Sáb Sep 07, 2024
7 septiembre, 2024

Cumbre Amazónica: ningún gobierno quiere salvar la selva

Frustración. Esa palabra define lo que fue la Cumbre Amazónica, que reunió a los presidentes de los países amazónicos los días 8 y 9 de agosto y terminó como una declaración pifia, sin metas ni compromisos concretos para la defensa del bioma y del clima.

Por: Jeferson Choma

La Declaración de Belém, firmada al final del encuentro, fue objeto de duras críticas por parte de los movimientos socioambientales. La Articulación de los Pueblos Indígenas del Brasil (Apib), por ejemplo, “considera frustrante la Carta de Belém y exige metas concretas para la demarcación de las tierras indígenas”.   Claudio Ângelo, investigador del Observatorio del Clima, en entrevista con el portal Amazônia Real, ironizó: “Brasil está pensando que será el último vendedor de petróleo del planeta”.

Dando la espalda a los movimientos sociales e indígenas

Lo cierto es que la Cumbre dio la espalda a los reclamos de los movimientos sociales, en particular de los movimientos indígenas, que exigen más demarcación de tierras y la no explotación petrolera en la Amazonía, tal como fue presentado en el informe elaborado por los pueblos indígenas y llevado al plenario por Toya Manchineri, coordinador general de la Coordinación de las Organizaciones Indígenas de la Amazonía Brasileña (Coiab).

La propuesta de limitar nuevos frentes de exploración petrolera fue defendida únicamente por Gustavo Petro, presidente de Colombia ( para conocer más sobre su gobierno, lea la entrevista: “Gobierno de Petro, a pesar del discurso, defiende los intereses del imperialismo y de la burguesía que lo apoya” ), pero esta no fue mencionada en la Declaración de Belém. La propuesta brasileña de eliminar la deforestación en la Amazonía para 2030 también quedó fuera del documento debido a la objeción de Bolivia, país que es vicelíder en deforestación del bioma, solo superado por Brasil.

En sus discursos, Lula ha defendido la deforestación cero y un tipo de desarrollo “verde”, responsabilizando a los países centrales del capitalismo por la catástrofe climática y exigiendo reparaciones en la financiación de un fondo de conservación de la Amazonía. Pero, más allá de la retórica, el gobierno brasileño tiene planes para la Amazonía que involucran la explotación de combustibles fósiles, la construcción de un ferrocarril para el agronegocio y hasta la revitalización de la autopista BR-319. Sin exagerar, podemos bautizar este proyecto como todo un “paquetazo del fin del mundo”. Explicaremos por qué.

Un planeta al borde de la catástrofe

En tiempos de negacionismo científico, nunca está de más recordar que el calentamiento global es causado por los gases de efecto invernadero, que retienen el calor de nuestro Sol en la atmósfera. Estos gases, como el CO2 (dióxido de carbono), se liberan cuando quemamos combustibles fósiles, como carbón y petróleo.

La evidencia de que estamos a punto de cruzar límites irreversibles del sistema Tierra grita fuerte, en todo momento y en el mundo entero. El mes de julio estuvo marcado por una secuencia de temperaturas récord y el promedio mundial alcanzó los 17,23 °C. Es la primera vez que la temperatura media global supera los 17 °C, según el servicio europeo de monitoreo del clima, el Copernicus.

El sur de Europa y áreas de América del Norte y de China alcanzaron temperaturas de 45 °C a 50 °C, provocando incendios forestales, muchas muertes y problemas de salud, particularmente entre la población más vulnerable, los trabajadores pobres y los no blancos. ¡En la Cordillera de los Andes chilenos se registraron 38,9 °C en pleno invierno!

Además, desde marzo de este año, la temperatura media de la superficie de los océanos también bate récords. El 30 de julio, la temperatura de la superficie de los océanos alcanzó 20,96 °C, superando el récord anterior de 20,95 °C, establecido en marzo de 2016, también según el observatorio de la Unión Europea.

Este es un problema extremadamente grave. Los océanos son fundamentales para regular el clima del planeta. Absorben calor, son el sumidero de carbono más grande de la Tierra, producen la mitad del oxígeno, y controlan los padrones climáticos.

Desde 1850, la temperatura media global ha aumentado 1,1 °C y, con las emisiones al ritmo actual, es inevitable que el mundo alcance el escenario de 1,5 °C (establecido como un límite drástico) en la próxima década. Pero, ¿qué pasa si cruzamos ese límite?

