Haiti
Diez años de ocupación militar al servicio del imperialismo

mayo 27, 2014

La realidad, vista por el pueblo haitiano, es muy diferente. No es por casualidad que la consigna Aba Minustah (Abajo la Minustah) está tan presente en los muros de Haití. Esa es una mancha que nunca será borrada en nuestra historia, formada con todos los episodios típicos de las ocupaciones, como la represión brutal de un pueblo, humillaciones, violaciones, etc.
Toda esa violencia está al servicio de un pequeño grupo de empresas multinacionales que obtienen altas ganancias con la producción de los textiles en Haití, para el mercado norteamericano.
Eso está siendo garantizado por los gobiernos Dilma, Evo Morales, Cristina Kirchner, Michelle Bachelet, entre otros. La bandera de esos países ondula encima de tanques que patrullan las calles de Haití para garantizar la transformación de ese país en una colonia de los Estados Unidos.
Se trata de una verdad dura que tendrá que ser conocida por los trabajadores y jóvenes de América Latina. Esa ocupación militar va a enfrentarse inevitablemente con los haitianos. Son los negros altivos que dieron una lección al mundo, haciendo la primera y única revolución victoriosa de los esclavos en la historia mundial. El mismo pueblo que un día va a levantarse nuevamente contra esa ocupación.
Este año se cumplen diez años de esa ocupación militar. Batay Ouvriyé (Haití), el PSTU, la CSP-Conlutas, el Jubileo Sur/Américas, CTA de Argentina y otras entidades están promoviendo una campaña en todo el continente americano exigiendo el retiro de las tropas de la Minustah.
Esa campaña será desarrollada durante todo 2014, siendo lanzada el 1 de junio (fecha de llegada de las tropas de la Minustah a Haití) y que culminará el 15 de octubre (fecha de la renovación del mandato de la Minustah en la ONU).
A quién sirve la pobreza haitiana
Haití es el país más pobre de América Latina y uno de los más pobres del mundo. Aun comparando con los padrones durísimos de la pobreza latinoamericana, Haití se destaca negativamente.
En Puerto Príncipe –capital del país– sólo las casas de la burguesía, hoteles y comercios tienen agua y cloacas. Algunas pocas casas tienen energía eléctrica, que acaba todos los días sin ningún aviso. Las televisiones son muy raras. Las personas retiran agua de los pozos, y usan carbón para cocinar. Andan largos trayectos a pie para no pagar un transporte, aun los tap-tap[1] baratos de allí.
Para disfrazar el hambre, una parte de la población come tierra. Sí, tierra: mezclan tierra con agua, le adicionan sal y la dejan secar en los techos de las casas. Después beben agua para dar la impresión de que tienen alguna cosa en el estómago.
Esta realidad es más o menos conocida en todo el mundo. La prensa al servicio de la burguesía trata eso como si fuese consecuencia de algún problema de los haitianos o de la naturaleza del país.
Por eso, la ocupación militar del país tendría como objetivo una ayuda “humanitaria”, así como las iniciativas económicas intentarían dar “algún empleo” a los pobres haitianos.
Nada de eso es verdad. La situación actual del país es un producto histórico de una política consciente del imperialismo para devastar la economía de Haití y tornarla completamente dependiente de las multinacionales. El país que fue ya el mayor exportador de azúcar del mundo, hoy importa prácticamente todo, incluso alimentos. Los cerdos fueron diezmados con un pretexto sanitario en la era duvalierista, completando la devastación de la economía campesina.
La dictadura de Papa Doc preparó el país para la fase siguiente, de implantación de zonas francas, aceptadas por el segundo gobierno de Aristide e implementadas durante la ocupación de la Minustah.
La verdad es que no existe sólo miseria en Haití. Algunas multinacionales producen tejidos en las zonas francas a bajísimo costo para el mercado de los Estados Unidos. La enorme pobreza haitiana es utilizada cínicamente por las multinacionales para obtener grandes ganancias en el país. La miseria del pueblo haitiano es parte de un plan consciente del imperialismo. Las tropas de ocupación no están en el país para ayudar a disminuir su pobreza sino para reprimir al pueblo y garantizar la aplicación de ese plan.
Las zonas francas: el capitalismo bárbaro del plan Clinton
El gobierno Bush estableció un “tratado de libre comercio” con el gobierno Préval (ya bajo control de la Minustah), semejante al acuerdo del NAFTA con México.
