“Aún estoy aquí”: el papel de la memoria en el “hacer de la Historia”
Por Wilson Honório da Silva
Para comenzar, hay que decir que, por diversos motivos, este es uno de esos textos que “cobraron vida propia”, habiendo sido ya escrito, reescrito y casi publicado tantas veces desde noviembre. Golpear el martillo ahora, obviamente, tiene que ver con que Fernanda Torres fuera premiada como Mejor Actriz de Película Dramática, en la famosa ceremonia de los Globos de Oro, por su impresionante interpretación de Eunice Paiva, en el filme dirigida por Walter Salles.
Esta introducción es necesaria porque, como verán, el artículo no tiene como objetivo principal rendir homenaje a Fernandinha y su indiscutible talento ni hablar del premio en sí, aunque, creo, es necesario hacer algunos comentarios iniciales sobre estos temas, ya que el reconocimiento a la institución que representa a la prensa extranjera en Hollywood dice mucho, tanto de la película como de su importancia en el momento actual.
Un premio contra el miedo
En su discurso de agradecimiento, una visiblemente emocionada Fernanda Torres no ocultó su sincera sorpresa al recibir el premio teniendo una verdadera constelación de estrellas de Hollywood como competidoras –Angelina Jolie, Nicole Kidman, Tilda Swinton, Kate Winslet y Pamela Anderson–, dedicándolo a su madre, Fernanda Montenegro, quien compitió por la misma estatuilla, hace 25 años, por su magistral desempeño en “Central do Brasil” (1999), también dirigida por Walter Salles.
Sin embargo, para mí, la parte más significativa de su breve discurso fue la que tocó lo que creo que es la esencia de la película y, en cierto modo, está en el centro de lo que quería discutir desde el primer borrador.
Esta es una prueba de que el Arte puede sobrevivir en la vida, incluso en tiempos difíciles, como los que atravesó Eunice Paiva. Con tantos problemas en el mundo hoy, tanto miedo, esta es una película que nos ayudó a pensar cómo sobrevivir en tiempos difíciles como estos, dijo Fernanda Torres, estableciendo un puente entre el pasado y el presente, entre el Arte y la Historia, entre el posicionamiento político, el hacer artístico y las elecciones personales.
Para continuar, inmediatamente, tengo que confesar que soy bastante reacio a este tipo de premios. Del mismo modo que soy incapaz de responder objetivamente a esas listas con “las diez mejores películas, canciones, libros, etc.” o me mantengo alejado del ambiente de “fanáticos del Mundial” cada vez que una producción brasileña compite por algo “ahí fuera”.
Digo esto porque, convencido de que son las “cosas del mundo” y las dinámicas de la lucha de clases y los conflictos sociales que reverberan en todos los aspectos de la vida, creo que es necesario ir más allá de la pura subjetividad para comprender el impacto que “Aún estoy aquí” está teniendo en todo el mundo y, particularmente, en Estados Unidos. Algo que tiene mucho que ver con los “tiempos difíciles” mencionados por Fernanda.
Al fin y al cabo, aquí en el Brasil no cualquier producción tiene capacidad de llevar más de tres millones de espectadores a los cines. Y es innegable (y debe ser saludado…) el hecho de que esto suceda teniendo como “telón de fondo” no sólo el período Bolsonaro, sino principalmente su continuidad, a través de una ultraderecha que no se cansa de dar señales de vida, influyendo incluso en las posturas y políticas del gobierno actual.
En Estados Unidos, la ceremonia de premiación tuvo lugar en vísperas del regreso del repugnante Donald Trump a la presidencia y en un contexto en el que Hollywood y la industria del entretenimiento norteamericana se han visto obligados a “reinventarse”, principalmente después de la avalancha de escándalos y acusaciones que recorre Hollywood y su entorno, particularmente desde que el movimiento “Me Too” [Yo También], en 2017, expuso la naturalización del asedio y la violencia sexual en los bastidores de las producciones artísticas en el país.
Recordar esto es importante porque es necesario que se sepa que la historia reciente de los “Globos de Oro” estuvo profundamente impactada por las múltiples ramificaciones de este proceso que, abierto por las mujeres, fue ampliado por LGBTI+, negros(as), latinos(as) y otros sectores marginados de la sociedad.
