Cien días de Trump: el significado para los Estados Unidos y la situación política mundial

El gobierno Trump completó cien días y ya se pueden comenzar a evaluar sus características con más precisión. Trump trajo cambios importantes tanto en la situación de los Estados Unidos como a nivel internacional, que es preciso analizar con la debida profundidad.
Por: Eduardo Almeida
Este gobierno de ultraderecha trajo al primer plano de la situación política en los EEUU una división de la burguesía y una polarización de la lucha de clases inéditas en las últimas décadas. Eso obviamente tiene reflejos económicos y políticos en todo el mundo.
El nuevo gobernante es una expresión de los problemas vividos en la economía imperialista. Se trata de un sector de la burguesía imperialista insatisfecha con algunas características de la globalización.
La crisis de 2007-2009 determinó una ola decreciente de la economía capitalista hasta ahora no superada. No existe una recuperación de la tasa de ganancia que posibilite una nueva ola de inversiones y una nueva onda expansiva de la economía capitalista. Es eso lo que determina las características de crecimiento anémico y crisis profundas después de 2007-2009.
En 2016, los Estados Unidos crecieron 1,6% (2,6% en 2015). En el primer trimestre de 2017, el crecimiento fue de 0,7%, indicando la continuidad de ese crecimiento anémico. La zona euro creció 1,7% en 2016.
A pesar de los gigantescos paquetes de inversiones de los Estados imperialistas en los bancos y grandes empresas, a pesar de los sucesivos planes de austeridad, de la quiebra financiera y/o de la rebaja de estatus de países europeos como Grecia y Portugal, no existen señales de elevación de la tasa de ganancia ni nuevos picos de inversión.
Por el contrario, la revista Economist evalúa que esa situación está generando incluso un cuestionamiento de algunas características de la globalización: “Por detrás del ascenso de las multinacionales estaba la convicción de que, en comparación con otras empresas, ellas eran máquinas mucho más aceitadas para hacer dinero. Eso ya no es verdad. En los últimos cinco años, la ganancia de las compañías globales sufrió un retroceso de 25%. El retorno sobre el capital es el más bajo en 20 años. La valorización del dólar y la caída del precio del petróleo explican parte de esa decadencia. Las “superstars” de la tecnología y los fabricantes de bienes de consumo con marcas sólidas continúan teniendo buen desempeño. Pero el fenómeno es generalizado y prolongado demás para ser considerado un mero contratiempo. El retorno sobre el patrimonio de carca de 40% de todas las multinacionales del planeta es inferior a 10%, indicando una performance mucho menor que la esperada. En la mayoría de los sectores de la economía, esas empresas actualmente crecen a ritmo más lento y son menos lucrativas que las compañías locales que prefirieron no aventurarse en otros lados”.
O sea, esta situación lleva a que algunos sectores de la burguesía imperialista comiencen a cuestionar algunas características de la globalización y a plantear la necesidad de concentración en la explotación de sus mercados nacionales y ataques mucho más duros al proletariado de sus países. Es una especie de nacionalismo imperialista ultrarreaccionario, de ultraderecha. No son directamente fascistas porque no defienden métodos de guerra civil contra el proletariado, como hacían Mussolini y Hitler.
Pero son de ultraderecha y defienden posturas bonapartistas, pues atacan derechos democráticos, como se ve en los casos de los refugiados europeos y de la política xenófoba del Frente Nacional [de Le Pen] en Francia, o de Wilders en Holanda, etc.
Amplían lo que ya venían haciendo los gobiernos burgueses, atacando directamente sectores enteros de los trabajadores, valiéndose de las diferencias raciales, de género o del hecho de ser inmigrantes, para quitar derechos democráticos, laborales y rebajar el nivel de vida de esos sectores y así aumentar las tasas de ganancia al mismo tiempo en que dividen a la clase obrera y organizan su apoyo político en los sectores privilegiados de la clase.
Van a poder aplicar sus planes dependiendo de la evolución concreta de la lucha de clases.
No están contra el conjunto de la llamada “globalización”, y sí contra algunas de sus características, como la producción completamente internacionalizada y el así llamado ‘libre comercio’, en respuesta a los cuales hablan de valorar lo local, mantener la producción en el país, defender la soberanía, etc., pero están a favor de otras características de la globalización, como los ataques neoliberales a los trabajadores, la desregulación de la economía, etc.
Un gobierno de ultraderecha nacionalista imperialista
Trump es una expresión de eso en pleno corazón del imperialismo, representando a sectores de la burguesía petrolera, de la construcción civil, agraria y armamentista. El principal ejecutivo de la Exxon, Rex Tillerson, es su Secretario de Estado. Tillerson comandó acuerdos de la Exxon con la Rosneft –gigante petrolera rusa– de 200 a 300 mil millones de dólares, y tiene estrechas relaciones con Putin.
Trump está directamente ligado al ramo de la construcción civil, que sería privilegiado con su plan de inversiones en obras. El proyecto de presupuesto de Trump incluye un aumento importante en los gastos armamentistas del gobierno. Al mismo tiempo, él quiere cortar impuestos de las empresas y de los más ricos, retirar multas y dar exenciones fiscales a los bancos. Acabó con una crisis más en el Congreso, a pesar de la mayoría republicana en él, y teniendo que hacer un acuerdo por el que los demócratas conmemoraron la victoria.