Estos tratados son pasos gigantescos en el sentido de transformar estos países en colonias de los Estados Unidos. Simplemente deja de existir cualquier barrera para los productos y capitales norteamericanos en esas regiones.
Según Batay Ouvriyé: “Se trata de una ley que abre todas las barreras para que los dos países puedan realizar intercambios comerciales libres sin pagar tasas aduaneras, o cualquier tasa que el Estado pueda cobrar sobre las mercaderías o que trabe su libre circulación. Las mercaderías indicadas por esa ley se refieren a los productos textiles provenientes de las llamadas maquilas”.
Alexis Préval, cuando era presidente de Haití, al volver de los Estados Unidos luego de firmar la Ley Hope[2], anunció los planes de privatizaciones de la telefónica, de la salud, de los puertos y del aeropuerto.
Esa Ley Hope fue parte de la preparación del país para la instalación en gran escala de las zonas francas. Las multinacionales ya instaladas en el país, como la Levis, Grap, Wrangler y otras, producen ropas y bolas de béisbol (Haití es uno de los mayores productores de este producto en el mundo) para el mercado norteamericano.
Bill Clinton –ex presidente de los Estados Unidos– es el responsable de la comisión de la ONU y el representante de Obama para Haití. Dirige la Comisión Interina de Reconstrucción de Haití (CIRH), junto con el primer ministro de ese país. En realidad, tiene más poder que el presidente o la Minustah.
El plan Clinton tiene un centro que es la implementación de cuarenta zonas francas en el país. La producción aquí tiene una doble ventaja en relación con China y el Brasil: salarios aún más bajos y una distancia mucho menor con el mercado de los Estados Unidos.
El salario mínimo en Haití hoy es de 225 gourdes por día, equivalente a 110 dólares al mes, el tercer menor salario del planeta. Como comparación, el salario mínimo en China hoy es equivalente a 248 dólares y en el Brasil a 327 dólares.
Esas multinacionales pueden producir en Haití pagando dos veces menos que a los trabajadores en China y a una distancia de la costa de Estados Unidos doce veces menor. Pueden pagar tres veces menos que a los trabajadores brasileños y a una distancia casi seis veces menor de la costa de los Estados Unidos.
En las fábricas existe una organización del trabajo moderna, los módulos. Grupos de trabajadores hacen, por ejemplo, una camisa, con cada uno haciendo su parte. Como cobran por tarea, la disciplina del patrón se impone por los propios trabajadores, que confrontan a cualquiera que se atrase.
Las fábricas textiles tienen pequeña exigencia de capacitación tecnológica para la mano de obra, lo que torna innecesario invertir en educación pública y formación técnica. Las empresas no pagan un salario que corresponda al valor necesario para reproducción normal de la mano de obra. Los haitianos pueden morir jóvenes, como los esclavos, porque son mano de obra barata y abundante, fácil de ser sustituida. Las empresas tienen a su disposición un ejército industrial de reserva de 80% de desempleados. Si un trabajador se enferma, no gana nada. Si muere, puede ser sustituido de inmediato por otro haitiano hambriento.
Las multinacionales no pagan ninguna de las conquistas de los siglos XIX y XX, como vacaciones, aguinaldo, jubilación. No pagan prácticamente ningún impuesto al Estado, que a su vez no precisa asegurar salud ni educación al pueblo.
Los trabajadores viven al lado de las empresas, pudiendo ir a pie para el trabajo. Si alguien vive lejos, asimismo va a pie. Los barrios no tienen red de cloacas o agua potable, menos aún energía eléctrica.
La situación del proletariado haitiano puede ser comparada a la de los antiguos esclavos. En realidad, en términos económicos tiene aspectos aún peores. Un estudioso haitiano hizo una comparación increíble: estudió los gastos que los hacendados tenían con los esclavos en el pasado y el que los burgueses tienen con los obreros de Haití hoy. Llegó a la conclusión de que los esclavos costaban más.
Aunque de forma brutal, la clase dominante del pasado tenía que hacerse responsable de la vivienda, la alimentación y la salud de los esclavos, lo que hoy no se exige de las multinacionales en Haití. La burguesía en Haití no tiene siquiera los gastos mínimos que tenían los dueños de esclavos del pasado, en pleno siglo XXI. Se va imponiendo en Haití un capitalismo mucho más salvaje, en condiciones que se asemejan a la barbarie.
