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PST - Perú

50 años de la fundación del PST peruano

Foto de las delegadas y delegados del Congreso del PST en 1981.
abril 16, 2024

En las fiestas patrias (28 y 29 de julio) de 1974, bajo la dictadura nacionalista burguesa de Juan Velasco Alvarado, un grupo de jóvenes militantes entre los que se contaban varios obreros, acordaron fundar el Partido Socialista de los Trabajadores (PST) para construir una dirección que llevara a cabo la revolución socialista en el Perú.

50 años después nos aprestamos a celebrar un nuevo aniversario de nuestro partido. Es evidente que cumplir medio siglo, nos es poca cosa en la vida de un partido, que política, programática y organizativamente y con una moral a la medida de su objetivo trazado, se propone como objetivo disputar la dirección del movimiento de masas para dirigirlas hacia su verdadero objetivo que es la toma del poder.

En esta larga historia, que es parte de la historia de la lucha de clases en el Perú con sus triunfos, derrotas y frustraciones, y en particular de la clase obrera que es donde nos construimos con prioridad, se han sucedido numerosos hechos cualitativos en el país y el mundo, hechos que cambiaron la situación mundial como aquellos que llevaron a cuestionar la vigencia de la revolución y del socialismo y que llevaron a la casi totalidad de la izquierda a pasarse al reformismo.

Todo esto produjo en nuestras filas infinidad de discusiones con momentos de crisis, retrocesos y recuperaciones, en las que hemos tenido que actualizar nuestro programa de la mano de nuestra internacional y que aún continúa. No podía ni puede ser de otra manera. No somos un aparato sino una organización viva de hombres y mujeres que al proponerse dirigir a la mayoría de los trabajadores, necesita validar en la realidad su teoría y programa. El solo hecho que estemos celebrando nuestro 50 aniversario reafirmando la estrategia fundamental del programa (la revolución socialista) con la que nos fundamos, habla de un balance positivo de todo el camino recorrido.

Haremos esta celebración con una serie de actividades a lo largo de los siguientes meses. Pasaremos revista a nuestras filas. Afiataremos nuestra organización y planes para fortificarnos. Recordaremos a los camaradas que están en el retiro pero que fueron leales, como a aquellos que perdieron la vida militando con nosotros. Pero también haremos una reflexión crítica de nuestra historia. No somos dogmáticos sino marxistas, y como tales nos analizamos aplicando las mismas herramientas científicas con las que analizamos a nuestros enemigos de clase. Se trata de aprender o reaprender de una rica experiencia de 50 años del partido y de la lucha de clases, y compartirlo con los activistas más honestos, para refrescar nuestro programa y estrategia con vistas a reforzar nuestra construcción en los siguientes años.

Haremos esta reflexión con una serie de artículos abordando temas que consideramos fundamentales para comprender nuestra historia y que hacen a los principales debates del movimiento obrero y la llamada izquierda.

En esta primera parte vamos a reflexionar sobre el problema central de por qué persistimos en construir un partido revolucionario en el Perú, en una época en la que ya casi nadie cree en la revolución y menos uno de tipo socialista dirigido por la clase obrera. Este primer tema lo desglosaremos en dos partes: Primero, pese a los cambios fundamentales en la época o etapa de la lucha de clases que han llevado a la mayoría de la izquierda a plantear la sola reforma del sistema, ¿sigue siendo vigente la revolución en el Perú y, por tanto, la necesidad de construir un partido revolucionario? La segunda: ¿la tarea es, como dice el 99% de la izquierda, participar en las elecciones, o sigue vigente la tarea de intervenir en la lucha de clases para impulsar su movilización y construir un partido revolucionario marxista y proletario? 

Estos temas, que pueden ser de perogrullo para un militante o simpatizante identificados con el partido y su programa, es evidente que no lo son para los activistas de la juventud y de la clase obrera. Ellos construyen su consciencia en la realidad misma, y esta se determina por la correlación de fuerzas entre las clases. Por eso, dependiendo de sus cambios, una etapa o situación puede ser revolucionaria o contrarrevolucionaria, o simplemente no revolucionaria. Y a cada una de estas situaciones le corresponderá diversas creencias e ideologías, donde, según Marx, la dominante será “la ideología de la clase dominante”.  

