Brasil | ¿Por qué el PSTU quiere expropiar a los multimillonarios?

El programa del PSTU en estas elecciones propone la expropiación de las fortunas y propiedades de multimillonarios y de las 100 empresas más grandes del país. Es normal que algunos se sorprendan con esto, después de todo, nos han condicionado a pensar que, si trabajamos duro, estudiamos y tenemos el talento suficiente, podemos enriquecernos y “vencer en la vida”.
Por: Diego Cruz
Como ya no hay estamentos, aristocracias (al menos en las democracias liberales), nada, en teoría, impediría a cualquiera de nosotros acumular fortunas, ¿no? Entonces, si está desempleado, luchando por llegar a fin de mes, o si no es un Elon Musk , la culpa es únicamente suya, que no se esforzó lo suficiente. Esta es la ideología cada vez más difundida por los “coachs” en internet, que venden la idea del pensamiento positivo, o incluso de una supuesta “reprogramación del ADN” o terapias “cuánticas” para, al fin y al cabo, aumentar la cuenta bancaria.
Se utiliza todo tipo de misticismo para ocultar una verdad bastante inconveniente: el capitalismo es un sistema fundado y mantenido a través del robo. Cuando hablamos de expropiar a los multimillonarios, muchos se indignan al pensar que eso es un robo, pero la realidad es que es usted el que está siendo robando. No obstante, esta falsa idea está tan impregnada que no nos sentimos desconformes con la realidad que se nos presenta, sino con su revelación. Como el personaje de la película Matrix, que prefiere vivir en un mundo de ilusión, aunque falso y limitado.
¿Cómo se hace un multimillonario?
Según la revista Forbes Brasil , el país tiene actualmente 290 multimillonarios (los superricos con patrimonio superior a R$ 1.000 millones (U$S 200 millones, aprox.); y por la Forbes mundial, que contabiliza a los que tienen más de 1.000 millones de dólares, son 62 magnates según la lista difundida en abril pasado). La gran mayoría simplemente heredó su fortuna. En otras palabras, la parodia de “trabaje mientras ellos heredan” nunca ha sido más real. El gran trabajo al que se dedicaba este selecto grupo para usufructuar una parte absolutamente desproporcional de la riqueza de la sociedad fue simplemente haber nacido.
De estos 290 multimillonarios, 15 son identificados por la revista como «self-made” [«hechos a sí mismos»], es decir, súper ricos que supuestamente habrían construido sus fortunas por sí mismos. Uno de los nombres más conocidos de este grupo es Luciano Hang, el “viejo Havan”, con un patrimonio de R$ 24.500 millones, y uno de los bolsonaristas más empedernidos, que no escatima esfuerzos para exponerse al ridículo para adular a su mito.
Pero, ¿cómo llegó a este patrimonio? La historia de Hang es mucho más que la de un joven emprendedor que inició una cadena minorista desde cero. El escándalo de los Pandora Papers de 2021 reveló que el viejo de la Havan mantuvo durante al menos 20 años una fortuna en paraísos fiscales, completamente libre de impuestos que, de cobrarse, le quitarían más de 30% de su patrimonio. Hang abrió una empresa en las Islas Vírgenes, bajo el nombre de Abigail, desde donde invierte en títulos de deudas de empresas como la Vale, privatizada en 1998, y la Petrobras. Todo libre de impuestos.
Ahora bien, si no es precisamente anormal que un gran empresario evada impuestos en paraísos fiscales, Paulo Guedes que lo diga, no se puede decir lo mismo del inicio de su carrera. Y así lo informa la propia Abin, según un informe de Uol de 2020. La agencia de espionaje vinculada al Gabinete de Seguridad Institucional (GSI), del general Heleno, investigó la vida de Hang cuando este se acercó a Bolsonaro, con el fin de prevenir eventuales escándalos. Y lo que encontraron va de contrabando, usura, evasión de impuestos y una serie de delitos dignos de un Al Calpone de Brusque (SC).
Incluso el brasileño Eduardo Severin, cofundador de Facebook, no puede ser exactamente un ejemplo de que todos tenemos las mismas oportunidades. Si ayudó en la “brillante” idea de la creación de la red social, lo hizo del curso de Economía de la Harvard, una de las universidades más exclusivas y caras del planeta.
