El castrismo y la revolución centroamericana
El castrismo y la revolución centroamericana
En los debates sobre la actual situación cubana un sector mayoritario de la izquierda (defensora del actual régimen castrista y de su accionar) esgrime como principal causa el “aislamiento” del país. Esto es cierto, por lo menos parcialmente, en lo que se refiere al bloqueo comercial y financiero del imperialismo estadounidense. Sin embargo, olvidan (en realidad, ocultan) el hecho de que fue la propia política de Fidel Castro hacia el proceso de la revolución centroamericana, iniciado en Nicaragua en 1979, el que provocó un aislamiento político de consecuencias mucho más graves que el anterior.
Alejandro Iturbe
Diversos artículo publicados en este sitio refieren la historia de cómo la dirección liderada por Fidel Castro (el Movimiento 26 de Julio – M26J) encabezó la revolución que derrocó a la dictadura de Fulgencio Batista en 1959, y, luego de tomar el poder, sobrepasó su programa democrático original e inició la construcción del primer Estado obrero latinoamericano en el propio “patio trasero” del imperialismo estadounidense y transformó a sus líderes en una referencia para millones de luchadores en todo el mundo[1]. Hemos dicho también, que esa revolución permitió grandes conquistas a los trabajadores y las masas cubanas, especialmente en el combate al hambre y la miseria, la educación y la salud.
Al mismo tiempo que reivindicamos estos grandes logros de la revolución, es necesario decir que la dirección cubana construyó un Estado obrero burocrático, sin democracia real para los trabajadores y las masas, de acuerdo con el modelo estalinista. Los trabajadores cubanos nunca dirigieron el gobierno cubano sino que lo hizo la burocracia del Partido Comunista cubano (sucesor del M26J).
Además, la dirección castrista se mantuvo siempre dentro de la concepción de que era posible construir el “socialismo en un solo país”, propuesto por el estalinismo desde la segunda mitad de la década de 1920, en contra de la revolución socialista internacional propuesta por el marxismo desde su inicio. Coherente con esta realidad, en la década de 1960 el castrismo se integró al aparato estalinista internacional, centralizado por la burocracia de la entonces URSS, y pasó a defender lo esencial de sus posiciones políticas.
En los primeros años, sin embargo, lo hizo de modo contradictorio, ya que impulsó la “exportación” de la revolución a través del entrenamiento y la formación de cuadros, y el apoyo material a numerosas organizaciones guerrilleras latinoamericanas que surgían en esos años bajo la influencia de la revolución cubana. Esa línea no era compartida por la burocracia de Moscú y, por eso, en varios países hubo rupturas de los PC o el surgimiento de organizaciones por fuera de ellos para impulsar la lucha guerrillera. Por ejemplo, fue el el caso de El Salvador, donde su secretario general, Cayetano Carpio, rompió con el partido para fundar las FPL (Fuerzas Populares de Liberación), en 1970. Incluso, el propio Che Guevara fue a impulsar directamente un “foco guerrillero” en Bolivia y murió asesinado, en 1967.
A lo largo de varias décadas, nuestra corriente ha debatido contra esta concepción del “foco guerrillero” que debía aplicarse en toda Latinoamérica (desde México hasta Argentina), independientemente de las condiciones objetivas y de las características geográficas y sociales de cada país[2]. Sin embargo, más allá de estos debates y nuestras críticas, fueron años en que la dirección cubana todavía intentaba (aunque con una metodología equivocada) dar un cierto impulso a la expansión de los procesos revolucionarios, especialmente en Latinoamérica.
La revolución nicaragüense
Sin embargo, esta brecha entre la dirección cubana y el aparato estalinista central se fue cerrando y, a lo largo de la década de 1970, el castrismo aceptó plenamente la política de “coexistencia pacífica” con el imperialismo, impulsada desde Moscú. Esto tendría un costo altísimo al estallar un fortísimo proceso revolucionario en Centroamérica, a partir de 1979.
En Nicaragua, en 1979, la lucha contra la dictadura de Anastasio Somoza siguió un curso muy parecido al de Cuba 20 años atrás. Existía una organización político-militar, el FSLN (Frente Sandinista de Liberación Nacional) que combatía contra el régimen somocista desde hacía varios años. Comienzan a estallar insurrecciones populares (con los jóvenes como vanguardia) en diversos ciudades del país. Las fuerzas sandinistas, cada vez más fortalecidas por la incorporación de estos nuevos luchadores, van tomando varias de estas ciudades y avanzan sobre la capital, Managua. El 19 de julio entran en la ciudad, derrotan definitivamente a la Guardia Nacional, derrocan a Somoza, y toman el poder.