Son temas que cobran actualidad por la misma situación que atraviesa el Perú luego del retroceso o derrota de la rebelión que recorrió el sur peruano entre fines del 2022 y principios del 2023, y que ha producido profunda desazón con la “izquierda” en amplios sectores obreros y populares, y empoderado a la derecha más cavernaria haciendo confuso la salida que se necesita.

I.  ¿Por qué para el PST la Revolución Socialista es y sigue siendo nuestro objetivo principal?

El PST se fundó en 1974 en una época revolucionaria mundial iniciada con la Revolución Rusa de 1917 y que se extendería al mundo entero. En Latinoamérica la revolución cubana de 1959 daría impulso a una auténtica ola revolucionaria continental, con insurgencias, guerrillas y movilizaciones de masas con protagonismo de la clase obrera, planteando la cuestión del poder.

La situación misma del país era revolucionaria. Signada por una grave crisis estructural y de dominio de la burguesía, que con una dictadura militar represiva enfrentaba un proceso de ascenso, la revolución no era un sueño sino una posibilidad real. La característica más importante de esa situación era el giro de amplios sectores de clase media hacia la revolución, y la emergencia de una corriente revolucionaria de masas que ponía en pie organismos de poder (asambleas populares, frentes de defensa) y llenaba de militantes a los partidos de izquierda. Por efectos de este proceso, nuestro mismo grupo embrionario, llegaría a implantarse en sectores de la juventud y del movimiento obrero, permitiéndole una acumulación primitiva con la que proclamaría su fundación.

En este proceso, la mayoría de la izquierda de origen pequeñoburgués y vertiente stalinista, maoista y castrista, buscaba reeditar la experiencia de Cuba o China o de las llamadas revoluciones “populares” que recorrían el mundo, y que habían tenido como actores centrales al campesinado y al pueblo y no a la clase obrera. El PST, en cambio, impulsaba una revolución de carácter socialista y de clase, buscando retomar el camino iniciado por la Revolución de Octubre de 1917, donde la clase obrera había tomado bajo la dirección del partido de Lenin y Trotsky.

Teníamos el convencimiento (con nuestra internacional), de que aquellas eran revoluciones desfiguradas y burocratizadas que frenaban la revolución mundial, y confirmaban la estrategia o necesidad de hacer una revolución dirigida por la clase obrera que estableciera un verdadero estado obrero como parte de la revolución socialista latinoamericana y mundial. Por eso nos propusimos, a diferencia de toda esa izquierda, construir un verdadero partido obrero, como parte de una organización revolucionaria mundial, para llevar a cabo la revolución socialista en nuestro país.

Si embargo, la etapa revolucionaria mundial se cerraría en el mundo y en Latinoamérica entre 1989 y 1991 y se abriría otra. En Perú también se cerraría con la elección de Alberto Fujimori en 1990; poco después, en 1992, la situación incluso se haría reaccionaria y duraría un ochenio. No se produjo, entonces, ni la revolución “popular” ni “obrera” y todo el proceso revolucionario –el más rico de nuestra historia republicana–, sería derrotado, y con él las fuerzas sociales, las organizaciones de masas, la inmensa vanguardia y los partidos como el PST que aparecieron con él. ¿Cuál sería el nuevo escenario?

Una nueva etapa neoliberal

Fujimori no solo cerraría la etapa revolucionaria anterior sino la derrotaría con una combinación de acciones represivas (derrotas de movimientos sociales, derrota y desarticulación de los grupos armados) y de contrarreformas estructurales de sello neoliberal que causaría profundo impacto en la conformación de la clase trabajadora. Estos cambios fueron de tipo shock y se realizaron en varios años. El imperialismo aún hoy recuerda estos cambios como un modelo a seguir, y lo recomienda para las crisis que hoy atraviesan países como Argentina. El ajuste implicó un costo social sin precedentes: cierre masivo de fábricas, privatización de servicios públicos y degradación absoluta de los mismos, despidos masivos, empobrecimiento general… Sobre esta realidad se implementaría un nuevo modelo de libre mercado. En realidad, Fujimori no haría nada nuevo, solo siguió la onda neoliberal que impulsaba el imperialismo para salir de su largo ciclo de crisis, y que en las economías periféricas significaba la liberación económica para facilitar un nuevo saqueo y recolonización.