Los varios movimientos de ultraderecha en Europa (Le Pen en Francia, UKIP en Inglaterra, Partido de la Libertad en Holanda, etc.) representan en general a sectores de pequeña burguesía o burguesías menos importantes también insatisfechos con algunas consecuencias de la globalización. Esos sectores cuestionaban por la ultraderecha a la Unión Europea.
En otra realidad, la Rusia de Putin –que hoy no pasa de una submetrópoli dominada, pero que juega un papel de gendarme en determinadas áreas como Europa Oriental y Medio Oriente– también expresa una burguesía ligada al petróleo y el gas, con elementos reaccionarios de nacionalismo “gran ruso” y bonapartismo. No por casualidad, Putin cultiva relaciones con todos estos sectores europeos y con Trump.
Un ataque aún más duro contra el proletariado norteamericano
La ideología de Trump: “América primero”, tiene el componente de traer de nuevo las empresas norteamericanas para producir directamente en los Estados Unidos. Pero, al contrario de lo que esperan los obreros blancos que se ilusionaron con Trump, el proyecto es una disminución brutal de su nivel de vida.
Los obreros de los EEUU ya tuvieron en el período pos 2007 un rebaja salarial que redujo a la mitad los salarios de las industrias automotrices como la GM y generalizó relaciones precarias de trabajo. Eso posibilitó que la GM saliese de la quiebra, así como la recomposición de las grandes empresas imperialistas. Pero eso ya no basta.
Ahora, el “Right to work” (“derecho al trabajo”, que en realidad quiere decir a trabajar sin sindicatos) amenaza detonar directamente los sindicatos en EEUU, para conseguir otro grado de explotación de los trabajadores. Aprovechándose del gran desgaste de las burocracias sindicales, Trump quiere convertir en ley federal el “Right to work”, que ya está aplicándose en 27 Estados. Los sindicatos perderían el derecho de representación de los trabajadores, que podrían representarse a sí mismos.
En el sur de EEUU, donde ya es una realidad, los salarios hoy se aproximan a los latinoamericanos. Ahora Trump quiere extenderlo a este y oeste, en los sectores más industrializados y sindicalizados. La tasa de sindicalización a nivel nacional ya es baja, alrededor de 10%, pero la extensión de esa ley sería un nuevo golpe durísimo para una buena parte de los actuales sindicatos del país.
Existe un choque de Trump con la mayoría de la burguesía imperialista norteamericana, incitada por el capital financiero, que sigue apostando en todos los elementos de la globalización, incluso la producción internacional. Gran parte de los cuadros técnicos de las empresas del Valle del Silicio (las grandes empresas de tecnología como Apple, Yahoo, Facebook, Google) son extranjeros. Gran parte de su ganancia viene de su implantación mundial tanto en la producción de artículos electrónicos como en la ocupación directa de los mercados internacionales apoyados en los acuerdos de libre comercio. La mayor parte de las empresas automovilísticas y de otros sectores tienen una producción “mundializada”, y también se orientan en ese sentido y se oponen al proyecto de Trump.
La división de la burguesía en el terreno energético
También existe en esta división interburguesa norteamericana un componente de choque de tecnologías, como en el área de la energía y el transporte. Trump representa el sector de la burguesía petrolera que mantiene la estrategia de utilización de la matriz energética ligada al petróleo y el gas. Existe otro sector, probablemente mayoritario, que ya defiende diversificar la inversión también en energía “limpia”. Obama había tomado iniciativas de estímulo a este sector incluyendo algunas tímidas leyes ambientales.
Trump tiene, como parte de su programa de gobierno, que ya comenzó a cumplir, la revocación de las pocas leyes de protección al ambiente hechas por Obama.
La familia Rockefeller, que fundó la Standard Oil, denuncia a la actual Exxon por maniobras para boicotear pesquisas científicas que demuestran los daños climáticos causados por la industria petrolera. La mayor parte de las grandes empresas petroleras se orientan hoy en la búsqueda de nuevas formas de energía, preparándose para el futuro.
La Tesla es una de las expresiones de una nueva matriz energética, con carros eléctricos y paneles solares. Es una industria norteamericana con sede en California, que produce automóviles totalmente eléctricos, con autonomía próxima a los 400 km. Esa industria se tornó en 2017 la más valiosa en la Bolsa de Valores del sector automotriz norteamericano, desbancando a la Ford y la GM, a pesar de producir y vender centenas de veces menos automóviles que esas dos empresas. El valor accionario de la Tesla indica que la burguesía está apostando en el futuro de esa industria. La Tesla fabrica también paneles solares para residencias mucho más avanzados que los actuales, que apuntan la posibilidad de autonomía energética de los edificios y casas, acabando con gran parte de la dependencia de las usinas y redes eléctricas.
Esa no es una disputa meramente científica. Envuelve negocios de muchos miles de millones de dólares que son y serán afectados por definiciones de los gobiernos. Se entiende la importancia de esta disputa interburguesa.
Un hecho de primera magnitud: la división de la burguesía imperialista
Trump expresa un sector minoritario de la burguesía, pero quiere ganar para su proyecto a la mayoría de la burguesía con una parte de su programa que suena muy bien a todos los sectores burgueses. Quiere ganar el capital financiero con una amplia desregulación. Quiere ganar a la mayoría de la industria con la reducción de impuestos y el “Right to work”. Montó una comisión con 26 de los CEOS (jefes ejecutivos) de las principales empresas de EEUU, incluyendo los sectores que no tienen acuerdo con su política, en una especie de consejo político.
