Sáb Jul 27, 2024
27 julio, 2024

Frente a la catástrofe capitalista, la salida es la planificación económica socialista

Socialismo significa democracia obrera y gestión planificada de la economía. Solo en una democracia obrera, la clase operaria puede dominar y efectivamente gobernar.

Por: Jeferson Choma

Pocas veces en la historia el potencial catastrófico y destructivo del capitalismo es expuesto tan a las claras como testimoniamos en nuestros días. No se trata de ninguna exageración. Los propios jefes del sistema están diciendo eso. En una simulación hecha en octubre del año pasado, 65 millones de personas morirían en un período de 18 meses debido a la propagación de un coronavirus. El ejercicio fue realizado por varias organizaciones, incluyendo el insospechado Foro Económico Mundial y la Fundación Bill and Melinda Gates. La última vez que la humanidad fue testigo de una catástrofe de esa magnitud fue en la Segunda Guerra Mundial (1939-1945).

En lo que se refiere a la economía, las previsiones son de una caída del PIB de 18% en la Unión Europea y de 14% en los Estados Unidos. Además, el presidente regional del FED de St. Louis (banco central norteamericano), James Bullard, estima que la tasa de desempleo en la mayor potencia económica del mundo va a subir de 3% a más de 30%. Esas tasas son similares a las de la gran depresión enfrentada por Estados Unidos en los años 1930. En el Brasil se habla de hasta 40 millones de desempleados.

No por nada, muchos de aquellos economistas que profesaban hasta hace algunas semanas las bulas religiosas del neoliberalismo, hoy claman por “un nuevo Plan Marshall”. Uno de ellos es el secretario general de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico), el mexicano Ángel Gurria. Se percibe que el grupo de los de arriba ya sabía lo que podía ocurrir. Avisos no faltaron, faltó sí ciencia, planificación anticipada para combatir el virus, etc.

Es incalculable la catástrofe social que se abatirá sobre los pueblos del planeta. La crisis que se abate sobre la humanidad solo nos trae una certeza: el mundo, tal como lo conocíamos, no existirá más. La vuelta a la “normalidad” de nuestras vidas es algo imposible de restablecerse. En realidad, fue esa “normalidad”, es decir, las leyes generales que rigen el sistema capitalista, que nos condujo a la pandemia del nuevo coronavirus y a la mayor crisis económica (que ya daba señales mucho antes de la pandemia y solo fue acelerada por ella) desde 1929.

La barbarie social va a asolar regiones enteras. El desempleo, la mortandad, la violencia, la ruina, la descomposición social darán un salto de calidad, en la medida en que los capitalistas continuarán haciendo aquello que siempre hicieron: ganar dinero por encima de la desgracia de millones. Al final, el capital no puede parar. Las mercaderías precisan circular. Dejar quemar, morir es la fórmula de la acumulación. Todo eso ya fue dicho por boca de figuras odiosas como Donald Trump, Bolsonaro y varios empresarios, diciendo que la “economía no puede parar” y “que muchas empresas van a quebrar”. Como si una pandemia de tal dimensión no forzase, más tarde o más temprano, a la paralización de la economía. Pero la “economía” de la que están hablando esos señores es la “acumulación de capital” de algunos sectores. Porque la lógica inculcada en el cerebro de los capitalistas es ajena a los alertas de la ciencia, a la vida de millones. Así, trabajadores pueden enfermarse y morir. Son piezas descartables que pueden ser repuestas por otras aún más descartables.

La actual catástrofe también expone toda la irracionalidad absurda del capitalismo. ¿Cómo un sistema que dotó a la humanidad de tal capacidad productiva no consigue siquiera producir alcohol en gel suficiente para combatir una amenaza pandémica anunciada desde finales del año pasado? ¿Cómo puede un sistema que proporcionó tamaña integración productiva del planeta no conseguir atender la actual demanda de ventiladores para respiración artificial, necesarios al tratamiento de los casos más graves de coronavirus? ¿Cómo puede el país más poderoso del mundo no conseguir realizar testes suficientes para la enfermedad y convertirse así en el centro de la actual pandemia? Se revela aquí el carácter anárquico de la producción capitalista, provocado por la competencia en el mercado, como explicaremos a seguir.