De este modo se liquidarán las empresas públicas que representaban el 60% de la economía nacional y toda la industria de sustitución de importaciones, se entregarán los servicios públicos a los capitales monopólicos, se abrirá la economía a la inversión extranjera orientándola nuevamente a la producción primaria exportadora, y se reinsertará al Perú al mercado mundial en condiciones subordinadas y sin soberanía, creando un nuevo modelo más dominado por el imperialismo y con predominio de los monopolios y oligopolios.

La otra cara de este cambio fue la creación de un inmenso mercado informal (con la careta de “emprendimiento” que se les dio a las economías de sobrevivencia), como forma de descomprimir la carencia estructural de empleo y sobre todo de empleo de calidad. Se formó así una nueva clase trabajadora donde más del 70% es informal, y aún dentro de la “formalidad” una gran mayoría será precarizada, limitando su organización, lucha y la construcción de su consciencia de clase.

Lograrán estabilizar la economía, pero ella solo empezará a mostrar “resultados” años después, con el crecimiento que motoriza la economía de China por dos largas décadas. La economía mundial entra a una etapa de expansión debido a la incorporación al mercado de un tercio de la humanidad conformado por los ex “estados socialistas”, de economías atrasadas y con inmensa mano de obra barata, y especialmente de China, el más poblado del mundo. En las nuevas condiciones de apertura y liberalidad del mercado, esta expansión traería masivas inversiones y un crecimiento promedio anual del 6% del PBI nacional en cerca de dos décadas. La sensación que esto crea es de progreso del país y de las clases sociales y de un futuro prometedor.

En realidad, los grandes lucros generados en este nuevo ciclo solo beneficiarán a los grandes capitales imperialistas y grupos monopólicos locales, y enriquecerá a un sector de clase media. El crecimiento apenas chorreará sobre las mayorías pobres, pero sin cambiar su estatus sino afirmando los abismos sociales preexistentes, la desigualdad, la estratificación de clase y marginación y explotación del campo. Se configura así una sociedad con islas donde se respiran abundancia, modernidad y lujo, en un mar de pobreza y pobreza extrema.

Estos resultados serán usados para confirmar el discurso oficial de que la vía para salir de la pobreza no eran la revolución o la insurgencia, y ni siquiera la lucha por mejorar la vida reformando al modelo, sino el neoliberalismo, el libre mercado y el esfuerzo individual para hacerse rico.

Es cierto que la relativa y contradictoria prosperidad que muestran los países donde se implementó el mismo modelo, en especial los llamados ex “socialistas” que sirven al propósito de demostrar su fracaso. El caso más espectacular ha sido el de la República Popular China. Siendo el país más poblado del mundo y esencialmente campesino y atrasado, China transitó al capitalismo a velocidad luz, en pocos años fue convertido en una fábrica mundial y hoy en una potencia que aparece disputando mercados a EEUU y los demás imperialismos; hasta se le ve como el próximo nuevo amo. Entonces, ¿acaso China no muestra que es posible salir del atraso y construir una gran nación simplemente aplicando las recetas del libre mercado? Si el modelo neoliberal hizo crecer la economía nacional a tasas sin precedentes durante casi dos décadas, ¿por qué no puede ser posible retomar ese nivel de crecimiento abriendo más su economía, para seguir el ejemplo de China? Estos son algunos de las ideologías más usadas estos años en la línea de que tendremos un futuro mejor con más neoliberalismo.

Así, en amplios sectores de clases medias y de la población trabajadora en cuyas consciencias antes anidaba solo la esperanza de la revolución, ahora logran que anide neoliberalismo puro, y a lo más la esperanza de su reforma para alcanzar una vida mejor. El predominio de esta ideología que ha sido central en toda esta etapa, y será continuamente recordado en los momentos de crisis, como las que se han sucedido en el último decenio, para evitar que abran una situación revolucionaria. No es casual que de los sectores sociales medios y marginales, provenga incluso apoyo a su continuidad, y que en la inmensa masa de informales siga predominando la creencia de que rompiéndose el lomo todos los días un día despertarán convertidos en nuevos ricos. Este cambio de percepción y de consciencia es una característica fundamental de la nueva etapa. Ella le ha dado sostenibilidad y continuidad al sistema establecido, al menos hasta hoy.

