Jue Mar 28, 2024
28 marzo, 2024

Haití, ese pequeño gran país olvidado en el mundo

¿Quién se acuerda que existe un pequeñito lugar en las Antillas caribeñas, rodeado de mar y sin ríos, con alrededor de diez millones de almas cuya mayoría es obligada a vivir en la miseria, muchas veces sin luz eléctrica (incluso porque cuando la tiene no puede pagarla), sin agua limpia para lavarse las manos, sin desagües en las calles y mucho menos en los campamentos hechos con palos, cartones y plásticos, afectadas por los terremotos, los huracanes, el cólera y las fuerzas de ocupación de la Minustah?

Por: Marta Morales

Dicen que el dolor verdadero duele en las entrañas… ¡vaya noticia! Hablar de Haití, pensar en los habitantes de Haití y no sentir un agudo dolor en las entrañas es prácticamente imposible para todo marxista que se precie, porque “nada de lo humano nos es ajeno”, y lo es también para cualquiera que reivindique mínimamente los derechos humanos.

Hablar de Haití es convencerse de que el capitalismo mata. Frente a la desidia, la indiferencia, el abandono de los ricos y poderosos que, aún en medio de situaciones extremas de pobreza y desesperación, buscan hacer sus sucios negocios, solo cabe entender que Haití no les importa sino para explotar aún más a sus trabajadores, no les importa sino para ganar más y más compitiendo por los precios internacionales a costa de la salud y la vida de los pobres y miserables trabajadores que ya han perdido casi todo, salvo su dignidad y su ancestral rebeldía.

Porque Haití fue la cuna de la rebeldía en esta América invadida, saqueada, colonizada, y ahora en proceso de recolonización por los Estados Unidos –amo del mundo– y sus secuaces.

El orgullo de hacer historia

Haití fue la primera en lograr su independencia en América, en 1804, y fue protagonista de la primera y única revolución negra y esclava victoriosa en el mundo. ¡No es poca cosa! Por el contrario, significan tanto esa revolución, esa historia, esa herencia, que hacen que el imperialismo tenga siempre una preocupación importante para conseguir dominarla y aplastarla.

Desde que fue descubierta con la invasión española en 1492 y hasta 1625 estuvo bajo el dominio español. Luego fue asiento de piratas y bucaneros franceses hasta que en 1697 españoles y franceses se dividieron la isla La Española, que hoy Haití comparte con la República Dominicana.

Así, la lucha de independencia haitiana tuvo varias etapas, en las que distintas alianzas entre terratenientes, esclavos, comerciantes y blancos pobres la unieron primero contra el pacto colonial. Luego, los mulatos libres apoyaron a los blancos pobres que vivían en la isla con la esperanza de conseguir iguales derechos, hasta que en 1790 los blancos los reprimen y los mulatos se juntan a los sublevados que en 1791 dan inicio a la revolución que los haría independientes en 1804.

Dirigida desde 1793 por Toussaint L’Overture, se enfrenta a españoles, franceses e ingleses hasta que este es tomado prisionero en 1802 y muerto en Francia; posteriormente toma el mando Jean Jacques Dessalines; con él vencen a los franceses y Dessalines declara la independencia y a su vez se declara emperador (al mejor estilo de Napoleón Bonaparte).

Haití se convierte así en la primera república independiente del dominio europeo, mediante una revolución llevada adelante por esclavos.

Las invasiones norteamericanas y el duvalierismo

Ya en el siglo XX, los levantamientos se hacen casi permanentes. En 1915, Estados Unidos la invade por primera vez e impone trabajos forzados a sus habitantes hasta 1934.

En 1957 asume la presidencia Françoise Duvalier, conocido luego como Papa Doc, cuyo régimen dictatorial se extendería hasta 1986 (desde 1971, tras su muerte, a través de su hijo Jean Claude – Baby Doc) con escuadrones de la muerte que fueron mundialmente famosos, los “tontons macoutes”, que instauraron el terror con las matanzas a todo y cualquier opositor al duvalierismo. En 1986, una revuelta popular se enfrenta a los tontons macoutes, que son golpeados y arrastrados por las calles de Puerto Príncipe, capital del país, y que obliga a Baby Doc a huir para refugiarse en Francia, si bien en 2011 el gobierno de Michel Martelly lo traería de regreso al país, donde muere de un infarto en 2014.