Hasta 2021, el galardón era otorgado por la Asociación de Prensa Extranjera en Hollywood (HFPA) y era considerado uno de los más prestigiosos del mundo, sirviendo como contrapunto “cultural y artístico” a la celebración taquillera, representada por los Oscar. Una historia que desgraciadamente se vino abajo cuando salió a la luz que no había ni una sola persona negra entre los 87 votantes de la HFPA y que, además, muchos de ellos recibieron “mimos” de los estudios para definir sus votos.
Después de esto y, también, de enfrentar el boicot de varios artistas (algunos de ellos incluso devolviendo premios recibidos en años anteriores), en 2023, la premiiación sufrió una completa reestructuración, ejemplar, dígase de paso, de los tiempos neoliberales en los que vivimos: la HFPA fue disuelta y una empresa privatizó la premiación, creando la “Globe Golden Foundation” y pasando a invertir en la “diversidad”.
Hoy, el jurado está compuesto por 334 periodistas especializados en entretenimiento, de 85 países (25 de ellos brasileños), con 47% de mujeres y 60% de diversidad racial y étnica (26,3% latinos, 13,3% asiáticos, 11% negros y 9% personas de Medio Oriente).
En este contexto, está claro que, además de la intensa campaña de promoción que están llevando a cabo la familia Salles y la Globo (productora de la película), “Aún estoy aquí” despertó simpatías, particularmente entre aquellos y aquellas que están mínimamente en sintonía con la encrucijada en la que vivimos y vio la posibilidad del destaque que otorga la premiación como una forma de enviar un mensaje a los conservadores, reaccionarios y xenófobos de turno.
Algo que también podría volver a ocurrir en los Oscar, a principios de marzo. Pero esto, de ninguna manera, quita mérito al premio de Fernanda. Y mucho menos lo que hace de “Aún estoy aquí”, en mi opinión, una película fundamental para ayudarnos a pensar en los tiempos difíciles que vivimos.
Recordar para que no se repita
Además de ser una película hermosa y muy bien realizada, “Aún estoy aquí” merece y necesita ser vista principalmente por lo que es su esencia: la denuncia del profundo e irreparable dolor causado por el régimen militar instaurado en 1964 y la lucha, aún necesaria, por el rescate de la memoria, de la justicia y de la verdad en relación con todos y todas que fueron victimizados, directa e indirectamente, por la dictadura. Un proceso que implica, para empezar, el castigo a los agentes del régimen.
Una necesidad cuya importancia quedó nuevamente expuesta por el intento de golpe planeado por Bolsonaro, militares y políticos que no son más que excrecencias remanentes del régimen militar, pero que también se reafirma cada segundo que uno de los ex agentes de la dictadura camina impune y libre por la sociedad, que uno de los miembros de la Policía Militar vuelve sus armas contra la población negra o periférica, o siempre que un adepto de la ultraderecha practica revisionismo histórico para exaltar el régimen militar.
“Aún estoy aquí”, además de oportuno en un momento como este, está lejos de ser unánime o incluso exento libre de críticas. Dejando de lado la campaña de boicot de la ultraderecha (cuyo evidente fracaso también hay que festejar), parte del debate sobre el filme ha girado en torno al “enfoque” dado por el director Walter Salles, tanto en términos de la “forma” del filme como a su narrativa, tenidas como exageradamente centradas en las dimensiones “familiar” y personal de la historia.
Algo que merece ser discutido, sobre todo porque creo que este enfoque tiene mucho que ver en la gran fuerza de la película y la forma en la que ha conseguido dialogar con los espectadores, incluidos los de otros países, incluso porque resultó en un filme que se apoyó plenamente en la interpretación de actores y actrices que, en palabras de Fernanda Torres, en una entrevista, tuvieron que descubrir “el poder de contener una emoción y tal vez dejar que el público la complete por ti”.
«Memoria, justicia y verdad»: sustantivos femeninos
Como sabemos, la película está basada en las memorias de Eunice Paiva (1929-2018), esposa de Rubens Paiva (1929-1971), un ingeniero civil y diputado federal por el Partido Laborista Brasileño (PTB), acusado en 1964, asesinado bajo brutal tortura entre el 20 y 22 de enero de 1971, tras ser secuestrado de su casa y luego reportado como “desaparecido”.