Pero hasta ahora, Trump sigue siendo minoritario entre la gran burguesía norteamericana. Hubo manifestaciones explícitas de la burguesía contra él. Las empresas de tecnología (Google, Apple, Facebook y otras), además de la Ford, Starbucks e innumerables otras se manifestaron con claridad contra el gobierno, haciendo pública la división burguesa. No existe forma de que el gran capital acepte retroceder en la producción internacionalizada con el aprovechamiento de los bajos salarios en los países semicoloniales.
La agencia Fitch –una de las tres grandes agencias que son encargadas de clasificar los planes económicos de los gobiernos y de las empresas, al servicio del capital financiero– afirmó que Trump trae una falta de previsibilidad al gobierno de EEUU, muy mala para las grandes inversiones. Los grandes medios de comunicación, en abierta oposición al gobierno, expresan la mayoría de la burguesía.
Además, es necesario considerar el personaje concreto de Trump. El papel del individuo en la historia, como sabemos, tiene su importancia.
Trump tiene relación con un movimiento de ultraderecha –la llamada “alt right” (derecha alternativa), que anima un sitio, Breitbart-News, con posiciones de supremacía blanca, islamofóbicas, racistas, machistas. El estratega jefe del gobierno Trump es Steve Bannon, editor jefe de este sitio, nombrado para el Consejo de Seguridad.
Trump no es un cuadro político experimentado del imperialismo, entrenado y educado por los establishment del Partido Republicano o el Demócrata. Es una figura que viene de afuera, y por eso ganó las elecciones, cuestionando a los “políticos tradicionales” del propio Partido Republicano. Pero ese elemento, que jugó a su favor en la campaña electoral, ahora se vuelve contra él.
Han habido vaivenes desde que asumió, como en el caso de las relaciones con China, de la política para el NAFTA, para el muro con México, etc., lo que llevó al ex ejecutivo jefe de la OMC [Organización Mundial del Comercio], Pascal Lamy, a decir que “Trump ladra pero no muerde”.
Su falta de preparación para responder a cuestiones complejas de la política interna y exterior de la mayor superpotencia del planeta está volviéndose un factor político generador de crisis tanto con aliados (como Peña Nieto, gobiernos europeos como los de Alemania e Inglaterra, etc.), como con adversarios.
Esa falta de preparación se transformó en un arma para sus enemigos. Trump es ridiculizado cotidianamente por los grandes medios de EEUU. El enfrentamiento abierto con sectores claves de la prensa, New York Times, CBN, Los Angeles Post, es un mal paso para Trump.
Existen elementos de crisis en el régimen democrático-burgués en Estados Unidos
Trump venció las elecciones en función de elementos de crisis de la democracia burguesa en los Estados Unidos. Ahora en el gobierno, sus acciones amplían esa crisis.
El régimen democrático-burgués de EEUU tiene una tradición secular de regular los poderes y eso incluye también el federalismo, con una amplia autonomía de los Estados. Es una democracia burguesa imperialista que solo sirve a los intereses de la gran burguesía billonaria, que no da márgenes para que la clase pueda organizarse políticamente, y que tiene un aparato militar de espionaje y control, y un sistema de represión fortísimo.
Pero hay un juego de control de poder y fiscalización mutua entre gobierno, Congreso y Justicia, que es un límite para que un sector burgués controle en forma unilateral los mecanismos de poder. También los grandes medios impresos y hablados juegan un papel de freno, como quedó claro en el Watergate contra Nixon.
Ya durante la mayor parte del gobierno Obama había un sistemático enfrentamiento entre gobierno y Congreso, y Obama nunca tuvo mayoría en este para implementar sus políticas; estuvo siempre bajo presión y solo consiguió implantar el “Obama Care” en el final. Movimientos como el Tea Party, a partir de algunos parlamentarios y gobiernos estaduales y locales, hacían “lobby” sobre el Congreso y muchas veces paralizaban por cierto tiempo el gobierno.
Ahora en el gobierno, Trump intenta imponer sus planes, teniendo contra sí a la mayoría de la burguesía, de las clases medias, de los medios imperialistas. Ese plan nacionalista imperialista de ultraderecha requiere, para ser aplicado, un proyecto bonapartista asociado. No se consigue implementar esos ataques solamente con la reacción democrática, con los acuerdos con los dirigentes. Y Trump ya esboza eso, con ataques a la prensa, con su estilo de gobernar por decretos, etc.
Cuando Trump comienza a querer una dinámica más dictatorial encuentra resistencia de esos sectores que se oponen y de la clase media. Hay que ver cómo los actores y productores de Hollywood se han manifestado desde que asumió, en todos los eventos. El resultado hasta ahora ha sido el agravamiento de la crisis del régimen.
La justicia de EEUU vive una crisis importante, con una especie de rebelión contra los decretos de Trump. Él, para imponerse, destituyó al fiscal general del país. La resultante fue una derrota para el gobierno, con su decreto revocado por la justicia. Aun cuando haya conseguido indicar un ministro nuevo para la Corte Suprema, no tiene el control del Poder Judicial a nivel nacional, como muestra esa derrota del decreto sobre inmigrantes en varios Estados.