El capitalismo es el imperio del caos y del desorden al servicio del lucro. Una máquina de producción permanente de catástrofes, como sugería Rosa Luxemburgo. Eso coloca el socialismo como una necesidad histórica, es decir, un cambio radical del modo de producción y reparto. O será eso, o la humanidad caminará hacia la barbarie, engendrada en el seno del propio sistema.

Una economía socialista exige la socialización de los medios de producción y una planificación centralizada construida democráticamente por productores y consumidores. Las ventajas de una economía planificada se tornan claras frente al caos actual. Imagine una economía de este tipo frente a la situación actual. Sería posible asignar rápidamente todo el potencial productivo existente para la fabricación tan necesaria de equipos de combate a la pandemia, la construcción rápida y ágil de camas de terapia intensiva y hospitales, los ventiladores, testes y hasta recursos para el financiamiento de investigación científica.

No obstante, es muy probable que jamás asistiríamos a una pandemia como la actual. Eso porque la historia del capitalismo nos mostró que parte del desarrollo tecnológico del siglo XX apunta a una situación compleja y contradictoria, dado el potencial directamente destructivo generado por esos avances. El origen del actual coronavirus, por ejemplo, está directamente relacionado con la mercantilización de la naturaleza y el desequilibrio ecológico provocado por políticas fomentadas por el gobierno capitalista chino, que creó un gran mercado de animales salvajes.

Así, un virus que tenía los murciélagos como reservorio natural pasó a contaminar a los seres humanos a partir de una apropiación mercadológica de hábitos milenarios de alimentación china, combinado con la desigualdad del desarrollo social y una urbanización rápida y caótica. Imagine lo que podría resultar de la aniquilación de las selvas tropicales, como la Amazonía. Cuántas nuevas epidemias podría causar la devastación.

El aumento de la temperatura media del planeta, inducido principalmente por la emisión de gases de efecto invernadero, tendrá consecuencias terribles en lo que se refiere al surgimiento de nuevas epidemias. El calentamiento global contribuirá para ampliar, en el Brasil, el área de distribución de cuatro virus transmitidos por mosquitos: el Oropouche (OROV), el Mayaro (MAYV), el Rocío (ROCV) y el virus de la encefalitis de Saint Louis (SLEV). Esta conclusión está en un estudio realizado por científicos brasileños, como se puede ver aquí.

Frente a pandemias y al calentamiento global, una sociedad socialista precisará llevar en consideración todo lo que afecta el medio ambiente y el clima del planeta. Esto es, precisará revolucionar simultáneamente las relaciones sociales de producción y las fuerzas productivas, desarrollando ecotecnologías.

Pero, el final, ¿qué es la planificación económica? ¿Cómo funcionaría en una sociedad de productores asociados y cuáles serían las diferencias con el actual modo de producción capitalista?

Economía planificada versus anarquía de la producción capitalista

Sumariamente, planificación significa asignación directa de los recursos necesarios a la reproducción de la vida, incluyendo el trabajo. Hay dos formas de planificación adoptadas por las más diversas sociedades humanas en el curso de la historia: la planificación antes de la efectiva producción (ex ante) y la planificación posterior (ex pos), que es hecha a partir de una evaluación con base en los resultados de aquello que fue producido y fue puesto en el mercado. Esos dos modos poseen lógicas internas muy diferentes, y generan leyes de movimiento distintas.

En el capitalismo predomina la anarquía de la producción social, cuyo motor es la competencia entre capitalistas. Por eso, hay una superproducción de mercaderías. Si ellas fueran vendidas, óptimo. Si no, serán destruidas o se pudrirán, la empresa entrará en crisis, cerrará sus puertas y despedirá a sus empleados. Eso representa el desperdicio de una enorme cantidad de trabajo y de riquezas en producciones inútiles. Los capitalistas dejan de producir ítems fundamentales para la sociedad, por ejemplo, los equipos necesarios para el combate al coronavirus, simplemente porque dan poco o ningún lucro. Pero en la sociedad capitalista sobran automóviles, cosas superfluas de todo orden, objetos de lujo para pocos, tecnología militar, pero faltan hospitales, inversiones en ciencia para el bienestar humano, medicamentos, casas, saneamiento… En 2016, la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO, por su sigla en inglés) publicó un estudio mostrando que la producción mundial de alimentos es suficiente para suplir la demanda de las 7,3 mil millones de personas que habitan la Tierra. A pesar de eso, aproximadamente una de cada nueve personas aún vive la realidad del hambre.