El impacto del derrumbe del campo “socialista”

En la misma etapa que historiamos, en los años 89-91 cayeron la ex URSS y el “socialismo real” del Este de Europa y se había restaurado el capitalismo. Luego China y Cuba le seguirán los pasos impulsando la restauración desde el mismo estado controlado por los partidos comunistas. Este escenario, que implicó el fin de ese “socialismo”, esto es stalinista y de férreas dictaduras burocráticas, fue presentado al mundo por los inmensos aparatos de propaganda de la burguesía, como la prueba contundente de su fracaso, ocultando el hecho de que desde el mismo campo marxista fuertes corrientes cuestionábamos a esos regímenes luchando por otra revolución que estableciera la democracia obrera en ellos. Por su parte, las direcciones predominantes del movimiento de masas reforzarán este discurso. Al quedar huérfanas como ex agencias de Moscú, Pekín y La Habana, abandonarán sus proyectos “revolucionarios” y pasarán a defender la restauración y al mismo capitalismo en el mundo planteando reformarlo y hacerlo más “humano”; programa que simplificaron con el lema “un mundo más justo es posible”.

Al mismo tiempo, al haberse alejado el fantasma de la revolución, el imperialismo ya no necesitaba promover golpes militares ni dictaduras para controlar las crisis políticas y sociales, y junto a sus agentes políticos pasará a priorizar la democracia burguesa como el mecanismo para contrarrestarlas. Así permitió que los antiguos represores y hasta genocidas se hicieran abanderados de la democracia; la verdad una careta de ella, porque lo hacen sin renunciar al autoritarismo, la represión y el recorte de libertades fundamentales cada que lo necesitan.

Sin embargo, lo más importante en todo esto será la integración de las direcciones y la vieja izquierda al sistema democrático burgués, permitiendo a sus partidos y hasta ex guerrilleros ingresar a gobernar y a ocupar cargos parlamentarios. Con este cambio de bando, de defensores del “socialismo” a integrarse al Estado burgués, ellos pasarán a colaborar con la burguesía y el imperialismo en el sostenimiento del sistema, desde la defensa de su modelo de economía neoliberal y su tramposa democracia. Así podemos entender el cambio de la política imperialista hacia nuestros países. En Chile en 1971 promovió un golpe militar sangriento contra Salvador Allende para cerrar la etapa revolucionaria; hoy al izquierdista Miguel Boric le da apoyo para con él cerrar pacíficamente la ola revolucionaria que atravesó al país y que lo encumbro en La Moneda. Igual ocurre con Lula en Brasil y aquí sucedió lo mismo con Pedro Castillo, primer presidente de izquierda incluso acusado de estar vinculado al Movadef, ambos apoyados por el imperialismo en tanto se disciplinaban al orden y sus reglas de juego. Este es el nuevo rol de las direcciones.

Al cambiar su ubicación cambió su actividad. Desde la “nueva” izquierda de Susana Villarán y Verónika Mendoza hasta los viejos del PC, Patria Roja, ex SL, ex MRTA y castristas de todo pelaje, pasan a tener como actividad central intervenir en las elecciones para ocupar cargos en el estado. Esta estrategia es compartida hasta por los que fungen de “radicales” como autollamados guevaristas y herederos de Sendero. Mientras la “nueva” izquierda propaga discursos ecologistas o feministas, estos sin pudor abanderan al Che, Castro y Mao. Y más allá de sus disputan y rupturas, esencialmente por cargos, todos convergen en lo esencial, como se vio en su apoyo común a Pedro Castillo y su integración a su gobierno de colaboración de clases.

La democracia burguesa de hoy funciona entonces con la colaboración plena de las direcciones del movimiento de masas, y más, ellas se hicieron sus principales defensores con propuestas de reforma (construcción de ciudadanía, dicen) para hacerla más legítima a los ojos de los trabajadores.  

Los principios sagrados que el imperialismo y la burguesía defienden son pues el libre mercado y la democracia burguesa, algo así como el santo grial del capitalismo hoy. El cambio fundamental se da porque la llamada izquierda, de oponerle la alternativa de la revolución al capitalismo pasa a integrase a él, haciendo suya esos dos principios y muchas veces convirtiéndose directamente en sus implementadores.

Este cambio fundamental traerá un profundo cambio en las relaciones de clases mundiales. Este se traducirá en un retroceso fenomenal en la consciencia del movimiento de masas, levantando en ella un nuevo muro que alejará sus luchas de todo proyecto revolucionario, y toda lucha será encajada a una supuesta mejora del orden establecido.