El Congreso, que debería ser una base segura para Trump (por la mayoría republicana en la Cámara de Diputados y el Senado), se tornó también una fuente de inestabilidad por la crisis del Partido Republicano. La votación de los secretarios de Trump (correspondiente a los ministros) se transformó en una lucha dura, con algunas importantes derrotas. Dos indicados (Seguridad y Trabajo) renunciaron, después de enormes batallas en el Congreso y en los medios.
La relación de Trump con el aparato de inteligencia y represión se volvió otra fuente de conflictos, por primera vez en la historia. La reciente dimisión de Comey, jefe del FBI, expresa dramáticamente una crisis delicada para Trump. En el Congreso repercutió muy mal, incluso entre los republicanos, pues todo indica que se debe a la investigación contra Trump por la conexión de su campaña con Putin. Toda la prensa prácticamente está criticándolo, y ya se compara con la forma con que Nixon se chocó y dio origen a Watergate, en que Nixon despidió a un promotor que estaba investigando el caso.
La crisis de los dos mayores partidos burgueses –el Demócrata y el republicano– agrega elementos importantes de crisis en el régimen. Los republicanos están divididos por Trump, con personajes tradicionales como Bush y Mc Cain actuando abiertamente contra el gobierno. Los demócratas también están divididos. Todo un sector corteja la negociación con Trump, para evitar profundizar la crisis del régimen. Otro sector apuesta en el desgaste de Trump, con vistas a las elecciones de 2018, que eligen la totalidad de la Cámara de Diputados y un tercio del Senado, y pueden cambiar la relación de fuerzas en el Congreso y abrir las puertas para un impeachment de Trump.
Existe una base social para esa realidad en la insatisfacción creciente del proletariado y gran parte de las clases medias con las consecuencias de la globalización, que trajo una reducción del nivel de vida y la quiebra de la expectativa de ascenso social.
No existe más la expectativa de movilidad social ascendente para el proletariado y las camadas medias, que aseguraba estabilidad a la democracia burguesa. Una pesquisa reciente indicó que 92% de los nacidos en EEUU en 1940 acabaron ganando más que su país. Hoy esa cifra bajó a 50%, y es probable que la realidad sea aún peor.
La democracia burguesa se apoya en esos sectores de las masas para componer escenarios electorales previsibles con partidos burgueses y/o reformistas domesticados. La insatisfacción con los gobiernos es canalizada para su sustitución en las elecciones por otro partido con un programa semejante.
Comienza a haber en el mundo (como en Grecia, Francia, Estado español y otros países) una insatisfacción creciente que se transforma en radicalización y polarización política. Ese proceso llevó al desgaste cualitativo de los partidos tradicionales de izquierda y de derecha, como el PSF y Republicanos de Francia, etc., lo que posibilita el ascenso de alternativas más a la izquierda (como Syriza, Mélenchon, Sanders) o a la derecha (Le Pen, Trump).
Pero esa doble expresión tiene una característica inédita en EEUU, en que siempre el socialismo fue ultra minoritario. Una pesquisa de la universidad de Harvard apuntó que 32% de la población joven hasta 32 años, está a favor del socialismo como sistema alternativo.
¿Ola reaccionaria o polarización de la lucha de clases?
Trump es un gobierno de ultraderecha, con una política xenófoba, racista y machista, un programa de ataque a los trabajadores y los inmigrantes. Pero, en primer lugar él va a mantener y ampliar ataques que ya venían siendo hechos por Obama.
Esa realidad, que no puede ser ignorada, es analizada unilateralmente por la mayoría de la izquierda mundial que toma apenas ese elemento desconociendo la totalidad, que es mucho más rica y compleja. Trump sería una señal de un giro a la derecha, una ola reaccionaria en todo el mundo.
La verdad es que Trump no llegó al gobierno como expresión de un ascenso de la ultraderecha que ganó a las masas e impuso una estabilización reaccionaria en el país.
Para usar una comparación extrema, Hitler primero ganó en el terreno de la lucha de clases –utilizando sus milicias nazis para atacar militarmente los organismos sindicales y políticos de la clase obrera y fue acumulando victorias con el auxilio de la negación nefasta del PC alemán a una política de frente único con la socialdemocracia– para después expresar esa victoria en el terreno electoral. Desde el gobierno, Hitler después cambió el régimen. Pero su llegada al gobierno ya expresaba una derrota del proletariado, impuesta en las calles con la acción de las milicias nazistas, proceso reaccionario en la lucha de clases.
Trump no es fascista, aunque existan fascistas en su movimiento “alt right”. Es un gobierno de ultraderecha, que no se propone usar métodos de guerra civil contra el proletariado de los Estados Unidos.
Pero el elemento más importante de diferenciación no es ideológico sino la globalidad del proceso político en EEUU. Este no expresa una victoria de la ultraderecha en el terreno de la lucha de clases, y sí la crisis de la propia democracia burguesa.
Trump vence las elecciones por el desgaste de los demócratas con la gestión Obama y el desencanto con la candidatura de Hillary Clinton. Si Sanders hubiese sido el candidato demócrata, el resultado podría haber sido diferente.