La asignación de recursos en una sociedad regida por las leyes del mercado actúa posteriormente a la producción, en el sentido de neutralizar o corregir decisiones previas tomadas de forma fragmentada y anárquica en diferentes empresas y fábricas. Eso ocurre porque las reales necesidades de la sociedad no son tomadas en cuenta, son incluso desconocidas. Cabe al mercado la tarea de revelarlas posteriormente a través de los dispendios de la “demanda efectiva”.

Contradictoriamente, el capitalismo desarrolló una coordinación técnica, de interdependencia e integración, que niega el trabajo privado, aislado en una fábrica. A lo largo de su historia, esa coordinación de la producción envolvió muchas unidades de producción y ramas de la industria hasta alcanzar la escala global de integración de la cadena productiva entre muchas naciones. El problema es que esas decisiones hechas por una firma individual de asignación, por más que sean racionales y hasta puedan apoyarse en métodos científicos, son gobernadas por leyes puramente mercadológicas. Hay, por lo tanto, un conflicto entre las planificación racional de la producción de una gran fábrica o empresa individual y la anarquía general de la producción capitalista. En otras palabras, la racionalidad parcial de las unidades de producción entran en contradicción con la irracionalidad global de la producción capitalista.

En el socialismo eso no ocurriría. El proletariado, que se torna la clase dominante gracias a la expropiación de los capitalistas, controla la producción y el consumo de acuerdo con las necesidades de la población y la capacidad de la economía. Es lo que llamamos planificación económica.

Lenin ya subrayaba que esa sería la tarea más importante en Rusia luego de la revolución de octubre de 1917. “La transformación de todo el mecanismo económico del Estado en una única gran máquina, en un organismo económico que trabaje de modo que centenas de millones de personas sean dirigidas por un único plan –he aquí, la gigantesca tarea de organización que recayó sobre nuestros hombros” (Séptimo Congreso Extraordinario del PC ruso, marzo de 1918).

El socialismo parte de la socialización de la producción como condición para la superación del subdesarrollo social y económico de la gran mayoría de la población. Al no desear el lucro, la planificación es realizada antes de la efectiva producción de bienes y servicios, pues precisa llevar en consideración las necesidades de la sociedad. La producción es de esa forma organizada para satisfacerla.

Obviamente, no pretendemos aquí exponer una fórmula o un manual sobre cómo debería funcionar una economía planificada en una sociedad de productores asociados, incluso porque la organización concreta de la producción se desarrollará a partir de condiciones objetivas concretas puestas en la realidad. Pero presentamos algunas ideas generales, fruto de algunas experiencias históricas y de un largo debate que movilizó a pensadores marxistas.

La planificación de la economía precisa englobar a los trabajadores que producen los bienes y servicios ofrecidos a la sociedad. Por eso, necesita de organismos de decisiones que actúen en el nivel de la planta, en los ámbitos municipal, regional y en escala nacional, a los cuales llamaremos “consejos”.

En ellos, los propios trabajadores definirían las necesidades prioritarias a ser satisfechas a través de la asignación garantizada de recursos (distribución gratuita), los volúmenes de recursos destinados al crecimiento de la población y su composición etaria; la producción de bienes y servicios no esenciales; políticas de precios, elecciones técnicas a ser usadas en la producción, y la jornada de trabajo necesaria a la realización del plan. Todo eso apuntaría para un plan económico general establecido sobre la base de las decisiones de la mayoría.

El debate sobre la planificación de la economía debería iniciarse en la escala de la planta, avanzar para el ámbito municipal y regional y, finalmente, ser definido en un consejo nacional de productores. Participarían de este último organismo delegados electos democráticamente desde la base de las fábricas.