Basada en el libro homónimo, publicado en 2015, de Marcelo Rubens Paiva (hijo del matrimonio y también autor del excelente “Feliz Ano Velho”), la película acompaña a la familia entre el período inmediatamente anterior a la “desaparición” de Paiva y la publicación del informe de la Comisión Nacional de la Verdad (CNV), en diciembre de 2014, pasando por 1996, cuando, 25 años después del asesinato, Eunice finalmente recibió el certificado de defunción de su marido.
Un primer “mérito” de la película es precisamente mantener a Eunice en el centro de la narrativa y no sólo como “la esposa de Rubens Paiva” (interpretada por el siempre excelente Selton Mello).
Precisamente por eso, la narrativa sólo menciona pasajes de la trayectoria del político y empresario, típico ejemplar de una clase media (alta, dígase de paso) y nacionalista, cuyo papel en la lucha contra la dictadura se dio tanto a través de su famoso discurso en Radio Nacional, cuando aún estaba en marcha el golpe de Estado, el 1 de abril de 1964, llamando a trabajadores y estudiantes a resistir (incluso en el marco de la “legalidad”), así como por la forma en que, en los años siguientes, se empeñó para proteger a perseguidos y exiliados políticos.
La interpretación de Fernanda Torres es fundamental en “Aún estoy aquí” precisamente porque le da un profundo sentido de humanidad a las profundas transformaciones que se produjeron en la vida de Eunice tras la “desaparición” de su marido.
Una mujer desde siempre atenta, pero que, a pesar de nunca haber sido insensible a la lucha política y social ni sumisa a las “reglas sociales”, vivía dentro de la “burbuja de alienación” característica de su ubicación socioeconómica.
Una “burbuja”, en la película, simbolizada por la casa y el entorno familiar, no sólo alejados de las verdaderas y profundas penurias que enfrenta la mayoría de la población, sino también impermeables a muchos otros males de nuestra sociedad, algo particularmente sintomático en la “presencia casi invisible” de la empleada doméstica negra, tratada “como si fuese de la familia”.
En la vida real, esta historia fue destrozada y remoldeada por experiencias que incluyen los 12 días en los que estuvo presa e incomunicada en los sótanos de la dictadura; los años de búsquedas y luchas; el período (entre 1971 y 1984) en que su familia estuvo bajo vigilancia militar; o, incluso, el dolor y la ausencia permanentes que provoca un cuerpo nunca encontrado.
En este sentido, Eunice se encuentra entre quienes literalmente transformaron “luto en lucha”. Mujeres de diferentes clases y sectores sociales, como Clarice Herzog, Thereza Fiel, Ana Dias y Zuzu Angel (respectivamente, las viudas del periodista Vladimir Herzog y de los obreros Manuel Fiel Filho y Santo Dias da Silva, y la madre de Stuart Angel), que tuvieron que reinventar sus vidas y ponerse en primera línea de la lucha por “la memoria, la verdad y la justicia” en relación con los crímenes de la dictadura.
Una lucha que, en la vida de Eunice, implicó también el regreso a la universidad en 1973, donde se formó en Derecho (a los 48 años), primero con el objetivo de librar mejor su batalla por memoria y justicia; luego, para actuar como una de los principales defensoras de los pueblos originarios, sus tierras y sus derechos.
En la película, algunos de estos hechos sólo se mencionan. Otros ni siquiera eso. Y esto tampoco habla en contra de la producción. Por el contrario. Si bien es cierto que está “basada en hechos reales”, no son exactamente los “hechos” (o la “acción”, hablando en términos cinematográficos) ni los detalles de las vidas de los personajes o de la Historia que hacen de “Aún estoy aquí”, una gran película.
Su fuerza proviene de la forma en que “nos ayuda a pensar” sobre otra cosa: el papel de la memoria en la construcción de la propia Historia. Algo construido con enorme carga poética, sobre todo porque Eunice Paiva, que tanto luchó por la preservación de la memoria, vivió sus últimos años bajo el impacto del Alzheimer, cuyo principal síntoma es precisamente la pérdida de los recuerdos.
Sin memoria, la Historia queda a la deriva
Estoy entre los que creen que una de las mayores fuerzas del cine es su capacidad de contar historias a través de imágenes, palabras y sonidos que adquieren significados y sentidos que van mucho más allá de lo obvio y de lo literal, permitiéndonos, independientemente del período que traten, reflexionar sobre pasado, presente y futuro o haciéndonos ahondar en la fantasía y en la ficción para pensar sobre la realidad y la humanidad.
