarse sobre esa mancha en la historia brasileña, ahora continuada por Temer.

La ocupación militar (presente desde hace 12 años) busca suplir la fragilidad del Estado burgués haitiano. La burguesía no consiguió estructurar una democracia burguesa después del derrumbe de la dictadura de Duvalier, como se dio en la mayoría de los países de América Latina después de la caída de las dictaduras. Tampoco consiguió articular fuerzas armadas que sostuviesen un régimen bonapartista con un mínimo de estabilidad frente a la explosividad social del país.

El país donde hubo la primera y única revolución de esclavos victoriosa de la historia continúa siendo un barril de pólvora que tiene que ser contenido por una ocupación militar. La realidad de esa ocupación “humanitaria” es hecha con todos los episodios típicos de las ocupaciones, como la brutal represión al pueblo, humillaciones, violaciones, etc.

No se tiene conocimiento de una sola escuela, hospital o red de alcantarillas construidos por las tropas de ocupación “humanitaria”. No cumplen ningún papel significante después del terremoto.

Toda esa violencia está al servicio de un pequeño grupo de empresas multinacionales que ganan altos lucros con la producción de textiles en Haití, para el mercado norteamericano.

Las multinacionales se aprovechan de la ocupación militar

Existe en Haití un plan económico, que tiene como parte principal la implantación de dos decenas de zonas francas con multinacionales produciendo para el mercado norteamericano. Fábricas multinacionales producen para la exportación a los Estados Unidos, libre de tasas aduaneras y en general también de cualquier límite laboral legal.

El objetivo de las multinacionales es producir con salarios aún menores que en otras regiones, y con represión brutal a cualquier resistencia. La existencia de una legión de desempleados –80% de la población, un enorme ejército industrial de reserva– permite a las multinacionales presionar a los obreros empleados a aceptar las condiciones humillantes de salario y de trabajo. Los sindicatos son reprimidos violentamente, y sus dirigentes y afiliados son despedidos así que aparecen.

En una de nuestras visitas a Haití, fuimos a una fábrica de una de las zonas francas, a Codevi, en Ouanaminthe. La Codevi es una multinacional, parte de un conglomerado dominicano (el Grupo M), ligado al banco Chase Manhattan, que fabrica jeans para marcas famosas como Levi’s y Wrangler. Sus trabajadores ganan U$S 48 por mes y trabajan vigilados por guardias armados.

En Cité Soleil (en Puerto Príncipe) está organizándose otra zona franca. Allí conocimos a los trabajadores de la Hanes, una de las más importantes fábricas de camisetas [remeras] de los Estados Unidos. Oímos a una de las obreras hablar, indignada, sobre las condiciones de trabajo en la empresa. Dijo que ellas trabajaban 12 horas seguidas sin derecho a ningún intervalo, ni para el almuerzo. La fábrica ponía candado en las puertas para evitar el abandono de la línea de producción para ir al baño.

La ideología difundida por la ocupación es que las tropas estarían en Haití para ayudar a disminuir la pobreza del país. No obstante, esa pobreza es utilizada cínicamente por las empresas multinacionales para producir a bajísimos costos para el mercado de los Estados Unidos.

No existe agua ni hay desagües en las casas (a no ser en las casas de la burguesía, en los hoteles y en el comercio). Algunas casas tienen energía eléctrica, que acaba todos los días sin ningún aviso. La mayor parte de los habitantes no existe oficialmente, no tiene ningún documento. Las personas retiran agua de los pozos artesianos y la cargan para la casa en baldes. Usan carbón para cocinar. Las personas andan largas distancias a pie para no pagar transporte.

El imperialismo está haciendo una experiencia. En las fábricas existe una organización de trabajo moderna, los módulos. Esta instalando en el país una industria de relativo bajo nivel tecnológico, con un grado de explotación que se aproxima de la barbarie. Un capitalismo moderno con claros elementos de barbarie.

Están creando una nueva referencia salarial miserable para todo el continente latinoamericano, con niveles muy inferiores a los de China. Las empresas pagan salarios tres veces menores que los ya bajísimos salarios del Brasil.

Las tropas brasileñas –y de otros gobiernos de América Latina– están en Haití para ayudar a las multinacionales, como la Codevi y la Hanes, a explotar brutalmente esa mano de obra barata.

Por eso, esas tropas reprimieron el levante del hambre de 2008, la huelga de los obreros textiles de 2009, las manifestaciones estudiantiles de ese mismo año.

Las crisis de las “elecciones”

La ocupación militar es necesaria para el imperialismo porque la burguesía no consiguió estabilizar el Estado en Haití. La Minustah es, así, la institución armada que asegura la dominación burguesa en el país.

Esa ocupación torna las elecciones una farsa. El poder real no está en la presidencia de la República sino en los cuarteles y embajadas extranjeras. Para ser preciso, en la embajada de los EEUU y del Brasil. Los presidentes son apenas fantoches que hacen lo que les mandan.

Incluso así, las elecciones son siempre factor de grandes crisis políticas. La presidencia permite el acceso a dinero del Estado y de “apoyo humanitario”, en una gigantesca red de corrupción. Por eso, diferentes camarillas de la burguesía haitiana asociada al imperialismo disputan las elecciones.