En una economía planificada es importante la organización de los cuerpos autogestinarios, por ejemplo, congreso de consejos de trabajadores de las industrias de un ramo de alimentación, de la energía, de la comunicación, de producción electrónica, del transporte, etc., que pueden determinar la jornada de trabajo a partir de la necesidad del plan económico aprobado, proyectar la creación de unidades de producción adicional, procurar los mejores medios técnicos disponibles, etc. Todos esos organismos también desempeñarían un papel de vigilancia permanente por parte de los trabajadores sobre la elaboración y el cumplimiento de ese plan.

Para cumplir las metas del plan se dividirían entre las varias plantas productivas el total de lo que debería ser producido, por ejemplo, componentes para teléfonos celulares, o cuero, o algodón, acero, materia prima para medicamentos, logística para la construcción de hospitales, etc. Eso ya es realizado por cualquier empresa capitalista hoy, por medio de los administradores. Pero en una economía planificada, serían los propios productores que discutirían (y ningún gerente o accionista sería mejor que ellos) la mejor manera de asignar recursos para la producción de determinados productos.

En el sector de servicios puede ser adoptada la misma estructura de funcionamiento en hospitales, escuelas, transporte, abastecimiento, comunicación, etc. Por ejemplo, un consejo de trabajadores de la salud, electo por los propios, podría administrar hospitales y asignar recursos, consultando a otros ciudadanos, y establecer un plan a partir de las propias necesidades concretas de la sociedad.

Muchas de esas decisiones, mientras tanto, especialmente las de bienes y consumo para el público, precisarían ser determinadas en acuerdos previos entre consejos de trabajadores-productores y consumidores, todos democráticamente elegidos. En el capitalismo, así como el productor, el consumidor es totalmente pasivo y queda a merced de lo que es producido a partir de las necesidades del mercado. En una economía planificada, él es un sujeto activo. Así como el productor, es partícipe del proceso de planificación. De esa forma, no solo la calidad de lo que es producido sería garantizada, como muchos productos podrían ser testados previamente, antes de dirigirse a la población.

Obviamente, esas decisiones serían cada vez más plenamente eficaces con la necesaria elevación general del padrón cultural de toda la población y el más completo acceso a la información. Una sociedad de productores asociados solo puede prosperar en un ambiente plenamente democrático.

El actual desarrollo tecnológico es una herramienta de suma importancia a ser aplicada en la reducción de la jornada de trabajo y en la plena difusión de las informaciones. Permitiría cada vez más la plena participación de la población en las decisiones políticas y económicas de esa nueva sociedad y facilitaría la propia planificación, en la vigilancia de la ejecución de las metas fijadas. Imagine, por ejemplo, el uso de internet como herramienta de flujo de informaciones respecto de la producción. Facilitaría no solo la máxima divulgación de las propuestas, para consultar la disponibilidad de recursos, exponer metas, etc., como también proporcionaría el acompañamiento en tiempo real del proceso de producción, lo que posibilitaría un gran margen de seguridad en el sentido de asegurar las provisiones de datos iniciales correctos para la planificación, corregir las ineficiencias y el desperdicio de recursos. Imagine la Industria 4.0 siendo aplicada en pro del bienestar de la humanidad. Una tecnología que integra la automatización y cambio de datos de Sistemas Ciber-físicos, Internet, Internet of Thing con la Computación en Nube.

De ese modo, el actual desarrollo tecnológico creado por el capitalismo ya permitiría la reducción drástica de la jornada de trabajo, casi la liberación total del trabajo penoso y la inclusión en el proceso productivo de todos los que están desempleados. Pero en el capitalismo las cosas no funcionan así. La tecnología sirve para crear desempleo, disminuyendo puestos de trabajo y costos de producción del capitalista, vide el empleo generalizado de aplicativos que resultan en precarización del trabajo. El socialismo invertiría totalmente esa lógica. Sería una sociedad de pleno empleo.