Volviendo al viejo de la Havan, que se erige como el máximo exponente de la meritocracia en el capitalismo, en verdad, es un ejemplo de cómo las grandes fortunas, cuando no se heredan, se acumulan a base de robo puro y simple explotación.
En el capitalismo, el trabajador ya es expropiado
En un meme, el orgulloso patrón le muestra al empleado el flamante auto que acababa de comprar, y dice: “Si trabajas duro, no faltas ningún día, y das todo de ti, a fin de año me compraré otro”. Nada mejor para mostrar cómo, en el capitalismo, la mayor parte de la riqueza producida por la clase trabajadora va a los patrones. O mejor dicho, a un grupo selecto de súper ricos y multimillonarios que, juntos, dominan la mayor parte de la economía.
Un relevamiento realizada por el Instituto Latinoamericano de Estudios Socioeconómicos (Ilaese) a pedido de la campaña de Vera muestra que las 100 empresas más grandes que operan en el país controlan 61% de la economía. De estas, 72 empresas que tienen el capitral abierto [“cotizan en bolsa”] tienen una facturación equivalente a 53% del PIB (el Producto Interno Bruto, todo lo que es producido en el país en un año). De esta cantidad, solo 19% va a los trabajadores (salarios, derechos, etc.), mientras que el lucro representa 31%. En esta cuenta, por un lado, tenemos 2,5 millones de trabajadores que se quedan con 19% de estos ingresos, y por el otro, un pequeño grupo de megaaccionistas, con 31%.
No se trata solo de una relación de distribución desigual o desproporcionada de riquezas. El punto aquí es que todo lo que existe es producido por la clase trabajadora. De lo que es más aparente, es decir, su propio salario, pero también el beneficio de que se apropian las empresas. Y más aún, lo que va de impuesto para sostener el Estado, ya sea directamente (ya que el país tiene un sistema tributario brutalmente regresivo), o por el impuesto que paga la propia burguesía (proporcionalmente menor en relación a su fortuna, claro). Incluso los medios de producción, que Marx llamara “capital constante”, es decir, la fábrica, los equipos y todo lo demás, son construidos por los trabajadores. Pero la clase trabajadora misma usufructúa la fmenor racción de lo que ella misma produce.
En otras palabras, un obrero minero de la Vale recibe uno de los salarios más bajos del sector, enfrenta condiciones de trabajo degradantes, mientras los accionistas de la empresa, que nunca pisaron una mina, repartirán R$ 16.000 millones en dividendos (la ganancia repartida entre los accionistas). Entre ellos, Luciano Hang.
Si pudiésemos representar la proporción de lo que se reparte entre estas 72 empresas como un año de trabajo, el trabajador produciría su propio salario en apenas dos meses y siete días. El resto del año trabaja gratis para los patrones, los banqueros y el Estado.
El capitalismo es un sistema que expropia a la clase trabajadora de todo lo que esta produce, y concentra esta riqueza en manos de menos de 0,1% de la población, los grandes capitalistas que son dueños de los medios de producción, ya sea directamente o por acciones (la propiedad “repartida” que le garantiza el derecho de apropiarse de parte de la ganancia). Esta explotación se da en el trabajo, en el impuesto regresivo que recae sobre los más pobres, y en la inflación. Cuando usted paga cara la gasolina, la ganancia va a los bolsillos de unos pocos multimillonarios, entre ellos, una vez más, el viejo de la Havan. Es decir, la gran propiedad capitalista es el medio por el cual se produce esta expropiación.
Y este mecanismo solo puede funcionar porque usted tiene, por un lado, una masa de trabajadores que solo es dueña de su fuerza de trabajo, que es obligada a vender para garantizar su subsistencia a través de un salario, y por otro, una clase parásita que se apropia de la mayor parte de la riqueza sin mover un dedo. O sea, la gran propiedad capitalista solo existe porque la gran mayoría de la población no tiene nada. Como dijo Marx en el Manifiesto Comunista:
“Horrorizaos porque queremos abolir la propiedad privada. Pero en vuestra sociedad la propiedad privada está abolida para nueve décimos de sus miembros. Y es precisamente porque no existe para esos nueve décimos que ella existe para ti. Acusadnos, pues, de querer abolir una forma de propiedad que solo puede existir con la condición de privar a la inmensa mayoría de la sociedad de toda propiedad”.