Y es en este sentido que considero “Aún estoy aquí” una película necesaria, bella y muy exitosa. Consigue partir de una historia real, de una experiencia concreta, para discutir algo mucho más profundo, sintetizado de forma sumamente poética en las secuencias que abren y cierran la película.
Al principio, vemos una Eunice “a la deriva”, boyando en el mar, mientras un helicóptero (quizás llevando un cuerpo que sería arrojado al mar…) sobrevuela un Río de Janeiro que es una auténtica “postal”, que sirve de telón de fondo para la vida de una familia que, como tantas otras de su estrato social, vive en una burbuja, como tantas otras creadas por los movimientos del “mar de la Historia”.
Una familia, en suma, que, a pesar de verse afectada por la dictadura y oponerse al régimen, también, en gran medida, vive “a la deriva” de la Historia, dejando “el barco pasar”, como si intentara escapar de la memoria del pasado, en nombre de mantener una sensación de seguridad, armonía y comodidad cuya fragilidad está a punto de demostrarse de forma cruel y violenta.
En las últimas escenas, iluminadas por la fabulosa y conmovedora interpretación de Fernanda Montenegro, tenemos una Eunice, de 85 años, nuevamente “a la deriva”. Pero ahora, debido a que durante una década ha vivido con Alzheimer.
Una mujer cuya vista perdida y ajena al mundo cobra vida y fuerza en un instante, despertada por las noticias de la televisión, que anuncian la publicación del informe de la Comisión de la Verdad (al que ella contribuyó enormemente) que, a partir de 1.200 testimonios, documentó, con terribles y dolorosos detalles, los crímenes de lesa humanidad cometidos por la dictadura y sus agentes.
Un momento fabuloso en términos cinematográficos, sobre todo porque es también en esta secuencia donde, a través de un juego de cámaras, vemos a su hijo Marcelo (Antonio Saboia) como único “testigo” de la reacción de Eunice ante la noticia. Sólo él “percibe” que, por un segundo, su madre ha anclado en algún puerto seguro desde el cual puede revisar el “mar de memorias” que, en ese momento, parecen estallar en sus ojos frente al televisor.
Un diálogo de cámaras, gestos y miradas que, metafóricamente, preanuncia la escritura y el propio título del libro. Marcelo “ve” que Eunice aún “está aquí”. No sólo más allá del Alzheimer. Más allá de ella misma. Más allá de la Historia. Ella “está”, a la vez, como memoria de los crímenes cometidos por la dictadura y como agente importante para que esa memoria no fuese borrada, como intentaron hacer con su compañero, al arrojarlo al mar.
Simbólicamente, es en este momento que el libro nace. Y fue esta “presencia ausente” la que Salles logró trasladar a la pantalla, como un recordatorio de que, como todas y todos los demás a quienes la dictadura les marcó o les arrebató la vida, Eunice sólo seguirá “aquí”, su vida sólo seguirá teniendo sentido, si se preserva su memoria. Si su lucha no es olvidada.
Que vengan otras memorias…
Algo que llamó la atención y provocó críticas de mucha gente que ya vio el filme tiene que ver con las elecciones del director para contar esta historia, empezando por enfocarla en la familia Paiva. Lo cual, como es característico de los productos de la creatividad humana, reverberó tanto en la “forma” como en el “contenido” del filme.
Por ejemplo, es un hecho que la puesta en escena queda bastante restringida al espacio de la casa y de la vida familiar, representados con una “perfección” iluminada y armónica. Sin embargo, se puede decir que este recurso también puede verse como contrapunto a los oscuros sótanos de la dictadura y, sobre todo, como un “recordatorio” del tipo de “alienación”, específico de aquella familia, determinada también por su condición socioeconómica.
Es sintomático, por ejemplo, que, por muy “informada” e incuestionablemente antidictatorial, en la película, la familia Paiva en varios momentos ve la realidad a distancia, algo que se enfatiza en las escenas en las que el “mundo exterior” se registra a través de la mediación de una cámara Super 8 o a través de periódicos, radio y televisión, creando una ilusión de distanciamiento que se mantiene hasta ser destrozada por la ocupación de la casa por las fuerzas represivas.
