El genocidio del pueblo negro es una política de Estado

Racismo y machismo alimentan una cultura de exterminio cuyas mayores víctimas son la juventud y la mujer negra.
Por: Dayse Oliveira y Cyro Garcia, Rio de Janeiro
(…)
Negros señores en América
Al servicio del capital
No son mis hermanos.
Negros opresores
En cualquier parte del mundo
No son mis hermanos.
Solo los negros oprimidos
Esclavizados
En lucha por libertad
Son mis hermanos.
Para estos tengo un poema
Grande como el Nilo.
Solano Trindade
Nuestras almas gimen por la niña Ágatha, asesinada hace dos meses por el arma de la Policía Militar (PM) de Rio de Janeiro. Nuestras almas gimen por la pequeña Ketellen, víctima de la milicia [parapolicial] en Realengo, Zona Oeste de Rio de Janeiro. Nuestras almas gimen por todos los niños, jóvenes, hombres y mujeres muertos por ser negros y pobres, debido a la acción policial, a los agentes del Estado, a un sistema injusto, deshumano y cruel que explota a trabajadores y sesga vidas para obtener ganancias. Tenemos que gemir, gritar, marchar en la periferia en este Día de la Conciencia Negra, ¡luchar en conjunto en las calles!
Lamentablemente, este “Día de la Conciencia Negra” no tenemos muchos motivos para conmemorar a no ser la lucha incesante contra la grave situación a que está sometido el pueblo negro y pobre de nuestro país. Ágatha y Ketellen entraron para una estadística nefasta que hace años acomete a negros y pobres en el Brasil, debido a una política genocida como la emprendida por el gobierno Witzel, de “guerra a los pobres”, como demostraremos más adelante.
Pero Witzel no es un rayo en cielo azul, esa política no es de hoy. A despecho de lo que el gobernador incentiva, incluso desde antes de tomar posesión, de que en su gobierno “la policía va a mirar la cabecita y… fuego”, en una verdadera declaración de guerra, su política en nada se diferencia de la de sus antecesores, ni de su ahora desafectado gobierno Bolsonaro, que hizo de la “armita en mano” un símbolo de campaña.
Eso es lo que demuestran diversos estudios y pesquisas recientes que comprueban, una vez más, de forma nítida, la enorme desigualdad existente entre negros y blancos en la sociedad brasileña, y que exponen la violenta cara racista y machista del Estado capitalista brasileño bajo los diferentes gobiernos que se sucedieron en el Estado [de Rio de Janeiro] y en el país en los últimos años.
No es “guerra a las drogas”, es “guerra a los negros y pobres”
El último 13 de noviembre, el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE) divulgó el informativo “Desigualdades Sociales por Color o Raza en el Brasil”, que confirma que la población negra es la principal víctima de homicidio en el Brasil y que la tasa de homicidios de negros y pardos aumentó en todas las franjas etarias, mientras las de las personas blancas se mantuvo estable. Entre 2012 y 2017, se registraron 255.000 muertes de negros por asesinatos; en proporción, negros tienen 2,7 más chances de ser víctimas que los blancos.
Una pesquisa de la Fundación Abrinq había llegado ya a esa misma conclusión anteriormente: los negros constituyen la mayoría de las víctimas de homicidios en todas las unidades de la federación, en una media de cuatro cada cinco casos en el año 2017. En veinte años, el número de jóvenes negros asesinados aumentó 429%, ante 102% de jóvenes blancos.
El 13° Anuario Brasileño de Seguridad Pública, divulgado en setiembre de este año, demuestra el crecimiento de muertes por acciones policiales. Según el informe, elaborado por el Foro Brasileño de Seguridad Pública, en 2018 el registro de muertes derivadas de intervenciones policiales tuvo un aumento de 19,6% en relación con el año anterior. Algunos Estados tuvieron un crecimiento alarmante como Roraima (183,3%), Pará (72,9%), Ceará (39%), y Rio de Janeiro (32,6%). Siendo lo más preocupante la enorme proporción de muertes causadas por policías, dentro del cómputo total de muertes violentas intencionales. Pero los números no paran por ahí…
Datos del Instituto de Seguridad Pública (ISP), vinculado al gobierno estadual de Rio de Janeiro, divulgados en octubre, comprueban la escalada de violencia policial. Muertes por la policía de Rio de Janeiro crecieron 127% en cuatro años, lo que comparadas con las de 2013, año con el menor número de muertes, el porcentaje de víctimas creció 374%. En este año batieron récord: llegan a una media de cinco personas por día y un total de 1.249 autos de resistencia contra 1.075 del año pasado.