La fuerza ideológica que recrea el nuevo consenso no es poca cosa. Llegará hasta a arrastrar a sectores honestamente revolucionarios y combativos, volviéndolos reformistas de hecho o encubiertos. Algunos cederán con el pretexto de “aprovechar las oportunidades”, como hizo Enrique Fernández Chacón, ex PST y presuntamente revolucionario, que ocupó una banca parlamentaria por el Frente Amplio (ahora extinto), un partido ecologista pequeñoburgués y extraño a la clase obrera. Otros, como la luchadora obrera Isabel Cortés, ingresarán al parlamento predicando proyectos de ley favorables a los trabajadores. Son posturas que tendrán impacto profundo sobre la consciencia de amplios sectores obreros y de luchadores, que son llevados a confiar en el parlamento burgués y en el Estado para la solución de sus problemas, en lugar de priorizar su movilización independiente.

Con la adaptación de toda la izquierda vieja y nueva al capitalismo neoliberal y a su sistema democrático burgués (con la solitaria excepción del PST), se refuerza o hace más creíble el discurso único de la burguesía y del imperialismo, sobre la inviabilidad de cualquier otra alternativa, creando una falsa consciencia que da soporte social y político al nuevo orden. Por eso también se explica que, en esta nueva etapa, se produzcan crisis y luchas muy profundas, pero sin que puedan saltar a convertirse en conscientemente revolucionarias, permitiendo que la burguesía las pueda encausar por dentro de su gran acuerdo.

La consciencia revolucionaria de la lucha por una nueva sociedad derrocando al Estado y expropiando a los capitalistas, que era de masas en la etapa anterior, ha quedado reducido a su defensa por grupos pequeños como el nuestro, haciendo más titánica la labor de convencimiento de nuestras consignas y programa.

Recolonización y caricatura de democracia

En nuestro folleto Bicentenario: 200 años de resistencias y luchas, hicimos hace algunos años un balance de 30 años de neoliberalismo en el Perú y llegamos a la conclusión categórica de que los problemas que nos aquejan hoy no solo son los de siempre, sino que son más graves.

Más del 30% sigue viviendo en la pobreza y cerca al 20% en pobreza extrema. La desocupación (más del 14%) se hizo estructural y ahora domina el semiempleo y la informalidad con más del 75% de la PEA; de los que son formales 3 de cada cuatro se fuero tercerizados. Dentro de esa “informalidad” cobran peso significativo la economía que impulsan el narcotráfico, la minería y la tala ilegales y el crimen organizado. Se configuró así una nueva clase trabajadora precarizada y pobre. Los servicios sociales como educación y salud siguen siendo calamitosos: en educación seguimos a la cola a nivel mundial, y en salud la mejor prueba fue la pandemia del Covid 19 donde Perú produjo la tasa de muertes por millón más alta del mundo. La pobreza se concentra en las grandes urbes, pero golpea más en el campo y sobre todo en el sur andino y en la Amazonía, donde 7 de cada 10 niños menores sufren de anemia entre otros flagelos que deja el capitalismo de moda. Asimismo, cantidades ingentes de la población se acercan o ya viven en la barbarie, cuya expresión más dramática son el aumento del feminicidio y la violencia machista, al mismo tiempo que crece la delincuencia, la inseguridad y el crimen.

La otra cara de esta realidad es que las grandes riquezas generadas en dos décadas de crecimiento fugaron al exterior, y la otra parte la acaparan 17 familias con control monopólico y oligopólico de las principales actividades económicas, con rentas que alcanzan a toda la riqueza que el país produce en un año.

Todo este sistema brutalmente desigual solo será exitoso en el imaginario social y en especial en el de las clases medias. En realidad, será profundamente precario. La pandemia del Covid 19 se encargaría de mostrar su profunda fragilidad cuando un gran sector de las “clases medias”, niña mimada del modelo, fue empujado a la quiebra masiva, la mitad de la clase trabajadora fue echada a la calle, y todos ellos ellos junto a los pobres fueron condenados a morir por el virus o por hambre. Mire desde donde se le mire, el modelo neoliberal solo hizo más rico a los grandes capitalistas, profundizó el atraso del país de tal manera que no tenemos una economía nacional propiamente dicha sino colonizada o dependiente del imperialismo, creó una clase trabajadora predominantemente pobre e informal y el campo fue dejado en abandono.