Por eso, Marx incluso aforma que “ al apropiarse de los bienes ajenos, la propiedad privada capitalista es la primera negación de la propiedad privada individual”.
¿Ve cómo esto es contrario a la propaganda difundida por la derecha, de que los comunistas quieren quitarle su casa, su auto, su moto? En verdad, fue el capitalismo el que casi extinguió la propiedad individual, y esto fue fundamental para la concentración de la gran propiedad en manos de la burguesía. El que amenaza la pequeña propiedad, desde el bar de la esquina hasta el mercadito del barrio, es el gran capitalista.
Cualquiera que haya estado en el centro de São Paulo en los últimos meses se ha deparado con la abrumadora proliferación de la OXXO, una red de minimercados que se ha ido expandiendo desde la capital paulista, transformando minimercados populares y panaderías tradicionales en tiendas estandarizadas con productos ultraprocesados. La OXXO es propiedad del gigante de bebidas Femsa Comercio (un grupo de origen mexicano que actúa junto con Coca-Cola, administrando varias franquicias en todo el mundo, y que en el Brasil también controla marcas como la cerveza Kaiser y los jugos Dell Valle). El pequeño comerciante no tiene la menor chance contra este avasallador tsunami.
Los socialistas, por el contrario, no quieren “tomar” la pequeña propiedad, el bar, la panadería, el mercadito o la pequeña producción agrícola. Por el contrario, tiene en su programa la ayuda y auxilio a estos sectores, cuyo modo de vida incluso los acerca y hasta iguala a la gran mayoría de la clase trabajadora.
La expropiación y el sometimiento de la llamada pequeña burguesía, la clase formada por los pequeños comerciantes y propietarios, es decir, aquellos que en pequeña escala administran su producción, es una constante en el capitalismo. En la transición entre el feudalismo y el capitalismo, los campesinos fueron expulsados de sus tierras y obligados a convertirse en trabajadores asalariados, en general mediante una violencia brutal. Otras categorías también fueron suprimidas de sus instrumentos y condiciones de trabajo, aumentando el ejército industrial.
Marx relata esa transformación en El Capital: “El proceso que crea la relación capitalista no puede ser otra cosa que el proceso de separación del trabajador de la propiedad de las condiciones de su trabajo, un proceso que transforma, por un lado, los medios sociales de subsistencia y de producción en capital, por el otro, los productores directos en trabajadores asalariados”.
La expropiación de la propiedad de subsistencia (en su propio beneficio) y el sometimiento de estos desposeídos al capital a través del trabajo asalariado marcaron la tónica del capitalismo. El trabajo, antes individual, familiar o comunitario, es decir, para sí mismo y sus necesidades, dio lugar al trabajo colectivo, alienado, en favor de las ganancias de la burguesía. Era necesario transformar al pequeño propietario en un trabajador asalariado a disposición del capital.
Este proceso generó una contradicción: el trabajo colectivo hizo posible un aumento en la productividad sin precedentes. Nunca la humanidad ha sido tan capaz de producir y transformar la naturaleza como en el capitalismo. Por otro lado, la creciente explotación y concentración del capital generan pobreza, miseria, desigualdad y todos los principales males que conocemos, incluidos los ambientales. Esto se debe a que el trabajo es colectivo, la producción atiende al mercado, y la apropiación es estrictamente privada. Esta es la segunda expropiación.
El desarrollo tecnológico, contradictoriamente, aumenta aún más la explotación, cuando podría, y debería, proporcionar más empleo y menos tiempo de trabajo para todos. Más tecnología debería resultar en menos horas de trabajo y más riqueza para la sociedad en su conjunto; pero debido a la ganancia y la acumulación de capital, genera lo contrario: más desempleo, aumento del ritmo, intensidad y jornada laboral, y menores salarios e ingresos para los trabajadores. Esto lo vemos con la uberización, con trabajadores en jornadas de trabajo y condiciones equivalentes a las del siglo XIX.
La reforma laboral precariza aún más las relaciones de trabajo y, en general, obligan al trabajador a desdoblarse en interminables subempleos. Incluso entre los trabajadores formales, menos de la mitad de nuestra fuerza de trabajo tiene una de las mayores jornadas del mundo. Según la OCDE, Brasil es el décimo país con mayor jornada laboral, con 39,5 horas semanales, por encima de la media mundial de 36,8 horas.