Según el Panel Intergubernamental sobre Cambios Climáticos (IPCC), en un escenario de calentamiento de 1,5 ºC, las olas de calor serían comunes en el mundo, las lluvias torrenciales, y los huracanes aumentarían alrededor de 7%, los cultivos de maíz perderían 10%, y el hielo en el Ártico se reduciría en 15%.

La única forma de evitar cruzar este límite es reducir drásticamente el consumo de combustibles fósiles. Según la propia Agencia Internacional de Energía, el mundo no podría autorizar más proyectos fósiles, si queremos tener la posibilidad de mantener el calentamiento global en 1,5 ºC.

Gobiernos capitalistas: ciegos ante las evidencias científicas

Pero todas las alertas de la Ciencia recuerdan el mito de Casandra, de la mitología griega, cuyas profecías sobre el futuro nadie creía. Los gobiernos capitalistas insisten en ampliar la explotación de los combustibles fósiles. Empezando por el imperialismo estadounidense, donde Biden intenta emplacar el proyecto Willow, uno de los planes de exploración petrolera más grandes de la historia, en Alaska.

La apertura de nuevas fronteras petroleras también es una realidad en Ghana, Gambia, Kenia, Uganda y Zimbabue. En la Amazonía, Bolivia, cuyas reservas de gas están llegando a su fin, ha puesto en marcha nuevos proyectos de exploración, que incluyen la búsqueda de petróleo en la Amazonía. Perú, Ecuador y Venezuela también tienen sus planes activos. El reciente descubrimiento de reservas de petróleo en Guyana impulsó a Brasil a explorar el Margen Ecuatorial.

Por supuesto, la mayoría de estas exploraciones son realizadas por multinacionales o en asociación entre ellas y las empresas estatales (de capital mixto, en realidad).

Soñar con petróleo en la Amazonía es una pesadilla

Recientemente, el Instituto Brasileño de Medio Ambiente y Recursos Naturales Renovables (Ibama) no autorizó la explotación del pozo 59, en la Margen Ecuatorial del Brasil, señalando correctamente que la Petrobras (empresa solicitante) no comprobó que la explotación sería segura. Ni siquiera un estudio de la dinámica hidrológica (la influencia en los ríos, en el proceso de vaporización y precipitación de lluvias) fue presentado por la petrolera. A pesar de todo, el gobierno no se dio por vencido y Lula dijo que quiere “seguir soñando [con la explotación en la Margen Ecuatorial]”.

Gran parte de la Margen Ecuatorial se encuentra en la Amazonía Legal (que abarca la totalidad de los Estados de Acre, Amapá, Amazonas, Mato Grosso, Pará, Rondônia, Roraima y Tocantins, y parte del Maranhão) y se caracteriza por extensos manglares, que se extienden desde Amapá, pasando por Pará, hasta llegar a las sabanas del Maranhão, componiendo, en total, más de 80% de todos los manglares brasileños.

También alberga la mayor franja continua de manglares del planeta. En estos manglares existen incluso 23 unidades de conservación federales, que ocupan 85% de este ecosistema, principalmente Reservas Marinas Extractivas, que aseguran el sustento de innumerables comunidades de pescadores tradicionales.

Además de representar un enorme “vivero” para numerosas especies marinas (plantas y animales), los manglares juegan un papel fundamental en la captura de CO2, uno de los principales gases de efecto invernadero (GEI). No por casualidad, en la “Amazonía Azul”, como se llama a esta región, cada hectárea de manglar contiene el doble de carbono que la misma área de selva ecuatorial. Es decir, los manglares amazónicos capturan el doble de carbono en comparación con la selva ecuatorial.

Además de liberar toneladas de GEI a la atmósfera, agravando el calentamiento global, el riesgo de explorar en busca de petróleo en la región es una amenaza objetiva a la existencia misma de la Amazonía Azul, a sus delicados sistemas ecológicos y a su pueblo que vive allí y sus culturas.

Resucitando el desastre de una “transamazónica”

Otro objetivo, menos alardeado por el gobierno de Lula, sería la reconstrucción de la BR-319, que conecta Porto Velho (RO) con Manaus (AM). Lula lo disfraza y dice que la carretera debe construirse con responsabilidad para evitar un boicot al agronegocio brasileño. “Lo que necesitamos es garantizar a la sociedad lo que vamos a hacer. ¿Y por qué es delicado? Porque el mundo de hoy está mucho más exigente. El mundo, hoy, está exigiendo muchas cosas y el Brasil es un gran exportador de alimentos para el mundo y no queremos que haya ningún veto a las exportaciones brasileñas por nuestra actitud apresurada”, dijo el presidente.