La corriente morenista, agrupada internacionalmente en esos años en la Fracción Bolchevique apoyó fervientemente esa revolución. No se quedó solo en palabras y retomó la olvidada tradición principista e internacionalista: desde el PST colombiano, impulsó la formación de la Brigada Simón Bolívar (BSB) que fue a combatir a Nicaragua como parte del FSLN. Esta participación en la lucha fue reconocida por el pueblo nicaragüense y por el propio FSLN cuando las fuerzas de las BSB entraron en Managua[3].
Nicaragua no fue una “nueva Cuba”
Tal como hemos dicho, la situación en Nicaragua era muy similar a la de Cuba en 1959: luego de destruir a la Guardia Nacional, el FSLN estaba ante la alternativa de seguir el “camino cubano”, expropiar al conjunto de la burguesía nicaragüense y avanzar en la construcción de un nuevo Estado obrero, o seguir el camino que siguió el FLN argelino en 1962, y reconstruir el Estado burgués.
La dirección sandinista viajó a Cuba para entrevistarse con Fidel Castro (a quien reconocía como “su dirigente”) y consultarlo sobre cuál “camino” debía seguir. La respuesta de Fidel fue muy clara: “Nicaragua no debe convertirse en una nueva Cuba”[4]. Es decir, “no hagan lo que hicimos nosotros, manténganse en el terreno del capitalismo y reconstruyan el Estado burgués”.
Siguiendo esta orientación de Fidel, el FSLN constituyó el Gobierno de Reconstrucción Nacional (GRN) con los sectores de la burguesía no somocista (como Violeta Chamorro y Alfonso Robelo) y la Junta de Gobierno tuvo como una de sus prioridades el respeto a la propiedad privada de los burgueses “no somocistas”. De esta forma, el FSLN, por orientación de Fidel Castro, renunció a la posibilidad de liberar al pueblo nicaragüense de la pobreza, el hambre y la explotación, como sí había ocurrido en Cuba.
La BSB mantuvo su fidelidad al programa de revolución socialista: levantó la exigencia de que el FSLN rompiera con la burguesía, aplicase un programa de transición al socialismo y extendiese la revolución a toda Centroamérica. Junto con esto, la BSB participó e impulsó el proceso objetivo que las masas estaban desarrollando en la realidad: la expropiación de los campos de la burguesía no somocista (no solo de la somocista) y la formación de sindicatos en las ciudades. Por esta política, el FSLN y el GRN detuvieron a los integrantes de la BSB, los expulsaron de Nicaragua, y los entregaron a la policía panameña, que los torturó.
La política de mantener el capitalismo tuvo una consecuencia muy importante: cuando el imperialismo estadounidense impulsó una lucha armada contra el gobierno sandinista, a través de los llamados “contras”, estos encontraron una base social en sectores campesinos e indígenas a los que el sandinismo les negaba el acceso a la tierra porque defendía la propiedad de los burgueses no somocistas.
Finalmente, luego de varios años de negociaciones, durante la década de 1980 el gobierno sandinista acabó firmando los acuerdos de Esquipulas, en los que realizó importantes concesiones, entre ellas elecciones burguesas “normales”. En este marco, fue derrotado electoralmente en 1990 por Violeta Chamorro. En 2007 volvió al poder a través elecciones, ya como un partido burgués “normal”.
Desde entonces, con la presidencia de Daniel Ortega, ha transformado el régimen político en una dictadura capitalista que reprime con dureza las luchas y los reclamos populares contra el hambre, la miseria y la falta de democracia, como sucedió en 2018[5]. La actualidad del régimen sandinista es tan repugnante que no solo han roto con él muchos de los que apoyaron la revolución de 1979, sino incluso fervorosos defensores del castrismo se niegan a defenderlo.
Otra traición: El Salvador
En 1979, el triunfo sandinista en Nicaragua impulsó un gran ascenso revolucionario en toda Centroamérica, con fuerte impacto en El Salvador, especialmente en su capital. La respuesta de la burguesía salvadoreña y el imperialismo fue violentísima. En 1980, un golpe de Estado instaló una serie de juntas cívico-militares de gobierno y dio un salto la acción de los “escuadrones de la muerte”. Con las bandas fascistas dominando la capital, miles de personas se escaparon de la ciudad y se unieron a las organizaciones armadas que operaban en la zona rural (las más fuertes eran las FPL de Cayetano Carpio)[6]. Fue el inicio de la guerra civil salvadoreña.