La participación activa de la sociedad en el proceso de toma de decisiones y administración directa de la economía de la sociedad poco a poco disolvería la división social del trabajo, entre administrados y administradores, entre jefes y comandados. La abolición de la propiedad privada de los medios de producción no garantiza por sí sola que todos pasarán a ser copropietarios de todo. Para que todos sean iguales, es necesario abolir las diferencias en el poder de controlar lo que será hecho con los recursos.

Como ya dijimos, la planificación precisa llevar en consideración todo lo que afecta el medio ambiente y el clima del planeta. Todos aquellos procesos que puedan contaminar y afectar los océanos, provocar el calentamiento global, como la emisión de gases de efecto invernadero, o destruir bases mundiales de equilibrio ecológico, como las selvas, precisan ser democráticamente debatidos. El calentamiento global es una realidad causada por el capitalismo desde la Revolución Industrial. No por nada muchos científicos ya usan el término Capitaloceno para describir el período más reciente en la historia del Planeta Tierra. Un período geológico que, además, va a durar mucho más que el propio sistema social que lo creó. Incluso con la superación del capitalismo, las futuras generaciones aún van a tener que lidiar con las consecuencias de los cambios climáticos. La sociedad socialista tendrá la tarea de construir fuerzas productivas ecológicas para restablecer el equilibrio metabólico entre la sociedad y la naturaleza. Esto es muy distinto de la industrialización ciega y burocrática soviética, que resultó en el desastre de Chernobyl.

El socialismo, que pretende ser una sociedad superior al capitalismo, debe utilizar todas las conquistas de la vieja sociedad de clases, en primer lugar, el carácter mundial de la producción. No se puede hablar de una sociedad socialista que no sea más rica, más libre y más desarrollada que la capitalista si no se construye en nivel mundial.

Cuáles serían las motivaciones en una economía planificada

La mayoría de los economistas liberales burgueses y defensores del capitalismo argumentan que tal sociedad no sería posible porque debilitaría lo que es, para ellos, el principal motivador de la producción y la innovación. A saber, la posibilidad de acumular dinero y comprar más mercaderías. Sabemos que eso no pasa de una estúpido devaneo, pues la inmensa mayoría ni siquiera tiene condiciones mínimas de sobrevivir, mucho menos de acumular bienes y mercaderías. Pero, para los liberales, que viven en un universo paralelo, los trabajadores no tendrían razón para motivarse, toda vez que en una sociedad igualitaria acumular riquezas no es más la fuerza motriz de la vida de las personas.

No obstante, sí hay motivos. Y ellos son mucho más nobles que los que piensan los liberales. El trabajo en una sociedad socialista estaría orientado a mejorarse a sí mismo y al conjunto de la humanidad. En una economía planificada, los intereses de los productores en reducir la jornada de trabajo, dedicarse al enriquecimiento del espíritu, generarían un incentivo automático. Ahorrar sus propios esfuerzos en busca de la satisfacción de su curiosidad intelectual, artística y científica sería una de las fuerzas motrices de la sociedad.

Todo obrero sabe que la naturaleza de su trabajo es, la mayoría de las veces, agotadora física y emocionalmente. El tiempo diario del trabajador, su energía y capacidad son prácticamente chupados en su trabajo y en su desplazamiento para llegar a él. Eso impide que pueda adquirir conocimiento científico y tenga condiciones de participar de una actividad cultural o política. Siquiera tiene noción de la totalidad de la cadena de trabajo y comercio en la cual su trabajo individual está inserto. Su condición en el capitalismo es de total subdesarrollo cultural.

El deseo de minimizar trabajos penosos, mecánicos, aborrecidos y repetitivos sería un buen incentivo para garantizar la producción eficaz y asegurar bienes de consumo y servicios. El incentivo brotaría de la concientización de que el trabajo eficaz, productivo y reducido significaría menos tiempo de vida perdido.

En una sociedad socialista, las personas no buscarían su realización por el consumo o por la acumulación monetaria, como defienden los liberales, sino sí mejorándose a sí mismas y a la propia sociedad a través del desarrollo de las ciencias, de la comprensión de la naturaleza, del arte, de deporte, etc. Sería una sociedad que crecería en civilización, y no por la mera adquisición frenética de mercaderías. De ese modo, la sociedad se desarrollaría en plena expansión de actividades y relaciones humanas significativas.