La alternativa histórica entre el socialismo o la barbarie no está predeterminada apuntando una perspectiva inevitable hacia el socialismo. La barbarie es posible y ya existen claras señales en Haití. Podemos llamar capitalismo bárbaro lo que está siendo orquestado allí.
Esto está siendo aplicado por el imperialismo más “moderno” de los Estados Unidos, con las bendiciones de la ONU, y de gobiernos como Dilma, Evo Morales, Cristina Kirchner. Viene disfrazado con la fábula de “ayudar a los pobres haitianos, creando trabajo para ellos”.
Si se concreta, será un nuevo paradigma a ser explorado por el imperialismo como presión sobre el proletariado de todo el mundo. Los reflejos van a ser sentidos directamente en las otras zonas francas del Caribe, en el Brasil y en todo el mundo.
La represión sobre los trabajadores

En una de nuestras idas a Haití visitamos una fábrica de una zona franca, la Codevi, de Houanaminthe. Al llegar a las puertas de la empresa, encontramos cinco taperas de madera sin paredes, que harían parecer un palacete a cualquier barraca de la peor favela brasileña. Son lugares donde comen seis mil trabajadores, recordando bien el pasado de esclavitud. La Codevi es una multinacional, parte de un conglomerado dominicano (el Grupo M) ligado al banco Chase Manhattan, que fabrica jeans para marcas famosas como Levis y Wrangler. Los obreros trabajan vigilados por guardias armados.
En 2003, la empresa reaccionó contra la organización de un sindicato con el despido de 370 activistas. Los trabajadores hicieron huelgas y una campaña internacional que llegó a los Estados Unidos. Una alianza con estudiantes universitarios de Nueva York y Los Ángeles posibilitó un boicot a los jeans de esas marcas. Después de más de un año de lucha, la empresa tuvo que reincorporar a los obreros. En nuestra visita, una obrera nos contó de la movilización actual contra el despido de 42 trabajadores, por causa de una huelga espontánea por salarios.
En Cité Soleil, donde está organizándose otra zona franca, conocimos a los trabajadores de Hanes, la más importante fabricante de camisetas de los Estados Unidos. Esa multinacional despidió a 600 obreros para cerrar la fábrica, y se recusa a pagar los derechos laborales de los despedidos.
Oímos a una de las obreras hablar, indignada, sobre las condiciones de trabajo en la empresa. Dijo que ellas trabajaban 12 horas seguidas, sin derecho a ningún intervalo ni para el almuerzo. La fábrica ponía candados en las puertas para evitar el abandono de la línea de producción para ir al baño. Ahora despide a todo el mundo y no quiere pagar nada. La obrera hizo una justa comparación: “somos los esclavos modernos”.
Haití vivió grandes luchas antes de terremoto de 2010. Hubo un levantamiento espontáneo en abril de 2008, causado por el hambre, que llegó a los portones del palacio de gobierno. Fue parado por una brutal represión de la Minustah, que acabó con ocho muertos y cuarenta heridos.
En 2009, hubo un fuerte ascenso estudiantil, con ocupaciones de facultades (como la de medicina, por varios meses) y actos en las calles. Todos fuertemente reprimidos también por la Minustah.
La más importante lucha obrera fue la huelga de los obreros textiles en ese mismo año. Se trata de un sector fundamental del proletariado haitiano, que estaba reivindicando un salario de 200 gourdes en aquella época. Fue una movilización de varios meses que llevó a una huelga radicalizada que sacudió a Puerto Príncipe por dos semanas, con marchas de diez a quince mil obreros todos los días hasta el parlamento, siempre enfrentando los gases lacrimógenos y los garrotazos de la Minustah.
El 17 de abril, la huelga iba a combinarse con la movilización de los barrios pobres. Una gigantesca marcha iba a parar la ciudad y caminar hacia el parlamento. La reacción fue durísima. La burguesía cerró las fábricas y dejó a los obreros sin pago, asfixiando la huelga. La Minustah montó una brutal represión, impidiendo cualquier movimiento en toda la ciudad. Un obrero y un estudiante murieron, y 22 fueron presos. La huelga fue derrotada.
El terremoto de 2010 desarticuló todo el país y también las luchas. Por meses y meses las personas sólo lamentaron sus muertos e intentaron sobrevivir.
Surgieron después, luchas espontáneas y ocasionales que luego retrocedieron. El pueblo haitiano no perdonó al gobierno Préval ni a la Minustah. La ausencia del Estado y de las tropas durante todo el período posterior al terremoto nunca será olvidada.