Desde 1986, entonces, han habido en Haití varias elecciones, todas fraudulentas, que ocasionaron diversas revueltas populares y que en más de una ocasión impidieron la asunción de candidatos que el imperialismo intentaba poner en el poder, una vez que desde la caída del duvalierismo hubo instalado sus fuerzas militares en el país.

En 1990 con un frente popular y 67% de los votos asume el mando Jean Bertrand Aristide, un padre adepto a la Teología de la Liberación, contra Bazin, el candidato del imperialismo, que apenas consigue 14% de la votación. Sin embargo, siete meses después Aristide es depuesto por un golpe militar encabezado por Cedras, que mata a 5.000 partidarios de Aristide en una acción que fue comparada con las dictaduras argentina, de Videla, y chilena, de Pinochet.

La resistencia que comienza contra Cedras, la crisis que provoca en el régimen, y la posibilidad de una nueva revolución democrática hacen que el imperialismo estadounidense vuelva a invadir el país en 1994.

Tras la invasión se convoca a elecciones, en las que gana el candidato de Aristide, René Préval, con 87% de los votos. En 1995, este disuelve las Fuerzas Armadas. En 2000 lo sucede el propio Aristide, con 92% de los votos, en la que se considera la primera sucesión civil en la historia de Haití, que sufrió ya 56 golpes militares.

Bueno, cualquiera podría pensar que a partir de la asunción de Aristide, y con ese nivel de apoyo popular, su gobierno se preocuparía por mejorar las condiciones de vida de los trabajadores y el pueblo haitiano. Sin embargo, Aristide tenía un pacto con los Clinton (el por entonces presidente de Estados Unidos, y su esposa Hillary, que ya era parte de la Secretaría de Estado norteamericano) para implementar en el país el duro plan neoliberal que Cedras no había conseguido llevar a cabo.

La insatisfacción y las grandes movilizaciones que se dieron en el país a raíz de esto hicieron a Estados Unidos concluir que el frente popular ya no le servía para imponer sus políticas de hambre y miseria, por lo que comienza a orquestar la caída de Aristide, desatando una campaña en su contra, inventando grupos paramilitares al estilo de los “Contras” nicaragüenses pos revolución sandinista.

De esta manera, arma un tercera invasión, que se produce en 2004, ya con Bush hijo en el poder en Estados Unidos, quien “terceriza” la ocupación vía los gobiernos latinoamericanos, con Brasil y Lula a la cabeza, y en la que participan fuerzas militares argentinas, uruguayas, chilenas, paraguayas y bolivianas, toda vez que Estados Unidos estaba enfocado en la invasión de Irak y los conflictos en Medio Oriente.

Recién en 2006 se llamará de nuevo a elecciones, las que otra vez gana por amplio margen Préval, a pesar del fraude que se había llevado a cabo, pero que las masas en las calles obligan al imperialismo a reconocerlo. No obstante, apenas asumido, Préval se convierte en un títere de los Estados Unidos, reprime huelgas, privatiza estatales, firma la ley Hope [1], y completa de este modo la transformación de Haití en una colonia de los Estados Unidos.

La Minustah

La Minustah (Misión de las Naciones Unidas para la Estabilización en Haití) invade Haití en 2004 (en el año del bicentenario de la independencia del país), y desde hace 12 años usurpa la soberanía de Haití e impone condiciones nefastas para los trabajadores y el pueblo. Disfrazada como “misión de paz” (para una paz que nunca dejó de ser en el país) y hasta como fuerza de “ayuda humanitaria” (tras el terremoto que asoló Haití en enero de 2010), la Minustah no pasa de ser una fuerza armada internacional de gobiernos lacayos, en particular latinoamericanos, al servicio del imperialismo estadounidense.