El opuesto de la planificación burocrática

La planificación democrática y centralizada de le economía es lo opuesto de la planificación burocrática soviética, que, por su parte, es fruto de la contrarrevolución estalinista que se abatió en el país.

La planificación burocrática se basa en la división intelectual del trabajo. El conocimiento, por lo tanto, es monopolio de un grupo de especialistas que asumen funciones administrativas y de jefatura. La planificación y la responsabilidad por su ejecución quedan en manos de esa camada de administradores.

En una planificación burocrática, los productores y consumidores están apartados de cualquier decisión sobre un plan económico. La decisión es vertical y dictatorial, y todo potencial productivo del país debe cumplirla, aunque implique decisiones irracionales y opresivas. El burócrata administrador de la fábrica procura mantener con uñas y dientes su puesto y sus ventajas materiales. Por eso, cumple ciegamente las órdenes de la jerarquía burocrática, oculta desperdicios y fracasos, corrompe a otros burócratas administradores, y explota a los obreros.

Todo eso no tenía absolutamente nada que ver con las preocupaciones de Lenin después de la Revolución de Octubre. Él deseaba sacar a Rusia de un enorme subdesarrollo cultural y técnico, industrializando un país agrario compuesto por 90% de campesinos, al mismo tiempo que apostaba a la masiva educación de la población, mayoritariamente analfabeta, para así prepararla para la administración de la producción y de la vida política. Para eso defendió adoptar una medida eficaz contra la burocratización. Procuró formas para la reducción de la jornada de trabajo, en el sentido de incluir a los productores en la participación activa de la administración de las empresas y de la vida política general del país. Su fórmula era: seis horas de trabajo + cuatro horas de actividades ligadas a la administración de la producción. El objetivo era que todos pudiesen comprometerse en las dos actividades, lo que resultaría en el fin de la división social de trabajo.

La planificación burocrática impuesta por el estalinismo fue el reino de los administradores. Su ineficacia condujo a enormes contradicciones sociales, que resultarían en la restauración del capitalismo en la Unión Soviética.

Conclusión
El lector puede objetar: ¿pero eso no es utópico, irrealizable en nuestra sociedad? Incluso en tiempos de distopía capitalista, con pandemia, crisis económica y climática, muchos aún creen que sería más fácil que un meteoro caiga en la Tierra a que la humanidad construya una sociedad socialista. En la otra punta, están los mercaderes de ilusión que venden la posibilidad de reformar el capitalismo, tornarlo más humano. Tanto el pasado como el presente muestran que eso es absolutamente irrealizable, así como embotellar nubes.

En el fondo, el debate se resume a una cuestión: ¿la humanidad puede conseguir moldear su propio destino, su autoemancipación en algo tan tangible o es solo un sueño de una noche de verano? Recordemos que son los seres humanos los que hacen su propia historia. El socialismo es una posibilidad histórica que emerge de las contradicciones objetivas de la producción capitalista. Pero, para realizarlo, es preciso más que condiciones objetivas. Depende fundamentalmente de la acción política de los hombres y mujeres, de su intervención consciente organizada en un partido revolucionario hasta la toma del poder por el proletariado, en alianza con las demás clases oprimidas.

No obstante, de manera alguna la clase obrera puede dominar sin efectivamente gobernar. Ella precisa ejercer el poder dentro de las fábricas y de las más diversas ramas industriales, al mismo tiempo que debe ejercer el poder político del Estado en todas las esferas. Lo que nos pone frente a la tarea esencialmente política en el período de construcción del socialismo. El control del Estado, reorganizado bajo una nueva forma, basado en consejos constituidos por miembros democráticamente electos, que incorporen a las masas trabajadoras en las tomas de decisiones fundamentales y restrinjan radicalmente el papel de los funcionarios especializados. Solo de esa manera la clase obrera va a dominar, en el sentido real del término, las prioridades económicas, sociales y culturales de la nueva sociedad.

Artículo publicado en www.pstu.org.br
Traducción: Natalia Estrada.

 

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