El sistema electoral de EEUU es extremadamente antidemocrático. Incluso por le padrón de la democracia burguesa no refleja siquiera la mayoría de los votos de la población. Trump ganó las elecciones con 25% de apoyo electoral, y tuvo menos votos directos que Hillary, al asumir, tenía el menor porcentaje de apoyo (40%) de todos los presidentes de la historia de la EEUU. Con cien días de gobierno, su popularidad sigue bajando.
Al intentar sus planes ya en el inicio del gobierno, Trump polarizó la lucha de clases duramente. Fue recibido en su primer día de gobierno con la mayor movilización de la historia de los EEUU, con tres millones de personas en las calles el 21 de enero. De allí hasta acá, incluso con la traba directa del Partido Demócrata, las movilizaciones regionales y sectoriales no paran, aunque sin unificación nacional ni un plan de lucha.
Trump enfrenta no solo un ascenso de la lucha de clases sino la oposición de la mayoría de la burguesía, con una crisis política creciente. Tiene apoyo de la minoría de la burguesía y de un sector minoritario de las masas.
Se trata de un proyecto bonapartista, de ultraderecha, que intenta imponerse a todo costo en una relación de fuerzas que no le es favorable. El resultado es una creciente polarización de la lucha de clases. El resultado de esa polarización no puede ser previsto con seguridad, pues dependerá exactamente de la evolución de la lucha de clases.
No se puede aislar un elemento de la realidad sin ver la totalidad. Nosotros basamos la relación de fuerzas entre las clases y no solamente en el resultado electoral. En los EEUU se expresa una polarización inédita de la lucha de clases y no una ola reaccionaria.
En realidad, Trump expresa en EEUU una tendencia a la misma polarización de la lucha de clases que ya ocurre en varias partes del mundo, con en Europa y América Latina.
El ascenso del movimiento de masas y sus límites
Existe un ascenso innegable de las luchas de las masas en los EEUU. El mayor símbolo de eso fueron las movilizaciones del 21 de enero. El 1 de Mayo se dieron las mayores movilizaciones de calle de los trabajadores inmigrantes desde 2006.
En general, existe una efervescencia del movimiento estudiantil, con reflejos también sobre categorías medias del proletariado como los profesores, además de los sectores oprimidos (inmigrantes, negros, latinos, musulmanes).
El movimiento anti Trump ya tiene un enorme peso en la vida política, social y cultural de los EEUU, con una base social en la juventud y en sectores medios del proletariado. Tiene una gran limitación para una estrategia revolucionaria que es la no entrada en escena del proletariado. Pero es importante no subestimar la importancia de este ascenso. Fue una movilización de esas características, contra la guerra de Vietnam, que llevó a una de las mayores derrotas del imperialismo norteamericano.
Ya existían señales anteriores de movilizaciones importantes del movimiento negro por los levantamientos contra la represión policial como en Ferguson y el ascenso de movimientos como Black Lives Matter; los inmigrantes tuvieron un ascenso importante en 2006 y desde entonces tuvieron movilizaciones localizadas como la de los mexicanos en apoyo a la lucha de Ayotzinapa. Ahora existe mucho miedo en relación con los ataques de la policía, pero también un ascenso fuerte en sectores de inmigrantes.
Existen dos grandes limitaciones para el ascenso. El primero es –hasta ahora– la ausencia de la clase obrera industrial. Está primando hasta este momento la división consciente operada por Trump, que llevó a que votasen en él y juega una parte importante (tal vez aún mayoritaria) del proletariado masculino blanco contra los negros, latinos y mujeres.
La gran traba es la expectativa de ese sector de obreros blancos de que Trump devuelva a ellos una perspectiva de ascenso social perdida, que identifica a sus enemigos en los otros sectores del proletariado y no en la burguesía. El proletariado de EEUU tiene un fuerte componente de inmigración europea en su composición. Ese componente fue trabajado a propósito –los blancos italianos, irlandeses, etc.– contra los negros y latinos sobre bases ideológicas reaccionarias, en el siglo XIX y XX. Es eso lo que hoy Trump intenta revivir.
Esa política de Trump es todo un símbolo grotesco de cómo la opresión divide a la clase, y de que precisamos unirla contra la burguesía y las opresiones.
La otra gran limitación es la gigantesca crisis de dirección revolucionaria. Existe un enorme peso sobre el conjunto del movimiento de masas de un partido burgués como el Partido Demócrata, de una forma que difícilmente se verá en cualquier otro país. Es como la unión de un partido burgués tradicional (tal vez el partido burgués más influyente del mundo) y un partido socialdemócrata.
Los demócratas hegemonizan la burocracia sindical, las direcciones de los movimientos contra las opresiones, de los movimientos de inmigrantes, la juventud, y además financian las ONGs que militan allí, etc. Por ejemplo, la Marcha de las Mujeres que dirigió la movilización del 21 de enero está ligada a los demócratas. Existen centenas de ONGs financiadas por los demócratas que dirigen las movilizaciones de inmigrantes.
No existe tradición política de la izquierda en los EEUU, a no ser en sectores reducidos.
La burocracia sindical en EEUU incluye sectores directamente ligados por intereses accionarios con las grandes empresas. El grado de desprestigio de esas burocracias puede ser medido por el índice actual de sindicalización de 10%, el menor de la historia.