Sus soldados ocupan las calles de las ciudades, controlan a los trabajadores y el pueblo, violan a mujeres y niños, saquean pertenencias, transmiten enfermedades que habían sido erradicadas como el cólera, y anualmente salen del país para dar lugar a otros soldados que llegan para repetir el mismo ciclo, la misma historia de horror y sujeción, sin que el país se reconstruya de los “desastres naturales” que se suceden y sin que la “ayuda humanitaria” acabe con los precarios campamentos en que están obligados a vivir los trabajadores y pobres que sobrevivieron al terremoto primero, y al huracán Matthew en estos días.

Además, Haití pasó a ser un campo de entrenamiento de tropas latinoamericanas, que de regreso a sus países intentan muchas veces aplicar los mismos métodos represivos para contener manifestaciones y alzamientos o rebeliones populares. Un caso muy conocido, también, es el de la represión policial en las favelas de Rio de Janeiro, tras la implementación de las UPPs (Unidades de Policía Pacificadoras), que se cobran particularmente las vidas de jóvenes negros y pobres.

Los Clinton y la mano de obra barata

De reconstrucción del país tras el terremoto, ¡ni hablemos! Tal es el fraude con esto que el Departamento Oeste, en el que se encuentra Puerto Príncipe, fue el más afectado por él, pero la reconstrucción se hace en el Nordeste, de acuerdo con el Plan Collier [2], que ya en 2009 había sido llevado a Haití por el secretario general de las Naciones Unidas.

Así, por ejemplo, la inversión para la construcción de las fábricas que albergan a los trabajadores sin derechos y muertos de hambre se sacó del dinero que llegó a Haití como ayuda humanitaria tras el terremoto. Y cientos de hectáreas de tierras cultivadas fueron expropiadas por el gobierno Martelly a raíz de un acuerdo firmado en 2011 (apenas un año después del terremoto) entre Hillary Clinton, el Banco Interamericano de Desarrollo y una textil coreana, sin que las familias despojadas recibieran hasta hoy por lo menos una indemnización.

Pero hay más: los Clinton han hecho de Haití su “propio país”, al mejor estilo Leopoldo II de Bélgica con el Estado Libre del Congo. Desde 1994 (fecha de la segunda invasión estadounidense al país), los Clinton comenzaron a tomar el país como propio, beneficiándose de la Operación “Apoyar la Democracia”, que según Wayne Madsen, en nota de la Strategic Cultura Foundation debió llamarse “Operación Apoyar la Riqueza de los Clinton”.

En 2010, Bill Clinton fue nombrado por la ONU como representante de los Estados Unidos en Haití y con la cuestión del terremoto, a pedido de Obama, Clinton y Bush abrieron una cuenta para recaudar fondos “para la reconstrucción de Haití”, lo que en realidad convirtió a los Clinton en inversores, ahora en la minería de oro.

Las inversiones de los Clinton, que desde hacía tiempo eran protegidas por la Minustah, pronto pasaron a ser custodiadas por la empresa de seguridad HLSI de origen israelí. Y la lista sigue, con la manipulación en la caída de los precios del arroz que Haití exportaba y que pasó, vía las maniobras y negociados de los Clinton, a ser comercializado por la República Dominicana, entre otras varias “lindezas”, todas férreamente protegidas por las fuerzas de ocupación.

En definitiva, en la división internacional del trabajo, a Haití le fue reservado el papel de proveedor de mano de obra barata para la confección de productos como jeans, remeras y zapatillas que los trabajadores que los fabrican jamás podrán usar, toda vez que el salario que reciben es de cinco dólares diarios, con jornadas agotadoras, y donde su salud y su bienestar no valen nada en un país con 80% de mano de obra desocupada, es decir, un inconmensurable ejército industrial de reserva, que permite la sustitución gratuita de unos por otros, más aptos o con menos pretensiones…

Así las cosas, pululan en Haití no solo el hambre, la miseria, los desastres naturales (evitables o al menos controlables en otros países mejor “rankeados” en el mundo) sino también las ONGs, esos organismos que en los últimos años se han puesto de moda a raíz del descrédito de los gobiernos, y que se autodenominan “organismos no gubernamentales” pero cuyos integrantes, ya sea que se reivindiquen de derecha o se crean militantes de izquierda, no son más que funcionarios que cada mes deben rendir cuentas a sus patrones. Y ya sabemos quiénes son sus patrones… por lo menos sabemos con seguridad que no son los pueblos que ellos dicen apoyar con esas organizaciones.