En cuanto a la democracia burguesa el balance no es mejor. Se reveló como una careta que solo sirve para enmascarar a un régimen esencialmente autoritario y represivo que, cuando lo necesita, saca las garras para garantizar el funcionamiento del modelo. La llamada “democracia”, para las mayorías, se reduce al derecho a votar cada cierto tiempo, y las autoridades que normalmente burlan sus promesas son repudiadas masivamente. Al mismo tiempo, el discurso antiterrorista se institucionalizó para etiquetar como tales a los que luchan, y combinados con los prejuicios raciales de la gran burguesía, se usan como justificativos para la represión indiscriminada que se desata a toda lucha que se desata en el campo. Los reclamos democráticos de una nueva constitución vía una Asamblea Constituyente o toda pretensión de introducirle cambios desde el movimiento de masas, también son etiquetados de la misma manera; mientras el Congreso, con una mayoría espuria, puede aprobar cambios fundamentales conforme a sus intereses.

Si se pretendió crear una “república de ciudadanos” el neoliberalismo sólo nos trajo una reedición aumentada y más pueril de república aristocrática que gobernó el Perú hace un siglo, la república de los hacendados, mineros y agroexportadores que son los mismos grupos que hoy ejercen el poder. La actuación del gobierno Boluarte en la represión criminal de las protestas del sur causando medio centenar de víctimas bajo la forma de ejecuciones sumarias, es una muestra del tipo de democracia establecida.

Esta forma de cómo funciona el régimen junto al “enriqueceos” del discurso neoliberal, por último, abrieron las compuertas para el crecimiento de la megacorrupción que afecta a todo el Estado y los partidos del orden, de derecha e izquierda, haciéndola endémica y prácticamente sin solución.

Reformismo sin reformas

En este contexto de fracaso del neoliberalismo y de su régimen de democracia burguesa, ¿cuál fue el papel del nuevo reformismo? ¿Qué fue de su propuesta de darle un “rostro humano” al modelo económico y de democratizar al régimen “construyendo ciudadanía”?

El reformismo en el movimiento obrero surgió en la etapa de ascenso del capitalismo (fines del siglo XIX y principios del XX), y se basaba en algo real: era posible obtener mejores condiciones de vida para la clase trabajadora. Pero esa fase concluye con el surgimiento del imperialismo que anuncia el inicio de la decadencia del sistema capitalista y abre una época revolucionaria donde la principal tarea será construir partidos y una Internacional para hacer la revolución, caracterizaciones que serían confirmadas por los eventos que llevan al triunfo de la Revolución Rusa de 1917 y que atraviesan el siglo XX. Sin embargo, sin que haya cambiado esta época sino solo la correlación de fuerzas que llevan al auge neoliberal, casi toda la izquierda se hace reformista, y pasa a convertirse en un puntal del orden, con el librero de “otro mundo es posible” o de hacer más humano el sistema capitalista e imperialista. Sin duda alguna, un absurdo por donde se le mire, pero un discurso útil para engañar a las masas y servir mejor a la burguesía, luego que “enterraron” al socialismo. 

Los ejemplos de estas políticas vergonzantes son abundantes y están presentes aquí y en todo el mundo. Por ejemplo, ¿qué hizo Susana Villarán en la alcaldía de Lima? No realizó ninguna “reforma”. ¿Qué hizo Ollanta Humala, acaso no renunció a su programa de “la gran transformación” incluso antes de sentarse en Palacio? Pedro Castillo, ¿acaso no firmó junto a Keiko Fujimori y antes de la segunda vuelta el llamado “compromiso por la democracia”, comprometiéndose a no realizar ningún cambio? Todos, en las alcaldías, en el parlamento y en el gobierno, se disciplinaron al régimen y al modelo neoliberal, olvidando sus promesas de campaña. Todos capitularon al imperialismo, cuya categoría incluso borraron de sus programas. Incluso, cuando necesitaron salir en defensa del orden ante las amenazas que representaban las luchas en respuesta a las promesas incumplidas, apelaron a la represión y al recorte de libertades que les faculta la democracia burguesa en su defensa.