Volvieron a darse movilizaciones, aún parciales. Campamentos decidieron “levantarse” contra las condiciones precarias. Uno de ellos causó gran impacto. En la plaza de Petionville, viejas señoras abrían la marcha, blandiendo gajos de árboles, un símbolo vudú. Gritaban “¡Bouch tout moun fann!” (Todos tienen boca para comer).
El actual gobierno Martelly, al ser electo, generó nuevas expectativas. Utilizó ese apoyo inicial para reprimir más duramente a la población. Los campamentos en las plazas, en los que vivían un millón de personas desamparadas luego del terremoto, fueron desmantelados uno por uno por una salvaje represión.
El movimiento obrero está buscando erguirse nuevamente. Los sindicatos de los obreros textiles se articulan en todas las zonas francas para retomar las luchas por el aumento del salario mínimo y contra los despidos. Están siempre luchando por su legalidad y sobrevivencia, respondiendo a los ataques y represiones sistemáticos del gobierno y de la patronal.
Batay Ouvriyé es un movimiento ligado directamente a todas esas luchas de resistencia. Todos los actos del 1 de Mayo impulsados por Batay, incluso el de 2014, fueron violentamente reprimidos.
Las cicatrices del terremoto

¿Las tropas de la Minustah cumplieron, al menos en esas horas, un papel humanitario? La respuesta es categórica: no tuvieron ningún papel positivo. Al contrario. Las tragedias no tienen que ver sólo con la naturaleza, sino con la organización social del país. O para ser más precisos: con la brutal explotación imperialista impuesta sobre Haití.
Por eso la población haitiana no tiene ninguna protección contra terremotos, huracanes o enfermedades como el cólera, erradicadas en la mayor parte del mundo. No se trata de una serie de imprevistos.
Las tropas de ocupación están en Haití para asegurar que esa explotación, con esas características bárbaras, siga exactamente como antes.
El terremoto de 2010 mató 250.000 personas, y dejó 1,6 millones de desamparados. Es un número gigantesco para cualquier país. Más aún para Haití, con diez millones de habitantes. Es como si hubiesen muerto 1,8 millones de personas en el Gran San Pablo y cinco millones en todo el Brasil.
Eso ocurrió porque no había ninguna protección para terremotos en la ciudad, y las casas fueron construidas con material de pésima calidad. Además, la operación internacional de rescate fue un fracaso monumental.
Los haitianos cuentan que los soldados no se dedicaban a salvar a los haitianos soterrados, sino a garantizar las bases, hoteles y los puntos claves de la ciudad. Sólo 150 personas fueron rescatadas con vida de los destrozos; un fiasco de proporciones.
Una gran operación de prensa transformó las poquísimas salvaciones en imágenes mundialmente conocidas, para justificar la importancia de la “ayuda internacional”.
La prioridad nunca fue el pueblo haitiano sino garantizar la ocupación militar y la explotación económica del país. Las fábricas textiles fueron las primeras en volver a funcionar, la semana siguiente al terremoto. Aún con las paredes rajadas y con amenaza de derrumbe. Negocios son negocios.
El terremoto dejó cicatrices profundas en el país. Las más evidentes fueron en los campamentos de Puerto Príncipe, que ocuparon todas las plazas de la ciudad y se volvieron favelas permanentes. Permaneció allí la mayoría de los habitantes de la capital del país, en tiendas de campaña, sin agua ni cloacas. Después fueron expulsados con violencia y enviados hacia el interior de Haití.
El cólera traído por la Minustah

Soldados contaminados arrojaron sus heces en el río Artibonite, que cruza el norte del país. Para un pueblo que no tiene red de agua, el río es una fuente de vida. Allí se bebe, se pesca, se toma baño, se lava ropa. La contaminación del Artibonite fue un crimen que los haitianos no olvidarán.
El cólera es una enfermedad típica de la miseria. Ella se transmite por la ingestión de agua o alimentos contaminados por las heces de los enfermos. Fue erradicada de los países europeos ya en los inicios del siglo XX. Sólo existe como epidemia en países y regiones sin red de cloacas.
Haití, aún más después de terremoto, es un paraíso para esa enfermedad. Millones de personas amontonadas en campamentos, sin agua y sin cloacas. La epidemia alcanzó a más de 680.000 personas y mató a 8.300.