Flujos migratorios

Entonces, frente al desolador panorama que ofrece la pobre y saqueada Haití, muchos de sus habitantes deciden probar suerte, léase trabajar, comer y vivir, en otros países, en otras latitudes. Las estadísticas indican que del total del flujo migratorio que llevó a la población haitiana de 15 millones a 10 millones desde 2009 a la fecha, los habitantes con estudios superiores son los que mayoritariamente dejan el país. De ellos, 80% migra: algunos hacia Canadá (su parte francesa, con la que comparten su lengua) y el resto se distribuye en países latinoamericanos, particularmente el Brasil, que se dice cuenta ya con 70.000 haitianos.

Claro que no todo lo que reluce es oro… y esto no podía ser de otra manera. No sé cómo lo pasan los haitianos que emigraron a Canadá, pero sí puedo decir que el Brasil que los alberga no es el paraíso terrenal que les dijeron encontrarían cuando salieron de su Haití.

Llegados al Brasil luego de semanas de peregrinaje, pagando muchos de ellos hasta 4.000 dólares a los “coyotes” de las fronteras para poder pasar, fueron hospedados en galpones en el Estado de Acre, con pocas condiciones de confort y a la espera de papeles que los legitimaran para poder trabajar, particularmente en el sur del país, en los campos del agro-negocio que impera por esos lares.

Muchos salieron de Acre para San Pablo, capital financiera del país, rica y acomodada, que a simple vista ofrecía mejores condiciones… Pero las condiciones para los haitianos fueron pensiones mugrientas y carentes de casi todo, por 700 reales (casi un salario mínimo), en la Bajada de Glicério. ¿Papeles? Todavía deberán esperar. ¡Con esta crisis desatada en el Brasil, a quién le preocupan los haitianos!!!

Muchas veces hasta son robados y estafados porque no entienden la lengua y no saben cómo moverse en la inmensidad de la ciudad. Otras, son golpeados por otros trabajadores, también pobres, a los que se los ha convencido de que los negros haitianos vienen al país a imponer con sus necesidades una rebaja en los salarios o la pérdida de derechos laborales.

La única salida posible

En fin… ¡el capitalismo mata! Y quien no sienta el dolor en las entrañas frente a esta realidad de nuestros hermanos haitianos es y será nuestro enemigo, como lo son el capitalismo y el imperialismo que les impone estos horrores y este deambular de penurias y enajenación.

Pero, quienes sentimos ese dolor, quienes compartimos ese dolor, tenemos la obligación de la solidaridad internacional, de la lucha revolucionaria internacional para acabar con el capital, y junto con él, acabar con el hambre, la miseria, el saqueo de nuestra clase y nuestros pueblos. Tenemos la obligación de luchar juntos, de organizarnos como clase, para llevar adelante la revolución socialista internacional que, como una vez la de los esclavos en Haití, nos libere esta vez de las cadenas que nos impone el capital. Así, la revolución haitiana deberá ser parte de la revolución latinoamericana, no solo porque es parte de nuestro continente sino además porque esa revolución tiene que derrotar a las burguesías del Brasil, de la Argentina y de los otros países que incluso con gobiernos burgueses que se decían de izquierda, llevaron adelante la ignominia de ser cómplices del imperialismo contra aquel país y aquel pueblo al que tanto le debemos en la lucha por la primera independencia de nuestros propios países. No debemos olvidar que Simón Bolívar, después de su primer intento de independencia derrotado, se refugió y tuvo apoyo del gobierno revolucionario haitiano. ¡Es, entonces, una deuda que tenemos con nuestros hermanos haitianos!