Asimismo, ¿qué hicieron los parlamentarios de izquierda como Fernández Chacón o ahora Isabel Cortez que en sus campañas ofrecieron de todo para resultar elegidos? Lo mismo, reproduciendo las ilusiones de que los cambios pueden provenir del parlamento y no de las luchas.

Los nuevos líderes de esta nueva y vieja izquierda han sido tan leales al modelo que incluso muchos de ellos hicieron parte de la megacorrupción, razón por la que hoy se encuentran procesados o en la cárcel. Lo esencial aquí es que, aun cuando estos personajes fueran “honestos”, como se dice cuando desde esos sectores se muestra el ejemplo ex presidente de izquierda uruguayo Pepe Mujica, ellos colaboran con la burguesía y el imperialismo y no logran ningún cambio en la vida de los trabajadores.

Así su promesa de “otro mundo es posible” ha sido y es puro fraude. Un engaño consciente útil para conseguir votos y ocupar cargos en el Estado. Tras su fracaso y desnudado su fraude, lo único que traen es desazón y desconfianza de las masas en la “izquierda” en general, y le allanan el camino a la reacción burguesa que vuelve con más odio, en un ciclo que se repite y de cuyo juego ellos hacen parte.

Vigencia de la revolución

30 años de neoliberalismo y de democracia burguesa solo han producido esta realidad que no tiene nada de reivindicable desde el punto de vista de la mayoría de trabajadores y pobres. La misma situación se vive en Latinoamérica y en el mundo a causa de un sistema que decae y produce caídas cada vez más espectaculares, arrastrando a los países más pobres a nuevas crisis y obligándolas a aplicar nuevos ajustes que los empobrecen más. En la disputa por los mercados los conflictos imperialistas se agravan y aparecen nuevos y distintos tipos de guerras, con amenazas de su extensión mundial. La locura capitalista por ganar más, también produce graves daños al ecosistema y destruye al planeta.

Ante toda esta realidad del mundo neoliberal pero más imperialista que nunca, las masas no han dejado de luchar ni de producir nuevas revoluciones. La respuesta se extiende por el mundo con gigantescas movilizaciones, por ejemplo, contra el genocidio israelí e imperialista en Gaza. Explotan rebeliones y algunos procesos revolucionarios en distintos puntos del planeta, en especial en Latinoamérica, haciendo frente a los planes de ajuste de las burguesías a tono con su modelo neoliberal. La caracterización marxista de que vivimos en una época de guerras y revoluciones y de que hay que prepararse para la revolución, muestra toda su vigencia en esta nueva realidad.

En una etapa se produjeron cambios importantes que dieron lugar a una nueva etapa o ciclo de crecimiento del capital, que ahora se agotan. Dichos cambios no fueron posibles por méritos del sistema, o como se dice, de su capacidad de “autoajuste”; fue debido a la traición de las viejas direcciones que jugaron a su favor cuando, cuando luego de fracasar su “socialismo” en el tercio del mundo lo llevaron de vuelta al capitalismo, contribuyendo a la recuperación de éste, al mismo tiempo se colocaban al servicio del nuevo modelo de acumulación confundiendo y traicionando a los trabajadores. Así, lograron reequilibrar la situación mundial por un periodo que ahora se acaba, tendiendo todo a volver las crisis, guerras y revoluciones, signos distintivos de esta época imperialista.

Estas características generales son las que explican la propia situación nacional. Solo hay que ver la lucha que desencadenó el sur contra el régimen para reconocerlas plenamente. La lucha se realizó bajo las banderas Fuera Boluarte, cierre del Congreso y Asamblea Constituyente, es decir, buscaba tumbarse el régimen sobre el que se asienta el modelo neoliberal y de recolonización. Se desencadenó cuando los más pobres concentrados en el sur andino, vieron frustradas sus esperanzas de cambio bajo el actual régimen, que vacó al presidente Pedro Castillo, y se propusieron echarlo con banderas y métodos revolucionarios, protagonizando el proceso más significativo de los últimos 30 años con movilizaciones masivas, formas de autoorganización, métodos de autodefensa y de lucha frontales contra el Estado y sus agentes represivos, impactando al mundo.