La dirección nacional de la AFL-CIO está negociando directamente con Trump. La burocracia sindical del sector de la construcción civil está también apoyando a Trump. A pesar de su importancia, este sector de la burocracia es minoritario. Pero, el sector mayoritario de la burocracia sindical –ligada al Partido Demócrata– estimula y se apoya en la división de la base para no hacer nada contra Trump.
Hasta ahora, es esa combinación de la división en la base con la política de las direcciones sindicales que sigue trabando la entrada en escena del proletariado de EEUU contra Trump.
Pero la ideología de “defensa de los obreros americanos” (léase “obreros hombres y blancos”) montada por Trump tiende a esfumarse. Vendrán ataques durísimos contra el conjunto del proletariado y también contra la propia burocracia sindical con el “Right to work”. Trump puede conseguir más empleos (vamos a ver si los consigue), pero con los mismos salarios y la precarización impuesta hoy a los inmigrantes. Y el gobierno se propone simplemente destruir el actual movimiento sindical en EEUU.
Eso no significa que necesariamente el proletariado se ponga en acción en caso de ser atacado. Puede ser que prevalezca la división y la desorganización. O que se impongan el miedo y la inseguridad en relación con el empleo.
Va a depender de cómo se supera la división actual en la acción y cómo se avanza en superar la desorganización causada por la actuación de las burocracias sindicales y del Partido Demócrata. O sea, puede ser que el proletariado se ponga en acción en la medida en que avance un proceso de reorganización sindical y política en el sector.
Un cambio en la situación de la lucha de clases
Hubo claramente un cambio en la situación de la lucha de clases en EEUU. No existe más la estabilidad política que caracterizó la situación del país por décadas.
Podemos sintetizar los elementos actuales que pesan en la definición de la situación de esta manera:
- Economía – crecimiento reducido, que lleva a una amplia insatisfacción por los ataques a los salarios y la precarización del trabajo. El problema para Trump es que él prometió un rápido retorno de crecimiento. Pero no existe una recesión.
- División de la burguesía, con dos proyectos económicos y políticos.
- Crisis política del gobierno y en el régimen, pero sin parálisis. La crisis ya existía antes, pero con Trump se profundiza.
- Una oposición al gobierno de la mayoría de la población, incluidos sectores de peso de las clases medias.
- Ascenso importante del movimiento de masas, pero sin la entrada en escena del proletariado.
El inicio de reorganización del movimiento de masas
Existe la posibilidad de que se esté iniciando un proceso de reorganización del movimiento de masas de importancia en Estados Unidos.
La base para esta reorganización es la combinación de algunos elementos:
- La crisis política con el gobierno Trump.
- El inicio del ascenso del movimiento de masas.
- La crisis del Partido Demócrata, que bloqueaba hasta ahora las posibilidades de reorganización sindical y política de las masas.
Es posible que se esté iniciando esa reorganización. Sus dimensiones y características van a depender de la evolución concreta de la lucha de clases.
Existen algunos indicios del inicio de ese proceso de reorganización, que incluyen:
- El surgimiento y rápido desarrollo de nuevos movimientos contra la opresión. El Black Lives Matter (Vidas Negras Importan) ya existía desde 2013, en lucha contra la represión policial, y se está reforzando. Existen innumerables movimientos regionales de mujeres y de inmigrantes construyéndose.
- Crecimiento acelerado de alternativas reformistas como el Democratic Socialist of America. Esta organización es una ruptura del Partido Socialista en 1972, que después llevó a la formación del DSA en 1982. Está directamente ligada al Partido Demócrata, apoyando la candidatura de Bernie Sanders. Desde la victoria de Trump está teniendo un crecimiento vertiginoso. Tiene un peso esencial en la juventud y sectores medios del proletariado, como profesores. Aún sin ser gran expresión en el proletariado ni entre los negros e inmigrantes. Esa alternativa reformista ultralimitada está demostrando lo mismo que el fenómeno Sanders: que el socialismo volvió a entrar en debate en EEUU.
El proceso de reorganización puede avanzar más adonde se exprese el ascenso. En el movimiento sindical aún no existen grandes alternativas de reorganización. Existen algunos sindicatos combativos, dirigidos por sectores de izquierda, como profesores de Chicago y portuarios de Oakland, sin relación entre sí. Como no existe todavía gran ascenso, hay pocas expresiones de reorganización sindical. Pero es posible que exista una reorganización sindical de peso en el caso de que el proletariado industrial entre en ascenso.
¿Va a haber cambios en la política de reacción democrática?
Trump está señalando modificaciones de peso en la política exterior de EEUU en varios sentidos:
En primer lugar en la revisión de los tratados de libre comercio, que comenzó con el retiro de EEUU del TTIP. Trump apunta revisiones en tratados como el NAFTA y otros acuerdos, que pueden tener significado importante en la economía mundial.
Probablemente Trump no se proponga romper con los otros tratados, sino revisar los acuerdos con condiciones más draconianas.
No vamos a desarrollar ese tema aquí, a pesar de su importancia. Aún no está clara la dimensión en que el gobierno de EEUU va a aplicar esa postura. Pero esas iniciativas pueden tener incidencia en la crisis económica mundial.
En segundo lugar, la división de la burguesía imperialista señalada con Trump tiene importantes consecuencias políticas en todo el mundo. Recordemos que la unidad de la burguesía alrededor de los planes neoliberales ha sido una constante en los últimos 20 o 30 años. Eso tiene un significado importante en la relación de fuerzas entre las clases en cada país. La división en la burguesía imperialista expresada con Trump en el corazón del imperialismo tiene consecuencias mundiales.