Una vez más, no hubo ninguna respuesta real del gobierno haitiano o de las tropas de ocupación contra el cólera. Stefano Zanini, coordinador de la ONG “Médicos Sin Fronteras”, comentó:
“Nosotros, de la Médicos Sin Fronteras, atendemos 60% de los casos. Otros 30% fueron atendidos por la cooperación cubana, Ahora, aquí va mi pregunta: ¿cómo es que apenas dos instituciones son responsables por atender 90% de esa epidemia?”
La respuesta a esa pregunta es la misma que en relación con el terremoto. No hubo ningún plan serio de combate al cólera porque la muerte de miles de haitianos no cambia para nada el plan Clinton. Siempre sobrarán otras decenas de miles dispuestos a trabajar por un salario miserable. No es preciso preservar la fuerza de trabajo en Haití, como no era preciso con los esclavos. Se pueden conseguir otros sin grandes gastos.
Centenas de ONGs extranjeras son parte de ese plan, cumpliendo funciones auxiliares no asumidas por el Estado haitiano. De tiempo en tiempo, cuando otra tragedia se abate sobre el país, la prensa muestra la miseria como si fuese un producto más de la naturaleza y no consecuencia de la explotación capitalista.
Una ideología neocolonial justifica todo eso. Los mensajes que las TVs y los gobiernos pasan de Haití son que es necesaria la ocupación militar y esos planes de ayuda porque los haitianos llevaron a su país a un caos completo y no tienen condición de autogobernarse.
Eso es más que una mentira. Es simplemente la reproducción de la ideología colonial y esclavista. En aquella época se embellecía la esclavitud diciendo que los negros no tenían condiciones de hacer otra cosa que no fuera someterse a los blancos.
El gobierno Martelly: la vuelta al duvalierismo
El gobierno anterior, de Préval, terminó su mandato completamente desacreditado, con un enorme desgaste frente al pueblo haitiano. Las pintadas “Abajo la Minustah” y “Abajo Préval” eran muy comunes en los muros de Puerto Príncipe. Su candidato no fue siquiera al segundo turno en las elecciones para su sucesión.
Las elecciones no tuvieron nada de libertad. No eran admitidos candidatos contrarios a la ocupación militar. Ni tampoco los candidatos de Fanmi Lavalas (el partido de Aristide) fueron permitidos. La participación popular fue muy baja, sólo 25% de los votantes.
Préval, en medio de un fraude generalizado, intentó imponer su candidato –Jude Celestin– en el segundo turno, causando un gigantesco rechazo popular. La Comisión de la OEA (Organización de los Estados Americanos) impuso, por encima de la Comisión Electoral del país, un segundo turno entre Mirlande Manigat (esposa de un ex presidente) y Michell Martelly, excluyendo la candidatura del gobierno.
Las elecciones fueron marcadas por corrupción y fraude por todos lados. Hubo urnas destruidas, gente que entró armada a los locales de votación. El imperialismo prefería un gobierno y un Estado globalmente más eficaces para que los inversores pudiesen explotar mejor la mano de obra haitiana.
Martelly ganó las elecciones capitalizando el rechazo a los políticos tradicionales. Era un cantante muy popular, que hizo su campaña rechazando a los “políticos” y la corrupción. Tuvo apoyo de los sectores más pauperizados de la población que participaron de la votación. No obstante, su pasado ya indicaba el futuro.
Fue un tonton-macoute de Duvalier desde los 15 años, antes de tornarse artista. Su nombre artístico “Sweet Mickey” es un homenaje al coronel Michel François, que comandó la masacre de cinco mil simpatizantes de Aristides en el golpe de 1961, y tenía ese sobrenombre irónico.
Se trata, simplemente, de la vuelta del duvalierismo al gobierno. Martelly festejó el retorno de Baby Doc a Haití en 2011, veinticinco años después de haber sido depuesto, venido de su lujoso exilio en Francia. El hijo de Baby Doc (François Nicolas Jean Claude Duvalier) es uno de los más importantes asesores de Martelly. Además, el gobierno cuenta con los duvalieristas David Bazile, Magalie Racine, Max Adolphe y Philippe Cinéas en su gabinete.
Martelly promovió el retorno de los latifundistas a las tierras ocupadas por campesinos en 1986 (en el momento de la caída de Baby Doc), en una especie de contrarreforma agraria, con el apoyo armado de la Minustah. Está reorganizando el ejército con antiguos comandante duvalieristas y la asesoría de las tropas brasileñas.