Además, las elecciones de Salles son bastante coherentes con los objetivos mencionados antes, ya que parte de la “tesis” que defiende la película es la forma en que la memoria personal y la histórica se mezclan, se confunden y se influyen mutuamente.
En este sentido, es necesario saludar tanto el texto de Marcelo Rubens Paiva como la dirección de Walter Salles, sobre todo porque tantas otras películas que se han centrado sobre el tema, también basadas en excelentes relatos biográficos e incluso más directamente relacionadas con la lucha directa contra regímenes dictatoriales, resultaron filmes pavorosos. Baste recordar «¿Qué es esto compañero?» (Bruno Barreto, 1997) y “Olga” (Jayme Monjardim, 2004).
Recordar esto tiene que ver con un último comentario relativo a la “necesidad” de un filme como “Aún estoy aquí”. Independientemente de la cuestionable calidad de los dos ejemplos mencionados, estos forman parte de una lista muy pequeña de filmes que buscan explorar los oscuros tiempos de la dictadura y las luchas libradas contra el régimen.
Es verdad que hay una serie de cosas buenas y memorables, como “Eles não usam black-tie” [Ellos no visten de etiqueta] (1981), “Pra Frente Brasil” [Adelante Brasil] (1982), “Cabra marcado para morrer” [Cabra marcado para morir] (1984), “Que bom te ver viva” [Qué bueno verte viva] (1989), “Lamarca” (1994), “Cabra-Cega” [Cabra-Ciega] (2004), “O ano em que meus pais saíram de férias” [El año en que mis padres salieron de vacaciones] (2006), “Batismo de sangre” [Bautismo de sangre] (2006), “Tatuagem” [Tatuaje] (2013), “O dia que durou 21 anos” [El día que duró 21 años] (2013) o “Marighella” (2021).
Sin embargo, incluso por la dimensión de los crímenes cometidos por la dictadura y, también, los heroicos ejemplos de lucha dados por los hombres y mujeres que enfrentaron el régimen en los más diversos ámbitos de la sociedad (movimientos sociales, arte y cultura, sectores oprimidos, etc.), el Cine Brasileño aún está lejos de ser el instrumento de “memoria, justicia y verdad” que podría y debería ser.
Algo, lamentablemente, una vez más determinado por “las cosas del mundo”. Empezando por la forma acordada en la que se llevó a cabo nuestra redemocratización nunca finalizada. Y para entender cómo esto pudo haber influido en la producción cinematográfica brasileña, basta compararla con las películas producidas sobre los regímenes dictatoriales chileno y argentino, que, como reflejo de procesos de ruptura más radicalizados, abordan el tema de manera mucho más instigadora y amplia.
Aquí, el “pacto para la transición” seguido por la cobardía de todos los gobiernos desde entonces (incluidos los del PT) frente a los militares contribuyó en gran medida a que nuestra producción artística y cultural sobre el tema también fuese sofocada.
El hecho de que el Cine, aunque sea un proceso creativo obligatoriamente colectivo, esté mayoritariamente sometido a las “reglas del mercado” tampoco ayuda en nada a la producción de filmes que se radicalicen más en sus abordajes o vuelquen a sectores que han sido históricamente marginados.
Pero, esta es otra historia. Por ahora, la única recomendación es que, independientemente de nuevas nominaciones y premios, “Aún estoy aquí” continúe llevando gente a las salas. Que continúe ayudándonos a pensar. Incluso porque esta es una parte de nuestra Historia que necesita ser rememorada, de todas las formas posibles. Siempre. Porque no podemos permitir que se repitan experiencias totalitarias, reaccionarias, represivas y opresivas. Y, sabemos, esta es una amenaza que, lamentablemente, también “aún está aquí”. No sólo en el Brasil, sino en todo el mundo.
Ah, un último toque: atención a la fabulosa banda sonora, que incluye verdaderas joyas, como “É preciso dar um jeito, meu amigo” (Erasmo Carlos), “A festa do Santo Reis” (Tim Maia), “Baby” (Os Mutantes), “Jimmy, renda-se” (Tom Zé), “Agoniza, mas não morre” (Nelso Sargento y Beth Carvalho), “Pétit Pays” (Cesária Mota) y “Fora da ordem” (Caetano Veloso).
Artículo publicado en www.opiniaosocialista.com.br, 7/1/2025.-
Traducción: Natalia Estrada