En ese marco, en octubre de 1980 se forma el FMLN (Farabundo Martí de Liberación Nacional) que agrupó esas organizaciones armadas. La guerra civil se extendía con ofensivas y contraofensivas de ambas partes, pero las fuerzas del FMLN no solo mantenían su capacidad sino amenazaban crecientemente al régimen.
Pero la dirección castrista cubana y la del sandinismo nicaragüense iban en otra dirección. Ya vimos que habían definido que “Nicaragua no iba a ser una nueva Cuba”. A esta política agregaron que “El Salvador no sería una nueva Nicaragua”. Es decir, que la lucha armada no estaba dirigida al derrocamiento del régimen sino al servicio de la estrategia de lograr un acuerdo en la mesa de negociaciones. Con ese objetivo utilizaron tanto su influencia política como el peso de la ayuda material y territorial que daban al FMLN (sus comandantes viajaban permanentemente a Managua) para ir imponiendo sus posiciones y ganando dirigentes y cuadros para ellas.
Coherente con esa orientación, en 1984 el FMLN cambió su programa: el objetivo pasó a ser un “gobierno provisional de amplia participación de fuerzas políticas y sociales”, en donde “la propiedad privada y la inversión extranjera no se oponga[n] al interés social”. Este programa llegaba al extremo de proponer la creación de unas nuevas fuerzas armadas, que surgirían de la unificación de las fuerzas guerrilleras con el aparato genocida del régimen[7]. Las consecuencias de esta política fueron la entrega de la heroica lucha del pueblo salvadoreño en las “negociaciones de paz”, desarrolladas hasta 1992. Seamos claros: no fue, esencialmente, el resultado de una derrota en el terreno militar. En todo caso, esa derrota fue la consecuencia de la capitulación de la dirección del FMLN por la política que le impusieron el castrismo y el sandinismo.
Salvador Cayetano Carpio (el comandante Marcial), uno de los líderes de mayor prestigio del FMLN fue opositor a este giro, en especial a la “estrategia de la mesa de negociaciones”. Sobre la crítica a la estrategia de la “mesa de negociaciones”, Carpio expresó correctamente que las negociaciones debían ser una herramienta “auxiliar” al servicio de la “lucha” [militar]. En ese marco, llamaba a no aceptar la condición de que el FMLN entregase las armas y proponía no declarar ninguna “tregua”. Era la posición más progresiva en el marco del FMLN.
Esta oposición desató una feroz campaña de ataques políticos contra él (encubiertos bajo los calificativos de “sectario” o “fanático”), y su aislamiento cada vez mayor dentro del FMLN y de las propias FPL. La campaña dio un salto en 1983, luego del confuso episodio en que Mélida Anaya Montes (la “Comandante Ana María”, de las FPL) fue asesinada en Managua, el 6 de abril. El 9 de abril, Carpio viajó a Managua a participar de los funerales de Ana María. Allí, de hecho, es “detenido” por los sandinistas, que lo ponen ante la opción de “admitir su responsabilidad” en el crimen o “declararlo inocente” para que “viajase a otro país” y abandonase El Salvador y su posición de dirigente de las FPL y el FMLN[8]. Ante esta terrible opción, Carpio optó por suicidarse, el 12 de abril de 1983. Previo a ello, escribió una última carta al Comando Central de las FPL, defendiéndose de estas acusaciones. Luego de su muerte, la justicia sandinista dictaminó su inocencia[9].
Hay sectores que combatieron en las FPL que afirman que no se trató de un suicidio sino que Carpio fue asesinado cuando estaba detenido por los sandinistas en Managua. Nos es imposible saber cuál de ambas versiones fue lo que ocurrió en realidad. Quizás alguna vez conozcamos toda la verdad si se conocieran los archivos secretos del sandinismo. Pero, más allá de cuál de ambas alternativas haya sido, dos cosas resultan claras. La primera es que la dirección sandinista (y detrás de ella la dirección castrista) es la responsable política y moral de la muerte de Carpio. La segunda es que el objetivo de esa muerte era “eliminar un obstáculo” frente a la entrega en la mesa de negociaciones de la lucha guerrillera del pueblo salvadoreño, entrega que impulsaban la mayoría de la dirección del FMLN, y las direcciones sandinista y castrista.