El proceso no llegó a abrir una situación revolucionaria por la traición de las direcciones que salieron a salvar al régimen, poniendo de relieve el papel que les corresponde en la defensa del régimen. Ellas la aislaron y dejaron la rebelión del sur a expensas de la represión, una de las más sangrientas de los últimos tiempos. Se le infligió una derrota política, pero la lucha y sus banderas no solo siguen vigentes sino cada día muestran su legitimidad. Con el pretexto de la corrupción vacaron a Castillo, pero ahora la gran corrupción es la que gobierna desde Palacio y el Congreso. Lo hicieron también pretextando la defensa de la democracia ante el “golpe de estado”, pero el verdadero golpe lo dieron ellos al tomar el poder para cometer crímenes contra los más pobres que salían a defender sus derechos democráticos, y ahora al copar instituciones pensando perpetuarse en el poder. Así tenemos a un régimen y gobierno más odiados y precarios que nunca, que se sostiene única y claramente, por la traición y colaboración de las direcciones.

Esta experiencia muestra el camino que va a seguir la conflictividad social en el Perú en los próximos años, sin visos de solución al interior del sistema. Ante su clamorosa precariedad, la respuesta de la reacción es monopolizar el poder y atacar, y el papel de las direcciones es colaborar con ella con la prédica la reforma del régimen. Pero ni la mano dura ni el maquillaje van a frenar la tempestad que se inició en el sur, porque los problemas de fondo que la originaron, lo único que hacen es agravarse día a día.

La lucha podrá retroceder y tomarse un aliento, pero va a continuar. Por eso creemos que en el Perú hay un proceso revolucionario en ciernes. Se produjo un ensayo y se volverá a repetir como una segunda ola en algún momento. Por ello también creemos que la vigencia de la tarea de construir un partido revolucionario en toda la última etapa que nos tocó vivir, ahora es más vital que nunca para que se coloque al frente de la nueva ola y haga posible su realización victoriosa.

Por tanto, a la pregunta planteada al inicio sobre la vigencia de la revolución y de la tarea de construir un partido revolucionario para dirigirla, respondemos que sí. Todos aquellos que sacaron otras conclusiones como el cambio de época, se engañaron, y los errores se pagan. Ahora si no están en sus casas han pasado a convertirse en la pata izquierda del sistema. Lo mismo sucede con todos aquellos que capitularon a las presiones de la participación electoral abandonando o escondiendo sus programas. Reafirmar nuestro programa y estrategia y enfrentar a estos sectores durante años de retroceso y estabilidad, ha sido duro. Resistir las presiones para tomar atajos en la construcción del partido como ceder a las presiones electoralistas, también. Por ello podemos decir que el PST, gracias a ser parte de la corriente revolucionaria que es la LIT CI, ha podido responder al gran desafío de defender la vigencia de su programa y estrategia en una época de retroceso y confusiones, y por eso ahora constituye una vivencia clara de la lucha histórica de la clase trabajadora peruana por la revolución socialista en el Perú.

El PST: pasando la prueba de la historia

Sin embargo, no vamos a subestimar que los cambios de tipo histórico que hemos descrito, trajeron golpes y presiones centrífugas sobre nuestra pequeña organización. En ella se inscribe la ruptura de nuestro partido el año 92, donde un grupo importante de camaradas pretendiendo defender ciertos principios, fue llevado a desaparecer. Explica también nuestra desarticulación durante la reacción de los años 90. Y desde el año 2000 iniciamos una etapa de rearme y reorganización, pero enfrentando numerosas dificultades para nuestra construcción, y que evidencian la ausencia de una mejor comprensión de la etapa y sus particularidades y de las tareas que nos corresponde realizar.

Entonces, si ubicamos en la línea de tiempo nuestro recorrido, tenemos que decir que la primera etapa en la que el PST da sus primeros pasos como partido revolucionario, de 1974 a 1990 (dieciséis años), representa un periodo corto pero al mismo tiempo intenso y rico en acontecimientos por su signo revolucionario.

El periodo posterior que dura 34 años, que es más del doble de aquel, no es revolucionara, incluso se abre con el decenio dictatorial fujimorista de retroceso y derrota, por que significa que hemos mantenido nuestra construcción como partido revolucionario, en el periodo más largo, duro y lleno de dificultades.

Esto permite que en la nueva situación que empezamos a vivir, al menos seamos una referencia y posibilidad de construcción de un partido revolucionario, frente al resto de la llamada “izquierda” y parte de muchos ex compañeros de ruta, que hoy apuntalan al sistema haciendo parte del oportunismo.  

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