Los países que encabezan esta lista, como Colombia (47,7), Turquía (47) y México (45,1) no están a la vanguardia del desarrollo y el crecimiento económico, sino todo lo contrario. Son países tanto o más desiguales que el Brasil. En el capitalismo, trabajar más no significa ser más rico, sino garantizar el auto nuevo de los burgueses, como dice el meme. Más que eso, significa enriquecer a las multinacionales imperialistas que explotan el trabajo en los países periféricos y al capital internacional que controla gran parte de las empresas.
Expropiar la gran propiedad capitalista e imperialista significa, entonces, recuperar los medios de producción, las fábricas, las empresas, devolviéndolos a manos de quienes de hecho los crearon, los trabajadores; y también garantizar la soberanía y el desarrollo del país. O “expropiar a los expropiadores”, como decía Marx.
«Y los empleos, ¿no se van?»
Esta es una de las principales acusaciones cuando se habla de expropiar empresas y multimillonarios. Y es comprensible, después de todo, vemos todos los días a grandes empresarios jactarse de “dar” no sé cuántos puestos de trabajo, como si fuese una acción filantrópica, y no el sometimiento de un trabajador que no tiene más opción que convertirse en un explotado y dar la mayor parte de su tiempo y de lo que produce a la burguesía.
Más que eso, es la gran propiedad capitalista que mantiene un permanente ejército industrial de reserva, una enorme masa de desocupados, o subempleados, cuya función es la de ejercer presión sobre los demás trabajadores, obligándolos a aceptar salarios cada vez más rebajados, menos derechos y, por lo tanto, más explotación. Los multimillonarios y las grandes empresas no generan empleo, pero, por contradictorio que parezca, son los responsables de perpetuar, junto con el Estado capitalista, el desempleo en masa.
La única manera de acabar con el desempleo, la pobreza, el hambre y la miseria es acabando con este mecanismo cuyo pilar es la gran propiedad capitalista, responsable del expolio de la clase trabajadora y por mantenerla en una situación cada vez más degradante, a medida que aumentan sus ganancias. Es garantizando su propiedad colectiva y administración por parte de la clase trabajadora, que es quien realmente la construyó y la mantiene, administrando cómo y dónde actuarán estas empresas para satisfacer las necesidades de la gran mayoría de la población.
Con la expropiación de las empresas, y su funcionamiento orientado no a la ganancia a cualquier costo, se reduciría la jornada laboral, posibilitando la incorporación de millones de trabajadores al mercado formal de trabajo, además de mayores salarios. Por lo tanto, el fin de los multimillonarios significa más salarios, empleos y derechos. Por eso el PSTU quiere expropiar a los multimillonarios y las grandes empresas.
“¿Ustedes quieren dictadura?”
Y es común que aquí aparezca otra acusación, si bien más basada en la realidad, no menos falsa. «Quierenque todos se conviertan en funcionarios del Estado, para dominar a todo el mundo, mientras una cúpula mantiene todos los privilegios». Lamentablemente, esta falacia se apoya en los regímenes estalinistas que, a pesar de haber expropiado a la burguesía, como Cuba, por ejemplo, se convirtieron en brutales dictaduras donde una pequeña burocracia parasitaria y autoritaria acumuló riquezas y privilegios, al tiempo que imponía una serie de privaciones a la clase trabajadora.
Y, por eso, así como los propios trabajadores deben controlar las grandes empresas, los medios de producción, es también la clase obrera, junto con el pueblo pobre organizado, los indígenas, los quilombolas y todos los sectores marginados en esta sociedad capitalista, deben controlar el propio Estado y gobernar a través de consejos populares. Por eso el PSTU defiende un gobierno socialista de los trabajadores, con democracia obrera. Un paso en esa dirección es desenmascarar la explotación en el capitalismo, señalar el papel de las grandes empresas y multinacionales, y defender una alternativa socialista y revolucionaria, avanzando en la autoorganización de la clase trabajadora, en su conciencia y en la construcción de un partido revolucionario y socialista.
Artículo publicado en www.pstu.org.br, 1/10/2022.-
Traducción: Natalia Estrada.