En realidad, lo que vemos en la práctica es una pena de muerte informal, una “cultura de exterminio” impuesta por la burguesía, la policía, el tráfico y las milicias [parapoliciales], a pesar de que la “pena capital” está proscripta en el Brasil desde la República, luego de más de tres siglos de muertes en la horca, fusilamientos y degüellos, sobre todo de negros y negras víctimas de la esclavitud.
Desigualdad social, criminalización y prisiones en masa
Al contrario de lo que dicen los políticos, vivimos en una “democracia para los ricos”, pues para los trabajadores, los negros y negras, en especial la juventud negra, no hay “Estado de Derecho”, solo resta explotación, opresión y violencia. Vivimos en una sociedad dividida en clases sociales, en la que un puñado de grandes empresarios multimillonarios, como banqueros, contratistas, latifundistas, que detentan el poder económico, político y militar, explotan a los trabajadores y oprimen a la gran mayoría de la población.
La grave crisis económica mundial iniciada en 2008 tuvo enormes consecuencias para los trabajadores, pero en especial para los negros y negras que, además de sufrir con las diferencias salariales ya existentes, son las mayores víctimas del desempleo en masa y de la violencia que asola el país.
El mismo relevamiento del IBGE informado arriba, muestra también que en 2018 negros y pardos representaban 54,9% de la fuerza de trabajo en el país (57,7 millones de personas) y los blancos, 43,9% (46,1 millones). A pesar de eso, la población negra o parda representaba 64,2% de los desocupados y 66,1% de los subocupados.
Además, la tasa de informalidad entre los negros es mucho mayor que entre los blancos. Casi la mitad de los negros (47,3%) trabaja sin estar registrado o sin CNPJ [personería jurídica]. Ese porcentaje es de 34,6% entre los blancos.
Ahora, el capitalismo, en su cara imperialista decadente, no tiene nada para ofrecer a los trabajadores, a los negros y el pueblo pobre, a no ser hambre, miseria y quite de derechos. Los gobiernos no garantizan empleos, salud y educación, debido a una política económica que “saca a los pobres para dar a los ricos”, y lo que sobra son tiros y balas para la población pobre, negra y trabajadora.
Así, lo que vimos por parte de los sucesivos gobiernos estaduales y federales fue la utilización de medidas sociales compensatorias, que no alteraron estructuralmente las profundas desigualdades económicas y sociales del Estado capitalista brasileño.
En contrapartida, los gobiernos Lula y Cabral fueron prolíferos en la llamada “guerra al tráfico” y criminalización de la pobreza. Ya en el segundo mandato del gobierno Lula, en nivel federal, y del primero de Sérgio Cabral como gobernador del Estado de Rio de Janeiro, hubo un momento de ensañamiento a partir de la creación del Programa Nacional de Seguridad con Ciudadanía (Pronasci). El establecimiento de las UPP’s [Unidades de Policía Pacificadora], que en la práctica impuso la ocupación militar y el control ostensivo de territorios, resultó en la instalación de un Estado de Excepción en las favelas y el consecuente encarcelamiento en masa de la población negra y pobre.
La llamada Ley de Drogas, Ley 11.343, de 2006, fue el estopín de un política de encarcelamiento en masa. De una población carcelaria de alrededor de poco más de 90.000 personas en 1990, el Brasil registra un aumento de más de 700%, llegando a más de 726.000 presos, siendo que 40% lo está de forma “provisoria”, sin siquiera tener derecho a un juicio. Ahora, un rápido análisis de esa población carcelaria muestra que ella es negra, pobre, periférica, siendo la mujer en la cárcel totalmente invisible y, al contrario de los criminales de cuello blanco, no cuenta con la defensa de abogados caros y se “pudren” en las cárceles como Rafael Braga[1].