Martelly está montando también sus “brigadas”, que son la reedición de los tonton-macoutes. Las brigadas tienen como objetivo mantener el control militar en los barrios, a través del terror, y de una red de espionaje, que reprime duramente cualquier oposición. Incluye sectores lúmpenes que pasaron a controlar el acceso a la luz y el agua para imponerse sobre la población.
El resurgimiento de los tonton-macoutes hace resurgir los mismos métodos del pasado, con asesinatos sistemáticos de los opositores del gobierno. El caso más famoso en este momento es el del juez Jean Serge Joseph, envenenado en julio del año pasado, después de enfrentar a Martellly con procesos. Daniel Dorsainvil (dirigente de una organización de derechos humanos) y su esposa Girldy Lareche, fueron asesinados en pleno día, a principios de 2014.
Martelly debía promover elecciones parlamentarias locales desde 2012, que están siendo postergadas desde entonces. En este momento existe una crisis política en el país, con enfrentamientos entre el gobierno y sectores de la oposición burguesa por este escándalo.
La Minustah muestra su cara. No sólo ocupa militarmente Haití sino que sustenta un gobierno de ultraderecha, que retorna a los padrones de Papa Doc.
Un barril de pólvora al borde de la explosión
Haití acumuló violentas contradicciones con la ocupación militar y el Plan Clinton. La consecuencia del capitalismo bárbaro aplicado en Haití es el surgimiento de un nuevo proletariado, concentrado en las zonas francas y brutalmente explotado. El país no se resume solamente a la decadencia y la desintegración social. Ese proletariado es nuevamente la columna vertebral de uno de los pueblos más pobres del mundo.
Los haitianos son negros, altivos en su miseria. Uno de los pueblos menos violentos del mundo. Un estudio de la ONU sobre homicidios en todo el mundo comprueba eso. La tasa de homicidios en Haití era de 6,9 asesinatos por cada 100.000 personas en 2010. En el Brasil, esa tasa es de 22,7 por cada 100.000 habitantes; en Colombia de 66 por cada 100.000 habitantes. Yo anduve con el equipamiento fotográfico en Cité Soleil como no ando en las favelas de Rio de Janeiro, mi ciudad.
Los haitianos son, no obstante, parte de la tradición revolucionaria de todo el mundo. Hicieron la única revolución victoriosa de los esclavos en la historia. Después de masacrados repetidamente, los haitianos se independizaron de Francia y mataron a todos los franceses que estaban en la isla. Después de sufrir casi treinta años la dictadura duvalierista, derrocaron a Baby Doc y mataron a los tonton-macoutes que encontraban por las calles.
Más que cualquier otro lugar del mundo, Haití parece encarnar la frase de Trotsky: “Toda revolución parece imposible hasta que se torna inevitable”. Vivimos tiempos de grandes rebeliones como las que se están dando en África y Medio Oriente, que ahora están llegando a los eslabones más débiles de Europa, como Ucrania. Haití puede explotar en cualquier instante.
En ese momento, todos tendrán que tomar posición por un lado u otro. ¿Con la tropas y con el gobierno de los Estados Unidos? ¿O con el pueblo rebelado de Haití? Nosotros elegimos nuestro lado: defendemos a los trabajadores y el pueblo haitiano.
Traducción: Natalia Estrada.
[1] Tap-tap es el nombre que recibe el transporte público de pasajeros. Son automóviles, más pequeños que una Trafic, pintados de vivos colores y con diseños artísticos, y deben su nombre a la onomatopeya producida al golpear la mano del pasajero sobre alguna parte metálica del vehículo para indicar que va a bajarse [N. de T.].
[2] La Ley Hope (en inglés: Haitian Hemispheric Opportunity through Partenership Encouragement) reglamenta intercambios comerciales entre Estados Unidos y Haití. El gobierno de Haití se compromete a dejar de lado todo control sobre los productos norteamericanos que llegan, es decir, no puede decir cuáles son los que pueden entrar y cuales no. Tampoco puede plantear traba alguna al capital multinacional ni controlar los precios de las mercancías en venta en el país. Por ende, el Ministerio de Comercio e Industria no puede controlar ningún precio. Se compromete además, en avanzar en la privatización de los servicios públicos. Boletín Político Serie II, N°. 2 de Batay Ouvriyé, junio de 2007.