Por ejemplo, existen cambios políticos en sus alianzas, entre los que se destacan la relación con Putin y el refuerzo de las relaciones con Israel, Arabia Saudita y otros polos contrarrevolucionarios. Eso tiene consecuencias importantes en todos los sentidos. En Europa, afecta la relación fundamental de EEUU con Alemania, base para el equilibrio imperialista, incómoda con la proximidad Trump-Putin y el apoyo al Brexit. En Medio Oriente, afecta directamente la relación con Irán y la Autoridad Palestina.
En tercer lugar, existe también la posibilidad de cambios en la política exterior principal del imperialismo, de reacción democrática, con un nuevo giro bonapartista. Este tema tiene enorme importancia por las obvias repercusiones sobre el conjunto de la situación mundial. Por eso, es importante que señalemos hipótesis, sin apresurarnos en una caracterización.
La política que llamamos “reacción democrática” tiene una enorme importancia para el imperialismo, habiendo sido su principal política para derrotar los ascensos revolucionarios en el mundo.
Esa política combina:
- La canalización de los procesos revolucionarios para las elecciones en la democracia burguesa, con la participación activa de las direcciones reformistas del movimiento. Así fue derrotada la revolución portuguesa (1974-1975), canalizados los procesos revolucionarios que derribaron las dictaduras en América Latina en las décadas de 1970 y 1980 y en el Este europeo en la década de 1990.
- Los “acuerdos de paz”, con las direcciones burguesas y reformistas, como el de Contadora (1983) y Esquipulas (1987) que derrotaron el proceso revolucionario en América Central; el Acuerdo de Oslo (1993); el acuerdo con Irán; el acuerdo de paz del gobierno de Colombia con las FARC; el reciente acuerdo Obama-Castro.
Es importante localizar que se trata de una adecuación del imperialismo a una determinada relación de fuerzas en el mundo, en la que busca mantener su hegemonía pero reconoce que no puede hacerlo usando prioritariamente la represión y los golpes militares. Privilegia los acuerdos con las direcciones reformistas y burguesas del movimiento.
En América Latina –área de dominación directa del imperialismo norteamericano– la política anterior a la reacción democrática llevó a golpes en Guatemala (1954), Paraguay (1954), República Dominicana (1963), Brasil (1064), Bolivia (1971), Uruguay (1973), Chile (1973), Argentina (1976) y otros.
No por casualidad la “reacción democrática” nace con el gobierno Carter (1977), después de la derrota del imperialismo norteamericano en Vietnam.
No obstante, también es necesario entender que no se trata de una vía de mano única sino de una combinación de políticas en que prima la táctica de la reacción democrática. Eso significa que el uso de la fuerza militar, con golpes e invasiones permanece como táctica posible caso la situación revolucionaria se salga de control.
Significa también que muchas veces existe una combinación de las tácticas de reacción democrática y de políticas bonapartistas, en que una está al servicio de la otra. Por ejemplo, el acuerdo de Esquipulas solo fue posible porque se dio la utilización de la fuerza militar de las milicias contrarrevolucionarias en América Central. Esas milicias fueron armadas y financiadas por el imperialismo norteamericano para presionar al Frente Sandinista (FSLN) y al Farabundo Martí (FMLN). Aquí, la fuerza militar estuvo al servicio de la política principal de reacción democrática.
En Medio Oriente, por las contradicciones particulares de la región (existencia de Israel y la importancia estratégica del petróleo), la reacción democrática no es la política principal del imperialismo, y sí lo es la imposición militar por el Estado israelí. Allí, los Acuerdos de Oslo (reacción democrática) sirven al objetivo de legitimación de la imposición militar israelí.
Como ya dijimos, la táctica de la reacción democrática tuvo y tiene una enorme importancia en la política del imperialismo para derrotar los procesos revolucionarios.
El gobierno Bush buscó secundarizar esa táctica prioritaria, aplicando un giro bonapartista en la política exterior de EEUU., con el discurso de la lucha contra el terrorismo, y aprovechándose del ataque a las Torres Gemelas en 2001 invadió Irak y Afganistán.
Antes de eso, existía ya el llamado “Síndrome de Vietnam” –reflejo en las masas norteamericanas de la derrota de Vietnam– que llevaba al pueblo de EEUU a no apoyar invasiones militares. Hay todavía una serie de evidencias sobre que el gobierno de EEUU sabía de la preparación de los atentados a las Torres Gemelas y dejó correr para crear un clima propicio a las nuevas invasiones militares. Con esa maniobra consiguió engañar a las masas norteamericanas e invadió Irak y Afganistán.
Una serie de otras iniciativas bonapartistas se dieron en la misma época con apoyo del imperialismo, como la invasión del Líbano por Israel, y el golpe en Venezuela contra Chávez.
Los resultados, como sabemos, fueron grandes derrotas para el imperialismo en todas esas regiones. En EEUU, la derrota en Irak revivió el rechazo de las masas a las invasiones militares, que ahora se llama “síndrome de Irak”.
Es necesario tener en cuenta que el giro bonapartista de Bush no era un retroceso en la política del imperialismo, de golpes militares en todo lados. No era un abandono de la política de reacción democrática sino una secundarización de la misma.