Mientras tanto, policías y militares siguen impunes desde la dictadura, y las ejecuciones de la concejal Marielle Franco y de Anderson Gomes siguen sin solución después de 616 días, lo que refuerza aún más una lógica, una cultura de impunidad, que actualmente se pretende legalizar a partir del Paquete de Moro. El excluyente de ilegalidad [ilícito] previsto en el proyecto de Moro es una propuesta que, desvergonzadamente, en la práctica significará la legalización de una “licencia para matar”, como tanto defienden Bolsonaro y Witzel, que acarreará un incremento mayor de la violencia.

Rio de Janeiro – Parientes de jóvenes muertos por la violencia policial hacen manifestación frente al Tribunal de Justicia para pedir el castigo de los culpables y recordar un año de la muerte de los cinco jóvenes de Costa Barros (Tânia Rêgo/Agência Brasil)
Estado: represión e ideologías para contención social
Todo eso ocurre porque la burguesía, para garantizar sus intereses de clase y ejercer su dominación, creó a lo largo de la historia el Estado para rodearse de un fuerte aparato militar y así controlar y reprimir a los trabajadores y el pueblo pobre. Como vimos, en el Brasil, no es diferente. Luego de más de treinta años del fin de la dictadura militar, además de no haber sido aclarados y castigados los crímenes cometidos por el régimen militar, vivimos bajo un fuerte aparato policial-militar, una creciente militarización de la sociedad y criminalización de la pobreza y los movimientos sociales, con graves consecuencias para la población negra, como demostramos arriba.
Pero la burguesía, para consolidar su dominación, precisa recurrir también a otros mecanismos como las ideologías, a fin de “naturalizar” y tornar “aceptable” este sistema capitalista injusto y desigual en el que vivimos. Así, a través del Estado, de la escuela, de las iglesias, de los medios de comunicación, etc., la burguesía impone sus ideologías para control social.
Así, por ejemplo, la ideología del “mito de la democracia racial” es cultivada para ocultar el “racismo” y la superexplotación de trabajadores y trabajadoras negros, responsable por las enormes desigualdades económicas y sociales existentes entre blancos y negros. De la misma manera, pregonan una supuesta “fragilidad” de la mujer para “naturalizar” las diferencias existentes entre hombres y mujeres que son futo del “machismo”, así como la “LGBTfobia” para justificar la discriminación de LGBTs.
La burguesía, a través de ideologías racistas, machistas, LGBTfóbicas, xenofóbicas, divide al a clase trabajadora entre blancos y negros, hombres y mujeres, héteros y LGBTs para mejor controlar y explotar y, así, obtener cada vez más y mayores ganancias. Por eso, de forma alguna, ni en cualquier tiempo, se puede pactar con cualquier forma de opresión, pues debilita a la clase y, como decía Marx: “aquellos que oprimen a otros jamás serán libres”.
La ideología dominante de una época es la ideología de la clase dominante, pero de modo alguno eso significa que sean las únicas ideas existentes. A partir de la lucha de los trabajadores, del movimiento negro y de otros movimiento sociales, el racismo pasó a ser considerado crimen, fue conquistada la políticas de cuotas en las universidades, también fue criminalizada la LGBTfobia; pero, lo que conquistamos un día, lamentablemente, los ricos y poderosos quieren quitárnoslo al otro.
Por primera vez, en 2018 la proporción de personas negras o pardas que cursan nivel superior en instituciones públicas en el Brasil llegó a 50,3%, nuevamente conforme el IBGE. A pesar de que esta parte de la población representa 55,8% de los brasileños, nunca antes negros y pardos sobrepasaron la mitad de las matrículas en instituciones públicas. Eso, no obstante, no significa la garantía de empleo o de mejoría de vida. Negros y pardos son dos tercios de los desempleados. Eso es racismo.