El FMLN abandonó la lucha para pasar a ser un partido burgués “normal”, y no hubo ningún cambio en la estructura económico-social del país. Luego de varias derrotas electorales contra la derecha burguesa tradicional, ganó las elecciones de 2009 con Mauricio Funes. Gobernó con y para la burguesía según las orientaciones del FMI[10]. Profundamente desgastado, en las elecciones presidenciales de 2019 el FMLN obtuvo apenas 14,4% de los votos.
Algunas conclusiones
Tal como vimos, la política de la dirección de Fidel Castro frente a los procesos revolucionarios centroamericanos a que nos referimos tuvo gravísimas consecuencias: impidió que Nicaragua fuese una “nueva Cuba” (es decir, un nuevo Estado obrero en Latinoamérica), lo que terminó en un profundo proceso de degeneración del FSLN hasta la dictadura capitalista actual. Evitó que el Salvador fuese una “nueva Nicaragua” y el FMLN acabó como un partido institucional normal, profundamente en crisis después de haber sido usado por la burguesía.
En una mirada más profunda, hizo que los procesos revolucionarios de lucha contra dictaduras latinoamericanas de la década de 1980 (como los que se desarrollaron en Argentina, Brasil y Chile) no tuvieran una referencia reciente del avance hacia la construcción de un nuevo Estado obrero. Esto ayudó a las burguesías nacionales y al imperialismo a controlar esos procesos y mantenerlos en el marco del sistema electoral burgués (dicho sea de paso, con el apoyo del castrismo a esa política).
Un proceso revolucionario en Centroamérica (más aún en el conjunto de Latinoamérica) con una perspectiva socialista se hubiese clavado como un cuchillo en las propias entrañas del imperialismo, a través de las decenas de millones de latinos que viven en EEUU. El imperialismo estadounidense recibió así una ayuda inestimable que le permitió capear el temporal.
El propio Estado obrero cubano sufrió las consecuencias de esta política criminal del castrismo ya que, cuando el capitalismo fue restaurado en la ex Unión Soviética, sufría un profundo aislamiento ante la inexistencia de otros Estados obreros en Latinoamérica, con los cuales podría estar asociado. Fue el momento en que el régimen castrista definió restaurar el capitalismo en Cuba, hecho que hemos desarrollado en numerosos artículos publicados en este sitio.
Por eso, cuando se habla del “aislamiento” de Cuba, además del bloqueo estadounidense, que debemos repudiar y combatir, es necesario hacer el balance de que fue la propia política de Fidel Castro hacia el proceso de la revolución centroamericana, iniciado en Nicaragua en 1979, el que provocó un aislamiento político de consecuencias mucho más graves que el anterior.
[1] Ver entre otros artículos: https://litci.org/es/la-cuba-de-fidel-de-la-revolucion-a-la-restauracion/
[2] Sobre este tema, recomendamos leer Tesis sobre el guerrillerismo de Nahuel Moreno, Eugenio Greco y Alberto Franceschi, Buenos Aires (1986) en http://www.nahuelmoreno.org/tesis-sobre-el-guerrillerismo-1986.html
[3] Ver, entre otros artículos: https://litci.org/es/una-leccion-de-internacionalismo-revolucionario-40-anos-de-la-revolucion-nicaraguense-y-la-brigada-simon-bolivar/
[4] http://www.cuba.cu/gobierno/discursos/1979/esp/f260779e.html
[5] Ver, otros artículos publicados: https://litci.org/es/nicaragua-40-anos-la-revolucion-la-nueva-dictadura-se-aferra-al-poder/ y https://litci.org/es/sandinismo-ayer-hoy/
[6] Ver ÁLVAREZ, Alberto Martín. De guerrilla a partido político: el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) en: file:///C:/Users/user/Downloads/Alberto_Mart%C3%ADn_Alvarez_HyP25.pdf
[7] Ver https://elperiodicoes.wordpress.com/tag/el-cambio-de-programa-del-fmln-a-inicios-de-1984-tras-la-muerte-de-marcial/
[8] Datos extraídos de una entrevista realizada por Marta Harnecker a dirigentes de las FPL, citada en “El suicidio de Marcial, ¿un asunto concluido?”. El Salvador: ECA, Año XLIX No 549, julio de 1994.
[9] Sobre lo sucedido en este país, recomendamos leer el artículo “La lucha de El Salvador y la traición de la dirección del FMLN” en la revista Correo Internacional Tercera Época No 20, octubre 2018.
[10] https://litci.org/es/8-anos-del-fmln-acuerdos-con-la-burguesia-opresion-para-los-trabajadores/