El ministro de Transporte, Renan Filho (MDB), reveló en entrevista con la Rede Amazônica que la BR-319 será reconstruida con garantías de sostenibilidad ambiental.

El problema es que no hay condición alguna de reconstruir la carretera con “sostenibilidad ambiental”. La historia de la Amazonía es una confirmación de esto. La BR-319 fue una de las carreteras construidas por la dictadura militar en la década de 1970, para promover la ocupación humana “racional” de los “espacios vacíos”. El objetivo formal de la dictadura era garantizar la integración a través de la construcción de carreteras como la Transamazónica, ligando la Región Norte con el Nordeste; la carretera Belém-Brasília; la BR-368, que uniría Acre y Rondônia; y Cuiabá-Santarém, conectando el Mato Grosso a la Transamazônica y al puerto de Santarém.

También abarcaba un programa de colonización, en la franja de 10 km a cada lado de las nuevas carreteras. Posteriormente, en 1971, se llevó a cabo una gran operación de federalización de tierras, incluyendo 100 km a cada lado de las carreteras federales en la Amazonía.

Abriendo caminos para el agro y la destrucción del medio ambiente

Los nuevos ejes viales contradecían la forma tradicional de circulación por la Amazonía, hasta entonces realizada por los ríos, y abrían nuevos accesos a los recursos naturales de la región y a los grupos económicos nacionales e internacionales. Miles de hectáreas de tierras fueron vendidas a grandes grupos empresariales y cayeron en manos de especuladores de tierras. Provincias mineras, como la Serra dos Carajás, fueron abiertas a la exploración para grandes grupos económicos nacionales y extranjeros.

Las consecuencias sociales y ambientales fueron desastrosas. Poblaciones indígenas fueron exterminadas, seringueiros [trabajadores del caucho] asesinados (en 1987, Chico Mendes se hizo mundialmente famoso cuando fue a una conferencia del Banco Internacional de Desarrollo para pedir que la institución no financiara la pavimentación de la BR-364, entre Porto Velho y Rio Branco), y el llamado arco de deforestación se comenzó a formar.

Una mirada rápida a las imágenes satelitales muestra el impacto de la abertura de caminos en la Amazonía. Es posible observar la estructura en “espina de pescado”, un padrón espacial que muestra las cicatrices transversales a las carreteras y, a partir de ahí, otros pequeños cortes, también transversales. La destrucción de 20% de la Amazonía brasileña ocurrió precisamente donde se abrieron las carreteras. La región donde se encuentra la BR-319 es una de las más preservadas de la Amazonía, justo en el corazón de la selva. Y la selva solo se mantuvo en pie gracias a que el camino no se pavimentó en estas últimas tres décadas.

Otro proyecto del gobierno a favor del agro es el llamado “Ferrogrão” [granos por ferrocarril], una vía férrea de 933 kilómetros que promete reducir el precio del transporte de la soja que viene de Mato Grosso. El plan es construir el ferrocarril junto a la BR-163 (Cuiabá-Santarém) hasta un puerto en Miritituba (PA). Desde allí, la soja se enviaría a puertos de Asia, África y Europa.

Un estudio de la Universidad Federal de Minas Gerais muestra que el ferrocarril puede deforestar 49.000 km2, en 48 ciudades, un área que es 64% superior a la devastación récord de la Amazonía en 2022 (de 17.700 km2), y mayor que el Estado de Rio de Janeiro. La devastación emitirá 75 millones de toneladas de carbono. Además, y no menos importante, lanzará una carrera por el acaparamiento de tierras en áreas entre Mato Grosso y el sur de Pará, que aún no han sido impactadas por la expansión de la soja.

Es por estas razones que la Cumbre Amazónica fue una farsa. La verdad es que ningún gobierno quiere salvar la Amazonía. Pero eso fue solo el preámbulo de las frustraciones aún mayores por venir. Imaginen cómo será la Amazonía en 2025, año en que será sede de la 30ª Conferencia de la ONU sobre Cambios Climáticos (COP-30), que se realizará en Belém (Pará). Hasta entonces, no se puede esperar de brazos cruzados. ¡Es necesario ir a la lucha!

Artículo pubicado en www.pstu.org.br, 9/8/2023.-

Traducción: Natalia Estrada.

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