Lo que les pagan a negros y pardos se mantienen por debajo del segmento de los blancos. El pago medio mensual entre blancos es de R$ 2.796 y entre negros y pardos cae para R$ 1.608, una diferencia de 73,9%. En la comparación solo entre los que tienen curso superior, los blancos ganaban por hora 45% más que los negros o pardos.
Las mujeres negras ganan menos de la mitad del salario que los hombres blancos en el Brasil. Negras ganan menos que hombres negros, que son más mal remunerados que mujeres blancas, apunta la misma pesquisa del IBGE, que destaca que hombres blancos ocupan el tope de la escala de salarios en el país. Las mujeres negras o pardas continúan en la base de la desigualdad de renta en el Brasil. El año pasado, ellas recibieron, en media, menos de la mitad de los salarios que los hombres blancos (44,4%), que ocupan el tope de la escala de remuneración en el país.
Por una rebelión de raza y clase
Es preciso luchar y es posible cambiar este perverso cuadro de desigualdades, por el fin del genocidio y el encarcelamiento en masa, dar un basta en las operaciones policiales en las favelas y comunidades, un fin a la violencia policial, punición de todos los involucrados en las masacres y asesinatos, desmilitarizar la Policía Militar (PM), derechos de sindicalización y huelga para los policías, fin de la “guerra a las drogas”, descriminalización de las drogas, por el no pago de la deuda, plan de obras públicas para garantizar empleos, salud, educación, trabajo igual con salario igual, guarderías públicas para todos los niños, titularidad de las tierras quilombolas, entre tantas otras cuestiones.
Para eso, y para acabar con el racismo y todas las formas de opresión, como el machismo y la LGBTfobia, es preciso unir a los trabajadores, negros y blancos, hombres y mujeres, independiente de los gobiernos y de la burguesía y entablar una fuerte lucha para destruir esas ideologías y este sistema capitalista.
Las desigualdades entre blancos y negros son enormes bajo el sistema capitalista, y exactamente por eso, por tener una base material, es que una ideología tan criminal como el racismo sobrevive hace siglos, incluso después del fin de la esclavitud, pues está basado en profundas relaciones económicas y sociales capitalistas. El racismo surge con el capitalismo y por eso no acabó luego del fin de la esclavitud.
Las nuevas ideologías que surgieron, como el “empoderamiento”, el “emprendedorismo”, presentan una salida individual para un problema que es colectivo, pero que no traerán mejor suerte para acabar con el racismo, el machismo y las desigualdades sociales, pues estamos frente a cuestiones sociales colectivas, que exigen acciones sociales, políticas públicas. No [se puede y no se debe] responsabilizar a los individuos y desresponsabilizar al Estado, a los gobiernos, de la solución de siglos de opresión y explotación.
En el mismo sentido, no es posible acabar con el racismo en los marcos de capitalismo sin romper con el sistema, como proponen sectores del movimiento, y que por eso mismo defienden frentes, alianzas y conciliación con los gobiernos de la burguesía.
En tiempos de rebeliones por todo el mundo, vamos a seguir el ejemplo de los trabajadores, trabajadoras, indígenas y estudiantes chilenos, que están tomando en sus manos sus destinos. La salida no es individual, ni tampoco de alianza con los gobiernos y la burguesía; solamente la unidad, independencia y lucha de los trabajadores y trabajadoras negros y blancos, hombres y mujeres, podrá dar un basta al racismo, al machismo, y al capitalismo.
¡Viva Zumbi! ¡Viva Dandara! ¡Viva Luiza Mahin! ¡Viva Marielle! ¡Viva los quilombolas¡ ¡Viva la lucha del pueblo negro!
[1] Rafael Braga, catador de reciclables en Rio de Janeiro es el único condenado en circunstancias relacionadas con las protestas de las Jornadas de Junio de 2013 en el Brasil. Este hecho lo ha convertido en un símbolo de la selectividad penal que existe contra negros y pobres en el país, ndt.
Artículo publicado en www.pstu.org.br
Traducción: Natalia Estrada.