¿Es difícil? Claro que lo es… Pero es la única salida posible para un mundo que se encamina a la barbarie si la clase obrera y los trabajadores no conseguimos torcer su rumbo con la revolución socialista. Y no hay atajos para llegar hasta ella… es la lucha, es la organización, es el partido y la dirección revolucionaria.

¿Es imposible? No, no lo es… y cada vez es más necesario y más urgente. Las necesidades de los trabajadores y las masas en el mundo son cada vez más acuciantes; los aparatos contrarrevolucionarios que como el estalinismo impedían la organización independiente y revolucionaria de los trabajadores, no existen más o no tienen ya esa fuerza y ese prestigio, y los nuevos aparatos reformistas y contrarrevolucionarios que surgen (porque alguien tiene que ocupar los lugares vacíos) no le llegan ni a los talones a aquellas viejas y consolidadas máquinas de impedir y/o destruir revoluciones.

Por otro lado, la clase obrera lucha, los trabajadores luchan, los pueblos luchan, las masas luchan… solo es necesario construir una dirección revolucionaria que encabece esos procesos y lleve a la clase obrera, acaudillando a las masas trabajadoras, a la toma del poder. ¿Es mucha cosa? Sí, lo es… ¡pero será eso o estaremos perdidos!

La recolonización avanza, los pueblos pobres están cada vez más sumergidos en la miseria, los “emergentes” están endeudados por generaciones, a los del “primer mundo” se les acaba a pasos agigantados el “bienestar social” que los mantenía un tanto ajenos a los males del capitalismo… no hay rincón en el mundo, no hay trabajador en este planeta, que no sienta, que no viva, que no sufra las consecuencias de una economía diseñada para la ganancia de unos pocos y las necesidades crecientes de todo el resto…

¿Entonces? Hay mucho por hacer, es difícil… sí, pero no es imposible. No tenemos mucho que perder… Haití no tiene ya casi nada que perder, y, como ella, otros muchos olvidados que en el mundo, sufren y se desangran en guerras, ocupaciones, catástrofes y genocidios. ¿Qué más tenemos que esperar? ¡Empecemos a construir hoy ese futuro que anhelamos, para que no haya más dolor en Haití, ni más olvidados en el mundo!

Notas:

[1] La Ley Hope (textiles en los acuerdos comerciales) abre barreras para intercambios comerciales en los cuales Haití no puede decir qué entra o no al país desde los Estados Unidos; este no paga derechos aduaneros ni tasas sobre las mercancías provenientes de las maquilas. No hay control sobre los productos norteamericanos ni sobre su precio de venta en Haití; no hay trabas al capital multinacional; pero hay sí un compromiso de Haití de avanzar en el terreno de la privatización de los servicios públicos, entre otras medidas. Por eso se dice que la Ley Hope, junto con la ocupación militar, selló la transformación de Haití en una colonia de Estados Unidos [N. de A.].

[2] El Plan Collier para la Seguridad Económica en Haití fue diseñado por el profesor Paul Collier a pedido del secretario general de la ONU, y su informe fue llevado al país ya en 2009 (antes del terremoto). Está ideado sobre la base de incentivos comerciales de Estados Unidos para proporcionar un modelo de asistencia para los donantes a Haití. En el caso, vale decir: ¡prever es dirigir! [N. de A.].

Fuentes consultadas:

Artículos publicados en este mismo sitio: www.litci.org/es/categoria/mundo/latinoamerica/haiti (pp. 1, 2, 3).

“Los Clinton tratan a Haití como si fuera un estado vasallo de su propiedad”, Wayne Madsen, Strategic Cultura Foundation, 04/12/2015, en http://www.aporrea.org/internacionales/a218381.html

“Historia de Haití”, en https://www.google.com.ar/?gws_rd=ssl#q=historia+de+haiti

“La Ley Hope” (Haitian Hemispheric Opportunity Through Partnership for Encouragement Act), Dossier Boletín Político Serie II, n.° 2, junio de 2007, http://www.batayouvriye.org/Espanol/posiciones/hope.html

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