Las elecciones cumplen el papel de buscar canalizar el enorme descontento de la población con los desgastados gobiernos para elegir “nuevos gobiernos”. Pero siempre generan nuevas crisis políticas. Después de electos, en poco tiempo los gobiernos son repudiados por la población, pero siguen siendo sustentados por las tropas.

En 2006, ocurrieron las primeras elecciones después de la ocupación. A pesar de todo, René Prèval, el candidato del presidente depuesto, Aristide, ganó las elecciones. Pero el imperialismo y la tropas de ocupación organizaron un gigantesco fraude para imponer, en el segundo turno, a dos candidatos aceptados por la embajada de los Estados Unidos. Una rebelión popular impidió el fraude y garantizó la posesión de Prèval.

En el gobierno, Prèval hizo exactamente lo que las multinacionales y las embajadas de los EEUU y el Brasil mandaban. No tuvo jamás ningún enfrentamiento con la ocupación. Reprimió duramente las huelgas obreras y las movilizaciones populares. Utilizó el terremoto de 2010 para embolsar, junto con sus cómplices en el gobierno, una parte del dinero dado a las víctimas. Privatizó las estatales que restaban y firmó la Ley Hope, completando la transformación de la Isla nuevamente en una colonia de los Estados Unidos.

Prèval terminó su gobierno completamente desacreditado frente al pueblo haitiano. Las pintadas “Abajo la Minustah” y “Abajo Prèval” eran muy comunes en los muros de Puerto Príncipe.

En 2011, en la elección de su sucesor, Prèval repitió el mismo modelo que se había intentado hacer contra él. Armó un fraude para imponer su candidato, Jude Célestin. Una vez más, un inicio de rebelión popular impidió el fraude.

Eso fue aprovechado por la Comisión de la OEA (Organización de los Estados Americanos) que impuso, por encima de la comisión electoral del país, un segundo turno con Mirlande Manigat (esposa de un ex presidente) y Michel Martelly, sin la candidatura del gobierno. La OEA se aprovechó de la crisis para imponer otro fraude.

Martelly ganó las elecciones, capitalizando un repudio a los políticos tradicionales. Era un cantor muy popular, que hizo su campaña rechazando a los “políticos” y la corrupción. Una farsa más. Él, la verdad, fue un tonton macoute de Duvalier desde los 15 años, antes de tornarse artista.

Fue la vuelta del duvalierismo al gobierno. Promovió el retorno de los latifundistas a las tierras ocupadas por campesinos en una especie de contrarreforma agraria, con el apoyo armado de la Minustah.

Para completar, Martelly festejó el retorno de Baby Doc [hijo de Duvalier] –cuya dictadura fue derrumbada en 1986– a Haití, en 2011, viniendo de su exilio lujoso en Francia. Baby Doc tuvo a varios de sus representantes directos como ministros del gobierno Martelly. Vivió junto al gobierno hasta su muerte en 2014.

Martelly terminó su mandato completamente desgastado. Y, una vez más, se intentó la misma maniobra, con un fraude electoral para imponer a Jovenel Moïse como su sucesor.

Pero un levante popular –el 22 de enero de 2016– impidió nuevamente el fraude. Las tropas de la Minustah, junto con la policía local, reprimieron duramente las movilizaciones pero no consiguieron estabilizar la situación. Se abrió un vacío político en el país, que sigue hasta los días de hoy.

Martelly terminó su mandato sin que hubiese un sucesor. La embajada de los EEUU y la OEA, con la complicidad del Brasil, impusieron al dirigente del Senado, Jocelerme Privert, como presidente provisorio hasta que ocurriesen nuevas elecciones.

Las elecciones pasadas fueron anuladas y nuevas elecciones habían sido convocadas para este 9 de octubre. El huracán proveyó un pretexto para una nueva postergación. Privert continúa dirigiendo el país en medio de una gigantesca crisis política.

La Minustah sostuvo los gobiernos de Prèval y Martelly. Intentó, junto con ellos, imponer los fraudes electorales que fueron derrotados por los levantes populares. La Minustah mantiene el gobierno ilegítimo y fantoche de Privert. Todo al servicio de las multinacionales que dirigen el país.

Cómo ayudar al pueblo haitiano

Existe un sentimiento mundial de solidaridad con el pueblo haitiano por la tragedia del huracán. No obstante, es necesario tener claro la experiencia pasada del terremoto. No por casualidad, dirigentes populares advierten que: “Muy frecuentemente, las verdaderas víctimas de los desastres naturales no se benefician con la ayuda humanitaria. La ayuda anunciada va a crear nuevos ricos, en Haití y a nivel internacional, en perjuicio de las víctimas”.

Es preciso que la ayuda de los trabajadores de todo el mundo sea entregada a las organizaciones de lucha haitianas y no al gobierno fantoche.

Además, el 13 de octubre, la ONU va a votar un nuevo mandato para la Minustah, para continuar imponiendo el orden de las multinacionales en Haití.

Por eso, junto con la solidaridad, es necesario que las organizaciones de los trabajadores de todo el mundo se pronuncien contra la otra tragedia que asola a Haití: por el fin de la ocupación militar del país.

Traducción: Natalia Estrada.

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