Bush, incluso expresando un giro bonapartista, se acomodó al ascenso latinoamericano que llevó a gobiernos nacionalistas burgueses y de frente popular, como Lula, Tabaré Vázquez, Bachelet, Kirchner, Rafael Correa, Daniel Ortega, Evo Morales, durante los mandatos de Bush (2001-2008), eso es una expresión de que el imperialismo no siempre hace lo que quiere sino lo que puede. Bush apoyó el golpe contra Chávez en 2002, pero se acomodó a los gobiernos nacionalistas burgueses y de frente popular en el continente.
En ese sentido, es importante notar que la única victoria de importancia en las invasiones militares fue la de Haití (2004), porque contó –a pedido de Bush– con la colaboración de los gobiernos de colaboración de clases de América Latina, con Lula al frente.
El gobierno Obama expresó una readecuación del imperialismo a la derrota del giro bonapartista de Bush. Obama hizo una reedición en gran escala de la política de reacción democrática, acumulando victorias en ese terreno (acuerdo con Irán, con las FARC, con Castro).
¿Trump estará ahora apuntando un nuevo giro bonapartista en la política principal norteamericana, semejante al promovido por Bush, secundarizando la reacción democrática?
Existen diferencias en relación con Bush. La ideología de Trump no es el “nuevo siglo americano”, de disputa por el petróleo a nivel mundial con invasiones militares, etc. Es el nacionalismo imperialista: “América primero”, de vuelta a los Estados Unidos.
A nivel internacional, aparentemente Trump apuesta apoyarse en puestos claves de la contrarrevolución mundial –como Israel, la Rusia de Putin, la Siria de al-Assad, Arabia Saudita– para contener de manera bonapartista la revolución.
Trump no tiene –hasta ahora por lo menos– la mayoría de la burguesía imperialista de su lado, como tenía Bush. No tiene tampoco –hasta ahora– el apoyo de las masas norteamericanas a las invasiones militares, como consiguió Bush luego del ataque a las Torres Gemelas.
Eso es claramente un límite a las pretensiones bonapartistas y belicistas de Trump. No obstante, Trump tampoco es igual a Bush en otro aspecto. Él no es una cuadro político formado por le establishment republicano, para incorporar esas cuestiones a sus definiciones. Puede actuar, en ese sentido, de forma más imprevisible.
No queremos en este momento dar una respuesta a esa cuestión; solo queremos dejarla formulada.
En caso de que Trump dejase de lado la reacción democrática, empujaría los conflictos regionales para una polarización mayor. Eso podría llevar a intervenciones militares y conflictos regionales. Una señal en ese sentido es que Trump hizo de los gastos militares el único sector en el cual los gastos se elevarán en su propuesta presupuestaria.
Las consecuencias de esa política –en caso de que sea realmente aplicada– serán grandes estímulos a una fuerte polarización de la lucha de clases en regiones importantes del planeta.
El abandono de la política de los “dos Estados” para Palestina legitima los nuevos asentamientos de Israel y saca sustento a Abbas, detonando de una vez los Acuerdos de Oslo. Israel va a intentar una vez más destruir la resistencia palestina. La consecuencia –por el contrario– puede ser un nuevo impulso a la Tercera Intifada.
La revisión de los acuerdos con Irán va a desequilibrar un proceso construido por decenas de años. El gobierno iraní es parte fundamental en este momento del sostenimiento del gobierno iraquí y del apoyo a al-Assad en Siria.
Un cambio de la política de reacción democrática tendría también profundas consecuencias en América Latina. ¿Será esa la perspectiva? Es preciso observar la realidad por las obvias consecuencias en el continente.
Las iniciativas belicistas ultrarreaccionarias de Trump aún no definen la política exterior. El bombardeo de Siria –aparentemente con aviso anterior a los rusos–, a Afganistán, y las amenazas a Corea de Norte no sobrepasaron hasta ahora los límites de los gobiernos anteriores. El imperialismo sigue hasta ahora evitando invasiones militares terrestres por el miedo a las bajas y a la reacción de las masas norteamericanas.
La situación mundial, como venimos analizando, está evolucionando hacia una inestabilidad creciente en varias regiones, como Europa, América Latina incluido México, y ahora Estados Unidos. La combinación de crisis económica, crisis políticas de los gobiernos que aplican los planes neoliberales, crisis del aparato estalinista mundial, crisis de los partidos reformistas, tiende a generar nuevas crisis y ascensos en el mundo.
Trump ya es una expresión de esa polarización dentro de EEUU. y, por otro lado, amplía esa polarización a nivel mundial por su política.
Hoy la situación mundial está mucho más inestable y polarizada que durante el gobierno Bush en el inicio del siglo y antes de la gran crisis económica de 2007-2009.
En caso de que se dé el abandono de la reacción democrática por parte de Trump, eso tendería a polarizar aún más la situación mundial, con reflejos importantes en regiones como Medio Oriente, México y partes de Europa.
No se puede definir la resultante de esos enfrentamientos. La polarización tiende a llevar a victorias y derrotas –aunque parciales y momentáneas– de uno de los componentes. Eso significa –en esencia– un mundo más inestable en varias regiones, comenzando por el propio Estados Unidos.
Traducción: Natalia Estrada.